Tu Cuerpo Sobre Mi Pecho

Acostado sobre las sábanas frías en la noche de un otoño lluvioso y gris, las horas pasaban lentas agotando uno a uno los minutos que me separaban de un amanecer no deseado. El sonido del segundero del despertador me impacientaba con su incesante e inagotable avance hacia la hora en que la campana sonaría. La madrugada se desvanecía entre recuerdos y respiraciones profundas en busca de un sueño perdido demasiadas horas atrás. Y entre recuerdo y recuerdo, hilvanaba pensamientos ilógicos y superficiales, tejiendo comienzos de sueños que se descosían antes de tomar cuerpo y me devolvían a la vigilia más desesperante. Ni el susurro de la radio con la voz pausada de la locutora hablando a lo lejos, ni el tosco argumento de la novela que ocupa mi mesita de noche, ni el cansancio de los párpados, ni los grillos al otro lado del cristal. Nada lograba calmar la impaciencia que comenzaba a resultar insoportable. Pero en uno de esos instantes en los que sólo una fina capa de luz atraviesa la estrecha ranura que se separa entre los párpados agotados, sentí que el edredón se apretaba contra mi pecho como si otro cuerpo se hubiese tumbado encima. Parecía que todo el peso de una persona descansara sobre mi cuerpo aprisionando y empujándome contra el colchón. Sin embargo, una vez pasado el susto del primer momento, me di cuenta de que aquel peso no era tan insoportable y hasta resultaba cómodo. Sentirlo encima era como abrazar a una persona invisible que aparecía en las noches en vela. O tal vez era tu cuerpo el que creía sostener sobre mi torso ahora que entre el sinsentido de imágenes que pasaban por mi mente, tu figura se repetía incansablemente. Podría estar pasando la noche contigo sin terminar de ser consciente de ello. Como si me hubiese vendido a los efectos de una droga que me permitía seguir sintiendo sin que tuviera el juicio suficiente para ser testigo activo de la situación. Tal vez el dulce veneno de tus besos inyectado con cautela y alevosía producía unos efectos similares a los que yo estaba padeciendo con un pie en la consciencia y otro más allá de la línea de la percepción real y controlada. Lo único que ahora recuerdo es que aquella fue la última sensación que mi memoria es capaz de retomar de aquellos instantes. Después me venció el sueño. Tal vez no. Tal vez no era tu veneno el que me quitaba el sueño. Tal vez viniste a propósito para regalarme otro beso con la quintaesencia del sueño entre tus licores sagrados. Y descansé.

Y es que Sucede Que Hoy sentí tu cuerpo en la noche...

2 comentarios :

Encarni | 17:33

En noches solitarias el edredón se convierte en nuestro mejor acompañante. Se deja caer sobre nosotros, se adapta a nuestra figura, nos da calor cuando el frio se cuela por la ventana y nos hace imaginar que es alguien real, que nos abraza mientras dormimos.

A veces en las noches en las que el sueño nos abandona lo único que necesitamos es tener un pensamiento lindo, de esos que te hacen respirar profundamente.

Si siempre durmiéramos acompañados no valoraríamos lo maravilloso que es.

Un besote.

Pablo Martín Lozano | 20:12

Hola Encarni y gracias por dejar tu rastro en estos días de huellas borradas por los charcos y la lluvia.
La sensación que describo fue tan real, que por momentos creí que alguien se posaba sobre mi pecho ejerciendo presión. Extraño, pero bonito. Sobre todo cuando la mente se dispara y comienza a pensar que ese peso es de alguien que te gustaría que estuviese ahí contigo en ese momento.

Un beso fuerte.