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Una Ciudad, Tú y Yo

El sol teñía de naranja el horizonte cuando las ruedas del tren de aterrizaje terminaron por desprenderse del asfalto de la pista de despegue. Con tu mano aferrada con fuerza a la mía y una sonrisa tan nerviosa como ilusionada, el avión iba ganándole metros a un cielo azul intenso despejado. A lo lejos, cada vez más diminuta, la ciudad nos despedía deseándonos un día lleno de alegría y felicidad, consciente de que en apenas horas estaríamos de regreso surcando el mismo cielo en el sentido inverso. Por delante, casi doce horas era el tiempo del que dispondríamos para recorrer la ciudad de los canales y palacios flotantes. Doce horas para perdernos por sus calles y dejarnos envolver por el romanticismo que desprende cada esquina. Te llevaría a recorrer los callejones repletos de mensajes de amor; los portales en los que los amantes furtivos le robaban un beso a su musa; los palacios más bonitos de toda la ciudad; sus puentes; sus gentes; sus tiendas de máscaras y disfraces elegantes. Recorreríamos la plaza de San Marco al son de las orquestas de los restaurantes; nos detendríamos suspirando frente al lugar de donde más suspiros se han lanzado; pasearíamos por las estrechas aceras al borde del Canal Grande y cuando el sol comenzara su viaje de vuelta al otro hemisferio, una góndola de cojines dorados nos deslizaría por las aguas de los canales más bonitos de Venecia. Durante el trayecto brindaríamos con champán francés y compartiríamos el sueño de estar viajando juntos por una ciudad prometida. Después de una cena a la luz de las velas, el avión estaría esperándonos para traernos de vuelta a casa. Y aunque ya hubiese estado en aquel lugar, a tu lado sería como pisar aquellas tierras por primera vez. Porque Venecia es una ciudad que se disfruta más acompañado por alguien especial; porque Venecia esperaba mi regreso de tu mano para descubrirme los secretos que sólo muestra cuando dos corazones laten unidos por la misma fuerza. Pero para todo eso todavía faltaban casi dos horas y tú, a mi lado, sonreías intrigada por saber lo que te tenía preparado.

Y es que Sucede Que Hoy fue nombrarlo y vernos allí...

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Más Allá De Tu Existencia

Debe ser que no estoy muerto; que no he caído en la desgracia del olvido; que mis pasos continúan dejando huella en el camino. Y debe ser que aún suspiro; que a lo lejos se despierta un sutil quejido; que en el pecho aún hay sitio para más y más latidos. Puede ser que te sienta hasta dormido; que en las noches acaricie o desgarre tus vestidos; que la luna sea a la vez la luz, la espía y nuestro nido. Y puede ser que tus besos sean antídoto y por ellos resucito; que son bálsamo de sueños y delirios; que desatan las pasiones que sin miedo escenifico. Porque hoy me acostaré pensando en tu mirada, en el gesto que dibujas cuando una sonrisa lanzas, en el tacto de tus manos entrelazadas a las mías aferrándose con fuerza y transmitiendo su energía. Y me dormiré susurrándome tu nombre como mantra, acallando un "me encantas" que me nace, que se lanza y de la punta de la lengua no se marcha. Cerraré con fuerza la boca para no dejar escapar los retales de los besos que aún descansan en mis labios y oleré mi mano impregnada en el perfume que he robado de tu cuello mientras los dos cerrábamos los ojos y volábamos en silencio al reino de la excitación, el fervor y el entusiasmo. Y para cuando haya caído rendido ante las sábanas, rescataré los sueños que me llevan junto a ti; las imágenes oníricas que últimamente acostumbran a quererte dibujar únicamente a ti. Y seguiré a tu lado en la distancia, abrazado a ti por debajo de tu edredón desde mi cama, más allá de los límites de la existencia, y tocaré y sentirás mi mano recorriendo tu espalda haciéndote cosquillas con su paso lento, hasta erizar tu piel y sentir tu sangre hirviendo adentro.

Y es que Sucede Que Hoy traspasé la frontera de tu reino...

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A Un Puente De Distancia

A un puente de distancia dos corazones laten con fuerza sintiendo que hay algo mágico en las miradas que comparten dos ladrones de estrellas. A un puente de distancia cae la noche y se hace larga sin poderlo atravesar, mientras sueño con la excusa para volverte a encontrar. A un puente de distancia pierdo la esperanza de distinguirte entre la niebla y sonreír hasta llorar. A un puente de distancia dos almas se buscan en la inmensidad y se encuentran en la nada compartiendo mucho más que una amistad. A un puente de distancia los recuerdos de los besos se pasean por los labios de dos locos demasiado cuerdos que en la vida se acaban de topar. A un puente de distancia dos manos se intentan tocar y no alcanzan el camino para llegarse siquiera a rozar. A un puente de distancia siente el cielo que la luna llora porque esta madrugada no te pude saludar. A un puente de distancia duermen en silencio dos amantes que se buscan y se pierden y se aprecian y algo más. A un puente de distancia viven dos almas gemelas que un día se conocieron y desde entonces sólo esperan el momento de poder decir "te quiero", sin el miedo en unas voces que aún luchan por no temblar.

Y es que Sucede Que Hoy un puente nos separó y te eché de menos...

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Como Al Alma El Suspiro

Y al fin llegó como llega el invierno sin falta cada año; de noche, en silencio, torciendo la esquina de una ciudad dormida sin edredones. En el cielo una luna infinitamente redonda y pura regalaba su luz iluminando los árboles agitados por un viento gélido. Las manos y el corazón temblaban, no sé ya si por ese mismo frío o por los nervios de saber que era el momento; que no habrían más esperas; que la magia dejaría que de un abrazo brotara una pasión parcialmente suicida. Y el beso cayó al labio como al alma el suspiro. Dos cuerpos se juntaron en un mismo instante suspendido eternamente en el tiempo, mientras los sueños se fundían en un cuento con millones de páginas vírgenes de argumento. Espacios en blanco para escribir en verso la vida de dos locos perdidos en un mundo ajeno. Y tal como había llegado se fue con el invierno aquel lapso de ensueño, dejando al desnudo dos rostros nerviosos pero sinceros. La semilla se regaba con la savia de aquellos besos y en el pecho florecían tallos como almendros en enero. Una primavera temprana perdida en el calendario que trataba de hacerse hueco entre lágrimas de hielo afilado. Pero el sol sabía que había llegado el turno de sus rayos, el momento de arrasar el frío y cubrir el prado de dorado. Que la pena se esfumara entre lamentos con la fuerza de un silencio que pusiera fin al duelo. Eran tiempos de alegría; eran tiempos de añadirle páginas y vivencias a la biografía.

Y es que Sucede Que Hoy sucedió y fue mágico...

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Feliz Navidad

Felices Fiestas a todos. Navidades y Solsticios.
Que los "Sucedes" se "Sucedan" en un atasco de "Sucesos" positivos.

Con todo el cariño y afecto,
Pablo.

Y es que Sucede Que Hoy es Nochebuena...
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Regreso A La Playa De Los Sueños

El peso de la noche templada caía suavemente sobre la arena virgen de una playa construida en sueños a base de ilusiones y ojalás. En lo alto, la luna brillaba pura y radiante aportando la luz necesaria para reflejar en pieles y pupilas los deseos de dos almas encendidas con la llama del destino. Los cuerpos, entrelazados y entregados al sublime arte de la seducción, se compenetraban rozando piel con piel sin dejar de observar el manto de estrellas que se abría sobre ellos en un vasto lienzo pardo. A lo lejos el rumor de las olas festejando aquel instante de pasión acompañaba con regalos de sonidos imposibles y caricias que venían en forma de ola hasta mojarles los pies. No era la primera vez que visitaban aquella playa paradisíaca. Mucho tiempo atrás, incluso desde el más absoluto desconocimiento, los dos habían compartido una noche como aquella. Una noche en la que se juraron volver, dejando escrita una nota en la arena..."Viajaré hasta donde anoche dejé escrita una nota diciendo que volvería. Te veré allí, sentada en la arena esperando mi regreso. Y volveremos a ser uno mientras la luna nos deje...". Al fin ese día había llegado más de un año después. Pero no importaba el tiempo. Todo lo que un día fue un sueño se cumplía ahora en la realidad. La playa, la musa, la misma arena con la misma nota, idéntica la luna tiñendo de blanco un porvenir esperanzador. Sólo cambiaba un detalle; las caricias antes imaginadas ahora podían sentirse con las yemas de unos dedos anhelantes durante tanto tiempo de aquella misma piel.

Y es que Sucede Que Hoy volveré sabiendo que allí me esperas...

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Mágica Madrugada

Mágica la luna que brilla allá en lo lejos y nos recoge a esta hora con su blanca luz nocturna. Fuego el que me corre por las venas en los minutos que transcurren lentos antes de volver a verte. Brisa suave la que envuelve tu figura y desprendes con aromas hechizantes impregnados en el aire. Dulces besos los que sueño de tus labios fusionados con los míos mientras lucen sin tapujos en lo alto las estrellas...
Es la magia que construyes y que embriaga mis sentidos hasta ver perdida el habla. La que dice que es sincero esto que siento pues en ti está dibujado con esmero mi reflejo. Pasan los minutos y avanza la noche fría, rota por el vaho de unos cristales empañados a la luz de una farola perdida en las afueras de la ciudad. Las palabras amortiguan el sonido de la lluvia golpeando en el cristal, mientras dos corazones palpitando sin cesar hablan a escondidas desnudando su verdad. Saben que en lo alto las cabezas hablan sin parar, pero ellos desconectan y se dedican solamente a amar. Porque saben que en el fondo pueden regalar felicidad; porque sienten que en sus pechos algo tiene que estallar. Y el encanto del invierno entra en sus almas sin pesar, pues entiende que con besos hasta el frío que propaga es fácil contrarrestar. El reloj avanza raudo mientras roba horas al amanecer, y con pena y pesadumbre la velada pasa sin poderla detener. Entretanto siento el peso de tu nombre aferrado a mis entrañas; es la suerte de tenerte frente a frente y compartir la madrugada con la esencia de un "hasta mañana".

Y es que Sucede Que Hoy crece la magia y el sentimiento...

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Nuestro Cruce En Cada Esquina

Vuelvo a casa y todo es de otro color; las calles, las luces, los coches. Las sonrisas de la gente sonríen más de lo común, los ojos de la luna brillan desprendiendo amor. Es el espíritu de la Navidad, pienso, pero estoy equivocado. Respiro y saboreo un oxígeno dulce, acaramelado, impregnado de tu piel lejana. Viene helado y directo a llenarme los pulmones de tu fragancia de primavera fértil. Y mientras inspiro con fuerza hasta agotar tu aroma, cierro los ojos y veo un cielo despejado. Sin embargo llueve y está encapotado, pero basta con imaginar tu rostro y sentir radiante un sol cercano. Es la magia que te envuelve, la brisa templada que desprendes con tus manos. Es la Navidad, pienso, pero sigo equivocado. Acaricio el paso de las horas deseando otra noche como aquella; la de ayer o la primera, la que entraste con sorpresa. Y te busco una y mil veces en el día y presiento nuestro cruce en cada esquina. Pero no llega el momento de encontrarnos y me vuelvo cabizbajo y resignado. Es el juego del destino que nos guía; ese mismo que te trajo como un regalo a mi vida; ese mismo que me grita que es tan raro como bello el sentimiento que suscitas. No es la Navidad, pienso, y esta vez es la que acierto. Es un soplo de aire fresco; es un presente; es un sueño; es la vida que sonríe; es el universo que siempre escucha atento.

Y es que Sucede Que Hoy lo vi todo de otro color...

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El Funambulista Del Amor

Y como en un ataque de sinceridad desbocada salieron de su boca las verdades que durante tanto tiempo había tenido que callar. Por sus venas corría ardiente la sangre tantas otras veces derramada por los lagrimales, mientras las manos le temblaban de impaciencia y nerviosismo. Había decidido dar el paso casi sin darse cuenta. Ahora las palabras se agolpaban en su mente esperando que unos labios tímidos y titubeantes permitieran transmitir los ecos reprimidos en lo más profundo de su garganta. Tiritaba, palpitaba acelerado su corazón y la catarsis se apoderaba del momento. Era como el arrebato de un ciclón contenido en en una sola gota de agua salada. En su pecho se palpaban los latidos de un corazón agitado y sorprendido por las respuestas. Por primera vez había dejado de lado la vergüenza y había decidido atravesar el abismo del ¿por qué no? sin miedo a la caída, o a que el viento de allá arriba llegase con la fuerza suficiente para tumbarlo de un soplido. Nada le importaba, había aprendido a volar solo, a planear mientras pendía de las nubes hasta llegar a salvo a tierra. Una vez le bastó para comprobar el dolor de caer en picado sin abrir las alas. Y aprendió de su error para no volver a hacerse daño. Sin embargo ahora caminaba por la cuerda floja, sin mirar atrás ni abajo, con la vista clavada en el otro lado del precipicio; en un horizonte lejano y difuso; en un confín que quedaba a mucha distancia de allí. Tal vez al llegar al otro lado se encontrara con que allí nadie le esperaba. Después de su valentía el desierto de arena y piedras le recibía en la más absoluta soledad. Y ni eso le importaba. Su alma curtida en desazones le había enseñado a que la felicidad estaba en el camino y por eso ya se sentía feliz. Acamparía allí, al otro lado del abismo, en la montaña del destierro, esperando que otra vida igual de audaz y valerosa cometiera la osadía de atravesar el fino alambre suspendido sobre el acantilado. No importaba el tiempo. Ni siquiera le importaba el hecho de que no ocurriera jamás. Cuando desilusionado por la espera en balde se cansara del lugar, todo sería tan sencillo como volver sobre sus pasos y encontrar de nuevo la felicidad en el camino de vuelta.

Y es que Sucede Que Hoy me sentí funambulista...

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Una Luz Sin Dueño

La luna eclipsa de blanco la estampa de una noche de invierno que sobrevuela con sensualidad las sábanas frías de mi colchón. A lo lejos, oculta entre un millón más, diferenciada únicamente por la casualidad de que mis ojos hayan ido a parar allí, una estrella parpadea emitiendo mensajes en clave que mi mente no es capaz de descifrar. Trato de sintonizar con el cosmos, respirar profundamente mientras mi mirada se centra en el destello intermitente del astro. Y como a retales de verdad vislumbro con incredulidad los despojos de una realidad paralela. En ese momento me dejo llevar por los brazos del tiempo al compás del ritmo que marca el universo. Las imágenes se suceden y comienza el relato de mi vida. Instantes que se dibujan en secuencias desordenadas completando las páginas de vivencias experimentadas a lo largo de los años. Son segundos de recuerdos de otros tiempos que existieron y quedaron para siempre grabados a fuego en el trastero de mi alma. Algunos no los recuerdo, otros creo estar viviéndolos en ese preciso instante y los hay que creía borrados y olvidados y sin embargo mantienen casi intacta su savia. Son retazos de una vida recobrada en sueños. Improntas efímeras de lo que un tiempo fue y dejó de serlo. Y aunque por momentos vuelvo a abrir los ojos para comprobar si el lucero sigue ahí, me pierdo en la inmensidad de la noche estrellada hasta comprender que por cada punto de luz un segundo más de vida me acompaña en el viaje. Y compruebo que alrededor de esa estrella, de justo la estrella que contemplo en cada momento, sólo luce la más profunda oscuridad. No hay estrellas a su alrededor. Soy un cuerpo celeste solitario, una luz sin dueño, un brillo amparado por la magia de la luna.

Y es que Sucede Que Hoy miré al cielo nocturno...

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Cenizas De Un Alma Incendiada

Un sentimiento ahogado en cenizas dilata el tiempo de una tarde lenta. Por debajo de la piel los ecos de un corazón excombatiente retirado a quehaceres menos implicados y complicados que el amor luchan por hacer sentir su leve impulso esperanzador. Pero la esperanza se marchó con el último tren rumbo a un lugar desconocido. Los párpados comienzan a pesar y sucumben por momentos ante el poder dictatorial del sueño. Sin embargo, pese a la extenuación, persisten en su intento por permanecer abiertos a la realidad del mundo que les rodea. Caen, se levantan y vuelven a caer. Pero justo antes del definitivo adiós recuperan un hálito de energía para lentamente sobreponerse. Y el pesar cae al pecho como la noche a la ciudad; lenta, oscura, fría... Corresponder con sensaciones a sentimientos es un juego sucio del que nadie debiera nunca alardear, pues un beso es suficiente para un salto sin retorno, para bien o para mal. Pero y qué fácil es decirlo y perderse en el camino del intento. Fracasar en el propósito y cederle la victoria al fraudulento reino del ahora. Saber que no se puede, creer que no se debe, querer que todo y nada llegue. Entonces el pecado enfunda una verdad callada a gritos. Y los gritos ensordecen de silencio. Y yo, sordo, callo gritando silencios muertos. Es el miedo al demasiado tarde, la incertidumbre ante el y si..., el imperante dogma del ahora no. Y la tarde pasa igual de lenta que al principio. Con el mismo sentimiento ahogado en cenizas; las de un alma que sufrió y desde entonces aún humean sus recuerdos de momentos perdidos e ilusiones rasgadas.

Y es que Sucede Que Hoy respiré los humos de mi alma incendiada...

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Deshojando La Aurora

El silencio se apoderaba de cada esquina de la habitación. Las paredes, escondidas tras la fina capa de pintura verde pastel, espiaban de reojo ruborizándose por el ímpetu de aquella fusión. Los muebles, las estanterías, los libros y los cuadros respiraban suavemente sin llamar la atención, haciendo como que no existían, que dormían ajenos a lo que ya había ocurrido en el salón. Y con ojos entornados, disimulo y una fuerte excitación, husmeaban con sigilo y envidiaban la pasión. Entretanto, la almohada era testigo del desnudo de una flor, que con dulces intenciones deshojaba su exterior. Fresca, pura y blanca del color del algodón, con sus manos palpaba el aire que espesaba a su alrededor. Los cuerpos se encendían anulando al calefactor y entre besos y miradas iba entrando el alba provocando desazón. La noche terminaba y con ella la pasión, que volvía a enfundarse en su traje negro camuflando una traición. Atrás quedaba una oscuridad rota con la aurora, en la que manos, labios, pieles y silencios se mezclaban con suspiros provocados por la euforia y el fervor. La atmósfera ardía en llamas de deseo y en las profundidades de las sábanas respiraba exhausto el tallo de la flor. Era tiempo de marcharse y dejar entrar el viento para borrar las pistas, el aroma y los ecos pronunciados con sofoco, vehemencia y devoción. Allí permanecería siempre el recuerdo de un secreto que tejieron cautelosos una rosa y un floricultor.

Y es que Sucede Que Hoy vi un rosal desolado por el invierno...

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Tarde De Infusión y Mozart

La tarde avanzaba cediendo terreno ante la noche que asomaba por encima del campanario más emblemático de la ciudad. La luz se apagaba con el crepúsculo violeta y las farolas comenzaban a calentar sus bombillas preparándose para una larga y fría jornada nocturna. Aislados del exterior, un grupo de amigos debatía en lo más profundo de un café antiguo envuelto en nubes de humo y música clásica. El entorno invitaba a la tertulia distendida y profunda y a ello se entregaban. Discutían acerca de lo divino y lo humano, lo celestial y lo terrenal, lo pasado y lo futuro, lo general y lo particular, pero de entre todo el hilo de la conversación una cosa quedaba clara: sabían de lo que hablaban. Se intuía cierta grandeza en sus palabras, sus mentes trabajaban a destajo y se permitían el lujo de relajarse sólo cuando alguno de ellos lanzaba alguna broma. Entretanto, el humo de las infusiones que salía por las teteras servidas en la mesa, se unía con el de los cigarros convirtiendo el lugar en un rincón espeso. Los sentimientos afloraban entre todos ellos y de sus palabras y miradas se podía intuir el sagrado secreto de la amistad eterna. Con sus cuerpos abiertos entregando y recibiendo amor tejían ilusiones compartidas en el reservado junto al gran salón. Por momentos parecía que el tiempo del reloj marchaba del revés, descontando los minutos, las horas, los días y los años de su calendario, hasta verse inmersos en una tarde igual de fría, compartiendo la misma mesa de tertulia en uno de aquello cafés de los años veinte. Incluso de principios de los cuarenta, trazando las líneas de un botín, una manifestación, una acción subversiva en contra del régimen que azotaba con fuerzas poniendo tierra de por medio entre las personas y la libertad. Sin embargo ahora eran tiempos mejores. Todo estaba más calmado que entonces y podían permitirse tratar otros temas más relajados. Pero la ilusión del momento era la misma. Ese empuje para la acción. Esa red de sueños hilvanados con la emoción del que sabe que le espera un buen porvenir. Ese aroma a viejo, a humo y a esperanza; la de no perderse el rastro. Y mientras la tarde pasaba, las serenatas y conciertos de Mozart resonaban poniendo la musicalidad y la armonía a las conversaciones que iban y venían flotando a su antojo entre las paredes del salón adornado con cortinas, esculturas y papel pintado descascarillado.

Y es que Sucede Que Hoy me encantó recordar la tarde...

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Último Aviso Para Los Pasajeros...

- Cierra los ojos y deja que te bese -dijo mientras sostenía entre sus manos la rosa que acababa de regalarle.

Sumiso, excitado por la magia del momento, los cerré y esperé el contacto.

Diez segundos después, todavía sin sentir el roce en mis labios, abrí los ojos de nuevo.

Deshojada, inerte y olvidada, la rosa yacía junto a mis pies anclados al suelo de aquella estación.

La gente iba y venía con prisas; las mismas que ella tuvo para marcharse sin decir adiós.


Y es que Sucede Que Hoy no hace falta más...
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Tu Rostro Entre El Incienso

El humo del incienso ascendía trazando formas sinuosas hacia el techo de la habitación. Un camino imposible de curvas y bailes al son de las diminutas corrientes que se formaban con sólo respirar. La oscuridad de la habitación quedaba rota por la tenue luz anaranjada de la lámpara de sal y el aro de fuego que devoraba con parsimonia la barra con aromas de la India. Las paredes respiraban aquel humo y amortiguaban con sus esquinas los zumbidos de la espiga consumiéndose. De fondo, como surgiendo de debajo de la cama, las sonoras notas de una tuba caminaban con sigilo por encima del sonido de olas acompasadas. Delicias para unos oídos abocados a la estridencia de unos tiempos ruidosamente descuidados. Con los pulmones llenos de la esencia desprendida por el incienso y con el pensamiento guiado por un segundero lento regulando mi tempo como el metrónomo el del pianista, comencé a intuir tu rostro entre las figuras escurridizas que formaba el humo. Y contemplé tu sonrisa de labios gruesos y radiante blancura; tu frente lisa y despoblada salvo por un mechón rebelde; tu nariz delicadamente pura y trazada con finura; tu barbilla redondeada, puerta al paraíso de tu boca; la piel tersa y brillante de tus pómulos casi esféricos; tus ojos claros infinitos de mirada profunda y ardiente. Las ondas dibujaban tu melena agradecida y del mismísimo aro de fuego rodeando el incienso se adornaba tu cuello. Te veía entre muros de humo espeso ambientador y te sentía entre lazos rotos en un pecho abandonado. Y quise acariciar tu cara con mi mano por sentir de nuevo el calor de tu piel, pero fue acercar mis dedos a tus labios y como un reflejo en el lago tu rostro comenzó a desfigurarse hasta desaparecer. Deformada te admiré en tu camino hacia la nada y todavía te creía ver, pero fue tocar el techo y esfumarte para siempre; esfumarte para siempre como ayer.

Y es que Sucede Que Hoy te dibujé con el humo de un incienso...

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Destino Madrid

Las calles de Madrid amanecían ajetreadas dadas las fechas en las que nos encontrábamos. Diciembre pasaba como una apisonadora por el calendario acercando los días de fiesta y celebración en familia. Las luces, los escaparates adornados, los niños ilusionados y las bolsas repletas de regalos inundaban las principales vías del centro. Desde la habitación de mi hotel podía ver el ir y venir constante de coches alrededor de Neptuno. En un principio, aquella visita exprés a la capital no tenía más sentido que el de recorrer su ambiente navideño y disfrutar de dos días en familia en los que dejarse embaucar por ese espíritu extraño de estas fechas, mientras nuestros ojos se distanciaban de lo habitual y viajaban a través de las formas y las luces de otro lugar. Pero lo que nunca podría haber esperado, era que de aquella escapada regresara con la idea tan clara de querer volver para pasar una larga temporada allí. Ya estaba casi todo planeado; amigos, piso de alquiler, futuro y ganas de demostrar nuestro talento en una aventura que llenaría de vivencias nuestras vidas y de experiencia nuestro currículum. Y pese a todo, tampoco éste fue el único motivo que me empujó a dejarme llevar por el deseo de volver cuanto antes y para largo. La primera mañana, nada más llegar a la ciudad y dirigirnos al hotel, rescaté de entre la multitud de personas que contemplaban un espectáculo en la calle a las puertas del hotel, el rostro de una chica que miraba a través de sus ojos cristalinos el show. La sonrisa se dibujaba en su cara de manera involuntaria, despertando en la mía una mueca de sorpresa ante su imponente belleza. Con su imagen fresca en la retina, realicé el check-in y me fui directo a mi habitación con la tonta ilusión de quien está a punto de abrir la puerta y ver cómo será el lugar que le dará cobijo durante su estancia. Por delante tenía más de media hora para tumbarme en la cama y relajarme después del trayecto de casi cuatro horas de coche. Y transcurrido ese tiempo, justo en el momento en el que me disponía a cerrar la puerta de la habitación para ir al encuentro con el resto de mi familia, la chica que me había enamorado antes entraba por la puerta que enfrentaba a la mía. Su habitación estaba a sólo dos pasos. Salir a su encuentro en la madrugada sería tan fácil como abrir mi puerta avanzar sigiloso un metro y medio y llamar. Pero el plan debía esperar. De momento Madrid y sus calles adornadas me esperaban en un recorrido que debía llevarme por los rincones del centro de la ciudad. Durante todo el trayecto pensaba en mi vecina casual y esporádica de enfrente. En sus ojos, en la sonrisa que tanto me había gustado en el primer vistazo y en el cruce de miradas que se produjo cuando salí de mi habitación una hora antes. De vuelta al hotel, mis nervios aumentaban. Deseaba encontrarme de nuevo con ella. Perdernos entre los pasillos y los ascensores. Subir por las escaleras hasta el cielo y descender luego directamente al infierno en un viaje sin final a su lado. Escondernos en rincones prohibidos y acabar durmiendo abrazados en una habitación hasta el momento en el que el sol rayara de nuevo el horizonte y cruzara a la puerta de enfrente para no dejar rastro del delito. Y tumbarme en mi cama y amanecer discreto como si todo hubiese sido un sueño a los ojos del resto. Y saber que le tuve de verdad en la magia de la noche. Que sus besos viajarían conmigo de vuelta hasta que el destino volviese a unirnos en aquella ciudad.

Y es que Sucede Que Hoy viajo a Madrid con el alba...

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Una Mañana De Cine

El sol se desperazaba entre sábanas en aquella temprana hora mientras la noche, cansada de ver lo mismo, comenzaba su viaje de oscuridad y frío hacia otras tierras. La ciudad dormía y apenas el sonido de algún coche resonaba entre las calles habitadas de silencio y soledad. Pocos madrugadores aquel día gris de principios de diciembre. Con la calefacción a toda potencia tratando de caldear el ambiente del habitáculo del coche, al tiempo que el limpiaparabrisas luchaba con esmero contra la escarcha del cristal, seguía el camino que me marcaban las luces. El día comenzaba entonces para mí y para algún que otro descerebrado más que compartía la misma locura que yo; empezar la jornada a remojo trazando unos largos en la piscina. En apenas tres minutos recorrí la escasa distancia que separaba mi casa del gimnasio y, una vez entré en el enorme complejo de ocio en el que se encontraba el recinto deportivo, contemplé asombrado la quietud y soledad de un lugar por el que apenas tres horas después circularían cientos y cientos de personas en todas direcciones. De compras, al cine, a comer, a trabajar, a divertirse, a pasear... Sin embargo ahora la escena me recordaba a la típica secuencia de película del oeste en la que se abre una vasta extensión de terreno y un amasijo de ramas secas y filamentos vegetales sin vida atraviesa de parte a parte la ventana. Pero aquellas escenas estaban reinadas por el sol y aquí, en mi propia película de aquella mañana, aunque sin fuerza, la luna todavía brillaba en lo alto. Pronto me di cuenta del hilo musical que salía por los altavoces repartidos a lo largo y ancho del complejo, ocultos a los ojos de la gente. Parecía la banda sonora de una película de terror, que se veía reforzada por la solitud y la poca luz de la escena. En cualquier momento podría aparecer el asesino y, sin embargo, me parecía un lugar idóneo para el encuentro. Imaginé que en aquella película particular no había malos y la persona que de pronto aparecería de la nada eras tú. Que la música entonces cambiaba y los compases de un tema de amor comenzaban a sonar. Que tú venías corriendo y de un salto me abrazabas con fogosidad. Que tus labios y los míos se enlazaban en un beso sin final. Pero el cartel que anunciaba el final de la película apareció antes de que se comenzara a rodar.

Y es que Sucede Que Hoy recordé la escena...

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Palabras Más, Palabras Menos

Las palabras de un corazón descosido, rasgado, amargo, roto resuenan en un pecho vacío, hueco, herido, sordo. Los ecos de una voz gastada y seca de haber gritado al viento por un amor dañino se apagan ahogando sus últimos suspiros en señales lejanas. La garganta, irritada casi tanto como el alma, comienza a sacar sonidos más puros, calmados y suaves que a los que se había acostumbrado en las noches de almohada en los labios y sábanas revueltas y empapadas en llanto. Camino, que no es poco, y lo hago con la cabeza alta y ligeramente girada atrás, negándome a mirar al frente olvidando todo lo que de ti por siempre quedará. Un sueño, un recuerdo, un retrato, un suspiro. El lienzo de un rostro que enmudeció con el tiempo y se dejó devorar por la humedad, abandonado en un rincón del desván. Los ojos, cansados, se cierran y sueñan con colores nuevos, más vivos, más ricos, más puros, más intensos; los colores de una nueva vida en la que el arco iris sale día tras día. Y baña de malvas, violetas, naranjas, turquesas, las horas, segundos, las tardes, las noches sin tregua. Y vuelvo a empezar y siento que es bueno que diga, que puedo, que vivo, que río y comienzo a olvidar. Y busco un lugar, cercano o lejano, ya eso da igual, que inunde mi anhelo de calma y de paz; que vaya, respire, conecte y, soltando tu mano, aprenda a volar.

Y es que Sucede Que Hoy no sé que ha sucedido...

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En La Calle De Al Lado

Aquella mañana fría de diciembre me había costado más de lo habitual levantarme de la cama. El reloj ya pasaba de las siete, cuando de normal siempre lo miraba un par de minutos antes de que la manecilla cubriera ese número. La protección del nórdico frente al frío exterior me había hecho dudar más de la cuenta antes de dar el paso definitivo y salir de un salto, temeroso, sin valor. En apenas diez o doce minutos debía estar en la piscina del gimnasio cumpliendo con mi propósito de nadar todas las mañanas antes de enfrentarme al resto del día. Ya llevaba tres semanas con el plan y todo funcionaba perfectamente. Salía de allí con las pilas recargadas, la mente abierta, los músculos a pleno rendimiento y la cabeza despejada. Finalmente llegué a la hora y, con paso acelerado, entré al vestuario donde me quité los pantalones que llevaba encima del bañador. Salí corriendo por el pasillo que conectaba con la piscina y, justo al girar la esquina que llevaba directamente al recinto, me encontré con una chica que se disponía a hacer lo mismo que yo. Me saludó cordialmente y me dijo que aquel era su primer día. Tapada sólo con un bañador ajustado que reafirmaba su figura, aquella vecina de calle me parecía el mejor regalo para mantener la motivación cada mañana y empezar con fuerza el día. Sus ojos azules resaltaban incluso por debajo de las gafas de baño y, cuando se las quitaba, parecía que sus pupilas habían mimetizado con el color azul del fondo de la piscina. Su sonrisa blanca y pura le otorgaba una belleza única a pesar del gorro que llevaba recogiendo su cabello por higiene. Me comentó su intención de ir todas las mañanas a aquellas horas para ejercitarse antes de enfrentarse a un nuevo día, tal y como yo me había planteado. Así que aquella sirena particular iba a ser mi compañera todas las mañanas, en la soledad de un gimnasio casi vacío a aquellas horas, mientras los dos nadábamos separados sólo en la superficie por un cordón de boyas azules y blancas. Por debajo, nuestros cuerpos podían tocarse y el agua que nos envolvía llevaba la esencia de los dos. Después de un buen rato llegaba mi hora. No tenía tiempo para más. Debía cambiarme a toda velocidad y llegar a clase. Pero no importaba. Sólo veinticuatro horas después volvería a tenerla ahí, a mi lado, luciendo figura tal vez con un nuevo bañador. Quien sabe si algún día, embriagados por las posibilidades del encuentro, olvidábamos las clases o incluso el letrero donde se indicaba cuál era el vestuario de cada uno.

Y es que Sucede Que Hoy pensé que mejor acompañado...

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Un Día En Un Futuro

Llegaba tarde a casa después de un día intenso de trabajo. La última reunión se había alargado más de la cuenta y, pese a la presión que ejercían mis tripas, el trabajo no me permitía marcharme. Con la corbata arrugada y sin nudo y la camisa por fuera del pantalón entré en al ascensor. Estaba deseando llegar y darme una ducha relajante. Después cenaría algo y me tiraría en el sofá a ver alguna película y a contarle a mis amigos y compañeros de piso mi jornada; era un momento especialmente agradable, ya que siempre había uno que tenía algo fresco que contar. Al llegar a mi piso, saqué las llaves de la cartera y entré en casa con la alegría del que lleva horas corriendo y al fin siente cortar la cinta de la meta con su abdomen. Saludé en voz alta con un "hola" general que no obtuvo respuesta. Tal vez alguno se había quedado ya dormido, o estaba en la ducha, o no estaba. Sin embargo no podía esperar que iba a estar solo. La primera pista fue un post-it pegado en el espejo del recibidor en el que una de mis compañeras avisaba de una "cena de última hora" con unas amigas. Después de dejar la cartera a la entrada, apoyada en la pared, fui directo a la cocina a beber un vaso de agua y fue allí donde encontré la segunda nota. Esta vez era un folio pegado a la puerta de la nevera con un imán en el que salían nuestras cuatro caras, en una fotografía del principio de todo, cuando nos acabábamos de conocer. Era de mi compañero que avisaba de una "noche de cine" con una amiga. Llegaría tarde, decía, pero había dejado algo de cena preparada en la nevera. Ya sólo quedaba la otra compañera, sin embargo, el silencio de la casa y el hecho de encontrarme todas las luces apagadas me hacía pensar que tampoco iba a encontrarla allí. Y efectivamente. Sobre el televisor, con una letra preciosa de colores y perfectamente ordenada y cuadrada en el papel, anunciaba su ausencia; la pobre tenía que pasar la noche en el trabajo para completar una estrategia que el cliente debía recibir a primera hora de la mañana siguiente. Siempre tan cumplidora. Así que me quité los zapatos, la ropa y el estrés que había acumulado. Disfruté de la ducha relajante que había llevado esperando toda la tarde y con una bandeja sobre las piernas y frente al televisor, piqué un poco del suculento plato que mi compañero había tenido el detalle de preparar. Me vino a la cabeza el curso de cocina que los dos habíamos realizado cuando tomamos la decisión de irnos a vivir los cuatro a otra ciudad, a probar suerte. Y después de terminar de cenar y una vez fregado y ordenado todo, me tumbé en el sofá para estirar las piernas mientras comenzaba una película de las que siempre había querido ver y todavía no había tenido la oportunidad. Llevaría sólo quince o veinte minutos cuando la casa se volvió a llenar. Ya no importaba la película, podría verla otro día. Ahora me apetecía más cumplir con la ración diaria de conversación y disfrutar de la compañía de unas personas con las que había compartido tanto durante años, y que ahora me acompañaban en la nueva aventura de mi vida. Juntos.

Y es que Sucede Que Hoy me imaginé cómo sería todo...

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Tu Aroma De Flores Frescas

Sobre la ventana de mi habitación descansa una maceta en la que un día planté semillas de tu amor. Simiente infértil. Amor complicado. Cada mañana, su tierra absorbe los primeros rayos de sol que penetran por la rendija que deja abierta la persiana. De ellos se nutren y alimentan unas raíces que se aferran cada día con más fuerza a lo más profundo del interior. Raíces que envuelven con sus filamentos la tierra opaca que genera vida; la de un sentimiento que crece con la fuerza de la primavera. Y debe ser que la flor es de hoja perenne, pues venga otoño o pase invierno, mantiene el verde intenso y no deja de lucir hermosa cada mañana. Entre sus hojas se apoya una foto de los dos, un beso eterno inmortalizado sobre un trozo de papel arrugado de tanto usarlo. Y a veces, cuando me siento a contemplar la fotografía de cerca para recordar aquel sabor, una lágrima desciende por mi rostro y se convierte en riego de la flor. Agua salada y amarga que se filtra entre las grietas abiertas en la tierra y llega hasta salir por la parte inferior de la maceta. Su materia es tan ácida que la tierra se niega a absorberla y resbala hasta el final, convirtiéndose en presa de la evaporación. Sin embargo hay días en los que la lágrima no rueda por dolor, sino que lo hace por la satisfacción que me produce volver atrás en el tiempo por momentos. Regresar y recordar instantes infinitos. Regresar y poder llegar a sentir tu tacto y tu voz susurrándome al oído. De la esencia de tu piel son sus pétalos y con ellos me embriago hasta perder la noción del tiempo. Y entonces creo tenerte delante, sonriendo, acariciando con tus manos finas el tallo de la flor, cantándole con gracia para ver crecer su cuerpo de savia y sol. Y cuando hay días en los que amanece triste y cabizbaja, tal vez porque soñó contigo o porque la luna sobre el cristal le reflejó la imagen de la foto directamente a su corazón, necesito horas para animarla con susurros y canciones, con promesas de nuevas ilusiones. La acaricio, la mimo, la tomo entre mis manos y mientras me la llevo al pecho le convenzo de que la vida son etapas que debemos superar y en cada una hay gente que viene, nos enseña y se va. Que si esto no se cumple, nos estancamos mirando siempre atrás. Que si duele al principio, sólo el tiempo lo podrá curar. Y le digo que le quiero, que jamás le voy a abandonar. Luego ella se sonroja, vergonzosa me da la cara y sin poderlo contener, suelta un efluvio de su aroma de azahar. Sobre la ventana de mi habitación descansa una maceta en la que un día planté semillas de tu amor; semillas que robé de tu pecho mientras dormías sobre el mío; semillas que aún guardo y cosecho con fervor.

Y es que Sucede Que Hoy recordé tu aroma de flores frescas...

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Compañera De Calle

Las hojas secas cubrían el suelo de las calles en aquella época. Los ocres y marrones bañaban la escena de la ciudad silenciosa en otoño. Los pájaros se resguardaban del frío en sus nidos ocultos. Las nubes cubrían de gris el cielo encapotado. El viento silbaba a su paso removiendo el manto inerte de savia reseca. El sol había pasado a ser un desconocido en aquellos días; un actor escondido detrás del telón. La ciudad sentía el frío del invierno azotando con fuerza. La escarcha se apoderaba de los charcos y las fuentes. Estalactitas puntiagudas caían del techo de la estación a primera hora de la mañana. Las bufandas y los guantes se mostraban sin pudor en paseos breves y veloces de los aventureros de asfalto que se resistían a permanecer encerrados en sus casas. El humo de los coches salía más blanco y espeso por los escapes y los cristales, empañados, sudaban el rocío matutino. Enfundado en un abrigo oscuro y largo, gorro, guantes y bufanda, caminaba hacia el trabajo con un vaso de cartón entre las manos. El expresso ardiendo devolvía la temperatura al cuerpo mientras recorría la distancia hasta el centro de la ciudad, amenizado por las noticias del día que resonaban con fuerza en los auriculares. Aquella era una mañana más de tantas iguales. La misma gente en el camino, el mismo padre esperando a los mismos hijos en el mismo coche, el mismo beso de despedida de la misma pareja de la misma casa de la esquina, el mismo perro siguiendo la misma ruta cogido del mismo amo, la misma rutina de cada día, pero diferente trayecto en el recorrido. De vez en cuando me gustaba variar y transitar por nuevas calles aunque aquella decisión retrasara mi llegada. Aquel día tenía tiempo. Al torcer la esquina encontré una calle desierta que dormía a la sombra de los grandes edificios de la paralela. Una de esas calles de casitas antiguas de dos alturas, pequeñas, que sólo Londres conservaba en el centro de su mapa. Las aceras desiertas se abrían como raíles de una vía por la que los trenes habían dejado de pasar hacía tiempo. Las persianas de los comercios y los hogares permanecían cerradas mientras el alba comenzaba a despuntar con fuerza. . Y a lo lejos, al fin, se dibujaba una figura caminando en el sentido contrario al que seguía yo. Poco a poco la distancia entre los dos se acortaba al ritmo que nuestros pasos devoraban los adoquines del suelo, acercando el momento en el que ambos cruzaríamos la delgada línea imaginaria que se dibujaría en paralelo entre los dos cuerpos. Cada vez veía con más claridad esa figura, femenina, por cierto. Cubierta con una gabardina beige con el cuello levantado, las botas marrones a juego con el bolso y la bufanda, el periódico bajo el brazo y un café en la mano que le quedaba libre, la compañera de calle caminaba con ritmo. Y lo hacía mirando hacia abajo cortando el frío viento que soplaba en su contra. Y cuando sólo nos separaban apenas cuatro o cinco metros para estar a la misma altura, cada uno en su acera, un autobús vacío pasó por mi lado sin hacer parada; nadie lo esperaba a aquellas horas en esa singular calle de la ciudad. Sin embargo fue suficiente para hacerme perder de vista a la única persona que había compartido calle conmigo. Tal vez trabajaba en una de esas casas. O puede que viviera allí y sólo hubiese salido a comprar el desayuno. Existía la posibilidad de que fuera uno de aquellos chaletitos de ladrillo rojo y columnas en la puerta. Mañana lo descubriría; repetiría ruta y, con suerte, compañera.

Y es que Sucede Que Hoy recordé una calle de Londres...

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Y De Serlo Dejarás

Porque tres días son suficientes para una historia. Incluso tres horas, tres minutos o tres segundos. Porque un mínimo suspiro puede provocar al alma. Un roce, una mirada; un perfume, una palabra. Sentir cómo amanece cuando entras por la puerta sea el alba, media tarde o madrugada. Volver cuando anochece y que tu blanca luz alumbre mi cama. Hablar entre suspiros dibujando con sonidos sentimientos aflorando en rama. Compartir instantes juntos adornados con sonrisas, pestañeos y palabras aterciopeladas. Que sólo con saberse a tu lado es mi pecho el que domina, mi mente la que acata y mi garganta la que tímida lucha entre una voz templada. Porque robas mi aire con tu sola apariencia y suscitas ilusiones abocadas al fracaso cuando es su nombre el que pronuncias y me relegas a la nada. Pero no tiene importancia porque por esa historia perdería hasta la identidad; perdería casi hasta la dignidad, si a cambio te tuviera aunque fueses de cristal. Porque tres días, tres horas, tres minutos o tres segundos son más que suficientes para darse cuenta de que eres cuanto menos digna de escuchar; de que envuelves con tus ojos una brisa azul glacial; de que sabes que levantas mis pasiones sin poderlo remediar. Y ni tu remedias ni yo me intento frenar. Me doy rienda suelta para tratar de disfrutar, de aprovechar cada milésima hasta que la vida nos prive del regalo de hablar, y después de cierto tiempo sea el destino el que no olvidando mis palabras, vuelva a ti y tu a mí, a venirme a rescatar. Y vivir esos tres segundos, tres minutos, tres horas y tres días. Y seguir a por semanas, a por meses, con mil años por llegar. Y sentir que fuiste un sueño de barro y ahora te tengo de verdad. Que me miras y no hablas porque tus labios y los míos no se pueden separar. Que uno aprende que con tiempo y con paciencia, los deseos vienen para hacerse realidad. Tú lo fuiste y lo has sido; tú lo eres y de serlo dejarás.

Y es que Sucede Que Hoy con tres segundos me conformo...

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Luces Nocturnas De La Ciudad

Cerré los ojos y traté de recordarlo todo, mientras el sonido de las turbinas creaba un ambiente monótono sólo interrumpido por las voces de la pareja del asiento de atrás. Minutos antes había estado observando el anochecer a través del cristal de la ventanilla del avión, jugando a dibujar formas en las nubes tintadas de violeta y naranja por los últimos rayos de sol. Ahora ya la noche se cerraba y la ciudad mostraba sus afluentes de luces. Nada más cerrarlos, me vino a la mente la imagen de aquella primera tarde en la que conocí la convocatoria y enseguida vi la oportunidad para el éxito. Después recordé el gesto de ilusión en las caras del resto de los que formarían el equipo y la alegría que nos sobrevino a todos al comprobar que teníamos la oportunidad de demostrar lo que valíamos. Europa nos esperaba. De pronto, una de esas bolsas de aire que provocan el descenso del avión me sacó del recuerdo y abrí los ojos. A mi lado, el resto del grupo dormía con las cabezas apoyadas unas con otras. El esfuerzo había sido grande, la alegría lo había sido más, pero el cansancio nada les tenía que envidiar. Un sacrificio que había valido la pena. Cuando el avión se estabilizó, volví a cerrar los ojos y recordé la primera reunión. Aquella tormenta de ideas vírgenes, inocentes, casi sin sentido, que sin embargo iban dando forma a lo que después habíamos logrado transmitir. El desayuno de aquella mañana productiva, el intercambio de opiniones, visiones, alternativas; la felicidad cuando creímos dar con el punto fuerte a destacar; la manera de hacer llegar nuestro mensaje... Y recordé también las prisas de última hora, los retrasos, los problemas que todos hemos sufrido alguna vez cuando piensas que todo no puede ir peor, pero te das cuenta de que poco hace falta para que efectivamente vaya peor. La noche en vela previa, la mañana siguiente con ojeras, la alegría y explosión de felicidad cuando nos comunicaron el resultado y la emoción de hace siete días, a punto de coger el avión. Ahora todo aquel esfuerzo cobraba sentido. Unos dormían, otros recordábamos, pero todos sosteníamos el diploma ganador entre las manos. Bruselas nos decía adiós; Europa y el mundo entero no paraban de felicitarnos. Las puertas se abrían, de la misma forma en que lo hizo la botella de champán con la que celebramos el triunfo.

Y es que Sucede Que Hoy me adelanté a un escenario posible futuro...
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Mañana Nos Vemos

Fue en un choque fortuito, desprevenido, casual, involuntario... Tú bajabas, yo pasaba, alguien hablaba y otros miraban. El sonido del tacón de tus botas golpeando contra el suelo fue lo que me hizo levantar la cabeza, provocando el consecuente cruce de miradas sostenidas en el aire desafiando al tiempo. Una fusión de colores azules y verdes recorrían la distancia que nos separaba; la luz que desprendían nuestras miradas. Tú cargada con apuntes y carpetas, yo con prisas por encontrar lo que quería y, aunque no hubo choque y papeles esparcidos por el suelo al más puro estilo Hollywood, la conversación surgió algo forzada. Con un tímido "hola" se inició el intercambio que culminó con un "mañana nos vemos", por no hacerlo más largo. Mañana nos vemos. Mañana nos vemos. Tal vez no había caído en el significado de aquellas palabras. Era la primera conversación y la manera en la que había terminado ya dejaba abierta la ocasión para una segunda vez. Y sólo veinticuatro horas después. Excitado por la idea, más ilusionado que nervioso, terminé lo que había ido a hacer con la mente pensando en ese día siguiente. Recogí mis cosas, cambié de escenario y, de pronto, sin esperarlo, volví a verte justo enfrente de donde estaba yo. Apenas tres metros, una barandilla y un hueco de escalera nos separaba. Un par de miradas esquivas, otras tantas menos disimuladas y de nuevo conversación. Ese "mañana nos vemos" que todavía resonaba en mi cabeza se había adelantado. Esta vez, acompañados en la conversación, irremediablemente mi cabeza echó a volar, mientras mis ojos miraban a la profundidad oceánica de los tuyos, y desconecté de la conversación. No importaban tus palabras, sólo el hecho de tenerte ahí tan cerca. Con unos labios articulando frases que mi mente se empeñaba en transformar en más "mañana nos vemos". Y de pronto, como si la caprichosa realidad terminara por hacerme caso, escuché de nuevo esa frase de tu boca. Y mañana ya es hoy. Apenas horas. Sonrío.

Y es que Sucede Que Hoy al fin se produjo...

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Tan Cerca Y Tan Lejos

Me desespera la idea de tener que resignarme a mirarte y no poder tocarte, mientras espero el momento en el que pueda tocarte sin que haga falta mirarte; a oscuras, a solas, a tientas, sin horas. Me desespera la idea de tener que resignarme a escucharte decir nombres que no son el mío, mientras espero el momento en el que tu boca pronuncie tequieros a mi oído; susurros, silencios, palabras, deseos. Me desespera la idea de tener que resignarme a sentirte en la distancia, mientras espero el momento en el que la distancia que nos separe se pueda medir sólo en milímetros; caricias, un roce, tu espalda, mis manos. Me desespera la idea de tener que resignarme a oler tu perfume de lejos, mientras espero el momento en el que pueda respirarlo directamente de tu cuello; tu piel, aromas, veneno, me embriago. Me desespera la idea de tener que resignarme a imaginar el sabor de tus besos, mientras espero el momento en el que no pueda imaginar un solo día sin el sabor de tus labios; temprano, en el día, en la tarde, en la noche. Vista, oído, tacto, olfato, gusto...sueños, sueños, sueños, sueños, sueños. Me desespera la idea de tener que resignarme a desesperarme en la idea de resignarme. Y mientras la desesperación se contagia por momentos alrededor de mi cuerpo, recuerdo el instante de haberte tenido a un paso y no atreverme a cogerte, girarte, mirarte, sonreírte y decirte: ¡Qué linda, niña!

Y es que Sucede Que Hoy de tan cerca me sentí más lejos...

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Perdido En Tus Piernas

Abrigo rojo con botones de charol,
zapatos negros con borlones
y de aguja un buen tacón.
Falda corta, pero falda, de tejana piel azul,
y unas medias negras gordas,
sobre piernas como el tallo de una flor.

Pelo liso, largo y suave,
del color que nos cubre esta estación,
baja por tu cuello de hojalata
y descansa en tus hombros con desaire seductor.

Por delante son tus ojos,
los que centran mi atención;
grandes, verdes y brillantes,
que penetran mas que miran,
y corrompen mi fervor.

Y no me olvido de tus labios,
celosa puerta al paraíso de tu sonrisa,
que con poca ayuda muestras
irradiando su blancura y alegría.
Quién pudiera ser su dueño,
aunque fuese en alquiler,
por probar un solo beso
y embriagarse con su miel.

Aprovecho que no miras
y me pierdo entre tu piel;
sigo el filo de tus piernas
y de ellas siento sed.
Ni de mármol cincelado,
ni de óleo ni pincel,
fueron nunca echas unas
como las que Dios te regaló al nacer.
Un obsequio de la vida,
un tesoro natural,
unas piernas infinitas
que da vértigo observar.

Y no sé tu nombre,
ni tu edad, ni tu ciudad,
pero hoy me emborrachó tu imagen
y te lo tuve que dedicar.

Y es que Sucede Que Hoy me perdí en unas piernas...
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Rebuscando En Un Cajón

Rebuscando en un cajón, esta noche fui a parar con tu fotografía. Boca abajo, castigado contra la oscuridad de la madera del fondo del cajón, tu rostro seguía sonriendo. Sólo andaba tras la pista de unos papeles viejos, pero el destino quiso que para hallarlos tuviera que levantar primero el marco que una vez alguien nos regaló y que apenas duró días sobre la estantería. Sólo días porque tú quisiste que aquel regalo, como otros tantos, perdieran el sentido de la noche a la mañana. Una a una las fotografías fueron desapareciendo de la habitación, dejando manchas en la pared, que conservaba el color con más viveza donde durante tantos años había estado nuestro retrato. Poco a poco fui desnudando sin piedad los muros de mi prisión que parecía tornarse gris. Fría y gris. Atrás quedaban los días en los que antes de acostarme me acercaba hasta el póster en el que aparecían nuestras caras sonrientes para darte el beso de buenas noches. Atrás, muy atrás, quedaban los días en los que miraba fijamente aquellas fotografías mientras hablábamos por teléfono y creía tenerte enfrente. Esta noche también te he observado, también te he besado, pero mis labios sólo han sentido el frío de un papel sobre el que había impreso un rostro que no le recibía y que sólo sonreía porque un día un loco inventó un aparato que robaba escenas a las personas inmortalizando momentos e improntas del alma. Sin embargo tu alma ya no estaba detrás de aquel cristal del marco. Ahora sólo quedaba un trazo que contorneaba la figura de una cara que formaba parte del recuerdo. Una cara que, en ocasiones, en demasiadas ocasiones, seguía paseándose por mis sueños provocando tanto noches de pasión efímera, como otras de dolor no tan efímero. Y puede que hoy mismo vuelva a verte entre mis sueños, puede que el haberte encontrado de pronto en aquella fotografía no sea más que el preludio de una cita a escondidas entre sueños, lejos del conocimiento de tu razón, que parece poco dispuesta a ese encuentro en la vigilia. Tu razón, y el destino que se empeña en llevarnos por caminos contrarios para no hacernos coincidir un día cualquiera, en una calle cualquiera, de una ciudad cualquiera, con un sentimiento cualquiera... Rebuscando en un cajón, esta noche fui a parar con tu fotografía. La he observado, la he memorizado, la he sentido y, sin darme cuenta, con una lágrima la he empapado.

Y es que Sucede Que Hoy me topé con tu fotografía...

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El Mejor Regalo De Aquella Navidad

Diciembre pasaba lento y frío sobre un Londres repleto de luces, bufandas, abrigos y sonrisas de los más pequeños. La ciudad se encendía cada noche en calles y comercios atiborrados de bombillas de colores y, en las esquinas y en las estaciones, los villancicos amenizaban las horas. Las bolsas chocaban unas con otras por las aceras repletas de gente ultimando sus compras navideñas, mientras el vaho salía por sus bocas y ascendía verticalmente hasta perderse en la oscuridad de un cielo anochecido desde muy pronto. La mano de una mujer enfundada en un guante de cuero negro llamaba a un taxi que pasaba por Oxford Street, mientras en la otra sostenía su bolso de muchas libras y un pequeño yorkshire embutido en un ridículo traje de lana fucsia. Aquel debía ser uno de los pocos perros que tenían el privilegio de pasear por el centro de la ciudad. Debajo de mi gabardina beige y cubierto hasta la barbilla por una bufanda marrón, mi cuerpo se aclimataba a las bajas temperaturas, mientras paseaba a solas respirando el aire de una ciudad que me había acogido sólo dos meses atrás. Era sábado, y en apenas una semana volvería a casa para celebrar la Navidad con la familia. Entretanto, las ganas de recorrer los rincones de Londres en aquellas fechas, me empujaban a salir a la calle a todas horas, exprimiendo los minutos y arrancando los entresijos que escondía, a bocados de curiosidad. No tenía prisa, ni meta, y por no tener, no tenía ni cena. Así que, después de caminar cerca de una hora y con el estómago en tregua desde el sándwich de mediodía, entré en un restaurante italiano y pedí mesa para uno. Terminada la cena, mientras esperaba la cuenta, me pareció ver un rostro conocido a través de la ventana que enfrentaba a mi mesa. Extrañado por la similitud, aunque consciente de la aparente imposibilidad de que aquello fuera cierto, me quedé paralizado en la silla procesando toda la información que me había suscitado aquel ínfimo instante de visión. Impaciente, con la duda acechando, aboné casi sin mirar el importe de la cena al camarero, que extrañado por mi actitud, apenas alcanzó a decir un "Thanks sir", mientras yo salía a paso acelerado con la gabardina en la mano. Caminé siguiendo la dirección de los pasos de quien había creído ver, hasta que, apenas a cincuenta metros del restaurante, apoyada en la parada del autobús, vi a una persona de la que años atrás había perdido el rastro y no había vuelto a saber. Encontrarme con ella en aquella ciudad, a tantos kilómetros de distancia de la nuestra, a tantos kilómetros de distancia de aquellos años pasados, a tantos kilómetros de distancia de aquel primer amor, me dejó en un estado de shock. Llegué hasta donde estaba, puse mi mano en su hombro y, al girarse y encontrarse de frente conmigo, sus ojos se encendieron con la fuerza de la primera vez. Ya no había escapatoria; la sinceridad de su mirada eliminaba cualquier duda. Sin saberlo fue el mejor regalo de aquella Navidad.

Y es que Sucede Que Hoy imaginé un encuentro lejos contigo...

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Farolas Con Vida Propia

- Túmbese ahí, cierre los ojos, respire profundamente y cuando se sienta preparado comience a contarme lo que le ocurre -dijo el doctor mientras se desabrochaba la bata blanca y tomaba asiento a mi lado en su sillón de orejeras.
Yo cumplí a rajatabla las indicaciones y cuando fui capaz de dominar mi respiración y tomar conciencia de mi cuerpo, le dije:
- Verá, doctor. Llevo días, meses incluso, en los que me ocurre prácticamente a diario un hecho que no sé bien cómo afrontar. Al principio puede que le suene a cuento infantil, a invención por falta de cariño o autoestima que me empuje a compartir al menos este momento de diván con alguien, pero le aseguro que comienza a preocuparme. Puede que usted me tome en serio, o tal vez me derive directamente al psiquiatra pero, en cualquier caso, lo que voy a contarle, puedo asegurarle que es tan cierto como que me encuentro aquí ahora mismo con los ojos cerrados. Verá doctor, he observado -y ya empiezo con mi problema- que cada vez que voy en un coche de noche y paso cerca de alguna farola, provoco en ella el estado contrario al que se encuentra. Es decir, si la farola estaba encendida, a mi paso automáticamente se apaga con sólo mirarla, y en ocasiones incluso sin eso. Pero si la farola está apagada, basta que me aproxime con el coche, conduzca yo o no, para que de pronto se encienda. Ahora prefiero permanecer con los ojos cerrados para no ver si en su cara ya se ha dibujado una sonrisa o todavía me sigue tomando en serio. En cualquier caso, quiero que al menos entienda mi preocupación. -El silencio pesó en el ambiente y, después de una espiración prolongada, se escuchó un "continúe" de voz grave y pausada. Pues como le decía, llevo varias semanas así, incluso meses y, aunque al principio no le daba importancia porque solía ocurrirme siempre en los mismos lugares, ahora parece que el fenómeno se extiende. Los primeros días lo atribuía al posible mal estado de la instalación eléctrica de la zona en la que sucedía, pero me he visto obligado a descartar esa idea al observar atónito cómo sigue ocurriéndome en lugares a varios kilómetros de distancia del anterior. No son todas las farolas, no son todos los días y, aunque trato de delimitar una pequeña investigación que me lleve a saber cuándo me ocurre, el único nexo de unión entre las diferentes ocasiones es que siempre que ocurre, mi cabeza andaba dándole vueltas a algún problema, a alguna situación difícil, a algo que debía afrontar a corto plazo y pedía respuestas a alguien. ¿Qué piensa usted, doctor? ¿Cree que tengo alucinaciones? ¿Piensa que estoy loco? Dígame algo, por favor.
- ¿Ha escuchado hablar de las señales?
- Bueno, no sé si en el sentido al que usted tal vez se refiera. Pero quiero escucharle.
- Bien, todo lo que usted me ha relatado se enmarca perfectamente en la teoría que diversos psicólogos y neurólogos han acordado en llamar como "Señales". Y no vienen a decir más que, cuando alguien, a nivel interno, cavila y busca explicaciones o respuestas ante enigmas que se le plantean, el Universo trata de darle una respuesta codificada a través de los medios que tenga a su alcance para llamar la atención en cada momento. A veces una canción que suena de pronto, un pájaro que cruza de parte a parte rozando su cabeza y que le hace seguir su vuelo mostrando algo, un nombre que viene a la mente, una llamada inesperada... Lo suyo casa perfectamente con todo esto. Y se lo voy a interpretar. Como usted mismo ha dicho, el nexo de unión que encuentra entre las diferentes ocasiones en que le ocurre es que siempre se encontraba dándole vueltas a algún tema a nivel interno. Pues bien, las farolas que se apagan y se encienden no son más que una metáfora que le intenta decir que, las respuestas ante esos enigmas que se está planteando, sólo las tiene usted, como portador de una luz interior que no necesita de la eléctrica. Usted mismo alumbra el camino correcto que debe seguir para lograr la respuesta que en su más sincera y profunda intimidad desea. Así que mi consejo es que cada vez que le ocurra, trate de escuchar las respuestas que usted mismo posee en su interior. Disfrute del silencio externo para ahondar en la voz interna. Y ahora márchese tranquilo a casa. Los locos son los que viven a gusto entre el mundanal ruido y no respetan ni su propio espacio de silencio. Buenas tardes.

Y es que Sucede Que Hoy encontré la explicación...

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La Luna, Venecia y Tú

Fue una de aquellas noches de agosto en las que la luna se empeñaba en mostrarse espléndida en lo alto de un cielo pardo cubierto de estrellas. Venecia abrazaba a sus aguas dispuesta a pasar una velada tranquila. Las góndolas bailaban al son de la marea amarradas a los mástiles, mientras el agua chocaba contra la madera y armonizaba la madrugada con melodías huecas. El brillo de las luces que asomaban por las ventanas reflejaban sobre el fino manto verdoso de los canales sin transitar a aquellas horas. Las palomas que durante el día abarrotaban la plaza de San Marcos dormían ahora ocultas en un rincón que nadie conocía. Sólo alguna pareja deambulaba de puntillas por los callejones en busca de un portal oscuro en el que poder entregarse a la locura de una noche de pasión, en una ciudad que se prestaba a ello. Los restaurantes echaban las persianas y, salvo entre las paredes de las habitaciones de algún hotel, toda la ciudad quedaba en silencio. En otros tiempos, en momentos como aquel, el famoso Giacomo Casanova se arreglaba su tocado y salía sigiloso en busca de una dama a la que fascinar. Ahora de aquello sólo quedaba la leyenda y el hermoso palacio en el que aseguran que vivió el truhán por excelencia. Quedaban apenas diez minutos para que el reloj marcara las tres de la madrugada cuando, sentado sobre el alféizar de la ventana de mi habitación, contemplando la noche, observé un rostro entre la oscuridad de las cortinas de la ventana de enfrente, al otro lado del estrecho canal. Era el de una joven tan desvelada como yo, a juzgar por la plenitud de sus ojos abiertos y brillantes, que me llevaba espiando a saber cuánto tiempo. Al ser descubierta, lejos de cerrar de golpe las cortinas y echarse atrás, sonrió y en un italiano armonioso me preguntó mi nombre. Balbuceando le contesté como pude y sin tiempo para preguntarle por el suyo, dijo: "Daniella, ¿espagnolo?". Sí -le contesté. Y comenzó a susurrarme en un castellano disfrazado de italiano los versos de un poema que parecían describir a la perfección la forma de la luna que reinaba aquella noche. Cuando acabó se quedó mirándola fijamente, casi absorta en su belleza y, después de unos segundos, volvió a mirarme y dijo:
- Cuando no puedo dormir, me asomo a la ventana y contemplo el reflejo de la luna en el agua. Pero no siempre está. Así que disfruta esta noche de su brillo en las ondas, porque puede que mañana sea tarde.
En aquel instante sentí el deseo de bajar corriendo la escalera y cruzar la calle hasta su portal. Pero entonces me acordé de que en Venecia, los amantes sufren a diario la frontera que en sus calles desdibuja el mar. Que aunque escasa era la distancia entre los dos, por debajo una barrera de agua impedía que nos pudiésemos besar.

Y es que Sucede Que Hoy recordé un canal de Venecia...

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Musa De Sueños Efímeros

Acurrucado en la cama, envuelto entre sábanas frías que se deslizaban por la piel descubierta y un pijama arrugado, deliraba entre retortijones de dolor y muecas de desesperación por los pinchazos que acechaban mi estómago. A ratos desvelado y otros rendido por el sueño pese al juego al que me tenía sometido, mis pensamientos volaban sin distinguir la realidad de lo imaginado. Por momentos perdía la noción de mí mismo y me veía flotando por la habitación, mientras observaba mi cuerpo tendido y encogido sobre el colchón. Una parte de mi cerebro me decía en susurros que aquello estaba siendo un viaje astral, mientras que la otra, a gritos, me alejaba de la idea diciéndome que sólo estaba vagando entre sueños y alucinaciones. Viajé a rincones hasta entonces desconocidos, caminé por bosques habitados por la niebla y la oscuridad, navegué por un océano de arena blanca y finalmente aterricé en una casa desconocida. Las paredes lisas de colores pastel albergaban la vida de dos personas que desconocía. Una criatura de apenas un par de meses jugando a ser mayor con reflexiones silenciosas que dejaban sin habla al resto de presentes. Lo curioso es que en ningún momento articulaba palabra y ni siquiera le era necesario abrir la boca para lanzar su mensaje claro. Sin embargo, no fue la presencia de ese extraño y diminuto ser el que me hizo recordar el sueño. A mi lado, sentada en el sofá, un ángel encarnado en cuerpo de mujer pasaba su mano por mi cara al tiempo que con su suave y fina voz femenina se dirigía a mí con tequieros y cariños. Su belleza desbordaba incluso al propio sueño. La estampa de su rostro quedó grabada en mi mente de tal forma, que todavía ahora, casi un día después, la imagino y se me ponen los pelos de punta. Siento rabia de no haber podido capturarla y sacarla de mi mano de aquel sueño hasta la vigilia del amanecer siguiente. Rabia de no haber elegido la opción de haberme quedado a vivir en aquel sueño, prisionero del amor de una musa que encendía mis sentidos. Y con ella a mi lado y la pequeña criatura entre mis brazos, he amanecido hoy envuelto en dolores del cuerpo y del alma. Los unos por un virus; los otros por el fin de un sueño del que jamás hubiese querido despertar.

Y es que Sucede Que Hoy soñé con quien desde hoy será mi musa...

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Otoño En Green Park

Las hojas secas que el otoño le había robado a las frondosas copas de los árboles del parque crujían a mi paso. Los tonos marrones y verde triste pintaban el paisaje que en otros tiempos el violeta y los amarillos vivos habían coloreado. Pero noviembre siempre fue una mala época para los árboles. Era como un ladrón de guante blanco que robaba lo más preciado, o como el amante que desviste a la amada dejándola en su más pura desnudez. Sin embargo el extenso manto de crujientes hojas, lejos de desprender aires de tristeza o melancolía, respiraban el perfume del comienzo de una nueva era. Una vida que se marcha para dejar su espacio a otra. Los efluvios de la pasada primavera decían su último adiós esperando a que la próxima llegase cuanto antes. Entretanto, las ardillas grisáceas correteaban de parte a parte del parque en busca de comida, mientras escondían sus escurridizos cuerpos bajo la gruesa capa de inerte vegetal. Y bajo los enormes guardianes con cuerpo de madera y manos de tela marchita, un banco de madera vieja y desgastada descansaba en medio de la nada. A sus espaldas se podían escuchar las voces de la gente paseando, el susurro del viento agitando las hojas, el sonido de los pasos de quienes iban y venían absortos en su mundo, y hasta el zumbido lejano de una abeja perdida en busca de un polen que el viento y la lluvia se habían llevado tiempo atrás. Y allí sentado, contemplando con los ojos entreabiertos el reflejo del sol en el lago, tu recuerdo me invadió por dentro y te imaginé sentada en aquel mismo banco con tu cabeza apoyada sobre mi hombro. El aroma que mi mente conservaba de tu piel volvió a penetrar hasta lo más profundo de mi ser, haciéndome creer que realmente estabas allí conmigo. Sentí el roce de tus manos, el peso de tu cabeza, el suave susurro de tu respiración pausada... Por momentos compartiste conmigo aquella escena y fuiste tan real como lo eras cuando en las noches de lluvia te soñaba. Cerré los ojos y entonces te pude ver más clara todavía, más tú, más mía, más auténtica que aquel día en el que te perdí. Y una lágrima resbaló por mi rostro hasta resonar con eco entre las hojas secas del suelo, como el impacto de un meteorito procedente de un país hasta entonces muy lejano llamado Pena. Como la que sentí al ser consciente de que otra ciudad soñada por los dos nos recibía a uno solo.

Y es que Sucede Que Hoy volví a Green Park y a ti...

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Una Ciudad, Un Premio

El sol del mediodía reflejaba en el capó del coche y penetraba directo a mis ojos a través del cristal. Barcelona me abría sus puertas y me recibía con sus calles repletas de gente que iba y venía, de avenidas colapsadas de coches, semáforos, peatones, palmeras... Colón me daba la bienvenida desde lo alto, mientras el Mediterráneo, que me había acompañado durante la mayor parte del trayecto, me regalaba ahora un vals de olas al compás del sonido de las gaviotas en el cielo. Por delante me esperaba una jornada intensa que podía culminar de dos maneras posibles: bien, o muy bien. Afortunadamente el destino quiso que la opción triunfadora fuese la segunda. Y después de un día en el que dio tiempo a disfrazarme de turista -incluso de turista perdido- y hasta de guía, llegó la noche y con ella los primeros nervios en el estómago. La situación, los minutos avanzando en el reloj, las llamadas preguntando resultados que se hacían de rogar, la calle que no aparece, la ciudad en obras, el coche que no tiene donde descansar... Sin embargo, una vez solventados todos los problemas y hechas las presentaciones pertinentes, todo pareció cambiar de color. Un aura de tranquilidad me rodeaba, mientras los pasos cortos y acelerados de minutos atrás, se tornaban pausados. El trato de la gente me sumergía en una balsa de aguas templadas llevándose los nervios junto a la ropa al entrar. Y así transcurrieron las siguientes dos horas; entre aplausos y agradecimientos, entre risas y sorpresas, entre flashes y emociones discurriendo por mis venas. Llega el momento cumbre. Un sobre. Un nombre. Un premio. Una voz. Una foto. Una ilusión cumplida. Mil recuerdos y agradecimientos.

Y es que Sucede Que Hoy gané mi primer concurso publicitario...

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Viaje A Londres


En apenas cuatro horas estaré volando rumbo a Londres. De nuevo una gran ciudad por descubir, unas calles por donde perderme, unos lugares que visitar, mucha ilusión que derrochar y otro tanto de experiencias que vivir y acumular. Por delante cinco días para no parar de ir y venir, de ver y admirar, de reír y disfrutar. Un sueño que al fin se cumple en un buen día para que llegue. Volveré y lo haré, como siempre, cargado de nuevas historias y lugares donde ambientarlas; personajes, reminiscencias, aires, aromas, pasiones...El viaje real comienza ya, el irreal ya lleva días en mi mente.

Buen puente y buena suerte.
Y es que Sucede Que Hoy me voy a Londres...
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La Cabina Telefónica

El frío intenso que azotaba la ciudad en aquellos días había hecho estragos en una población que no se atrevía a abandonar sus hogares, cerca de las estufas o debajo de las gruesas mantas que les aislaba del helor. Sólo algún coche perdido en la noche devolvía la vida a las calles, levantando el agua de los charcos a su paso. La ventana del hotel en el que me alojaba enfocaba directamente a la cabina telefónica que ocupaba la acera solitaria en aquella lluviosa noche de invierno. El agua azotaba con intensidad los cristales y las aceras orquestando un rumor hueco de golpeos incesantes, que por momentos se asemejaba al sonido de las antiguas máquinas de escribir marcando con tinta los folios enroscados. La bombilla que debía alumbrar el interior de la cabina parpadeaba alternando destellos intermitentes con momentos de oscuridad absoluta, ya que la luz del barrio entero se había ido hacía rato y, aunque ya había vuelto, las farolas, todavía sin enfriar, no emitían más luz que la de una diminuta luciérnaga moribunda. En el interior, una mujer abrigada con una larga gabardina marrón chocolate, lloraba desconsolada mientras el agua resbalaba por su frente desde la melena totalmente empapada por la lluvia. Por el calado de sus prendas daba la sensación de que había pasado horas corriendo bajo el aguacero. Era sobrecogedor observar el derrumbamiento de aquella joven a la que nada ni nadie podía consolarle de aquel mal trago que estaba pasando. Con cada momento de luz entre la negrura podía verse un nuevo gesto de desolación; una mano que frotaba los ojos, la cabeza apoyada sobre el puño cerrado, la mano resbalando por la máquina como pidiendo clemencia a quien desde el otro lado le estaba provocando el llanto, o incluso su temblor de piernas debido al frío que debía estar pasando allá abajo, sola, empapada, con la humedad calándose en los huesos y el pesar en el alma. Así que decidí bajar para tratar de calmarla y, cuando abrí las puertas de la cabina y entré para preguntarle qué le ocurría, escuché que del otro lado del teléfono, una voz masculina se limitaba a decir:
-¿Diga? ¿Oiga?...¿Quién es?...¿Quién llama? ¿Hola? ¿Oiga!!?
Sin contestar a mi pregunta, colgó el auricular, me miró a los ojos entre lágrimas y dijo:
- Soy una cobarde.
Salió de la cabina y echó a correr bajo la lluvia.

Y es que Sucede Que Hoy no me preguntes porqué escribí esto...

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Jugando A La Luz De Las Velas

Mis dedos recorrían lentamente la infinita superficie de tu brazo erizando a su paso el vello que quedaba inmediatamente detrás del contacto. El suave cosquilleo de las yemas al rozar la piel de tu cuerpo provocaba el susurro de un hilo de voz hueca estremeciéndose. La respiración se volvía más intensa a cada centímetro que mis dedos ascendían por tu brazo y el ritmo de tus pulsaciones se aceleraba hasta desequilibrarse del compás de la música lenta que nos acompañaba, haciendo bailar a las llamas de las velas repartidas por toda la habitación. Entretanto, el humo del incienso que ascendía lento y espeso, dibujaba formas inimaginables en el aire, que invitaban a la imaginación. Corazones, flechas, labios, nubes, lunas... Aunque para lunas la que se presentaba en lo alto del cielo pardo de una de las últimas noches de octubre. El silencio de palabra no lo era tal de sonidos inventados sobre la marcha. Vibraciones que salían de las entrañas, melodías de pianos internos que expulsaban una nota al pulsar según qué tecla. Y las sábanas blancas cubrían sutilmente los cuerpos casi desnudos de ropa y vestidos de besos. El ascenso continuaba y, al pasar justo por encima de la frontera que delimitaba tu antebrazo, tus labios se juntaron con fuerza y curvaste lentamente el cuello hasta apoyarlo sobre mi pecho. Podía sentir tu melena deslizándose agradablemente por mi costado, devolviéndome las sensaciones que estaba experimentando tu cuerpo. La venda negra que cubría tus ojos te transportaba hasta la más remota oscuridad y duda, abriendo los sentidos al máximo y regalándote el enigma de no conocer mi siguiente movimiento. El maravilloso juego de recorrer tu desnudez milímetro a milímetro se volvía mágico entonces. Y busqué tu mano de entre las sábanas y la encontré recogida en un puño cerrado que apretaba con fuerza el borde de la almohada. La cogí. La entrelacé. La apreté. La besé.

Y es que Sucede Que Hoy me apeteció sentir mientras escribía...

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La Última Fotografía

Cliff acababa de tomar su última fotografía y ni siquiera era consciente de ello. Atrás quedaba el día en el que sus padres le regalaron su primera cámara de fotos auténtica. Hasta entonces siempre se había conformado con aquellas en las que al mirar por el pequeño agujerito, se podía ver una serie de imágenes que cambiaban al pulsar el botón. Pero ahora ya se había hecho mayor y llevaba tiempo deseando tener una buena máquina. Le encantaba la idea de poder salir a la calle y perder la tarde fotografiando el vuelo de un gorrión, las hojas empujadas por el viento del otoño, el paso de Juliette en bicicleta a las seis en punto de la tarde, o la caída del sol por detrás de las montañas que se veían a lo lejos. Aquella máquina se convirtió en poco tiempo en su mejor amigo. Iba a todas partes con ella, la llevaba consigo allá donde fuera y la utilizaba en el instante más inesperado, cuando creía estar viendo una escena irrepetible. Y fue así como pronto adquirió la destreza que años después le otorgaría fama mundial, a través de sus exposiciones a lo largo y ancho del planeta. Su firma era equivalente de calidad, de éxito, de lleno absoluto en las mejores galerías de arte del mundo. Su teléfono no dejaba de sonar para hacerle llegar encargos de grandes multinacionales de la publicidad, revistas de moda, naturaleza o viajes, cabeceras de los periódicos más prestigiosos... Sin embargo lo que más le gustaba a Cliff era viajar alrededor del mundo acompañado sólo por su cámara y perderse en los rincones más fascinantes de cada país que visitaba. Sus playas, sus gentes, sus calles, sus edificios. Cada centímetro de mundo fotografiado por Cliff se convertía en lugar de culto. Hasta llegó a decirse de él, que primero disparaba su flash y después ocurría la escena. Tenía el don de estar en el lugar indicado en el momento preciso. Pero de todas las fotografías que Cliff había hecho a lo largo de su vida, ninguna otra como aquella que acababa de hacer, le habría de suponer el amargo trago del que sería víctima tan solo unas horas después, en el laboratorio de revelado. Había viajado hasta Polonia sólo dos días atrás, movido por el encargo de un diario alemán que preparaba un suplemento dedicado a la barbarie nazi cuando, tras la puerta de uno de los barracones del lúgubre Auschwitz, Cliff encontró a un niño de apenas seis o siete años que lloraba desconsolado de ver a su madre hacer lo mismo, mientras trataba de inmortalizar con una de aquellas cámaras de juguete como con la que tanto había jugado Cliff en su infancia, el lugar donde su abuelo había pasado los últimos años de vida. Captó su dolor en una instantánea y, ya en el laboratorio, una vez revelado el carrete, descubrió que en una de aquellas literas, el fantasma del abuelo del pequeño sonreía sosegado mientras con su mano acariciaba la mejilla de su nieto. Desde entonces, aquella sería la última fotografía de Cliff.

Y es que Sucede Que Hoy volví por instantes a la barbarie nazi...

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