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Cerrado Por Vacaciones

Después de 199 artículos escritos, pero sobre todo después del agónico mes de exámenes que hoy mismo ha terminado, me veo obligado a darle un placer al cuerpo. La mochila, llena a rebosar, ya espera en mi puerta y por delante catorce días de uno de los viajes más increíbles de mi vida, sin ninguna duda. París, Amsterdam, Berlín, Praga y Viena. Buenos destinos, con buenos amigos y con una buena dosis de ganas de pasarlo bien.

Gracias a todos los que os paseáis por aquí a menudo y en especial a aquellos que dejan huella de su paso. Espero y deseo que cada vez más aumente la cifra de estos últimos, de entre todas las visitas que recibo.

Volveré con ideas y aires renovados, con muchas cosas que contar y con mucho tiempo libre que poder dedicar a este espacio, del que ya adelanto que sufrirá alguna variación y contará con alguna novedad. Por lo pronto, estaré ansioso por escribir el post número 200 a la vuelta.

Volveré pronto.

Saludos.

Y es que Sucede Que Hoy emprendo un gran viaje...

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Novela Anónimamente Propia

Agotadas mis leídas debido al calor de las últimas noches que me impedía coger el sueño con facilidad y me abocaba de pleno al placer de la lectura, salí de casa en dirección a la pequeña librería de barrio en la que solía adquirir mis tesoros. Iba en busca de un nuevo cargamento de historias e intrigas que llenaran mi mesita de noche, para aliviar el desasosiego que me producían las horas muertas. Después de atravesar buena parte de la ciudad a pie, llegué hasta el acogedor local, hogar y asilo de palabras, y entré decidido a nutrirme de novedades, sinopsis y ejemplares de extraña factura que supusieran un descubrimiento digno de llenar mis desvelos. Entre todos las obras que abarrotaban las estanterías de aquella vieja librería, una llamó especialmente mi atención por su extraño formato, por estar apartada del resto y, sobre todo, por la rara inscripción que ocupaba el lugar en el que normalmente figuraba el título y el autor en el lomo: un signo de interrogación dorado. Yo, que siempre ando en busca de joyas desconocidas, que me apasiona el instante en el que por un casual descubro un nuevo valor ignorado, pronto recaí en aquel extraño volumen y la tentación fue completamente incontenible. Así que cargué con aquel ejemplar y de camino a la caja, me paré en el anaquel de novedades donde seleccioné un par de títulos que parecían interesantes y, cuando creí haber acabado, pagué. Al salir de la tienda era tal la intriga que me provocaba mi nueva adquisición, que sin tiempo que perder, lo saqué de la bolsa mientras esperaba a que llegara el autobús. Una a una fui devorando sus páginas a una velocidad atroz y pronto había terminado el primer capítulo. En él se presentaba la trama; una historia de amor apasionado entre dos jóvenes de los que no daba nombres, y que vivían un auténtico cuento de pasión y entrega, muy al estilo de la novela decimonónica. Un amor puro y pleno que se alimentaba día a día con la fuerza de la lucha y la magia del encuentro. Todo transcurría en una ciudad a la que el autor se refería como "su nido" y cuya localización no quedaba del todo clara en la historia, si bien decía que "sus playas bañaban la costa de uno de los últimos paraísos de la Tierra". Llegó el autobús y yo continué leyendo, introducido de pleno en la historia, mientras recorría el camino de vuelta a casa. En uno de los semáforos, levanté por primera vez la vista de aquellas páginas y, tras observar que estaba muy cerca de la cafetería en la que solía pasar algunas tardes disfrutando del sol y del ambiente en su terraza, decidí bajar en la siguiente parada y continuar con la lectura mientras tomaba un tentempié, rodeado de palomas y turistas. Estaba en pleno centro histórico. Con mi vermut en mano, volví a sacar el libro y continué con la lectura que había dejado al bajar del autobús, en un momento realmente interesante; parecía que al fin se iba a desvelar el misterio de la identidad de aquel par de enamorados que, si bien puede parecer un dato superfluo desde fuera, les aseguro que en aquel momento me resultaba de vital importancia para aceptar o rechazar algunas ideas que se me pasaban por la cabeza ante la coincidencia de muchos datos que se narraban. -¿Saben de aquellos libros que parecen estar escritos contando la historia de uno mismo?-. Continué el eterno pasar de páginas todavía sin hallar respuestas y disfrutando con cada párrafo de la lectura de aquella novela de autor desconocido, pero de calidad suprema. Pasé una hora aproximadamente sentado en aquella terraza hasta que, con la incertidumbre resonando en mi interior al unísono con el rugir de mi estómago, volví a casa caminando para cenar disfrutando de la compañía de la silla -ahora vacía- de enfrente, que en su día estuvo ocupada por quien hoy huía de mis pasos y mi anodina vida. Después de servirme las sobras de la comida, que a su vez eran sobras de la cena de la noche anterior, -la última jornada no había sido demasiada buena- me senté en el sofá con la lámpara enfocada en el libro al que restaban apenas cuarenta páginas, que leí de un tirón en poco menos de una hora, saboreando cada palabra, cada descripción, cada diálogo, cada situación. Y por fin llegué al último capítulo, del que constaté contar con un único párrafo, que decía lo siguiente:
"Y recuerde que si en algún momento de esta historia usted, lector, se ha sentido identificado con alguno de los personajes, no debe olvidar que todos formamos parte de la novela o el sueño de alguien que un día nos crea, nos da forma y vida y se divierte a placer inventando vivencias y situaciones en las que nos suelta a merced de su imaginación. Pero si, pese a todo, la curiosidad por conocer la identidad del protagonista de esta historia no deja de perseguirle, puede pasar la página y observar un retrato del dueño del amor y el sufrimiento que se ha presentado en estas ciento cuarenta y tres planas. Espero que sus dudas queden saciadas. "
Al pasar la página observé que era la última e inmediatamente después, en la cara interna de la tapa trasera, un letrero rezaba: "He aquí el protagonista de esta historia". Justo debajo, perfectamente centrado, una especie de papel charol plateado reflejaba mi rostro enmarcado.

Y es que Sucede Que Hoy volví a ser protagonista de la historia...

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Sueño Entre Bambalinas

Después de dos horas de trayecto en el último tren de la noche que debía alejarme del hastío y el desasosiego insaciable de su recuerdo persecutorio, llegué hasta las ruinas de lo que un día fue un pueblo en auge, con sus plazas y sus fuentes, con sus calles y sus gentes. Era noche de luna llena y cielo raso, y el chirriante canto de grillos ocultos detrás de cualquiera de aquellas paredes reducidas a escombro, completaba la banda sonora iniciada por los sonidos aciagos de la noche. Hasta el lejano rumor del río se confundía con la voz agria y grave de un ser atroz. En el centro de la plaza principal, o lo que quedaba de ella, se levantaba el teatro, ahora medio derruido, que en su día había llenado de ilusión y espectáculo la insulsa vida de sus habitantes. Frente a mis ojos sin embargo, como en todo lo demás, no podía ver más que una vieja estructura de madera, hierro y una suerte de cemento rudimentario, que si algo denotaba era el estado ruinoso en el que había quedado aquella villa después del paso de la Guerra. Triste y cruel, como el propio carácter de la batalla. No quedaba más que el recuerdo de lo que un día fue, el esquema desdibujado de una vida desmantelada por el paso del tiempo y la mano larga y desalmada del hombre. Ningún escenario podía parecerme mejor para pasar allí la noche que aquel viejo teatro abandonado. Abandonado como mi corazón, perdido en los límites certeros de la duda y el desamor, apartado del mundo, olvidado en un rincón. Un viento frío salía por el hueco de la puerta entreabierta -ese mismo viento frío que me heló el alma cuando ella desapareció- y en el interior el silencio pintaba los muros y esquinas de soledad y misterio. Aquella era sin duda la tragedia más funesta que se había escrito jamás; una platea vacía y un escenario mudo, iluminado únicamente por la luz de la luna que se colaba por el boquete que se abría en el techo desde que una de las bombas hiciera diana años atrás. Sin actores, sin público, sin vida. Me acerqué hasta la primera fila de butacas de terciopelo desgastado y gris, que encontré después de despejar la zona de restos de vigas, piedras, ladrillos, decorados, polvo, figuras de escayola que debían ornamentar los trabajados capiteles de las columnas ahora echadas por tierra, e incluso restos de vestuario y atrezo que no debieron gustar a los saqueadores. Me senté, contemplando la siniestra escena del tablado inerte iluminado por aquella luz cenital eternamente blanca y esperé a la aparición de los actores. Sabía que nadie se presentaría aquella noche frente a mis ojos y sin embargo tenía un extraño presentimiento que me decía que la visita no era casual. Esperé, paciente, sosegado, examinando cada rincón del que sin duda fue el teatro más prominente de la región, hasta que el sueño me venció. Fue entonces cuando, todavía sin salir del estado inconsciente, creí abrir los ojos y ver frente a mí un lujoso telón rojo que se levantaba entre los aplausos y el griterío entregado del público que abarrotaba de principio a fin, patio, palcos y pasillos. Un hombre vestido con frac y sombrero de copa apareció en escena y, después de dar la bienvenida, anunció la obra que se iba a representar. El telón bajó de nuevo mientras los actores se colocaban para dar inicio al espectáculo. Yo estaba confundido y al mismo tiempo extrañamente feliz por encontrarme allí. De pronto, el telón se recogió de nuevo y la inquietud se apoderó de mí al ver que el actor que apareció arriba del escenario era yo mismo interpretando el papel de mi propia vida. Mi yo del patio de butacas miraba alrededor para cerciorarse de que se encontraba realmente allá abajo, rodeado de más gente y que lo que estaba viendo no era más que el fruto de su fantasía, pero aquel que mantenía la atención del gentío con sus actos sobre el tablado era también yo. Un álter ego que, para mi sorpresa, en un momento se dirigió directamente a mí y con un suave susurro me dijo:
"Ahora cierra los ojos amigo, lo que viene todavía no lo has vivido y descubrirlo puede hacer que ya jamás se cumpla".
Después de aquellas palabras, un gran estruendo retumbó en mi cabeza y desperté de golpe. Frente a mí continuaba el mismo escenario solitario y apagado que me había encontrado al llegar. El teatro estaba completamente vacío y los únicos aplausos que quedaban eran los ecos que guardarían para siempre aquellas paredes ruinosas. Todo había sido un sueño y el ruido que me había sacado de él, no fue más que uno de los innumerables portazos provocados por la corriente. Miré mi reloj y comprobé que habían pasado cuatro horas desde mi llegada, me levanté para marcharme con la lección aprendida, pero justo antes de darme la vuelta para abandonar aquel tenebroso lugar, observé que en la gruesa capa de polvo que cubría el escenario, se dibujaban unas huellas formando un camino desde el mismo centro hasta el borde justo enfrente de la butaca que yo había ocupado. Exactamente el mismo recorrido que el que había realizado mi álter ego en el sueño.

Y es que Sucede Que Hoy vine para aprender otra lección...

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Un Temor Vencido Por Amor

Con el sol rayando en el horizonte recién pintado después de unas horas escondido en la oscuridad y con los nervios a flor de piel -por más que lo intentaba el respeto a los aviones no terminaba nunca por marcharse-, ocupé la plaza que me habían asignado en la ventanilla de la compañía aérea. Mi reloj marcaba las 6 a.m y en apenas dos horas pondría pie en la cité de l'amour. Todavía arrastraba el sueño que había debido interrumpir para llegar a tiempo al aeropuerto, pero la excitación ante el inminente despegue y la visita a París me mantenían despierto, no sin cierta sensación de cansancio. Poco a poco el habitáculo se fue llenando con los pasajeros que compartirían viaje y destino conmigo, a los que las azafatas daban la bienvenida amablemente, tal y como había hecho conmigo unos minutos atrás. Aproveché mi paso por la puerta de la cabina para coger uno de los periódicos que se ofrecían y ponerme al día de la actualidad, mientras durara el viaje. Bueno, a decir verdad, mi única pretensión era tener la cabeza ocupada y no pensar que estaba a miles de metros por encima del suelo, metido en un angosto aparato de cuya mecánica y fiabilidad nunca llegué a estar del todo convencido. Finalmente, con la entrada del último pasajero en el avión, aquel que mostraba cara de felicidad al ver que por fin se encontraba dentro cuando ya daba el vuelo por perdido, las azafatas cerraron la puerta y ocuparon sus respectivos lugares para realizar las indicaciones pertinentes. Fue en ese instante cuando la vi por primera vez. Debe ser que con el miedo metido en el cuerpo, no había querido ni levantar la vista al pasar por su lado, como los animales que desfilan cabizbajos camino al matadero con la consciencia de trágico final que se acerca. Sin embargo ahora la tenía a sólo dos pasos de mí, de pie y perfectamente uniformada, con un pañuelo de seda de color azul atado al cuello, que resaltaba el color de sus ojos acompasados en el tono. En otro tiempo aquella joven de piel morena y rizos dorados perfectamente definidos habría sido la musa del mejor de los pintores. Les bastará saber que después de media hora de viaje, con el avión ya completamente estabilizado y mi ritmo cardíaco algo más relajado -siempre y cuando no mirara por la ventanilla-, entramos en una zona de turbulencias y las luces de aviso del cinturón de seguridad se encendieron. Pronto la voz del piloto se dejó escuchar advirtiendo de las irregularidades, con un tono algo más nervioso del que había utilizado para recibirnos. Allí, en mitad de aquellos bruscos vaivenes, las azafatas trataban de transmitirnos tranquilidad con un gesto forzado que más de una vez daba muestras de preocupación. Finalmente, comenzamos un descenso en picado con el consecuente pánico general desatado y manifestado en forma de gritos, llantos y desesperación cuando, desobedeciendo a los indicadores y a las instrucciones de la tripulación, me levanté de mi asiento y fui directo a la azafata que desde el momento del despegue me había cautivado. Justo en el momento en que llegué hasta ella, el avión dio un bandazo y nos tiró a ambos al suelo, con tan buena suerte que ella cayó justo encima de mí. No era la mejor de las situaciones, pero la tenía en mis brazos a escasos milímetros de mi cara. Le aferré fuerte para evitar que se golpeara y besé sus labios como si realmente aquel fuese el último beso que fuera a dar en mi vida. Cuando nos separamos, le pedí perdón y, sin tiempo para escuchar siquiera un insulto por su parte, se abalanzó de nuevo sobre mi boca y me besó sin mediar palabra. Después de aquello me obligó a volver a mi asiento y afortunadamente el piloto logró controlar el desbocado aparato, estabilizando el vuelo de nuevo. Ahora la duda me venía en forma de pregunta sin respuesta. ¿Cómo mirar a la azafata a la que acaba de besar, pensando que aquel sería el único y último momento para poder hacerlo? De alguna manera la vergüenza se iba apoderando de mí. Vergüenza que pronto se disipó, cuando para calmar de nuevo a los pasajeros, las azafatas comenzaron una ronda ofreciendo agua, zumos y una buena dosis de tranquilidad. Como no podía ser de otra forma, paró el carrito de servicio a mi lado, dirigió una sonrisa hacia mí y guiñándome un ojo, dijo:
- ¿Un poco de agua, señor?
De esto hace ya dos semanas y ahora, en cuanto he tenido la oportunidad y la decisión necesaria, me encuentro haciendo cola currículum en mano, dispuesto a presentar mi solicitud para ser azafato de vuelo en la misma compañía. Quién sabe qué destinos juntos nos deparará el propio Destino, qué ciudades serán testigo de nuestra pasión, o los pasajeros de qué vuelo serán compañeros de viaje de este par de locos que se conocieron en las alturas y de una manera poco ortodoxa. Eso sí, por la luna de miel no me preocupo.

Y es que Sucede Que Hoy se acerca el día del vuelo...

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Una Vida Que Agoniza

Y allí, en mitad de la noche, con un viento alborotado golpeando duro y sin piedad a fuertes rachas, ella trataba de mantenerse despierta pese a todo. Dejarse vencer por el sueño o el cansancio en aquel instante supondría la muerte segura y sólo de pensarlo su estado se tornaba más crítico. Luchaba con todas sus fuerzas por aferrarse a la vida, inquieta en el lugar donde la misma muerte se le había presentado en aquella trágica hora. Pero los achaques de debilidad se repetían a cada instante con mayor frecuencia y veía cómo la vitalidad se esfumaba sin encontrar apenas oposición. Pese a todo, ella sabía que si algún momento importante habría de marcar su vida, sin duda sería aquel mismo en el que logró vencer a la muerte gracias al empeño y la garra que brotaban de su cuerpo sin ser consciente de su origen. Tal vez las ganas por seguir con vida, por volver a ver el sol en apenas unas horas, por volver a sentir la brisa suave del viento sobre su piel, por empaparse bajo la fina lluvia de la siguiente tormenta, o simplemente amanecer un día más sintiendo el regalo de la vida en su propio cuerpo, le proporcionaban los últimos recursos antes de abandonar la lucha y entregarse al fatal destino. El hecho de tener tanta compañía alrededor -y a juzgar por aquellos rostros- presagiaba que su aspecto no debía ser el mejor que tuvo a lo largo de sus días. Seguramente habría perdido el color intenso de su piel y el fresco aroma que de costumbre desprendía y, ahora, rodeada de aquellos que durante todo el tiempo le habían acompañado, pensó que seguramente su piel se había tornado amarilla y la única fragancia que desprendía su cuerpo era la de la muerte. Y en una de aquellas, el fuerte soplo del viento de la noche quiso arrebatarle por fin la vida y acabar con aquella lucha que ya nada tenía de ecuánime.
Así pues, poco a poco, la hoja se fue entregando a su destino y cuando hubo expirado por última vez, su cuerpo se desprendió suavemente de la rama y comenzó su viaje pendular rumbo a la tierra húmeda del jardín.

Y es que Sucede Que Hoy contemplé la agonía en la hojarasca...

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Noche Mágica, Noche Trágica

Solía pensar que la noche de San Juan era la más corta del año, hasta que hoy comprobé que puede convertirse en la más larga, sin apenas cambiar de disfraz. La más larga porque millones de recuerdos vienen a visitarme mientras la nostalgia se cuela por el ventanuco que da acceso a mi corazón; debí olvidarme de cerrarlo anoche. Memorias con sabor a alegría y miseria, a luces y sombras, que simultanean su aparición mientras el cielo se va tiñendo cada vez de un negro más pardo. Es más tarde de lo normal, pero la oscuridad llega, siempre llega, de la misma manera que el alba, que más tarde o más temprano se pasea por el firmamento diciendo adiós a las estrellas. La luna es fiel reflejo del estado que corroe mi interior en una noche como esta y es por eso que hoy sólo se ha atrevido a salir a medias al vasto escenario de la noche, ocultando su otra mitad en el rincón donde los astros se retiran a llorar. En ocasiones pienso que a mí me ocurre igual; que en días así salgo a pasear y me falta la otra mitad, me faltas tú para ser la unidad. Y entre todos los recuerdos que se agolpan uno reluce sobre los demás. El que me trae las imágenes de hace exactamente un año, en la arena, sentado y con tu cabeza apoyada en mi hombro mientras el mar, iluminado por la llama de una hoguera cercana, se abre en calma frente a nuestro ojos. Los besos de aquella noche eran más dulces de lo normal, tus manos acariciaban con más suavidad de la habitual y tus ojos brillaban como lo hacía la luna reflejada en el mar. Era la magia de una noche como en el año no hay otra igual, con su magia, el fuego y los deseos que arden y con el viento se van. Hoy sin embargo la única magia presente fue la del rumor lejano del mar en mitad de la ciudad; las únicas llamas las que ardían en mi pecho alimentadas por rastrojos de mi rabia y soledad; y el único deseo el de tenerte a mi lado y volver a respirar. Porque en noches como la de hoy te llevaría a una cala desierta, apartada de la civilización, con arena virgen para tumbarnos y contar estrellas como nadie pudo jamás y penetrar en el hechizo de la noche de San Juan, rodeados por las olas, los reflejos de la luna y la danza de dos cuerpos que no dejan de vibrar.

Y es que Sucede Que Hoy sólo fue una noche más...
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Me Preguntaba Si...

Hoy, tumbado bajo el sol, mientras contemplaba pasar las nubes en su devenir de formas y trayectos, me preguntaba si mi recuerdo acechaba tu mente en momentos de descuido, de la misma manera en que el tuyo lo hacía por la mía, incluso en momentos de descuido. Si tal vez, en alguna ocasión, mi número había aparecido en tu agenda por error o, es más, si todavía lo retenías memorizado de tanto -y tan buen- uso que le diste en su día. ¿Seguiría mi nombre asociado a mi recuerdo en tu mente, o por el contrario ya se habría convertido en uno más sin rostro al que atribuir? Desgraciadamente el tuyo no era tan común como cualquier otro; ya podrías haber sido Marta, María, Ana... cualquiera fácilmente sustituible, pero hasta en eso el destino quiso jugarme una mala pasada. Y dime, ¿en todo este tiempo se ha colado alguna foto mía entre tus papeles? Un momento captado por la máquina que en aquellos años se desvivía por retratar nuestro amor. Hay tantas y tan bonitas... O mis cartas, ¿qué decir de ellas? ¿Tampoco ninguna ha caído en tus manos? Porque, las guardas, ¿no?. ¿O acaso las tiraste? En fin, en cualquier caso la decisión habría sido tuya, sólo espero que nunca debas arrepentirte -¿o sí?-. O nuestras canciones, ¿sabes?, el otro día escuché una de ellas en la radio y creí escuchar tu voz del otro lado. Vamos, que me preguntaba si seguía vivo en tu memoria, o mi recuerdo había sido relegado a un cajón sesudamente embalado, arrinconado, esperando al camión del olvido, siempre fiel a su cita. No sabía si todavía existía alguna palabra cuya mención evocara mi imagen, o si cuando veías un coche como el mío instintivamente aferrabas tus manos con más fuerza a tu volante, nerviosa por el posible reencuentro. ¿Y si tal vez nos hubiésemos cruzado y tú hubieses preferido aminorar la marcha para no coincidir ventana con ventana en un semáforo? No te asustes si el día que eso ocurra, sin querer, le hago un pequeño rascón a tu coche, por aquello de vernos obligados a hacer papeles; creo que hoy en día sería de las pocas maneras que quedan para intercambiar palabra. Sería divertido, ¿no crees? Tranquila, ninguno sufriría daños, sólo un simple roce entre carrocerías -ya que entre labios, manos, o pieles no es posible- para provocar una conversación. Entonces, tendría que ponerte al día de muchas cosas, y lo haría tan a gusto... Y ahora, mientras escribo todo lo que me preguntaba mientras buscaba respuestas en las nubes, se me plantea otra cuestión. ¿Continúas leyendo las líneas que llevan tu nombre en este humilde rincón? ¿Qué sientes? ¿Qué se siente cuando uno es protagonista de algo así? Y dime, ¿jamás tuviste la tentación de comentar alguno de los artículos? ¿Nunca? ¿De verdad? ¿Ni siquiera en este preciso instante? No te lo niegues, engañarse a uno mismo es más peligroso que hacerlo a los demás. Pues que sepas, que justo debajo de estas líneas, allí donde ahora enseguida tus ojos van a leer las palabras "x comentarios" se encuentra la satisfacción a tus íntimos deseos. ¡Ah! ¿Que son los míos? ¿Sí? ¿Seguro?

Y es que Sucede Que Hoy me preguntaba y yo solo contestaba...

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Visita Difunta De Un Alma Viva

Bajaba las escaleras de grandes peldaños de mármol blanco aferrado con fuerza a la vieja barandilla de hierro, acortando al mismo tiempo la distancia que separaba el sexto piso de la calle, y la distancia que separaba el paso de los años del presente. El silencio helado de los rellanos, acompañado por las puertas de madera vieja y estropeada por el inexorable paso del tiempo, hacían de aquel descenso una acción no privada de cierta cautela y respeto. El sonido de los televisores a todo volumen delataba a los inquilinos que habitaban aquellas casas de felicidad venida a menos; gente anciana y solitaria, cuya máxima compañía residía en las voces que salían por los altavoces de sus viejos aparatos. Ya había descendido dos pisos, cuando un soplo de viento gélido envolvió mi cuerpo erizando mi piel, mientras un silbido estridente resonó con eco en el hueco vertical de la escalera. Fue entonces cuando me di cuenta de que allí estabas -exactamente igual que ahora, mientras escribo estas líneas-, visitándome tú a mi en el lugar en el que tiempo atrás lo hacía yo a menudo. Ahora que ya no estabas, podías permitirte el lujo de venir a verme a cualquier lugar y en cualquier momento, anunciándome tu presencia con la llegada de ese soplo frío de vida después de la muerte y los silbidos de palabra ausente que proclamaban tu llegada. Dibujaste en mi cara una sonrisa y traté de descifrar tus palabras entre aquella amalgama de sonidos. Sin embargo me di cuenta que tu voz resonaba clara en el interior de mi cabeza; no era la primera vez que te comunicabas conmigo después de tu pérdida. Y acompañado de tu esencia, envuelto en la magia de tu alma, llegué hasta el patio de la finca, donde todavía guiado por tu revuelo, sentí que me acariciabas y me dabas un beso de despedida, justo antes de atravesar la puerta que me separaba de la calle. Fue tu manera de decir hasta la próxima. Cada vez que volvía a aquella casa, tenía la certeza de que desde cualquier rincón escuchabas mis palabras, observabas en silencio todos mis movimientos e incluso te introducías en mí para sanar viejas heridas. Siempre fuiste la luz de mi faro, el ángel protector de mis pasos, la ayuda silenciosa a mis enigmas, la fuente de todo mi saber, la maestra de mis artes ocultas. Y ahora, ausente a la percepción de mis ojos, pero no a la de mi alma, continuabas con tus enseñanzas sobre el universo y sus verdades, el cosmos, la existencia...

Y es que Sucede Que Hoy tuve una visita esperada...

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El Roce De Tu Piel En Mis Manos

Por más que pusiera todo mi empeño, jamás logré recordar las caras de la gente de nuestro alrededor, el día preciso de la cita, las conversaciones que nos envolvían o ni siquiera el título de la película que se proyectaba en la gran pantalla frente a nosotros. Sin embargo recuerdo perfectamente tu ropa, el olor de tu perfume y el tacto de tu piel rosada y cálida. Fue una tarde de las que marcó época, unas horas a tu lado de las que ni el tiempo ni el olvido podrán jamás privarme. En aquella sala de cine, sin importarnos nada más que el uno al otro, compartimos la primera caricia de manos temblorosas y palpar tímido. Camisa blanca a rallas rosas, pantalón vaquero y botas, pelo rizado suelto y el perfume del que todavía guardo la muestra que un día me regalaste y que en ocasiones destapo para embriagar con los efluvios de tu recuerdo, las noches solitarias en mi fría habitación. Ocupabas la butaca de mi izquierda y, por aquel entonces, eran pocos los días que llevábamos tachados juntos en el calendario. Posiblemente un mes, tal vez dos, tres, un año, no importa. Ahora es sólo un recuerdo más de los millones que guardo en el archivo de las mejores épocas de mi vida. La inocencia llenaba la estrecha línea que separaba tu butaca de la mía, elevando una pared vaporosa de timidez y duda. Éramos tan jóvenes... Ahora cierro los ojos y me vienen los detalles de la escena; mi mano acariciando el filo de tu ombligo, tu mirada perdida mirando a la pantalla sin prestar atención y pidiéndome a gritos de silencio sepulcral, que iniciara el surco ascendente de mi suave roce hacia rincones vírgenes del tacto de manos ajenas. Yo me desentendía del empuje disimulado de tus brazos, incapaz de creer en tus intenciones. Pero finalmente relajé la tensión de mis músculos y me dejé llevar de tu mano hasta sentir tu corazón latiendo de cerca, muy cerca. Se aceleró, de la misma manera que lo hizo el mío. Y allí, en aquel liso y dulce rincón de tu cuerpo, instalé mi reino para la eternidad; cavé mi tumba para la posteridad.

Y es que Sucede Que Hoy tu sonrojo será fruto de la añoranza...

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Llámame M.

Hola. Mi nombre es M. No traten de averiguar nada más acerca de mi vida. Les basta con saber que soy M. Ya les adelanto que difícilmente me encontrarán por los barrios marginales de cualquier ciudad, así que si alguien pretende dar conmigo, le recomiendo que empiece su búsqueda por las salas de embarque de los principales aeropuertos europeos, las más prestigiosas galerías de arte del globo, o los mercados más snob en busca del último grito. Comprenderán que no de más información, en la vida hay cosas que mejor no decir, que mejor no saber. Para los que les sepa a poco, les diré que sí, soy yo, el mismo que seguramente conocieron en la última fiesta glamourosa a la que asistieron, aquel loco que reía a carcajadas en el palco privado del teatro, el excéntrico repleto de joyas con el que se cruzaron por la ciudad a la salida de un lujoso hotel, o el caprichoso varón de la diminuta agenda, de la que se nutre de la más grata y selecta compañía. Pocas veces me verán solo. Y llegados a este punto, seguramente se pregunten a qué me dedico, cómo es mi día a día o a santo de qué escribo estas líneas presentándome. Pues verán, a lo primero les diré que cuando lo averigüe estaré feliz y contento de poder decírselo, respecto a lo segundo, les contesto que voy de aquí para allá, moviéndome a placer por el mundo de los negocios y la cultura, y en referencia a la tercera cuestión, sólo apuntar que de mí pueden escuchar historias verdaderamente atípicas, increíbles y surrealistas. Porque ese soy yo, el surrealista por excelencia, la voz misma de la locura, el ingenio incontrolado y la verborrea pura de la extravagancia. Sí señores, así me considero, todo un personaje de sangre selecta y vida alocada, un trotamundos, un viajante, negociante, un Public Relations que se rodea siempre del lujo y lo exquisito. Qué quieren que les diga... todo un vividor. Si alguna vez nos conocemos, estaré encantado de charlar con ustedes, tengo mucho que contarles. Y para aquellos que en algún momento piensen en tratar de obviarme, ya pueden olvidarse, basta cruzarme con usted por la calle para recordar rápidamente su cara e interceptar su paso para darme al verbo. Seguiremos en contacto. Buenas noches. Se despide, M.

Y es que Sucede Que Hoy conocí a alguien interesante...

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Microcuento Con Sabor A Ti

Recuerdo el día en el que iba a llegar a la ciudad. Su nombre colgaba de las paredes de todas las calles. Su voz se escuchaba en todas las radios y su tímida sonrisa se había dejado ver en casi todas las televisiones durante la última semana. Era un viaje esperado muchos años, el regreso a su ciudad natal después de que tiempo atrás, probara éxito en la capital y terminara por quedarse a vivir allí, rodeado de éxito y notoriedad. A decir verdad, vivía a caballo entre su ático céntrico de la capital y los grandes hoteles en los que se alojaba en sus continuos viajes al otro lado del charco, donde siempre era recibido entre halagos y una gran expectación. Pero en aquel momento estaba a punto de tenerle frente a frente allí, donde hacía tantos años inició su carrera de escritor. Atrás quedaban sus novelas de iniciación, sus poemas prematuros cargados ya de su esencia, aquellos cuentos de juventud que invitaban a ver crecer a aquel joven estudiante universitario entonces, por ser consciente de la evolución del trazo de su pluma. Cuentan que un día, escuchó una voz que dijo: "Este chico vale" y desde entonces comenzó su andadura hacia el éxito. Pronto fue objeto de deseo de las mejores editoriales, los agentes literarios le llovían a diario y las disputas por hacerse con sus derechos eran noticia en los periódicos. "Un nuevo fenómeno literario", recuerdo que tituló una vez la principal cabecera del país. Sólo dos personas me separaban de él, de su firma, de su saludo. Parece mentira las vueltas que da la vida. Yo también soñé un día con ser escritor y años después estaba haciendo cola para que, quien fuera compañero de facultad, me firmara un ejemplar de su último libro. Perdimos el contacto hace ya mucho tiempo, aunque sé que él ha mantenido a sus amigos de siempre e incluso en varias ocasiones ha protagonizado escapadas para ir a visitarles. Cuentan, también, que en esos reencuentros, además de ponerse al día de la vida de todos, organiza una fiesta que nada tiene que envidiar a los grandes eventos de las películas americanas. El siguiente era yo, y ante la inmediatez del reencuentro, me pregunté cuál sería su reacción. Si se acordaría de mí, si recordaría la única vez que mantuvimos una conversación, curiosamente al acabar una clase de literatura sobre la generación de jóvenes escritores a los que le vino el éxito después de un golpe de suerte o un contacto fortuito con un editor, pero siempre gracias a la calidad de sus escritos y a su pasión por las letras. "Nada es regalado", me dijo para zanjar aquella conversación. Al fin me tocaba, entré a la sala habilitada para la ocasión y allí le vi, sentado frente a una mesa en la que se amontonaban cantidad de ejemplares de su último trabajo y otros anteriores. Entre ellos pude ver un volumen de su novela de mayor éxito, la que le lanzó al conocimiento del público. Estreché su mano y percibí cómo se quedaba pensativo al ver mi rostro, hasta que por fin me preguntó si era yo. Todavía se acordaba, incluso recordaba la conversación que habíamos mantenido tanto tiempo atrás. Me preguntó si continuaba escribiendo y le dije que no, que ya hacía años que había cambiado el hobby de escribir por el de leer sus libros. "Nada es regalado" -le dije, y sonreímos los dos. Finalmente, abrí el libro para que me lo firmara y, aprovechándome de la situación, le pedí si podía dedicármelo especialmente, con unas líneas inéditas, un cuento breve de amor de aquellos que sólo él sabía escribir con tanto arte. Aceptó, pero me dijo que no lo leyera hasta llegar a casa. Después de una despedida efusiva y de una invitación a la fiesta que había organizado aquella misma noche con sus amigos, me marché contento por la experiencia.
Al llegar a casa, me despojé de la ropa que me sobraba, encendí la pequeña lámpara que iluminaba mis noches de lectura y abrí el libro por aquella página en la que unas horas atrás, su autor me había escrito la dedicatoria. Un cuento breve de amor le había dicho, y quedé totalmente satisfecho al leer las líneas que de su puño y letra tintaban aquella página.
Y sin embargo se querían...
Y es que Sucede Que Hoy una frase es toda una historia...

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Un Becario En El Universo

Definitivamente, llámese Dios, Destino, Providencia o Universo, el ser encargado de velar por el orden cósmico se ha cogido unas vacaciones. Pero ese no es el verdadero problema. Al parecer, no ha encontrado a nadie para suplir su puesto con garantías durante su ausencia y se ha visto obligado a delegar en un becario. Un joven e inexperto becario al que, sin ninguna duda y como va a quedar más que demostrado a continuación, la situación le ha venido demasiado grande. Un traje al que le sobraban varias tallas. Un cetro demasiado pesado para sus flojos brazos.
Todo ha comenzado esta mañana cuando, como cada sábado, he amanecido algo más tarde de lo habitual y durante unos minutos me he quedado remoloneando en la cama, tratando de afrontar la realidad del largo y tedioso día que asomaba. En un momento determinado, al darme la vuelta para observar el escenario horizontal que se dibujaba en mi ventana, dos hechos han llamado mi atención sobremanera. Primero ha sido el vuelo raso próximo al cristal de un búho a plena luz del día. ¿Un búho a estas horas? -Me he preguntado. A decir verdad, tampoco le he dado demasiada importancia y he seguido absorto, mirando sin mirar a través del cristal entreabierto por el que se colaba un soplo lento y tranquilo. Pero entonces otro hecho me ha descolocado. ¿Eso que estaba viendo brillar en el cielo eran estrellas en mitad de un cielo azul claro, con un sol radiante y a las doce de la mañana? O el mundo se había vuelto loco o yo seguía soñando.
Me he levantado de un salto, dispuesto a salir a la calle a comprobar de qué se trataba todo este juego. ¿Me habría dado cuenta yo solo de todas aquellas disfunciones? Nadie en la calle parecía extrañado. Tampoco yo podía ni quería preguntar por no parecer un loco recién escapado de un psiquiátrico, lleno de paranoias y conspiraciones en mi contra. Así que he decidido seguir caminando. Pero parece ser que hoy había amanecido con una sensibilidad más despierta de lo normal -o con alguna neurona más dormida de lo normal- y nada a mi alrededor parecía tener sentido. A sólo dos manzanas de mi casa, distraído por el sonido estridente de un avión a punto de aterrizar, he mirado al cielo para seguir su trayectoria con mi vista. Y de nuevo la sorpresa, el sinsentido. No me pregunten cómo, no me exijan detalles, pero puedo asegurarles que he visto un agujero en el cielo de tamaño considerable y del otro lado un ojo enorme observando. Cuando nuestras miradas se han cruzado, la imagen del ojo se ha perdido en la oscuridad y el boquete ha quedado cubierto al instante del mismo azul de su contorno. He tenido la sensación de estar metido en un enorme acuario, una bola de cristal, un gran plató de televisión. He recordado la película El Show de Truman, pero pronto he desechado la idea de estar viviendo en su argumento, ya que de ser cierto, no hubiesen permitido que yo la hubiese visto en su día. La lógica se había esfumado en la oscuridad de la noche anterior sin dejar rastro.
Pero si ha ocurrido algo que definitivamente me ha hecho perder el control, ha sido cuando después de estar esperando a que el semáforo cambiara a verde para cruzar la calle, mi sombra reflejada en la acera se ha quedado atrás en el momento en que he arrancado y, cuando ya nos separaban más de dos metros, ha echado a correr hasta pegarse de nuevo a mis pies. ¿Quién me estaba gastando aquella pesada broma? Porque...era una broma, ¿verdad?. Parecía un mundo de locos. Un cuento de terror de los que no dan miedo pero parece que te aplasten contra el suelo. Un espejismo constante. Y para colmo, cuando ya he pensado que nada superaría a lo de mi sombra, me he topado de frente con un auténtico ángel caído del cielo. Esos ojos, esa sonrisa, esa piel no podían ser terrenales. Les diré algo más -a estas alturas ya no temo sus juicios sobre mi cordura o su ausencia-, estoy seguro de que lo que le asomaba por debajo de la parte de atrás de su camiseta era un trozo de ala de plumaje blanco.
Todo escapa a mi entender. Nada parece tener sentido. Vivo en un continuo fallo de raccord; un salto en la continuidad de mis días. O mi locura ha terminado por vencerme, o desde hoy soy el único ser consciente de la realidad: somos como diminutas hormigas encerradas en un terrario al antojo de los dioses.

Y es que Sucede Que Hoy la inmensidad del cosmos me superó...

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Elogio del RE

Hoy quisiera entregarme en palabras de alabanza y elogios al infinito significado del RE. Y no hablo de la nota musical que armoniza partituras e inunda de color los pentagramas de las mejores piezas musicales. Me refiero a todo el significado que puede llegar a englobar un prefijo tan rico y profundo recogido bajo la apariencia de dos inofensivas letras.

REmemorar instantes perdidos, amores lejanos, poemas dormidos.
REinventar besos prohibidos, caricias olvidadas, susurros vacíos.
REctificar pasos errantes, decisiones inoportunas, actos oscuros.
REdescubrir rincones sagrados, pasiones furtivas, paraísos despojados.
REspirar aires de libertad, vientos de tierra, aromas de sol y mar.
REcuperar silencios eternos, miradas esquivas, ilusiones arrinconadas.
REcapacitar sobre la amada vida, la temida muerte, la odiosa ira.
REalzar las ganas hundidas, el fervor de un nuevo día, el valor de una sonrisa.
REdefinir conceptos en desuso, ideas del pasado, dogmas ahora cojos.
REbelarse ante las injusticias, la moral clandestina, los estigmas del poder.
REconocer verdades dolorosas, mentiras piadosas, errores fraguados.
REactivar los sueños de niño, las aficiones infantiles, los deseos inhibidos.
REcorrer sendas ocultas, caminos de ida y vuelta, veredas vírgenes de huellas.
REcitar cantos de amores apagados, amores en espera o amores entregados.
REhacer momentos deshechos, castillos de viento, jirones de sueños.
REconquistar afectos ardientes, amores latentes, almas candentes.
REsucitar en un abrazo envolvente, un encuentro, un silencio frente a frente.

Porque en el RE se aprecia la evolución y el avance, el progreso y la voluntad de mejorar. La posibilidad de volver a, de brindar una nueva oportunidad. De sentir de nuevo que puedes, que debes, que sólo en tu mano está la posibilidad. Que ríes o llores, un nuevo día espera con mucha luz para regalar.

Y es que Sucede Que Hoy renazco, revivo, muero y resucito de nuevo...
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Promesas Al Tiempo

Ayer tuve una larga y profunda conversación cara a cara con el Tiempo. Los dos acudimos puntuales a la cita en el lugar convenido -permítanme no desvelarlo- y todo transcurrió con normalidad. Al llegar, y después del cordial saludo que nos brindamos, entramos en la estancia que esperaba nuestro encuentro. En el centro de la sala, una mesa ovalada de cristal y aluminio de aproximadamente dos metros y medio, ocupaba el interior de una zona pavimentada en mármol gris y delimitada por una cenefa azulada con motivos florales. En uno de los extremos de la mesa, un elegante sofá ergonómico de formas futuristas esperaba ser ocupado por uno de nosotros dos. Amablemente ofrecí el puesto al Tiempo, pero sin dejarme siquiera acabar de hablar, me dijo que me acomodara yo, pues Él no podía permitirse el lujo de estar parado, apoltronado en un sofá, ya que mucha gente dependía de Su movimiento en todo momento. Así que allí estaba, sentado y con los brazos sobre el frío cristal de la mesa, mientras Él danzaba de parte a parte de la habitación sin detenerse ni un solo instante.
Comenzó el diálogo y pronto entablamos una conversación distendida sobre la importancia que Él había ido adquiriendo con el paso de los años y de manera más notable desde la entrada del presente siglo. Él comentaba que, en ocasiones, llegaba a agotarse de tal manera, que se veía obligado a detener Su función y para ello esperaba hasta verano, donde los días parecían estirarse más, y así Su breve parálisis se tornaba casi imperceptible para cualquier ser humano. "Ser humano" -recalcó, ya que los animales, más sagaces que las personas para los asuntos naturales, se alborotaban ante la percepción del caos momentáneo y ladraban, maullaban, mugían, piaban o relinchaban todos a una, mientras duraba Su breve descanso.
Y en una de aquellas, una vez había logrado llevar la conversación al terreno que más me convenía, decidí afrontar la cuestión clave que había motivado aquel encuentro de carácter urgente. Sin más dilación, armado de valor y sin marcha atrás, Le planteé mi petición acerca de la posibilidad de acelerar Su curso de manera notable apenas quince días, que eran los que me separaban de las ansiadas y merecidas vacaciones. Estaba deseando que llegara todo lo bueno que el verano me tenía reservado y así se lo hice saber. Perplejo ante mi sugerencia, el Tiempo me miró fijamente a los ojos con un semblante serio y permaneció así cinco eternos y angustiosos segundos -juraría que había utilizado alguno de Sus trucos porque a mí me parecieron horas- y después, sin apartar la vista, esbozó una amable sonrisa y dejó escapar un suspiro de complicidad. Sonriendo, Se acercó hasta mí y a sólo un metro de distancia, tomó mi mano y dijo:
"Estaré orgulloso de ayudarte, siempre que prometas que vas a aprovechar al máximo cada instante de ese esperado verano y si nunca, y digo nunca, más vuelves a dudar de mi naturaleza medicinal, útil para enfermedades del corazón provocadas por un amor roto."
Dicho esto, soltó cuidadosamente mi mano, se despidió con cortesía y abandonó la sala.

Y es que Sucede Que Hoy hablé con el tiempo...

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Una Llamada Basta

El color anaranjado y violeta del cielo presagiaba las últimas horas de luz de lo que había sido un buen día. Sentado frente a mi escritorio, buceaba entre las páginas de la última novela que había caído en mis manos aquella misma mañana, cuando el teléfono resonó una vez más en la casa. El timbre, agudo e insaciable, me sacó de la lectura y fui directo hasta la pantalla para ver quién importunaba mi lectura y hostigaba mi tranquilidad. El corazón me dio un vuelco. Bastaron los cinco primeros dígitos para que el pulso se me acelerara y comenzase a temblar nervioso. 9****...
Sin duda aquél era el número que tantas veces había marcado durante muchos años, atendiendo entusiasmado al sonido de los timbres que impacientaban mi espera, hasta oír tu dulce voz al otro lado. Cualquier excusa era buena para pasar largos ratos escuchándote; no importaba si hacía apenas minutos que nos habíamos despedido después de una tarde entera juntos. El auricular de mi aparato fue testigo de los sentimientos más sinceros que siempre transformaba en palabras pronunciadas de manera aleatoria; halagos, piropos, tequieros, sonrisas, verdades en susurro y en definitiva, todas las palabras que se dicen cuando uno está enamorado y su voz muta a un estado absurdo, del que se quisiera no ser dueño cuando es escuchado, una vez el amor no es más que un recuerdo congelado entre el hielo de un corazón sin pasión. Creo que el día que llegara a desprenderme de aquel teléfono porque cayera en la desgracia común de los electrodomésticos modernos de que de un día para otro dejan de funcionar, me resultaría duro, pues con él se irían miles de historias que alimentaron nuestro amor a diario.
Ahora continuaba mostrándome aquellos números mientras yo, en un estado de inmovilidad incontrolable, me debatía entre coger la llamada o dejarlo sonar hasta que desistieras en tu intento, aún a sabiendas de que conocías a la perfección mis horarios. Por mi cabeza pasaron cantidad de imágenes a toda velocidad; pensamientos fugaces que representaban las ventajas y los inconvenientes de aceptar aquella llamada. Una gota de sudor frío resbaló por mi axila hasta perderse en la cintura del pantalón, después de haber dejado el rastro de su gélido recorrido por mi costado. En aquel momento hubiese deseado conocer tus intenciones para valorar desde una posición mejor la decisión, pero tú siempre fuiste de las de bailar en el límite del riesgo de la duda y ahora mis pies acompañaban tu paso en aquel enorme y angustioso salón de baile.
Finalmente me decidí a contestar. En realidad, ¿qué podía perder sino una buena oportunidad para escuchar tu voz de nuevo y quién sabe si un posible tono de arrepentimiento en tus palabras? Me deshice como pude de la perplejidad y, decidido, descolgué.
- ¿Diga?
El sonido intermitente del otro lado de la línea supuso el final de toda aquella historia de apenas un minuto, que más bien había dejado el poso en mí de una hora de incertidumbre. Había llegado tarde. Para cuando había logrado dar el paso venciendo mis temores, la espera había sobrepasado los límites de tu paciencia. Ahora me alivio del desasosiego que me produjo aquel pitido discontinuo pensando que tal vez no era yo quien había llegado tarde, sino tu perdón.

Y es que Sucede Que Hoy una llamada valdría...

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El Cielo Quiso Fotografiar Nuestro Amor

Fue en una noche de olor a tierra mojada, a humedad, a silencios rotos por el estallido de truenos y relámpagos que iluminaban y daban ritmo a la intranquila oscuridad nocturna. Junto a mí, ocupando por completo mi lado de la cama, aferrada como cuando eras una niña inocente y hacías lo propio con tu muñeca de trapo, dormías al fin sintiéndote segura. Entretanto yo disfrutaba del sonido de las gotas de lluvia golpeando en la ventana y observando los caminos que trazaban mientras se deslizaban por el cristal. Agua pura y limpia que venía a llevarse lo malo, a renovar la atmósfera, a limpiar y sanar todos los males del planeta. Mi mano todavía no había parado de acariciar tu pelo desde que minutos atrás comenzara a hacerlo para calmar el miedo que desde siempre te producían las noches como aquella. Decidí parar para no despertarte y dejé mi mano apoyada en tu espalda para que, aún inconsciente, no te sintieras desprotegida y supieras que allí estaba. Incorporado en la cama, con la espalda apoyada en el gran cojín que colgaba de nuestro cabezal, veía pasar los minutos en el reloj que debía de sacarme de las sábanas apenas tres horas más tarde. En uno de aquellas interminables vueltas que completaban sin cesar las saetas, un relámpago refulgente iluminó por completo la habitación y me regaló una estampa de tus labios sobre la almohada, en un perfil que se dibujaba perfecto con la sábana al cuello. Fue un momento de luz entre la eterna oscuridad, un flash deslumbrante que vino en forma de regalo. Unas décimas de segundo que quisieron recordarme que allí estabas, compartiendo cama conmigo, pegada a mí, respirando profundamente dueña de un sueño tranquilo a mi lado, dejando huellas de tu aroma en mi almohada, siendo novia, amante y esposa a la vez, concediéndome una noche de pasión y magia, entregándote en corazón y alma. Fue como si el cielo hubiese querido fotografiar nuestro amor. Y a los pocos segundos, en no sé qué idioma, agradeció nuestra pose haciendo sonar su poderosa garganta con un trueno ensordecedor.

Y es que Sucede Que Hoy calmaría tu miedo en las noches de tormenta...

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El Silencio De La Noche En El Tren

Hacía algo más de dos horas que habíamos dejado atrás la Berlin Hauptbahnhof-Lehrter Bahnhof -o Estación Central de Berlín- y la noche caía silenciosa y fosca, dueña de una oscuridad absoluta sólo rota por el tímido resplandor de una luna amagada entre nubes opacas. Mi cabeza, apoyada en el cristal del vagón, notaba cómo el frío se adueñaba del exterior con el paso de los minutos y los kilómetros tierra adentro, alejados cada vez más de la gran ciudad. A mi alrededor todos dormían o, al menos, lo intentaban apoyados unos contra otros mientras las enormes mochilas de viaje hacían las de colchón, almohada o incluso pareja en mitad de un cálido abrazo, seguramente inconsciente quien lo hacía, absorta en su sueño. El cansancio acumulado hacía mella y el dulce traqueteo del tren acompañado del silencio sepulcral completaban un escenario perfecto para recuperar la fuerza que tanta falta haría en apenas horas, para afrontar la realidad de otro país por visitar, una nueva ciudad que se abriría ante nosotros dándonos la bienvenida con los primeros rayos de luz de la mañana. La belleza de la que para muchos era uno de los más obviados tesoros del viejo continente esperaba nuestra llegada; Praga sería nuestro hogar en los próximos días.
Moviéndome a duras penas, con la máxima agilidad que me permitía el hecho de tener sobre mi hombro apoyada la cabeza de quien ocupaba la butaca de mi lado, probé a sacar uno de los libros que llevábamos en el equipaje de mano para tratar de tentar al sueño que la impaciencia, el nerviosismo y tu recuerdo se habían encargado de robarme. El intento fue inútil, pues mientras movía mi brazo con suma delicadeza y sigilo para no interrumpir el sueño de los que, bendita su suerte, habían conseguido atraparlo, advertí que la tarea resultaba imposible. Además, de lograr extraer cualquiera de las novelas, el esfuerzo para leerla hubiese sido desmesurado ante la poca luz que bañaba el pequeño compartimento. Así que decidí permanecer inmóvil, observando por la ventana con la mirada fija en la nada, trayendo a mi cabeza imágenes de tu sonrisa mientras te imaginaba dormida en tu cama, con la ventana entreabierta, colándose la brisa nocturna del mar hasta erizarte la piel dorada que tan bien te sentaba en aquellos días de verano. Quién sabe si por tus sueños se estaba colando entonces alguna imagen mía también. Quise creer que sí, por no sentirme tan solo en aquel instante. Imaginé lo bonito que hubiese sido visitar aquellas ciudades de tu lado, disfrutar de las noches de tren siendo tu cabeza la que se recostaba sobre mi hombro, tu mano entrelazada a la mía la que me impedía coger el libro, o el recuerdo de mis amigos el que me quitaba el sueño, pero no. Y en aquellas parece ser que me vino al fin el sueño, ya que creí sentir que me levantaba con total facilidad de mi asiento y me dirigía atravesando vagón tras vagón sin necesidad de abrir ninguna puerta, hasta el penúltimo de ellos para sentarme a tu lado. De pronto aquel tren sólo viajaba para ti y para mí; sus pasajeros se habían evaporado y las nubes opacas que antes cubrían el cielo se habían disipado dejando brillar a la luna que tintaba de añil nuestro compartimento. Me decías que llevabas en aquel vagón desde que el tren salió de la primera estación, esperando cada noche mi llegada, hasta que por fin hoy me había decidido. Pero la realidad era que yo no sabía de tu presencia hasta aquel momento y todo porque en una de las curvas eternas en las que, viajando de espaldas, puedes ver cómo el tren se retuerce, había observado un haz de luz blanca que salía de tu vagón y enseguida supe que allí estabas, envuelta en tu aura mágica de ángel caído del cielo. Y te besé de manera cálida y profunda hasta que tu figura se desdibujó y se marchó con el viento que entraba por el pequeño ventanal que se abría en lo alto del cristal. Fue entonces cuando desperté de nuevo y vi que todo seguía igual; la gente dormía, la luna se ocultaba detrás de la noche cerrada, las enormes extensiones se abrían a ambos lados de la vía y el susurro del viento que cortaba el tren permanecía invariable. Debíamos estar próximos al destino, pues ya rayaba el día en el horizonte y el rocío y la humedad tintaban los cristales de vaho. Aproveché para escribir tu nombre diminuto y lo enmarqué en un corazón, hasta quedarme dormido de nuevo, con la mejilla apoyada en él. Pronto llegaríamos.

Y es que Sucede Que Hoy imaginé una de las noches de tren...

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Cuando El Mundo Ya No Sea Mundo

De nuevo una pesadilla se adueñó de mis horas de descanso. De nuevo un sudor frío bajando por los costados de mi frente hasta empapar la almohada. De nuevo el sobresalto y la duda, el miedo y la desesperación. Esta vez era algo serio; tan real como la vida misma, tan irreal como la vida misma.

Sólo recuerdo que desperté inquieto, alterado, con las sábanas revueltas y el colchón empapado, no sé si de sudor o lágrimas. Debía llevar horas retorciéndome en la cama a juzgar por el estado en que se encontraba. Horas de angustia y horror al contemplar aquella retahíla de imágenes que se agolpaban en mi mente. Por esta vez no era yo el protagonista directo de la historia, sino que todo transcurría ante mis ojos, como en un documental proyectado en una gran pantalla de una enorme y fría estancia en la que me encontraba yo solo. Frente a mí, como si del último estreno taquillero se tratara, comenzaron a aparecer las imágenes del mundo al que me habían destinado como castigo a no recuerdo qué, narradas por la voz irónica de un presentador que no se dignaba a aparecer. Un lugar donde la gente pasaba hambre, los niños morían, había una extraña palabra llamada enfermedad, se escuchaban llantos y lamentos, las mujeres eran dilapidadas, la sociedad se dividía en ricos y pobres, tener o no tener se situaba por encima del ser o no ser, la gente vivía atada a un extraño aparato que portaban en sus muñecas, se afanaban en poseer y descuidaban el saber, se había perdido la fe hasta en la propia humanidad, se mataba, se robaba, se maldecía, se maltrataba. Un lugar oscuro, asfixiante y aterrador, donde las personas cada día se soportaban menos y comunicación era una palabra caída en desuso; donde guerras y desastres naturales eran la tónica habitual de cada día; donde el amor y la paz eran vestigios rasgados en la memoria de los más viejos. Un caos absoluto disfrazado de mundo.

En el momento en que la voz en off pronunciaba mi nombre de entre la lista de desafortunados que debían cumplir condena en aquella angustiosa cárcel, desperté con el corazón queriendo salir por el pecho, las sienes o los mismos ojos. Todo yo era latido. Giré la cabeza y vi la selva frondosa en la que un buen día, hace ya muchos años, amanecí junto a otras ciento diez personas que, al igual que yo, se sentían seres nuevos recién nacidos de entre la jungla. Estaba amaneciendo y ya había quien merodeaba por aquella vasta extensión sonriendo, feliz, renovado, vivo. Entonces respiré tranquilo, bebí un trago del agua que llenaba mi caparazón de coco y me volví a recostar para apurar los últimos instantes del crepúsculo.

Y es que Sucede Que Hoy quisiera creer que mi mundo no es así...

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Tal Vez Por Eso Desperté

Hoy he despertado empapado del sueño que me ha acompañado durante los últimos minutos de descanso. Y digo minutos sin saber muy bien si lo eran; me ha parecido una eternidad. De la noche a la mañana, sin previo aviso, -si es que no ha habido ya suficientes- el nivel del mar ascendía de tal manera, que toda la ciudad amanecía inundada, como el naufragio de una gran maqueta o la piedra que se hunde poco a poco en el río hasta posarse con un suave golpe en el fondo. Absolutamente todo quedaba anegado. Ni torres, ni campanarios, ni rascacielos se salvaban. Sin embargo no había víctimas. Ni un solo cuerpo en toda la ciudad, ni un alma reclamando regreso, ni un llanto, ni un gemido. Solamente mi figura vagaba por la escena buceando a pulmón durante horas -la magia de los sueños- mientras discurría por las calles, como quien contempla la quietud de un acuario desde dentro. Me vino a la cabeza la idea de que en aquel instante yo podía ser el mismísimo Poseidón, dueño y señor de todo cuanto quedaba bajo el dominio de aquellas aguas. Edificios, comercios, calles... Todo me pertenecía. Tal vez alguien -si es que regresaban algún día- disfrutara de un placentero baño veraniego dentro de muchos años, siglos incluso, sin saber que a cientos de metros bajo sus pies se encontraba la que fue mi ciudad, el que fue mi mundo. Una nueva Atlántida por descubrir.

Entretanto yo continuaba a lo mío. Me desplacé con la habilidad y el sigilo del tiburón hasta la biblioteca y observé apenado todos los volúmenes deshechos por la fuerza implacable del agua. Me sentí tremendamente triste; el fuego y las letras nunca fueron buenos amigos, ahora sabía que el agua tampoco lo era. Y en aquel preciso instante me sobrevino la idea de volver a visitar tu casa. Recordaba perfectamente tu calle y cómo llegar a ella. Al hacerlo, observé los geranios de tu ventana y me extrañó contemplar cómo parecía que por ellos no había pasado la catástrofe. Lucían hermosos, rojos, vivos. Me colé por una ventana entreabierta. Recorrí el pasillo, contemplé el zaguán, contemplé el sofá color ocre y recordé las tardes en él contigo al lado. Después el pasillo de nuevo; una puerta, otra al otro lado y por fin la tuya. Nada había cambiado desde la última vez que estuve allí. Continuaba al fondo tu cama -¿nuestra cama?- al lado de la ventana, la mesita de noche, la estantería con todas tus cosas, tu armario y la mesa de estudio repleta de objetos. Hasta ella me acerqué, cuando sorprendido, observé que al contrario que en la biblioteca donde había estado, un papel seco y sano descansaba sobre el cristal de tu mesa, debajo justo de un bolígrafo abierto de color azul. No pude resistir la tentación de leer aquellas líneas de las que ahora sólo recuerdo mi nombre, la palabra perdón y un deseo de regreso. La fecha era del día anterior. Tal vez la avalancha de agua te había sorprendido mientras escribías aquella carta. Tal vez pretendías hacérmela llegar al día siguiente. Tal vez por eso yo no había desaparecido como el resto. Tal vez debía recibir primero aquel escrito, para después reunirme contigo allí donde permanecías, desilusionada por haber intentado hacerme saber que habías recapacitado y todo tu esfuerzo se había marchado con el agua. Tal vez por eso regresé. Tal vez por eso desperté.

Y es que Sucede Que Hoy de nuevo el sueño fue revelador...

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El Rincón Donde Siempre Te Esperé

Cierra los ojos y no los abras hasta que te indique. Déjate llevar de mi mano hasta un lugar que he preparado especialmente para ti. Tranquila, estoy seguro de que te va a encantar; aunque te cueste de creer, todavía recuerdo cada uno de tus gustos y partiendo de ellos he cuidado la colocación de cada objeto por insignificante que pareciera. No insistas, por esta noche no tendrás pistas, sólo confía en mis pasos y no preguntes nada; tu silencio será la magia del trayecto. Entretanto, deja que vaya explicándote qué quiere decir todo esto. ¿Recuerdas aquella vez en la que te dije que existía un lugar en el que me perdía cada vez que te marchabas de viaje y permanecía allí imaginando que tal vez pudiera ver cómo partía tu avión? ¿Y recuerdas que siempre contestaba lo mismo cuando me llamabas a tu regreso? "Ya sabes dónde, en el rincón en el que siempre te espero". Pero todavía no has estado allí. Siempre quise llevarte y para cuando me decidí ya era tarde. Tú habías emprendido otro de tus viajes, sólo que esta vez no tenías billete de vuelta, el destino no era otra ciudad y el motivo no era tu trabajo. Pretendías no volver, rondando por la vida en busca de otro corazón. Un viaje que jamás debió cumplirse, pero sucedió. Ahora ha pasado el tiempo y puedes estar tranquila, siempre supe de tu regreso. Allí volvía cada noche a perderme entre las estrellas inmortalizando tu ausencia con destellos luminosos hasta que el frío, la lluvia o el llanto terminaban por vencerme. Y que no te extrañe si me notas demasiado natural, como si de alguna manera tuviese todo esto planeado desde aquel mismo día en que me dijiste "hasta otra" -nunca escuché un "adiós" de tus labios- y te marchaste; es así, no te equivocas. El punto final de nuestro cuento todavía no estaba escrito y ahora estás aquí. Ya entonces sabía que esta noche terminaría por existir antes o después. Por cierto, ya estamos llegando, pero aún no los abras. ¿Tienes frío? Toma mi chaqueta, el viento aquí se deja notar más, enseguida sabrás porqué. Sólo me queda algo más que explicarte antes de que puedas descubrir este lugar del que siempre te hablé; cuando mires hacia abajo, observa el manto de luces que cubre la ciudad y busca entre las avenidas y los edificios, aquel parque donde nos besamos por primera vez. Siempre era lo último que contemplaba antes de marcharme. Incluso creo que nada en esta ciudad tendría sentido sin ese lugar -sin ese beso-. Ahora sí, ya puedes abrir los ojos. Bienvenida a mi rincón favorito. Bienvenida a mi corazón, de nuevo.

Y es que Sucede Que Hoy volví a perderme en conjeturas de regresos...

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El Viaje a Venecia Que Nos Queda Por Hacer

¿Recuerdas aquel paseo cogidos de la mano perdidos por las calles de Venecia? Fue el verano en el que decidiste romper con todo lo que verdaderamente odiabas de tu vida y te lanzaste al vacío de nuevo conmigo. Los paseos en góndola, las cenas a la luz de las velas, las fotografías en todos los rincones... Sonreías y éramos felices teniéndonos el uno al otro en aquel paraíso lejos del mundo. Todavía guardo en mi memoria la conversación que mantuvimos sentados en aquel banco de piedra frente a San Marcos; tu cabeza apoyada en mi pecho y tus manos dibujando formas de caricias en mi pantalón. Y el sonido de tus suspiros al pasar por debajo de su feudo forjando así un amor eterno, como nos contaba el gondolero entre leyendas y poemas que de vez en cuando suscitaban una mirada enamorada entre los dos. Las ondas, en el agua, se deslizaban al compás de la música que salía de la armónica de aquel hombre misterioso, que veía pasar la vida apoyado en la barandilla de hierro forjado de uno de los puentes. Te sentaba tan bien aquel vestido blanco y el sol reflejando en tu cara mientras el viento rozaba tu melena suelta...A veces me perdía alguna cosa por estar mirándote directamente a ti y no al paisaje. Te había echado demasiado tiempo de menos y tenerte ahora entre mis brazos en aquel entorno me seguía pareciendo un sueño, por más que insistieras en quitarme aquella idea con tus besos. Y las noches a tu lado, escuchando de nuevo el palpitar acompasado de nuestros corazones, disimulado por el sonido del agua discurriendo canal abajo en el silencio nocturno. El brillo de la luna iluminaba nuestras sábanas como queriendo desvelar lo que ocurría debajo de ellas. Sentir de nuevo el roce de tu piel con la mía, percibir tu perfume natural, escuchar tu respiración acelerada como tantas y tan lejanas veces... Sentir cómo tus manos se aferran a mi espalda y acabar con un sollozo involuntario, empapado en lágrimas de alegría, por sentirnos dueños de una nueva vida unida por el amor de dos locos que aprendieron de su error.

Y es que Sucede Que Hoy adelanté acontecimientos futuros...

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El Halo Divino Que Te Envuelve

Y a veces caigo en la cuenta de que tanto te he soñado, tantas veces te he imaginado, en tantos momentos he pensado en ti, que temo que, llegado el día de tenerte frente a mí, tu imagen real emborrone el halo divino que te envuelve en mi mente. Que de alguna manera tus ojos no brillen tanto como siempre figuré; que tu voz no resuene tan melódica como te la presupongo; que tu sonrisa no sea tan pura como la que dibujas en mi imaginación; que tus manos estén frías y no tengan el don de la caricia que desde el primer día te otorgué; que tus labios sean filos y no algodones como siempre sospeché. Temo, a fin de cuentas, que pierdas el rango de musa y desciendas al mundo de los huesos, los defectos y la piel.

Pero cuando eso ocurre, cierro los ojos, proyecto tu imagen en la nada y sonrío. Sonrío al ver cómo de nuevo el aura blanca contornea tu cuerpo; cómo tus ojos parecen luceros que alumbran el mar; cómo tu voz se asemeja al canto de la primavera; cómo tu sonrisa es la fuente de alegría de los dioses; cómo tus manos suaves erizan mi piel con sólo acercarse; cómo tus labios se convierten en el bocado más dulce y esponjoso que jamás haya probado. Sonrío, a fin de cuentas, porque vuelves a ser la poesía que asciende de la tierra al Olimpo, porque no hay momento en el día más eterno, que el de acercarte hasta mi vida e imaginar que entras en ella y disfrutas siendo mía.

Y es que Sucede Que Hoy no te vi y tuve que imaginarte...

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El Eco Difunto De Tu Voz

Hoy recuperé del archivo borroso del olvido, el recuerdo de una cita que me hizo -y esta vez ha vuelto a hacerlo- pensar en ti. La escuché ya hace algún tiempo, en uno de aquellos días en que me perdía con la mirada puesta en la nada, el corazón latiendo lento, las ganas muertas y el ánimo pisoteado por el adiós de tus labios secos. Por un momento he recordado a viva voz todas y cada una de las palabras que en aquella lejana fecha me rescataron del estado absorto en el que me encontraba. Sonaron suaves, cargadas de melancolía, apagadas, lentas, como si en el discurso de aquellas sílabas pereciera una lágrima.
"Lo peor de cuando alguien muere es cuando a la mañana siguiente quieres llamar a esa persona para contarle algo y te das cuenta de que no está, de que nunca más va a estar"
Hoy yo tuve ganas de llamarte para contarte de qué color eran los sueños que quedaban por cumplir; para susurrarte todos los tequieros que te debía desde el día en que, con lágrimas en los ojos, te diste la vuelta para desaparecer; para explicarte que en mi reino, el sol había dejado de salir cada mañana desde tu despedida y vivía en un crepúsculo eterno falto de calor, de luz, de vida; para comentarte que ayer pasé y nuestros nombres seguían vivos en el tronco rasgado de aquel árbol; para decirte que no hubo día que no pensara en tus labios rozando los míos, en tus manos acariciando mi espalda, en mis dedos jugando con tu pelo, en tu cuerpo abrazo a mi cuerpo; para expresarte, con voz rota y desaliento, que es tu amor mi energía, que es tu amor mi alimento.
Pero entonces entendí que tampoco yo podía hacerlo, pues sin estar físicamente muerta, tu nombre, tu voz y tu imagen eran ecos difuntos en un rincón polvoriento de mi memoria.

Lástima de viento que cada noche viene a removerlo; lástima de viento que devuelve la vida al muerto.

Y es que Sucede Que Hoy quise llamarte y dormirme con tu voz de nuevo...

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Caprichos Del Destino

Y la magia de la vida, el capricho del destino y el guiño del hechizo que siempre hubo entre los dos quiso que repitiéramos lugar, conversación e incluso mesa. Una muestra más del asombroso juego de coincidencias que envuelve nuestra relación, un signo del halo enigmático que siempre nos ha rodeado y sin el cual, nada de lo nuestro tendría sentido. Vivir en un auténtico dejà vu durante dos horas. Fue bonito recuperar el tiempo perdido, revivir instantes tan lejanos en el tiempo, descubrir cómo la vida se tornaba juguetona y nos regalaba momentos tan coloreados como aquel. Más de una risa nerviosa dejó entrever que tanta casualidad no era, precisamente, casual. Digamos que la fuerza del momento quiso que todo surgiera así, tan tuyo, tan mío, tan nuestro. Parece ser que aquella mesa todavía guardaba los vestigios de nuestra primera y última vez, los sentimientos que fluían entre dos miradas entonces mucho más ingenuas, la agitación de dos corazones que empezaban a entender que lo suyo no tenía lógica y sin embargo les parecía el más puro y sincero de todos los sentimientos. El sudor de las manos, el temblor en la voz, las tímidas sonrisas, las miradas furtivas...
En ocasiones te cruzas con gente que sin saberlo ya estaba ahí, esperando el choque, para comenzar -o continuar- una historia de aparente sinrazón, lejos del alcance de toda lógica, fuera de cualquier explicación y que, sin embargo, aportan un sentido absoluto a la grandeza de vivir.

Y es que Sucede Que Hoy tenía que regresar aquí contigo...

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