Bajo El Reflejo De La Luna Oculta

Sólo un barco a lo lejos navegando lentamente sobre la oscura línea azul del horizonte se había convertido en el testigo del delito. Desde la orilla, asomado al balcón del apartamento por detrás de las cortinas, me preguntaba si desde aquella distancia serían capaces de vernos. El plan debía ser perfecto para no dejar rastro de nuestro paso. Nada de luces, ni de abrir ventanas, ni pasos sonoros, ni prisas. Sólo nos podíamos permitir algún grito incontenible amortiguado por la almohada. La brisa del mar que se colaba por los pequeños orificios de la persiana se encargaba de remover el espeso aire del interior de la habitación, tantas veces respirado a bocanadas aceleradas. Ni siquiera el descuido del olor podía quedar descontrolado. Cuando las sábanas se impregnan de un perfume derrochado con pasión por quien de normal no duerme entre ellas, eliminar su vestigio se torna tarea imposible. El sol vespertino nos acompañaba en su transcurso hacia un crepúsculo difícil de prolongar; la tarde pasaba rápida pese al soborno. Y con ella se iban las horas en las que se debían desvalijar dos cuerpos demasiado arropados con prendas inútiles, que sólo servían para ocultar el fino vello escarpado de dos torsos entregados al arte de la caricia y la seducción. Las olas rugían a lo lejos y las últimas gaviotas alardeaban con sus cánticos agudos de vuelo raso sobre el espigón. Y para cuando la luna se había instalado, oculta en su rincón secreto, y su estela se reflejaba ya sobre el mar en calma, de nuevo los trapos sobre la piel y las sábanas estiradas como si jamás hubiesen estado revueltas aquella tarde. Sólo el aroma marchitaría en la soledad de las sábanas en invierno. El delito había concluido sin opción de vuelta atrás. Los besos nunca volverían a los labios de su antiguo dueño. Las caricias ya no se separarían de la piel de quien las había recibido. El eco de los gritos sobre la almohada jamás retornaría a lo más profundo de la garganta. Y la playa, junto a la luna invisible, se convertiría en el único testigo de la fuga.

Y es que Sucede Que Hoy imaginé un delito deseado...

2 comentarios :

Encarni | 17:01

Hola Pablo. Me gustó que la historia transcurriera por la tarde, a veces se nos olvida que cualquier hora es buena para una caricia. El hecho de que no se pudiera dejar huella seguro que hizo mucho más intensa esa pasión. Hay "delitos" en el amor que te hacen sentir muy vivo/a.

Un besote.

Pablo Martín Lozano | 23:34

Hola Encarni, poco puedo decirte. Comparto todo lo que dices. Cualquier hora es buena para la caricia, los delitos por amor son los más interesantes y lo de no dejar huellas aporta siempre un toque de misterio que aumenta la intriga.

Besos!