Noche De Tormenta Y Cristales Empañados

Una cortina opaca de agua cubría la inmensidad de la ciudad asustada a mi alrededor. Las nubes descargaban con rabia manantiales de lluvia que golpeaba con fuerza sobre el asfalto y las aceras, anegando calles enteras, plazas y comercios. Por momentos parecía que la furia de los dioses se hubiese concentrado en aquel torrente de gotas destiladas que arrasaban la ciudad de norte a sur. Una fuerza arrolladora que impedía cualquier posibilidad de movimiento. Las luces y sirenas de la policía se sucedían en un vaivén constante iluminando de destellos azules las fachadas de los edificios dormidos. Sin embargo, protegido en el interior del coche, todo se veía de distinto color. Llegaba a ser bonita la experiencia de la incesante lluvia resbalando por el cristal, los regueros de agua que caían por los laterales de las ventanas, el sonido de los truenos cercanos amenazando con más tormenta... Por delante, la soledad de una plaza sin vida a causa del temporal, permitía observar la fuerza con la que las balas de agua caían desde el cielo, mientras el rumor de esa misma lluvia golpeando sobre la chapa metálica del techo provocaba un ronroneo incesante y calmado que se convirtió en la banda sonora de la noche. La oscuridad reinaba a sus anchas pese al intento en balde de las farolas. Sin embargo, por momentos, todo a mi alrededor se iluminaba con una luz amoratada que apenas duraba un segundo. Un destello malva que alumbraba la escena y la teñía de magia. Desde siempre había adorado las tormentas, esos breves lances de rabia celestial y cósmica que cobran vida propia en forma líquida y sonora. Pero más todavía me habían apasionado siempre esas tormentas acompañadas por la luna oculta tras las nubes negras. La noche acrecentaba el poder intimidatorio de la lluvia, batiendo en duelo a los que, ajenos a la furia, salían a su encuentro. Y en uno de aquellos instantes de mayor intensidad, en el interior de mi coche aparcado frente a la plaza, sentí el bienestar de cuando se tiene todo cuanto se desea en el momento. Ya la lluvia se encargó del resto, creando la atmósfera perfecta en la intimidad de la noche y los cristales empañados. Y el viento, que en ocasiones parecía tener la fuerza del mar montado en cólera, se empeñó en agitar con bravura el coche, justo en los momentos en que llevaba demasiado tiempo sin acercarme a ella.

Y es que Sucede Que Hoy contemplé la tormenta de forma diferente...

2 comentarios :

Encarni | 17:19

Hola Pablo. Por aqui solo han caído unas gotas. Pasé el fin de semana en mi casa del campo, en la que por supuesto me acordé de ti al mirar las estrellas como ya viene siendo una bonita costumbre. Esta noche el viento ha soplado con una intensidad enorme, escuchaba por mi ventana como los árboles se estremecían a su paso. Son instantes en los que te das cuenta del gran poder y la furia que tiene la naturaleza.

Me gustan esas noches de las que hablas, en las que llueve y la luna se esconde tras nubes oscuras dejándose ver de vez en cuando.

La lluvia mientras no haga daño siempre es bella. Ya tengo ganas de verla por aqui.

Un beso enorme.

Pablo Martín Lozano | 17:25

Hola Encarni. Pues por aquí cayó y lo hizo con ganas. Me alegro de pasar fugazmente por tu cabeza cuando miras las estrellas; compartimos la magia de los astros en instantes perdidos en el tiempo.
La noche de la que hablo fue bonita. Mucha lluvia, muchos relámpagos y truenos y mucha calma para contrarrestar todo lo demás. Dada y recibida.

Besos!