
Las cajas aún por desembalar ocupaban el pasillo del pequeño apartamento de alquiler que me cobijaría el tiempo que durara mi estancia en París. Noviembre había entrado con ímpetu en la ciudad y sus calles habían tardado apenas un par de días en cubrirse de nieve, pintando un paisaje blanco que revestía de nuevos matices los rincones más famosos. Había llegado a París con la intención de empaparme de su rutina diaria y trasladara a mi próxima novela que transcurriría en aquella misma ciudad. Una historia de amor en la época de la revolución estudiantil de primavera, en la que dos jóvenes parisinos iniciaban una relación pasional después de que el protagonista se refugiara en casa de la joven durante una persecución policial contra los protestantes, una cerrada y convulsa noche de mayo.
"Amor en otra primavera" iba a ser el título. Y como acostumbraba a hacer antes de comenzar cualquier novela, me desplacé hasta la ciudad en la que iba a tener lugar la trama, para conocer a fondo sus calles, sus gentes, sus costumbres... Así que alquilé una pequeña buhardilla en una calle tranquila de
Montmartre, hasta que tuviese los datos suficientes para el libro y volviese a casa dispuesto a comenzar a escribir. Tal vez un mes, quizá dos, tres, tampoco mucho más. Jugaba con la ventaja de no ser la primera vez que visitaba París, por lo que los plazos de mi trabajo allí se acortaban. Tenía todo más o menos planeado en una rutina que me mantendría ocupado cuatro horas por la mañana y otras dos por la tarde. El resto del tiempo lo dedicaría a leer libros de historia sobre aquel mayo del 68 para nutrirme de diferentes versiones y curiosidades de la época. Y así pasaron dos meses al final, en los que escribí en mi cuaderno miles de anotaciones sobre la ciudad y su gente, para después recrearlo en la historia a la que comenzaría a dar forma nada más llegara a casa de nuevo. O eso creía hasta el día en que, de nuevo con las cajas, esta vez recién embaladas, ocupando el pasillo, comprendí que una historia de amor que ocurría en París, sólo podía escribirse respirando el aire parisino de
Montmartre cada mañana. Hablé con la casera, desembalé de nuevo las cajas y las vacié, compré un paquete de folios y varios bolígrafos y comencé a dejar correr la tinta sobre el papel mientras por la ventana, no demasiado lejos, la escalera hacia el
Sacre Coeur se elevaba repleta de parejas fotografiando su amor en uno de los lugares más bonitos del planeta.