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Buenas Y Adiós

Se suponía que ella no debía estar allí. Que no iba a producirse un encuentro incómodo e inesperado. Que no tenían que verse aquel día, a aquella hora, en aquel lugar y en aquellas condiciones. Se suponía que ella no iba a estar allí y la tarde iba a transcurrir tranquila, como las horas previas, pero el destino no les dejó permanecer en la ignorancia. No hacía tantos días desde la última vez que habían intercambiado palabras, aunque sí bastantes en que esas palabras habían sido de esperanza e ilusión. Y aunque todavía el tiempo podía medirse en horas -parece tácitamente aprobado que hasta las setenta y dos el tiempo todavía se mide en horas- lo cierto es que en aquellas circunstancias no era así, sino en distancia y frialdad. Y de ese hacía mucho; siglos, milenios incluso. Pero se produjo el encuentro. Un "buenas" que recibió un "adiós" indiferente, mientras las miradas ocultaban todas las palabras que la boca no se atrevía a dejar escapar. Llegaron entonces los sudores fríos, las palpitaciones y los "me falta el aire". -Se suponía que tú no debías estar aquí -pensó. Se suponía que debía olvidarte y estos sustos no ayudan. Era tarde. Ya había sucedido. Ya nada podía hacer correr el tiempo atrás, ni ya nada podía reparar su alma mientras le seguía con la mirada paralizado conforme ella se alejaba escaleras abajo. Su imagen, el eco de su adiós y su recuerdo le acompañaron el resto de la tarde, confundiendo su ánimo entre la alegría que siempre le supuso verla y la tristeza de ser consciente de la distancia.

Y es que Sucede Que Hoy no debía estar allí...

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Lo último De Ti

Mis manos ya nunca acariciarán tu rostro. Ni las tuyas volverán jamás a posarse en mis rodillas. Mi voz ya no será más tu canto. Ni la tuya adornará mis días con susurros aterciopelados. Volarán los sueños que forjamos y callarán por siempre los futuros. Y como los tejados en invierno se helarán los sentimientos que intercambiamos. Se irán, como se va la vida en cada letra de este llanto. Se irán y en el camino añorarán los días en que la magia estaba de su lado. Se enterrarán las ilusiones bajo un monte de escombros y lamentos. Mis ojos ya no se encontrarán más en los tuyos reflejados, porque nunca volveré a mirarlos. Y tus pasos volverán a ser ajenos, como las ganas de querer, mientras suena gris un saxo que desprende menlancólico notas sin razón de ser. Se marchan cabizbajas las esperanzas en busca de un desierto en el que sólo encuentren soledad, arena y mudez. Volveré a cruzar las fronteras de la sensatez en busca de una paz que me ayude a comenzar de nuevo como ya lo hice ayer. Y en el viaje sólo espero no llegar a perecer, pues es mucha la distancia y poca mi fe. Surgirán nuevos caminos, como cada día un nuevo amanecer, pero nunca llegaremos a saber hasta dónde llevaba el que comenzamos a recorrer aquella vez. Hoy la senda se desvía. Un muro de silencios y dudas se interpone entre mis pasos y tu piel. En los mapas del amor no funcionan nortes, ni leyendas si la ruta la marca el impulso desbocado del querer. Mis manos ya nunca acariciarán tu rostro. Ni las tuyas volverán jamás a posarse en mis rodillas. Pero dormiré mejor si grito que lamento que todo haya acabado en un affair.

Y es que Sucede Que Hoy saqué lo último de ti...

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Night On The Road

El cristal de la ventana en la que apoyo la cabeza mientras el autobús avanza en la noche oculta un mensaje que el vaho de mi respiración descubre. Parece que el asiento que yo ocupo ahora lo estuvo en un momento que desconozco por "Sara y Rubén", una pareja a la que también desconozco pero que envidio por un instante. El corazón que envuelve sus nombres me lo suscita. Seguramente uno de los dos lo escribió mientras el otro dormía apoyado en su hombro, mientras la lluvia o el frío de afuera empañaba los cristales. Tal vez al despertar, bastantes kilómetros más lejos, el dibujo había desaparecido y quien dormía jamás supiera de su existencia. Y sin embargo yo sí, ahora, mientras el aire que expulso por la nariz se convierte en tinta. Por delante me queda toda una noche de viaje. A mi lado, como al lado de Rubén o Sara, también viaja alguien. Una desconocida que también al igual que Rubén o Sara duerme pero sin apoyar su cabeza en mi hombro. Viajo solo, a encontrarme conmigo mismo. A disfrutar del placer de la soledad pretendida. Las calles de una ciudad desconocida me ofrecerán asilo espiritual. Recorreré las sendas empedradas que se vayan anteponiendo en mi camino sin ninguna ruta preestablecida. Y cuando me sienta solo, recordaré los momentos en los que lo único que pedía era un tiempo a solas. Y echaré de menos ausencias. Pero experimentaré y mientras lo haga sabré que estoy vivo. De momento, todo lo que veo es una raya continua blanca sobre el fondo negro del asfalto que parece moverse a toda velocidad, dejando atrás el camino recorrido. Dentro de seis horas habré llegado.

Y es que Sucede Que Hoy tengo ganas de vivir la experiencia...

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La Revolución Sentimental

Cuarenta años atrás, impulsados por la fuerza de la primavera y el estallido de energía propiciado por la intensidad de los primeros rayos de sol directos del año, las calles de París fueron testigo de unos días que cambiaron el transcurso de la historia. Miles de personas hicieron de los adoquines y el asfalto su confesionario particular y, armados con el poder de las palabras y la fuerza de un mejor porvenir, recorrieron avenidas y callejones, ocuparon plazas y portales, gritaron a una por un cambio social. La imaginación era su coartada, la libertad su meta, la justicia su aliada y la represión su enemigo. Las cámaras de entonces comenzaron a tomar imágenes sin saber que aquellas cintas y carretes pasarían a ocupar los lugares privilegiados de los archivos. Estaban haciendo historia. La juventud se rebeló frente a lo establecido, frente a aquellos que ponían barreras a sus aspiraciones y sueños de libertad. Todos les debemos algo a aquellos parisinos iluminados. Hoy, cuarenta años después, la historia puede repetirse. Una nueva revolución puede vivirse en las calles. Su nombre, la Revolución Sentimental. "El amor al poder" y "Prohibido odiar", sus lemas. Porque la historia es una evolución constante y, como tal, debe adaptarse. El amor hoy debe comprenderse como un sistema global, en una esfera globalizada. Amor a ti, al prójimo, a la vida. Amor sincero, directo, pleno. Amor escueto, fugaz, ligero. Amor profundo, latente, eterno. Amor, en definitiva, al amar, que falta nos hace. No se necesitan armas, ni micrófonos, ni multitudes. Basta con el individualismo, la fe en el movimiento silencioso y la creencia en que un mundo mejor es posible. Sentir. Vivir. Crecer. Ser. Derrochemos en amor lo que otros en munición. Y así tal vez, si logramos ser suficientes, comencemos a contagiar a las tropas del enemigo. Quizás alguien, dentro de cuarenta años, escriba algo acerca de nosotros en forma de agradecimiento.

Y es que Sucede Que Hoy hago mi propia revolución...

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Mientras Dejaba La Vida Pasar

"Y mientras dejaba la vida pasar, como quien deja correr el agua del río sin atreverse a dar el salto y zambullirse, sentado en la plaza observaba el vuelo de las palomas, noble y elegante como su cortejo. Siempre había sentido fascinación por los pájaros y su capacidad temprana para volar, armándose de valor desde el primer salto del nido. Ellos sí que se atrevían a vencer sus temores. Trazaba líneas imaginarias siguiendo la estela de giros imposibles del macho tras la hembra esquiva, entretejiendo nubes de rastros invisibles que se cruzaban una y mil veces en el aire. Delante de él, la fuente cantaba con delirio su copla de chapoteos recordando que la naturaleza es fuerza que fluye y no se estanca. Qué lejano le quedaba a él eso ahora que arrastraba el lastre de una vida mal llevada. Cuánto peso debía soportar a diario a sus espaldas como castigo por no haber sabido jugar las cartas que el destino le repartió con la misma transparencia que al resto. Caminos que se desvían, pensó. Como las novelas que cambian la historia según escoges seguir la lectura en una página o en otra. La suya, la que contaba su vida con un narrador omnisciente y un espacio indefinido, era una novela gris, dramática, abocada al fondo de una estantería polvorienta y olvidada. Una tragicomedia sin diálogo. Una historia con el "Fin" anticipado. Y todavía con la mirada perdida en el vuelo de las palomas que coqueteaban frente a él, lamentó no ser una de ellas y poder echar a volar para coger la suficiente altura como para asegurarse una muerte indolora al perder el conocimiento en la caída antes de llegar a impactar contra el suelo. Pero cuando su cabeza no hacía ya otra cosa más que imaginar el placer morboso del fin de todo, escuchó los sonidos que un palomo le enviaba a una paloma a muy poca distancia de él. Observó atento el cortejo; las formas, los andares y la sutileza hasta lograr ser el elegido. Y fue entonces cuando se dio cuenta y aprendió que las oportunidades siempre le llegan a quien las busca y las persigue."
...Después se levantó, cogió su bastón, se puso la boina y se marchó entre los aplausos de los jóvenes que tarde tras tarde, se acercaban hasta la plaza a escuchar sus historias con moraleja.

Y es que Sucede Que Hoy simplemente escribí...

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El Narrador Invisible

Y una mañana más las calles amanecieron empapeladas con un nuevo relato del autor anónimo que había revolucionado a toda la ciudad. Nadie le conocía. Nadie nunca le había visto pegar los carteles de noche. Sin embargo, hacía ya casi un mes que mañana tras mañana, sin excepción, los muros que durante años habían permanecido grises y descascarillados cobraban sentido y color con las historias que el narrador invisible, como se le conocía en la ciudad, compartía de manera totalmente altruista y anónima. A veces de amor, otras de historia, de búsquedas, de experiencias personales, de viajes, sus relatos ofrecían una reflexión diaria que pronto el pueblo empezó a valorar y a sumar a sus costumbres matutinas como si de un periódico más se tratase. Al final, después de la narración, siempre acababa con una moraleja que invitaba a profundizar y dejarse llevar durante buena parte de la jornada perdido en la reflexión. Y aunque sobre él se inventaron mil tramas y conjeturas, aunque cientos pretendieron convertirse en el centro de atención proclamando un contacto inventado con el narrador invisible, y aunque sonaron mil nombres posibles, lo cierto es que jamás se supo su identidad y, sin embargo, la ciudad no volvió a ser la misma y sus gentes, desde entonces, comprendieron que las letras tienen un poder inimaginable y volvieron a confiar y creer en algo entre el nihilismo que arrasaba aquellos tiempos: pasara lo que pasara, mañana habría otra historia con la que aprender.

Y es que Sucede Que Hoy me gustaría que ocurriera...

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Aguacero En La Azotea

Atravesaba corriendo la ciudad bajo la lluvia en busca de un pasado que había perdido hacía muchos años entre los tejados de aquellas casas que hoy lucían desgastadas por el paso del tiempo. Minutos antes, con el eco del primer trueno resonando en su pequeña habitación, había recordado un atardecer parecido a aquel; la misma luz sobre los mismos edificios, la misma lluvia sobre las mismas aceras, el mismo viento sobre los mismos árboles. Y rememoró cómo entonces, en lugar de contemplar el atardecer ocioso desde la ventana a través de la que ahora miraba, lo hizo abrazado a la que entonces -y desde entonces, aunque ya no correspondido- ocupaba su corazón, en la azotea de una finca cuyo portal encontraron abierto y a la que habían accedido en principio para resguardarse del aguacero repentino. El amor y la locura que siempre lo acompaña -lo precede y lo guía hasta después de su muerte- hicieron que al final decidieran empaparse, cogidos de la mano, tumbados los dos en el suelo de la terraza mientras reían por el sinsentido de la situación. "No llueve, cariño. Es el cielo que brinda por nosotros" -fue la frase que siempre recordaría y que volvió a utilizar en la despedida cuando ella decidió terminar con todo en otra tarde gris que jamás olvidaría. Las reacciones, en cambio, no fueron las mismas.
Ahora corría entre los coches y los paraguas directo hacia aquella misma dirección en la que años atrás había vivido uno de los tantos momentos mágicos que le regaló el amor. Y cuando llegó, se encontró con la misma puerta de entonces, más agrietada y esta vez cerrada. Mientras, la lluvia seguía cayendo con fuerza y los coches levantaban el agua de los charcos a su paso. Decidido a llegar hasta el final, llamó a un número cualquiera del interfono y esperó respuesta -lo intentaría uno a uno hasta conseguirlo-. Esperó mientras respiraba los aires del recuerdo de aquel atardecer en aquel mismo lugar y pensaba qué excusa utilizar para lograr que le abrieran. Y cuando al fin escuchó una voz del otro lado preguntando quién era, contestó sincero, sin tiempo de haber preparado una coartada convincente:
Buenas tardes, señora. Verá, no sé cómo explicarle esto. Daría lo que fuera por poder subir a la azotea de este edificio, porque una tarde como esta, hace años, estuve allí mismo bajo el chaparrón compartiendo uno de los momentos más felices y plenos de mi vida con la única persona a la que he amado. Hoy es como si el tiempo hubiese retrocedido y estuviéramos en aquel mismo día. Todo me recuerda a entonces. Sólo pretendo subir a buscar la última sensación de amor y felicidad que recuerdo haber vivido y que, al parecer, dejé allí olvidada.
Y es que Sucede Que Hoy llovieron recuerdos...

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Confidencias

Hay cosas que mejor no saber. Confidencias que llegan sin intención ni incluso deseo por parte de quien escucha. Pero llegan y lo hacen con todas las consecuencias. Son secretos que roba el viento y los transporta en su silbido hasta hacerlos llegar a oídos siempre de la persona implicada. Aparecen en el momento menos esperado y sin previo aviso, sin la advertencia que salvaría de más de un disgusto. Pero una vez se manifiestan su efecto es irreversible. Ya es turno de quien recibe la información. Y surge la duda. ¿Qué hacer con lo que acabas de conocer sin ni siquiera buscarlo? Puedes interiorizarlo, aceptarlo y acatarlo sin preguntarte nada más. O también puedes rechazarlo, ignorarlo y olvidarlo sin preguntarte nada más. Pero es triste. Tanto lo uno como lo otro. De cada acto, de cada circunstancia, de cada momento, de cada situación podemos sacar conclusiones. Profundizar y cambiar la perspectiva para valorar el asunto desde el punto de vista más amplio posible. Las primeras impresiones no siempre son acertadas. Y si éstas no lo son, menos todavía las primeras valoraciones. Las decisiones deben dejarse para el momento oportuno, una vez superado y dominado el impulso primario. Más vale apostar por la prudencia y la templanza. Cabeza alta, paso firme, voz pausada. "Todo pasa y nada queda", ya lo dijo el poeta. Y si lo nuestro es pasar, yo prefiero hacerlo dejando huella, para que mis pisadas dejen rastro y a quien le corresponda sepa siempre donde ir para encontrarme.

Y es que Sucede Que Hoy se corrió la voz...

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No Quiero Perdérmela

Muerdo el tiempo y desgarro los días que hace que no te veo. Muerdo el tiempo y desgarro los días que hace que no te siento. Y comparo. Y al comparar descubro que no hay correspondencia. Que dejé de verte después de dejar de sentirte. O tal vez viceversa. O tal vez consecuencia. Que dejé de verte a raíz de dejar de sentirte, pues mis ojos ya no sabían dónde buscarte, dónde mirar para encontrarte. O tal vez viceversa. O tal vez consecuencia. Que dejé de sentirte a causa de no verte, pues mi corazón ya no latía por el impulso de tus esperanzas. Esperanzas que cayeron en saco roto y ya desde antes habitaban únicamente en mi interior, atadas a la ilusión del renacer de un sentimiento congelado que la primavera comenzaba a desescarchar. Y pierdo la fe en todo menos en mí mismo, consciente de que el reloj ha marcado suficientes horas y, sin embargo, el carrete de la máquina de fotografiar sigue anclado en el cero, sin que la impronta de tu luz haya quedado impresa en el celuloide. Pero hoy mismo saldré a la calle a fotografiar sonrisas, besos, abrazos, encuentros. Momentos que merezcan esas estampas más que tú y que yo. Y me acercaré hasta el parque y me sentaré frente a los rosales a esperar a que una nueva rosa se abra a la luz desde su recogimiento aterciopelado y retrataré el paso del tiempo comprendiendo que siempre, a pesar de todo, la vida sigue. Y yo no quiero perdérmela.

Y es que Sucede Que Hoy la vida sigue...

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Ley De Vida

"Confieso que he vivido" era un título que siempre le había parecido genial, además de una buena filosofía que adoptar y llevar hasta el último rincón de su significado, como forma de exprimir una vida que, con el paso inexorable del tiempo, cada vez sentía más efímera y escueta. Atrás quedaban ya los años en que la idea de la muerte sólo aparecía en el fondo de sus cajones de niño pequeño repletos de muñecos, cartas de amor y pesadillas. Ahora, sin embargo, la certeza de su finitud le acechaba a diario con preavisos a veces imaginados que alteraban sus mañanas de periódico y café, sus tardes de paseo y libro en el parque, o sus noches de conversación y sueño interrumpido por los continuos viajes al baño. "Cosas de la edad" -decía. Y en cierta manera no se equivocaba. De joven nadie piensa que llegará un día en que será como ve ahora a su abuelo; frágil y devorado por los años. Sin embargo, en la madurez adquirida en la escuela de la vida, llegó a la conclusión de que lo que tanto había escuchado siempre de "morir es ley de vida" era un dictamen propagado a lo largo de la historia por las diferentes clases en el poder, en un intento subrepticio de subyugar al pueblo con su autoridad aparentemente necesaria. Y fue mientras paseaba una tarde, contemplando las maravillas de las que era capaz el ser humano, cuando entendió que la vida es infinita y todo lo demás era puro convencionalismo. Ese mismo día se rebeló. Tomó papel y pluma y escribió un manifiesto de resistencia a los decretos establecidos "por ley de vida". Cenó con la satisfacción de quien ha descubierto una gran verdad oculta y, antes de irse a dormir, compartió su hallazgo con los compañeros de habitación del psiquiátrico en el que vivía desde hacía casi ocho años.

Y es que Sucede Que Hoy tuve la cordura del loco...

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Lágrimas Con Sabor A Sonrisa

Me miro frente al espejo y veo rodar por mi cara las lágrimas que salen sinceras de mis ojos enrojecidos. Pero al mismo tiempo sonrío. Sonrío porque no recordaba la última vez que lloré sin ser tú el motivo. Sonrío porque descubro que, a pesar de la escarcha que dejaste en mi corazón, todavía soy capaz de expresar mis sentimientos y derramar lágrimas que no lleven tu nombre. Y lloro y río emocionado. Y sollozo y lanzo pequeñas carcajadas contenidas en un quejido atenuado por la incongruencia de la situación. Por momentos creo que es la imagen que se refleja en el espejo que ha cobrado vida y se burla de mí devolviéndome sonrisas cuando yo estoy compungido. O acaso soy yo que debiera estar sonriendo en lugar de derramar lágrimas y airear penas que no tienen porqué serlo tanto. Una de ellas, desviada del surco labrado en mi piel y que parece servir de guía para las siguientes, se lanza al vacío y va a chocar directamente contra mis labios. Agua salada con mejor sabor del que recordaba a cuando todavía tú eras la causante. Agua salada que me invita a recordar el sabor del mar, un verano cualquiera, en una playa cualquiera, con no cualquier compañía. Y entonces se corta el lloro, se agranda el dibujo de la sonrisa en mi rostro, me lavo la cara para disimular el sofoco y salgo renovado tras haber recorrido la ruta del llanto a la sonrisa recomendada en todos los mapas de la vida.

Y es que Sucede Que Hoy lloré y sonreí al mismo tiempo...

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Encojo

Entre el humo y las cabezas sin dueño busco tus huellas con olfato de roedor. Presiento la proximidad de tu cuerpo y, disimulado, miro en todas direcciones como para encontrarte. Deambulo, esquivo, entre la multitud que abarrota el espacio que compartimos a ciegas. Nada más allá de una extraña sensación interna me indica con certeza que te encuentras cerca. Pero no hay respuesta. Tu figura resbaladiza parece alejarse en la dirección opuesta a la que toman mis pasos para ir a buscarte. Como imanes que se repelen nuestros polos se distancian cada vez más impidiendo un encuentro deseado. La noche avanza y con ella mis ganas de ti, de tu voz, de tus besos, de tu cuerpo. Pero parece que hoy no tenemos que vernos. Desisto y te pierdo a pesar del presentimiento, las ganas, los sueños. Desisto y te pierdo a sabiendas de que agoté el esfuerzo y morí en el intento. La noche avanza todavía más deprisa que antes y, arrastrado por la música y las luces intermitentes, acallo la corazonada y pisoteo el augurio de encontrarte de pronto. Estás, lo sé, lo siento. Estás y no puedo verte. Estabas o estás; allí o aquí; entonces o ahora. O nunca más allá de mi mente. Y duele.

Y es que Sucede Que Hoy me encojo...

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Sin Pretexto

Pensamientos sin pretexto que se encarnan en palabras silenciosas por miedo a elevar demasiado la voz y terminar creyendo aquello que cuesta encajar. Un cierto velo pesimista enturbia la mirada interponiéndose entre la realidad y lo poco que yo alcanzo a ver. Creo, que ya es mucho hacer. Pero para llegar al destello del ser y del sentir se necesitan milésimas conexas de luz fugaz que, unidas y entrelazadas por una extraña sensación que algunos llaman esperanza, te inviten a mantener el hálito amargo de la incertidumbre. Escribo sin pensar, porque por pensar perdí el lenguaje. Las palabras se amontonan en un rincón de mi garganta sin sentido aparente, pero con trasfondo esclarecedor, esperando el momento en que el bisturí que escondes húmedo en tu boca reabra los labios que sellé por miedo a llegar demasiado lejos. Y entretanto sobrevivo en el desvelo. Pasan lentas y largas las noches de disputa con una verdad que cada día más me quita el sueño y yo me niego a aceptar. Y los deseos se desprenden de mi piel como las mariposas de las crisálidas en esta estación, completando una metamorfosis que me acerca más al final. Y las prometedoras ilusiones puestas se desvanecen diluidas en un mar de dudas y temores ante avatares vislumbrados al trasluz de un futuro incierto. Profecías infundadas que embargan el inicio de una memoria conjunta de momentos vividos. El presente es todo lo que tengo. Todo lo poco que tengo.

Y es que Sucede Que Hoy escribí consciente y sin pretexto...

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Inconfundiblemente Tú

Te vi desde la distancia y te reconocí por el movimiento inconsciente de piernas que haces cuando esperas de pie con los brazos cruzados, casi siempre cruzados. Te vi desde la distancia y, aunque de espaldas y lejana, supe que aquella figura te pertenecía porque ya antes la había recorrido mentalmente justo en el momento previo al de caer rendido al sueño, buscando la auto-sugestión para soñar forzosamente contigo. Te vi desde la distancia y mis piernas fijaron el rumbo directo a ti, como atraídas por una fuerza que cada día se vuelve más indomable. Como una locura salvaje, puramente instintiva que me empuja a ti. Después vuelve la razón y observo que no sólo es instinto, que hay mucho más detrás de mis pasos de fiera hambrienta. Que aunque lo domine existe un sentimiento desatado que se entrega día y noche a la noble aunque desesperante tarea de quererte cada vez un poco más cerca. Te vi desde la distancia y te reconocí por el movimiento inconsciente de tus piernas, al tiempo que las mías comenzaban a imitarlo por los nervios conforme me acercaba y tu presencia iba perfilándose más próxima y real.

Y es que Sucede Que Hoy te reconocí de lejos, de espaldas, de sobra...

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Supe Que Allí Estabas

Nuestras miradas se cruzaron y en la distancia que nos separaba se desplomaron las telarañas que el tiempo había interpuesto entre los dos. Segundos antes, de alguna manera, mi cuerpo me avisó de que estabas cerca -todavía percibe tus vibraciones antes de que yo intuya tu presencia- y de forma autómata me giré guiado por un impulso incontrolado que me llevó directamente a ti. Efectivamente, el radar interno todavía funcionaba a pesar de los tantos meses que hacía que no te veía. Me giré rápidamente, nervioso, tremendamente nervioso, como en los sueños que nunca sabes cuál será la siguiente escena. Pasaste a sólo un metro de mí y me viste; sé que me viste aunque trataras de disimular cuando ya era demasiado tarde. Y como una cortina movida por la brisa, desapareciste de mi vista engullida por la gente. De nuevo el radar se activó sin mi permiso y en apenas un minuto localizó la posición exacta en la que estabas, acompañada, siempre -mal- acompañada y entonces se produjo el cruce de miradas. También tú sentías la curiosidad corrosiva que viajaba a toda velocidad por mis venas. También tú sentías la intriga de reconocer cada centímetro de piel, recorriendo con tus ojos mi figura de norte a sur. Para entonces yo ya había hecho lo mismo. Y aunque fueron varias las ocasiones en las que o bien tú, o bien yo nos interponíamos en la trayectoria visual del otro, ni un solo gesto fuera de lugar, ni una sola insinuación, ni un solo ademán de ir a saludar y, sin embargo, más de un millón de recuerdos que viajaban de un corazón al otro, a través de la gente y de la tácita frialdad que nos separa(ba).

Y es que Sucede Que Hoy volví a verte después de tanto...

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Al Sol, Al Son

La música se desliza y navega mar adentro hacia la profundidad de mis oídos atentos. Tumbado bajo el sol, mi cuerpo se nutre de vida mientras la primavera arrasa en los campos y praderas con la misma fuerza con la que lo hace en la sangre de mis venas. En el interior de mis párpados cerrados, se dibujan formas imposibles trazadas por la luz que traspasa la piel, mientras el viento las hace bailar como bailan las hojas de los árboles que dentro de unas horas comenzarán a darme sombra. Mientras siento el calor que sube por mi cuerpo y la melanina estallando en chasquidos de color café, me dejo llevar por las canciones que una tras otra vienen a amenizar la espera del temprano bronceado de este mes de abril. Y en las letras que escucho, creo entrever el reflejo de mi vida y el susurro de tu voz diciendo "quiéreme", "ya no habrá más dudas" o "te esperaré". En cada canción intuyo tu nombre y me vienes a la mente relacionando estrofas con pasajes de momentos vividos y por vivir. Y con tu recuerdo como acompañante continúo con mi particular fotosíntesis con el deseo de que, para cuando los tejados terminen por ensombrecer mi pequeño reino de luz y sol, las canciones se transformen en tu viva voz hablándome cara a cara mientras esperamos a que nos sirvan con las manos entrelazadas por debajo del mantel.

Y es que Sucede Que Hoy fuiste mi música...

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El Placer De Lo Sencillo

Echaré de menos girarme para mirar por el retrovisor y encontrarte ocupando el asiento de al lado con el primer sol de la mañana reflejando en tu cara, iluminando la realidad de que estamos juntos a esas horas inusuales. Echaré de menos escuchar tu voz por encima del sonido de la radio siempre con noticias trágicas, conversando a pesar de las voz todavía dormida. Echaré de menos la espera impaciente más por verte que por un reloj que no me altera, pues sé que no habría mejor lugar para estar a esa hora que allí mismo, contigo, a tu lado, aprendiendo esas otras cosas que no se enseñan en las clases. Cosas como la aceleración del corazón conforme te veo acercarte; el sentimiento profundo que me invade al darte los buenos días y darme cuenta de que estoy allí, yo entre un millón, para hacer algo tan banal pero significativo como el motivo que me empujó a estar allí esta mañana; cosas, en definitiva, relacionadas con un sentimiento que no cesa. Echaré de menos el olor a tu perfume recorriendo el interior del coche como si las ventanas estuvieran bajadas y atravesáramos un paraíso primaveral florido y lleno de vida. Pero si hay algo que echaré de menos y que ya mismo estoy acusando, es el saber que sólo me separan horas para estar a tu lado y pasar así la noche plácida, consciente de que cada minuto de más es uno menos en mi cuenta particular. La cuenta del tiempo que falta para el encuentro.

Y es que Sucede Que Hoy fue sencillo, pero hasta eso es único...

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Como Un Susurro En Mitad De La Noche

Acércate, ha llegado el momento de que te revele algo. He notado que últimamente no estás tan risueño como de costumbre, que esquivas situaciones y personas, que te has vuelto una sombra huidiza. Vamos, ven, tranquilo, sólo trato de ayudarte. Sabes que nunca haría nada que te hiciese daño. Déjame decirte algo que yo aprendí hace algún tiempo y que desde entonces no he dejado de aplicar a mi vida diaria porque funciona. Funciona y es tan cierto como que tú y yo nos conocemos desde hace once años. Una noche, entre el sueño y la vigilia que lo antecede, experimenté en mi propia cama, en mi propio cuerpo, algo así como una revelación de las que la gente habla y nadie nunca cree. Estás en el derecho de no creerme tú tampoco, pero intuyo que puede servirte en estos tiempos de marejada. Como te decía, tapado hasta el cuello y a punto de caer rendido ante el empuje de mis párpados cansados, una voz interior se comunicó conmigo con tal claridad, que por un momento me asusté creyendo que había alguien más en la habitación. Aunque la primera reacción fue taparme todavía más, una vez superada la incertidumbre inicial, me incorporé para comprobar que continuaba solo. Volví a tumbarme y de nuevo la voz, esta vez decidida a arrancarse finalmente, me dijo lo que hoy te quiero decir a ti. Tú escúchalo, tomátelo como un regalo con el que puedes hacer lo que quieras.
"El arrepentimiento es una construcción del ser humano,
fruto de la invención del error."
No existe nunca tal error. Todo ocurre por y para algo. Con esto quiero decirte que no te arrepientas de un posible desacierto. Seguro que no lo es. Analízalo, interprétalo y sácale provecho. Puede que tardes algún tiempo en completar el proceso pero, cuando lo superes, jamás volverás atrás y habrás dado un paso de gigante en tu crecimiento personal. Aún así, sabes que siempre puedes contar conmigo...

Y es que Sucede Que Hoy otra revelación se coló en la noche...

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Mientras Espero

"A las nueve en el Rodford" era todo lo que ponía en el mensaje que acababa de recibir en mi teléfono móvil. Había estado esperando durante horas ese sonido que me avisara de que al fin había nuevas noticias y posiblemente una cita. Pasaban algo más de veinte minutos de las siete cuando al fin llegó, después de toda una tarde atento a la pantalla siempre sin iluminar del teléfono. "A las nueve en el Rodford" significaba que debía comenzar a prepararme para la cita. Ducha, indecisión frente al armario, primera elección -sin suerte-, segundo intento -tal vez con aquella camisa...-, tercer y definitivo modelo, colonia y llaves del coche. Ocho y cuarto y todavía estaba esperando el ascensor de casa. Llegaría tarde presumiblemente, casi tanto como las lluvias que entonces descargaban con fuerza en la ciudad después de un invierno extremadamente seco. Recordé el viejo refrán de "en abril...". La suerte habitual que me acompaña a la hora de encontrar aparcamiento no se olvidó de mí por fortuna aquella noche y mi retraso no se fue más allá de los seis minutos. Al llegar comprobé que ella también llegaba tarde. Tal vez mis tres intentos en la elección de la ropa habían sido más en su caso, o simplemente empleaba la vieja táctica de "a las nueve en el Rodford que quiere decir que yo llegaré a las nueve y diez, pero no te lo digo y así eres tú el que espera...", porque ella no tendría problemas de aparcamiento teniendo en cuenta que había elegido un restaurante a dos calles de la suya y llegaría caminando. Qué peculiares sus andares ahora que la imagino recorriendo sin prisa esas dos calles. En un primer momento esperé en la puerta para recibirla allí, de pie, con un abrazo tímido, pero a las nueve y veintidós minutos opté por entrar y esperarla sentado en la mesa que ella misma había reservado a mi nombre -cada vez estaba más seguro de su estrategia en cuanto a la hora de llegada, ¿por qué si no a mi nombre?- y pedí una botella de agua que rebajara la temperatura de mi cuerpo. Nueve y treinta y siete y ella seguía sin aparecer. Tal vez le había pasado algo. Dos calles son suficientes para la tragedia, incluso antes, en la ducha tal vez, un resbalón, un cortocircuito con el secador... Siempre me ha intrigado la capacidad de la mente humana para ponerse en lo peor y aumentar la histeria a causa de la incertidumbre. Le llamé por teléfono, pero estaba desconectado. Probé con el de casa, pero tampoco la suerte se puso de mi lado. Comencé entonces a impacientarme arrastrado por el pensamiento oscuro y trágico de su inventado y fatal destino. Pedí otra botella de agua y me propuse sosegarme para pensar mejor en lo que debía hacer. Me la bebí de un trago levantando el cuello hasta forzarlo -lo que me permitió ver las bonitas lámparas que daban luz a las mesas- y sentí el frío en las sienes, pero logré el efecto esperado y, más calmado, opté por pedir la cuenta al camarero y acercarme hasta su domicilio. Con suerte me la cruzaría de camino. A pesar del poco importe en relación a lo que habría costado la cena -aún así me pareció excesivo por dos botellas de agua-, la cuenta llegó en un estuche de cuero marrón y en el interior, además del papel impreso que rezaba el "gracias por su visita", encontré otro, manuscrito, en el que ponía:
"Siento haberte hecho pasar por esto. Siento la espera, el ridículo, los nervios y el odio inconsciente que has ido tejiendo contra mí en estos minutos que has estado esperando. Pero necesitaba comprobar qué eras capaz de hacer por mí, antes de aventurarme a la deriva después de la última experiencia. Ya sabes a lo que me refiero. Te espero enfrente de la puerta del restaurante, en el banco de la otra acera desde el que llevo observándote todo este rato a través de la cristalera.
La cena es en mi casa
".
Y es que Sucede Que Hoy te lo demostraría de mil maneras...

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