Me Perdí por tus Muros

Anoche tuve la impresión de perderme entre tus muros repletos de conocimiento y saber. Creí por un momento que tus altos techos decorados por doquier, me abrazaban mientras divagaba por los pasillos y estanterías colmados de volúmenes de ayer. Flotando en el ambiente una suave brisa y el reflejo de una luna comprometida en el empeño de guiarme a través de la oscuridad hasta la obra precisa. Caminé por la aterciopelada alfombra roja central, dejando tras de mí un rastro de armonía y bienestar ante la paz que sudaban aquellas baldosas. Pasé por debajo de Fortuna y sus dos caras, esquiva, burlona y mordaz; contemplé los frescos atiborrando paredes y techos; fui bendecido por el cordial saludo de los escudos que colgaban de cada dintel y hasta creí escuchar el alboroto de los libros agitando sus hojas al compás de mis pasos.

Entretanto, los murciélagos continuaban su vaivén, con la ardua tarea de purificar aquellos tesoros ante la presencia de aniquiladores del saber. Censores a la altura de los villanos de la Inquisición que, pese a su fisonomía de insecto y tamaño reducido, eran capaces de devorar el papiro a una velocidad sorprendente, sin reparar en lo preciado de su bocado.
Como el faro que guía a los navíos entre la oscuridad de la noche, la luz de la luna que penetraba a través de una claraboya, gobernaba mis pasos. Aquel reflejo parecía detenerse en lo alto de una estantería sobre la que apoyaba una escalera de ingeniosa construcción, dando luz al lomo de un incunable ceniciento, arrinconado y abandonado al paso del tiempo. Poco a poco ascendí los peldaños de aquella escalera que parecía crecer a cada paso ganado, hasta llegar al estante indicado. Soplé para quitar el polvo, como a quien se le va la vida en ello, y descubrí el título que daba nombre a la obra. La Verdad Revelada rezaba aquel lomo en un Latín arcaico que pude traducir a duras penas. Tomé el volumen con sumo cuidado y descendí.

Al llegar abajo, lo reposé sobre una de aquellas mesas conocedoras de tiempos indefinidos y destapé el tesoro. Pronto advertí que lo que en él se contaba, bien podía tratarse de las respuestas a todas las cuestiones que el ser humano llevaba planteándose desde el principio de los tiempos. Una verdad oculta en los anaqueles de la más hermosa biblioteca del planeta, en Coimbra, esperando a que llegara aquel que lograra encontrarla para ser proclamada.

Y es que Sucede Que Hoy me perdí de nuevo entre sus libros...

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