Amor de Gotas Saladas

Ya ha pasado mucho tiempo desde aquella madrugada en que la vi, sentada en la arena, tan solitaria que hasta el viento le preguntaba si podía rozarla, triste, apagada, recogiendo conchas en la orilla y dibujando corazones que las olas le robaban cada vez que a ella se acercaban. Tenía el pelo claro, suelto y ondulado por la brisa recordando a la Venus de Botticelli. Los ojos verdes y grandes, con una mirada que ni el mismo océano quedaba absuelto a su hipnosis y mandaba a sus olas moverse con ritmo para impresionarle. Y una sonrisa enamoradiza que mostraba cada vez que cerraba los ojos y se dejaba llevar por aquel canto de sirenas. Yo caí rendido a su amor, a su belleza, a su dulzura y lanzando un grito al viento en la inmensidad de la nada juré llegar a ella.

Día a día volvía a aquella cala desierta donde mi corazón sintió el golpe del destino, pero no lograba verla. Esperando a que apareciese, pasaba horas sentado en proa lanzando suspiros al mar para hacerle cómplice de mi amor por aquella joven, mientras tallaba un corazón en madera. Harto de esperar cada amanecer su encuentro, decidí cambiar el rumbo y marcharme de allí, pues no aguantaba más el dolor que apuñalaba mi alma cada día que pasaba sin verla. Así que, con la ayuda del viento hasta que al atardecer amainaba, me fui alejando poco a poco de allí, habiendo lanzado al agua el corazón tallado con el dolor de la espera, en el que había grabado un mensaje:
"Si alguna vez lees esto, no temas, es el destino que nos da la mano".
Y lejos, perdido en la inmensidad del océano, cada noche me quedaba tumbado en cubierta contemplando las estrellas. Dibujando con la mente su rostro entre luceros y agradeciendo a la luna su incondicional compañía. Había veces que el cansancio se apoderaba de mí y me quedaba dormido a la intemperie, soñando con el día en que nuestros cuerpos se uniesen en un abrazo eterno, imaginando su boca acariciando mi cuello y su pecho contra el mío compartiendo los latidos de dos corazones enamorados llamándose a gritos. Por desgracia, los primeros cantos de las gaviotas que salían en busca de alimento, me despertaban y me hacían retornar a la realidad.

Llegó la primavera y respirando esa sensación de vida que flota en el ambiente en esta época, desperté una mañana dispuesto a volver a por ella, empujado por unas ganas increíbles de luchar por lo que realmente me importaba y con un presentimiento en lo más hondo que me decía que esta vez sí; está vez habría suerte. Así que, dirigiendo el timón con más ansia que nunca, me encaminé hacia aquella cala que tiempo atrás había dejado con algo pendiente y, como si la naturaleza se hubiese puesto de acuerdo conmigo, me ofreció su apoyo calmando las aguas y haciendo soplar el viento.

Y una noche, mientras intentaba traspasar a letras todos los sentimientos que recorrían mi cuerpo, una extraña luz iluminó mi diario. Me levanté bruscamente y pude divisar a lo lejos el faro de la playa donde ella me estaría esperando. Y sin apenas darme cuenta ya estaba allí, de nuevo, con el alba entrando por el este, junto a las rocas que hacían de aquel lugar el más romántico del planeta.
Allí estaba ella, libre y solitaria paseando por la orilla hasta que tropezó con algo. Se agachó a recogerlo y, expectante desde el barco, observé que aquello que había provocado su traspiés no era sino el corazón que mucho tiempo atrás había lanzado al mar, pidiendo clamorosamente su amor. Cuando acabó de leer el mensaje, miró a su alrededor, mientras yo me lanzaba al mar para llegar nadando a la orilla y salir a su encuentro.

Finalmente llegué a la orilla. Me quedé un momento observándola desde la corta distancia, como el que todavía no cree que lo que está viendo es realidad, y nos fundimos en un cálido abrazo. Después se acercó a mi oído y susurrando me dijo que llevaba años llorando cada noche porque por las mañanas me veía en mi barco, pero nunca tuvo el valor suficiente para decirme nada. Yo le expliqué todo lo que sentía por ella y cómo después de tanto tiempo, una mañana me sentí con fuerzas para ir a buscarla.

De todo esto hace ya mucho tiempo. Después de aquel encuentro decidimos vivir a bordo el resto de nuestros días y nos juramos amor eterno. Ahora, aunque más mayor, sigue conservando la belleza que aquel día me embrujó y mi cuerpo, cansado ya por el paso del tiempo, lucha por despertar cada día a su lado y seguir alimentando este amor de gotas saladas.

Y es que Sucede Que Hoy navegué por tu silueta...

2 comentarios :

Flσr | 22:32

simplemente hermoso.

Un placer,

Flor.

Pablo Martín Lozano | 08:34

Gracias por tus halagos y bienvenida.
Saludos.