Vida Propia
El sonido de la máquina de escribir llevaba tiempo sin escucharse. El humo, en cambio, continuaba saliendo de su boca nublando el espacio pequeño de la habitación con vistas a la Catedral. La ventana cerrada contribuía al espesor del ambiente. Rodeado de papeles aprovechados hasta el último milímetro con anotaciones ininteligibles, recuadros, jerarquías y flechas que unían palabras sueltas de una esquina a la opuesta, Trifeau -un seudónimo de calidad discutible que se había apropiado después de leerlo en el remite de un sobre cuando todavía se ganaba la vida como cartero- repasaba las últimas páginas que acababa de escribir, en busca de un dato que se le escapaba. El protagonista de la novela a la que estaba dando forma, Garrick -la decisión del nombre de este personaje le había llevado más tiempo que los tres primeros capítulos enteros-, supuestamente no debía estar en el punto de la historia donde ahora se encontraba. Trifeau siempre fue consciente de su falta de memoria -de ahí las algarabías de apoyo- pero en ningún caso hasta ahora había sido consciente de la magnitud de su desvío. O eso, o algo extraño pasaba con Garrick. Hacía sólo unos minutos que él mismo había pulsado las teclas de su Olivetti narrando una escena en la que Garrick, después de una cena romántica con una vieja compañera de pasillos y algo más, se marchaba tras despedirse en el portal hasta donde la había acompañado. Ese era el punto en el que Trifeau había dejado de escribir para ir a buscar más tabaco en la mesilla de noche -lo guardaba allí porque cada mañana al verlo se juraba que sería el último y cada noche antes de acostarse se confortaba diciendo que era el primero del día porque ya pasaba de las doce-. Sin embargo, al volver y releer las últimas líneas -ya con el cigarro encendido entre los labios- se extrañó al comprobar que Garrick, su personaje, "se removía entre las sábanas de aquella cama que durante tanto tiempo había deseado en su juventud y por la que tuvo que esperar hasta aquel encuentro casual que desembocó en la cena romántica con despedida prolongada. Se acercó al teléfono." No recordaba haber escrito eso. Tampoco en el trayecto hasta su habitación había escuchado el sonido inconfundible de la máquina de escribir manchando el papel. En aquella casa sólo estaba él -muy a su pesar, a ratos- y su viejo perro Truman del que no se conocían hasta entonces dotes artísticas ni aptitudes para la escritura. Entonces, todavía sin comprender lo que había ocurrido, sonó el teléfono y del otro lado Trifeau escuchó:
"Lo siento jefe, pero si es por ti me marcho a casa sin ni siquiera besarla. He tenido que hacerlo sin tu permiso. Pero ya está. Vuelvo a ser tuyo. Puedes continuar dibujando mi destino a placer. ¡Ah! Sí. Soy Garrick."
2 comentarios :
Hola Pablo!!
Yo también tenía una olivetti, cuando era peque me encantaba sentarme a escribir en ella. El sonido que producían sus teclas se convertían en una agradable melodía. Es una pena que nos dejemos invadir tanto por la nueva tecnología aunque si no fuera por ella ahora no estaríamos aquí, disfrutando de tu magia.
A veces saltarse lo establecido llega a ser recomendable, ya sea porque no estemos de acuerdo o porque puede más el impulso sediento de aventuras.
Mil besos!
Yo todavía recuerdo la sensación que me daba cuando veía que mis padres la utilizaban por algo, o yo mismo trasteaba con ella pulsando sus teclas rudimentarias.
Ahora ya son piezas de museo, historia, recuerdos, un poco objeto fetiche.
Lo importante es que la literatura continue, con o sin ella (escritores actuales como Javier Marías -que por cierto te recomiendo por ejemplo, "Mañana en la Batalla Piensa En Mí"- todavía escriben a máquina sus originales).
Lo de saltarse lo establecido debería estar igualmente establecido. Sería un contrasentido pero deberíamos estar "obligados" a hacerlo de vez en cuando y respirar esa libertad que no se alcanza de otra manera.
Besos y gracias.
PD: Mañana actúa María Zahara en Valencia y me he acordado de ti; no sé si podré ir, pero ha valido para que al menos haya vuelto a escuchar "Con las ganas", que te la debo a ti y no sabes lo que me emociona.
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