Pequeño Reino De Adoquines Y Asfalto

Un día más, como otros tantos ya, se presentó fiel a su cita en el pequeño reino que había instalado en aquel metro cuadrado de adoquines y asfalto. No importaba la hora, tampoco si hacía calor o frío, incluso si lucía el sol o llovía. Allí continuaba puntual a la espera del semáforo en rojo que le brindase la oportunidad de hacer negocio con los conductores del pelotón de coches que esperaban a que la bombilla verde se encendiese para retomar la marcha. El trato era sencillo: cristal limpio a cambio de la voluntad en forma de recompensa por su trabajo. O eso es a lo que de normal se dedicaba, tratando de obtener lo suficiente para alimentarse otro día más en su paso por un infierno que se empeñaba en disimular con sonrisas, ánimo y movimientos alegres a su paso entre las caras largas de los conductores. Sin embargo aquel día llovía y el lujo de llevar una luna delantera limpia y reluciente parecía perder importancia ante la insistencia de las gotas resbalando por el cristal. Tal vez muchos de los que como él se dedicaban al arte del limpiacristales en cualquier semáforo de la ciudad, veían en la lluvia una amenaza que acababa con la posibilidad de recolectar las ganancias de todo un día de trabajo. Pero para aquel artista de la espera en particular, todo parecía tener solución y en días de aguacero como el que caía en aquellas horas, cambiaba el cubo de agua y jabón y la escobilla por los paquetes de kleenex. Pañuelos de papel que venían a cubrir de inmediato la necesidad de poner remedio a los resfriados incipientes provocados por la ropa empapada en contacto con la piel. Pensé que había llegado el momento en que su presencia eterna en aquel mismo semáforo había dejado de ser una obligación necesaria para su supervivencia y se había convertido en una suerte de puesto de trabajo digno al que acudía diariamente con la ilusión de quien disfruta con lo que hace. Y es que en su cara se adivinaba la gratitud hacia quienes compartían algo más que muecas y gestos de negación. Personas que cada día a la misma hora pasaban por aquella calle y hasta saludaban a quien había logrado transformar una ocupación desdeñosa y odiada por la sociedad, en otra cargada de sonrisas, conversaciones de apenas diez segundos y recompensas a la buena cara con la que siempre aceptaba las respuestas de sus clientes. Y otra noche más coincidimos en aquella espera teñida de rojo bajo la lluvia. Por su frente resbalaba el agua que caía con fuerza empapando la vieja camisa medio abierta y sus pies caminaban chapoteando entre los charcos que anegaban el asfalto. Bajé la ventanilla para compartir una de aquellas charlas efímeras a las que me tenía acostumbrado y después del saludo me ofreció un paquete de kleenex que rechacé más por rutina que por voluntad. Sin embargo, recordé que debajo del asiento del acompañante guardaba un paraguas para estar siempre prevenido -aunque es cierto que jamás llegué a utilizarlo- y se lo regalé tratando de facilitar su labor o, al menos, hacer más llevadera la fría noche bajo la lluvia. Aceptó de buen grado y me lo pagó con una de sus sinceras sonrisas mellada. Desde entonces no ha vuelto a llover en la ciudad y, pese a que todavía no he tenido la oportunidad de verle lucir su paraguas, día tras día puedo verlo colgado del seto que delimita uno de los lados de su pequeño reino. Me siento bien.

Y es que Sucede Que Hoy hubiese querido reaccionar antes...

10 comentarios :

Lunettas | 19:43

Me encantó que le dedicaras este post a aquellas personas a las que la sociedad margina,es una realidad muy tuya... pero tambien es algo que vivo a diario, solo que en mi caso la gran mayoria son niños lamentablemente. Me conmovió mucho esta entrada.

Besos

Lu *_~

Pablo Martín Lozano | 20:01

Hola Lunettas, gracias por tus palabras. Lamentablemente pasa el tiempo y no dejamos de poder escribir sobre estas personas. Qué bonito sería el día en el que no escribiésemos sobre ellos porque su situación ya no les obligara a realizar este tipo de cosas. Que se acabara la pobreza, la marginación, la desigualdad... Entretanto qué menos que un pequeño tributo para alguien que, además, existe realmente en mi ciudad.

Un beso.

Anónimo | 20:15

Me ha gustado mucho esta entrada, después de tanto tiempo hablando de amor le has dado un poco de oxígeno al blog mencionando algo tan real como la pobreza y la lucha por la supervivencia. Tengo una duda, ¿de verdad le regalaste el paraguas o es una invención para darle un buen final al post?

Besitos...

Pablo Martín Lozano | 20:24

Hola Anónimo y también gracias por comentar.
Realmente no fue algo meditado en busca de la oxigenación que mencionas, simplemente cada día recojo en mis líneas lo más importante o aquello que más me ha marcado en esas 24 horas. Ayer fue esto.
Respecto a lo del final, es como preguntarle a Shakespeare si realmente su parejita de enamorados se envenenó o era un giro final. Si quieres que el paraguas sea sólo un truco basta con tomártelo así, pero si en cambio crees en la posibilidad de que sea cierto, adelante, tienes las mismas posibilidades de acierto.
Siento ser tan abstracto, pero me gusta la idea de que cada cual haga suya la historia y se quede con la interpretación que le plazca.

Saludos.

Samuel | 21:43

Amigo de Luz cristalino, tu obra de caridad y de bondad aún te hace ser más grande, un simple y humilde detalle que para tí no tiene importancia, y para otra persona le has alegrado el día completamente. Mas tarde te das cuenta que tu detalle, y te llenas de orgullo, eso vale más que si te hubiesen dado algo tangible con mucho valor.
Un abrazo Pablo y nos vemos pronto!

Pablo Martín Lozano | 22:36

Hola Samuel, agradezco tus palabras y el e-mail que me has mandado también; me ha parecido muy interesante. Respecto al post, tienes razón, esas pequeñas satisfacciones llenan más que otra serie de sensaciones que producen los objetos.

Un saludo y sí, nos vemos pronto.

Anónimo | 01:21

Buena noches Pablo, puede sonar a tontería pero esa bondad se te nota en los ojos, yo lo comprobé. Me gusta saber que aún hay personas que miran más allá de su ombligo, me encanta que tú seas una de ellas. Tenemos la enorme suerte de haber nacido en un país bastante "cómodo", con una familia que puede sacarnos perfectamente adelante y ofrecernos un gran abanico de posibilidades.

No soporto a las personas que solo se acuerdan de los más desfavorecidos en la típica campaña de Navidad, porque los niños en África siguen muriendo cada dia, la gente sale de su país buscando una oportunidad, ya sea bajo el Sol recogiendo frutas durante horas, bajo la lluvia intentando vender algo o pidiendo en la calle... y lo hacen 365 dias al año.

Deberíamos aprender un poco de ellos, que hasta en los peores momentos tienen una gran sonrisa. Nosotros nos pasamos el dia quejándonos sin valorar cuanto tenemos.

Me gustó muchísimo este post.

Mil besos.

Pablo Martín Lozano | 18:40

Te gusta tanto que yo sea así, como a mí que tú lo seas y lo demuestres con esta reflexión. Ojalá el cambio de conciencia abarque también la sensibilidad de la gente frente a este tipo de temas.

Un beso y gracias.

Anónimo | 22:52

Cada cosa sucede a su momento, si no reaccionaste antes, tal vez en aquel pasado no lo hubieras comprendido como hoy.

Así es la vida, los maestros están a la vuelta de la esquina...

Besos desde muy lejos.

Pablo Martín Lozano | 23:04

Hola Michele. Cada día estoy más convencido de eso que dices de que los maestros están en cualquier esquina. Hay que ver lo que nos perdemos por haber adquirido el miedo a comunicarnos. De cualquiera se puede aprender y, desgraciadamente, la gente no se da cuenta de ello.

Un beso y gracias!