Me Quedé Esperando A Que Llegaras

Pasaban más de diez minutos de las once de la mañana y todavía no te había visto. Te buscaba entre la gente que abarrotaba la cafetería y creía intuir tu rastro en cada mesa; resquicios de tu perfume, huellas de tus pasos, ecos de tu risa, silencios de tu voz. Pensaba que tal vez llegarías tarde por un retraso en la salida del profesor de tu última clase, por una charla improvisada con algún amigo después de los meses de vacaciones, o porque simplemente preferiste tomarte con calma el recorrido desde tu facultad a la mía. Y mientras te esperaba sentado en la única mesa que quedaba vacía cuando llegué, recordé nuestro primer encuentro en aquel mismo lugar, dos años atrás. Por aquel entonces las heridas de mi corazón todavía estaban en carne viva y caminaba cabizbajo tratando de ocultarme entre la multitud, distante, desapercibido y con los lagrimales secos después de ríos de dolor salado. Ya no recuerdo el motivo que me obligó aquel día a comer en aquella cafetería, si bien desde entonces me he convencido de que fue un regalo del destino para que con tu presencia mis días comenzaran a dejar atrás el gris opaco que los tintaba. El caso es que llegué poco convencido al lugar y ocupé la mesa más apartada, arrinconada en la esquina que enfrentaba a la puerta de la cafetería. Y de pronto llegaste tú. Todavía guardo la imagen de tu aparición en escena envuelta en humo como en una gran ilusión. El turbante turquesa que recogía tu pelo conjugaba con el color de tu ojos y hacía resaltar la sonrisa sutilmente enmarcada en la perfección de tu rostro bronceado. Irremediablemente se produjo el primer cruce de miradas nada más entrar, ya que lo natural, dada la disposición de mi mesa, era mirar directamente de frente al lugar que yo ocupaba. Saltaron chispas en aquel primer contacto visual. Y la suerte quiso que ocuparas la mesa que enfrentaba a la mía, a escasos centímetros de la silla vacía que compartía comida conmigo, de tal manera que quedábamos inevitablemente cara a cara. A partir de ahí, la siguiente hora se convirtió en un baile de miradas esquivas, un sutil juego de cabezas bajas y disimulos, que terminó con el deseo de otro encuentro en un lugar más apropiado. Pero como he dicho, de eso hace ya dos años. Dos años que hoy allí, en la misma cafetería, me parecían dos días, pues la misma excitación y nerviosismo corría por mis venas ante tu inminente aparición. Después de los diez minutos de espera adicional vinieron los veinte, los treinta e incluso los cuarenta, pero seguía sin rastro de ti. Ahora ya creía verte en cada mesa, de espaldas, hasta que quien había engañado a mis sentidos se giraba descubriéndome un nuevo desengaño. Más desilusionado que cansado por la espera, recogí mis cosas y abandoné el local. Esta vez no había habido suerte, pero me esperaba todo un curso por delante para coincidir contigo en el lugar en el que un día te apropiaste de mi concepto de belleza y lo hiciste carne.

Y es que Sucede Que Hoy me quedé esperándote...

4 comentarios :

Anónimo | 01:04

Hace unos dias leí esto "... nos pasamos el tiempo esperando...
... esperando a que sea demasiado tarde..."

Siempre he pensado que esperar algo de alguien o de la vida no es bueno porque si esperas y nunca llega te sientes decepcionado, por eso hace mucho tiempo que decidí no esperar nada de nadie ni de nada. Asi jamás se me hará tarde.

Ojalá pudiera cumplirlo siempre...

Pero también pienso que quién no arriesga no gana, si no vas a esa cafetería no la verás... a veces la espera merece la pena...

Un besote.

P.D: Parece que la lluvia se aleja y llega algún que otro rayito...

Pablo Martín Lozano | 01:13

Una vez más tus citas iluminan este espacio. Esperar no es bueno, pero a veces resulta irremediable y, como dices, la espera en ocasiones merece la pena.
Me alegro mucho de que esos rayos de sol comiencen a aparecer y derretir el hielo que se había formado.

Un beso.

Samuel | 22:31

Segundos,minutos,horas y dias, esperaré al amor de mi vida. Ella tiene mi corazón, me lo robó hace cuatro años, y ahora soy un simple humano con la falta de un órgano, y el más importante.
Me quedé esperando a que llegara, en muchas ocasiones, pero su ausencia derramaban mis lagrimas.
Esperar es bueno y malo, depende, pero cuando te roban el corazón no tienes otra escapatoria.

Se que la luz me volverá a iluminar, y me devolverán el corazón.

Un abrazo, y te recomiendo, que lo mejor que puedes hacer es, escuchar a tu puro corazón.

Pablo Martín Lozano | 00:07

Hay gente como tú, o como yo, a la que no nos cuesta nada desprendernos de ese órgano más importante del que hablas y regalarlo sin condición. Lo malo es que no nos damos cuenta de que si no se cuida llega a doler mucho. Pero de todo se sale y, sobre todo, de todo se aprende. Esa luz siempre vuelve y reconstruye lo que el dolor ha derruido. Sólo confía en que todo lo que ocurre acaba por cobrar sentido.

Un abrazo.