Cruce De Miradas En El Patio De Butacas
Se apagaron las luces y el silencio reinó en la misma sala en la que apenas unos segundos antes el griterío nervioso e impaciente de la gente se había apoderado del espacio. Todo el mundo estaba expectante, por fin la obra iba a empezar, por fin el espectáculo de luces, música y colores se disponía a comenzar. El patio de butacas, los palcos, los pasillos, todo estaba a rebosar aquella noche en la que Madrid me acogía para contemplar el musical. Los acordes de una conocida canción comenzaron a escucharse y poco a poco los actores fueron apareciendo en escena, al tiempo que los focos iban iluminando la gran platea. Aproveché el momento de máxima luminosidad para echar un vistazo general al interior del teatro cuando, en el camino de vuelta hacia el escenario, mis ojos se cruzaron con los suyos al otro lado del pasillo. Apenas estaba dos filas más atrás y por alguna extraña razón su mirada había ido a coincidir con la mía, deslumbrándome más que las propias luces de colores. El aplauso del público me sacó de aquel estado de asombro al que el encuentro me había transportado. El show continuó y en el breve lapso entre canción y canción, aprovechaba para volver la vista hacia su butaca hasta el momento en que me descubría espiándole de lejos. Era entonces cuando a mí me invadía la vergüenza, mientras que a ella se le esbozaba una irremediable sonrisa. Tuve la sensación de que el interés de aquella noche ya no se encontraba tanto en lo que se representaba sobre el escenario, como en conseguir intercambiar palabra con ella. Necesitaba saber su nombre, su teléfono y hasta su vida. Así que, después de más de una hora de miradas furtivas y disimulos poco eficaces, aproveché el descanso de la obra para salir y encontrarla en el zaguán del teatro. Seguramente aprovecharía la escapada para retocar en el baño su maquillaje, su peinado, o para comprarse un refresco que calmara la elevada temperatura que parecían desprender sus ojos en la distancia. Salí a paso ligero y entre empujones, pero le perdí el rastro y el encuentro deseado no pudo producirse. Le busqué incansablemente por todo el hall, en la entrada de los baños, en la cola y en la barra del bar, pero la música volvió a sonar y una voz femenina avisó por megafonía de que la segunda parte del musical iba a dar comienzo. Así que regresé algo desilusionado a mi butaca y, cuando me senté, comprobé que no ocupaba la suya. El show comenzó de nuevo y a mitad canción vi cómo entraba de puntillas en la sala y se sentaba con cuidado. En la mano no llevaba nada y ningún retoque parecía contemplarse en su cara, cuando vi que sacaba el teléfono del bolso y lo apagaba. Una llamada. Había salido del recinto para hacer una llamada. Después de apagar el teléfono e introducirlo en su elegante bolso, levantó rápidamente la cabeza recogiéndose el flequillo con la mano y miró directamente hasta donde yo estaba, cómo no, perdido en su imagen. Ahora la sonrisa fue mutua y los dos nos giramos al tiempo para seguir con el espectáculo, mientras las sonrisas eran incapaces de borrarse de los rostros. Con aquel gesto tuve la certeza de que al salir me esperaría, pues había comprobado que al entrar esta segunda vez, nadie de los que ocupaban las butacas de su lado había intercambiado palabra alguna con ella, por lo que deduje que había asistido sola.
Acabó el musical y todo el público brindó un merecido y continuado aplauso de reconocimiento a los actores que ahora saludaban abrazados con el usual rito de agradecimiento todos a una. De nuevo aproveché el momento en el que todos los focos estaban encendidos y a la máxima intensidad, para girarme y dejarme embaucar por su rostro a plena luz. Pero ya no estaba. Había aprovechado el entusiasmo y el fervor de la gente para marcharse sin problemas ni tumultos, adelantando su salida del recinto. Traté entonces de abandonar apresurado el teatro, pero los vecinos de butaca, entregados al aplauso eterno, me impidieron la salida. Probé por el otro lado y finalmente me vi obligado a saltar la butaca y salir por la fila de atrás a toda velocidad. He de reconocer que escuché más de un comentario directo hacia mi falta de educación en aquellos instantes, pero lo que nadie entendía era que durante aquella obra, mis ojos habían contemplado otra de mayor valor y belleza. Corrí hasta la puerta y contemplé desde arriba de los escalones la larga acera de la Gran Vía madrileña sin rastro de ella. Desasosegado eché a andar entre la multitud con su imagen grabada en mi retina, y busqué un restaurante en el que tomar algo antes de volver al hotel, apenas dos manzanas más abajo. Entré disgustado en el primero que encontré abierto y, nada más traspasar la puerta, mis ojos no dieron crédito a lo que estaban viendo. Era ella de nuevo, hablando por teléfono, cenando sola en aquella mesa para dos. Descarado y llevado por el impulso de quien cree en el destino y los encuentros, fui directo hasta su mesa y le pregunté si podía ocupar el otro sitio. La mueca de sorpresa que se dibujó en su cara no tenía precio, pero hizo un gesto de afirmación y allí esperé hasta que colgó. Entretanto tuve tiempo de deleitarme con la imagen de su rostro de cerca y el suave susurro de su acento de la pampa. Se despidió con un "otro para vos" y seguidamente miró fijamente a mis ojos. Traté de presentarme entre tartamudeos y sonrisas y ella hizo lo mismo. Al fin estaba consiguiendo lo que antes me había resultado imposible; Claudia, de Buenos Aires, periodista de una conocida revista del país, con el recién adquirido cargo de corresponsal en España. Aquel día le tocaba reseñar el musical de éxito para darlo a conocer al otro lado del charco. La edad la reservó, aunque estaba seguro de rondar la mía. Compartimos más de una hora y media de charla entre bocados, que por supuesto pagué yo, y después le invité a tomar la última en mi hotel. Quién iba a pensar que, al indicarle cuál era, después de poco más de diez minutos paseando, el suyo iba a resultar el mismo, pues todavía andaba buscando piso en la capital para quedarse una temporada y entretanto una habitación de aquel hotel cumplía con la función de ser su hogar de paso.
Y es que Sucede Que Hoy prefiero dejar aquí la historia...
12 comentarios :
Pero... ¿Cómo no te han dejado ningún comentario aún? Me ha gustado mucho tu blog, aunque aún he leído poquito. Seguiré en otra ocasión, sin duda. Me ha encantado la frasecilla que tienes que dice algo así como que cada día ocurre algo digno de ser objeto de reflexión. Es una gran verdad.
Saludos y felicidades por tu blog!
Alaaaa, que relato más chulo! Me ha encantado! Está super bien escrito :D y hasta que no he leído la etiqueta de literatura, me he creído que era realidad y que te había pasado a ti... nos dejas, de todas formas, con la intriga! más más más! Besitos!
Hola Davia y bienvenida al blog. Me alegro de que te haya gustado lo poco que has leído. Esa "frasecilla" que dices digamos que es como el gran titular de este rincón, la esencia de lo que en él puedes encontrar, la filosofía que me llevó a crearlo. Seguro que conforme vayas leyendo esa frase cobrará mayor sentido.
Gracias a ti por entrar y dejar huella.
Besos.
Hola Pablo!
He visitado tu blog a través del de Mara. Así que espero que te agrade mi visita. Me ha encantado tu post. Sinceramente a pesar de que pone la etiqueta de "literatura" no sé si creer que es una historia que pasó en realidad. Si fue así me alegro porque a pesar de que soy una chica extrovertida nunca hubiera hecho nada semejante pero claro, así me va en ciertos terrenos...
Y si no... cuando tengas un rato lee este post si te apetece: http://smssinmiedoasoar.blogspot.com/2007/08/llamemsle-celia.html
Seguiré visitando tu blog. Un saludo. Cris.-
Hola Mara y gracias. Esa etiqueta de "Literatura" de la que me valgo en muchas ocasiones, es el mejor escudo con el que cuento aquí para que, aún desnudando mi alma cada noche, el pudor no se apodere y tenga una pared tras la que resguardarme. Todo lo que escribo está directamente relacionado con algo que me pasa o me gustaría que me pasara -he estado a punto de poner "que me pasará"- y, en cualquier caso, siempre esconde parte de verdad. Ahora el trabajo de creer si es cierto o sólo algo inventado, es tuyo.
Muchas gracias por comentar.
Besos!
Hola Cris y, también, bienvenida. Por supuesto que me agrada tu visita, como cada una de las que recibo a diario. Pienso que muchas veces nos perdemos la mejor cara de la vida por no atrevernos a hacer algo que nos invade por momentos, pero que la vergüenza, la educación o el "qué dirán..." nos impide hacerlo.
En cuanto a lo de "Literatura", puedes leer lo que le contesto a Mara.
Bonito relato el de Celia, yo tengo varios de ese estilo, perdidos por los post de meses pasados. Las miradas son esenciales en mi vida.
Besos, gracias y bienvenida!
Me encantaría que continuara la historia... :(
Estuvo muy buena...
Saludos desde muy lejos :)
Que bonito!!! eso me recordo algo!!
una noche en un teatro, una sonorisa furtiva y un beso "accidental" ... que genial!!. Por cierto ese día comprobe que que vale ala pena arriesgarse.
Un besote
Marlene
Hola Michele, puedo asegurarte que la historia continuó, ya no sé si en la realidad o en el sueño posterior a la escritura del post, pero creí conveniente no alargarla más y dejarla libre a la interpretación del lector.
Gracias por comentar.
Un beso.
Hola Marlene, qué suerte la tuya! Demostraste valor, sin duda, y de nuevo mis historias se asemejan a tu vida, qué curioso.
Besos!
Tengo que reconocer que la intriga me invade, que me encantaría que me siguieras contando que sucedió después, que me aclararas si es cierto o no, pero se que tú escribes y cada uno tiene que imaginar lo que quiera.
Yo también hubiera saltado por encima de la butaca para no perderle la pista al destino.
Ese mágico poder de las miradas...
Mil besos.
Hola Encarni y siento el retraso en la contestación; un despiste absoluto. Sabía que tú no ibas a dejar escapar un cruce de miradas así; al igual que yo, entiendes y admiras su poder. En cuanto a lo primero que dices, es cierto, se nota tu seguimiento incondicional...yo escribo, cada uno interpreta y hace suya la historia.
Gracias por comentar.
Besos!
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