Una Llamada Basta

El color anaranjado y violeta del cielo presagiaba las últimas horas de luz de lo que había sido un buen día. Sentado frente a mi escritorio, buceaba entre las páginas de la última novela que había caído en mis manos aquella misma mañana, cuando el teléfono resonó una vez más en la casa. El timbre, agudo e insaciable, me sacó de la lectura y fui directo hasta la pantalla para ver quién importunaba mi lectura y hostigaba mi tranquilidad. El corazón me dio un vuelco. Bastaron los cinco primeros dígitos para que el pulso se me acelerara y comenzase a temblar nervioso. 9****...
Sin duda aquél era el número que tantas veces había marcado durante muchos años, atendiendo entusiasmado al sonido de los timbres que impacientaban mi espera, hasta oír tu dulce voz al otro lado. Cualquier excusa era buena para pasar largos ratos escuchándote; no importaba si hacía apenas minutos que nos habíamos despedido después de una tarde entera juntos. El auricular de mi aparato fue testigo de los sentimientos más sinceros que siempre transformaba en palabras pronunciadas de manera aleatoria; halagos, piropos, tequieros, sonrisas, verdades en susurro y en definitiva, todas las palabras que se dicen cuando uno está enamorado y su voz muta a un estado absurdo, del que se quisiera no ser dueño cuando es escuchado, una vez el amor no es más que un recuerdo congelado entre el hielo de un corazón sin pasión. Creo que el día que llegara a desprenderme de aquel teléfono porque cayera en la desgracia común de los electrodomésticos modernos de que de un día para otro dejan de funcionar, me resultaría duro, pues con él se irían miles de historias que alimentaron nuestro amor a diario.
Ahora continuaba mostrándome aquellos números mientras yo, en un estado de inmovilidad incontrolable, me debatía entre coger la llamada o dejarlo sonar hasta que desistieras en tu intento, aún a sabiendas de que conocías a la perfección mis horarios. Por mi cabeza pasaron cantidad de imágenes a toda velocidad; pensamientos fugaces que representaban las ventajas y los inconvenientes de aceptar aquella llamada. Una gota de sudor frío resbaló por mi axila hasta perderse en la cintura del pantalón, después de haber dejado el rastro de su gélido recorrido por mi costado. En aquel momento hubiese deseado conocer tus intenciones para valorar desde una posición mejor la decisión, pero tú siempre fuiste de las de bailar en el límite del riesgo de la duda y ahora mis pies acompañaban tu paso en aquel enorme y angustioso salón de baile.
Finalmente me decidí a contestar. En realidad, ¿qué podía perder sino una buena oportunidad para escuchar tu voz de nuevo y quién sabe si un posible tono de arrepentimiento en tus palabras? Me deshice como pude de la perplejidad y, decidido, descolgué.
- ¿Diga?
El sonido intermitente del otro lado de la línea supuso el final de toda aquella historia de apenas un minuto, que más bien había dejado el poso en mí de una hora de incertidumbre. Había llegado tarde. Para cuando había logrado dar el paso venciendo mis temores, la espera había sobrepasado los límites de tu paciencia. Ahora me alivio del desasosiego que me produjo aquel pitido discontinuo pensando que tal vez no era yo quien había llegado tarde, sino tu perdón.

Y es que Sucede Que Hoy una llamada valdría...

6 comentarios :

Lunettas | 07:02

Y es que... a cuantos no nos pasa, que perdemos sin razón o necesidad alguna, a alguien que amamos con todas nuestras fuerzas... orgullo? talvez, temor? quizás, no poder o mejor dicho, no saber ni que ni como decir las cosas? definitivamente.

Y es que ... cada día, las redes telefónicas se esparcen y las relaciones interpersonales disminuyen, ¡ya no existen las cartas!, ese sobre sellado y con el rico aroma a tinta fresca, es un pasado de nuestro presente.

Todo esta' desapareciendo poco a poco. El sabor de una caricia, de una palabra en su momento, de un beso, de un simple suspiro ha sido relegado a segundos y terceros planos.

Del poder de la palabra queda poco, y pues que mas decir ?, si ni a nuestra propia vida le contestamos el teléfono aun sabiendo el valor de aquella llamada o dudándolo por completo, por temor a tender al masoquismo

Pero que tal si no ... y si nada de lo que escribo fuera cierto ... uhmmm creo que estaríamos en pasados muy inciertos.


Buenisimo Pablo...
Besos
Ishhh *_^

Pablo Martín Lozano | 15:19

Hola Lunettas. Es cierto que todo eso se ha perdido, pero no me atrevería a juzgarlo como negativo. La inmediatez y la oportunidad de tener al otro lado a quien te apetezca en el momento preciso es igualmente positivo. Pero sí que es verdad que se pierde la magia de la espera, la paciencia...

Gracias por tus palabras.
Un beso y recuerda; si te suena el teléfono, trata de vencer tu perplejidad y descuelga: nunca se sabe lo que espera al otro lado.

Besos!

Lunettas | 19:06

Nunca catalogaría como negativo algo que nos ofrece tantas ventajas,(El truco esta' en seguir valorando las cosas mas simples y puras de la vida), pero cabe analizar que si no hubieras tenido el caller ID en la pantalla de tu teléfono, hubieras contestado como de costumbre y grata sorpresa te habrías llevado, en vez de debatirte entre descolgar o dejarlo sonar hasta el cansancio.

Besos
Ishhh *_^

Pablo Martín Lozano | 19:11

Hola de nuevo Lunettas. Al final esto también resulta ser casi una llamada telefónica. Acabas de mandarme el comentario y aquí está la respuesta casi inmediata (hemos coincidido).
Tienes razón; los adelantos no tienen porqué ser excluyentes de la tradición, de lo común. El progreso viene de mirar hacia adelante, pero siendo conscientes del atrás, para no cometer los mismos errores.
No sé si de verdad la sorpresa hubiese sido grata o no, en cualquier caso prefiero quedarme con la duda y el sonido intermitente del tono al otro lado.

Besos! :)

Anónimo | 20:09

Leí este post el mismo dia que lo publicaste, justo antes de irme a la cama. Me encontraba frente a la pantalla de mi ordenador dispuesta a comentar pero una duda me asaltó... "¿El perdón llega alguna vez tarde?" Sabía que esa cuestión me haría reflexionar durante un buen rato asi que decidí dormirme e intentar encontrar la respuesta.

Ahora pienso que el perdón nunca llega en mal momento pero que tú llevas razón... a veces llega tarde, demasiado tarde para volver a enlazar algo que se rompió hace tiempo.

El límite de "demasiado tarde" lo pone cada uno...

Creo que no perderías nada por descolgar ese teléfono, si llama es porque tiene un motivo. Yo siempre digo que prefiero arrepentirme de lo que "hago" que de lo que "no hago"

Un beso.

Pablo Martín Lozano | 20:24

Hola Encarni y gracias por no faltar a tu cita.

Como digo en el final del post, el hecho de pensar que llegaba tarde aquel perdón no es más que una forma de "aliviarme del desasosiego".
Yo también pienso que siempre hay tiempo para un perdón, cuanto menos para escucharlo, las decisiones vendrán después.
Yo juego con el punto en contra de que soy de "perdón fácil", y digo en contra -a pesar de todos los beneficios que eso conlleva- porque en este absurdo, pero pleno, juego del amor a veces ni siquiera el perdón es bueno. No se reconoce el desgaste que supone para quien perdona una acción y, lejos de eso, encima tienes que escuchar ciertas palabras que duelen.

El tiempo me ha hecho ver que es tan digno perdonar como saber ser perdonado.

Ella tenía un motivo para llamar; yo tenía un motivo para no descolgar.
Yo jamás di motivos para hacer llorar, ella me dio más de dos para pasarlo mal, pero más de mil para hacerme suspirar.

Me hace gracia tu última frase, de nuevo magia en tus palabras. Precisamente "prefiero arrepentirme de lo que hago que de lo que no hago" es algo que aprendí de quien protagonizaba la llamada de mi post. Conexiones.

Besos y gracias.