Que Decida la Lluvia

Llovía intensamente en la ciudad. Los charcos anegaban las calles transitadas por cientos de paraguas escondiendo rostros ocultos bajo un trozo de tela impermeable de color. El tráfico, como suele ocurrir en estos días, se había transformado en una caótica fila de hormigas cortada por la separación entre semáforos. Parece que la lluvia merma el sentido común de la gente...

El parabrisas del coche me protege del chaparrón. Me evado del barullo dejándome llevar por el sonido de las gotas contra el cristal y la suave danza del limpiaparabrisas cumpliendo con su deber. A pesar de la escasez de combustible en el depósito, marcho tranquilo. No tengo prisa, nadie me espera y en situaciones así es mejor no entrar al trapo de los insensatos correcaminos. En fin, poco a poco voy ganando metros.

En una de las eternas esperas entre el rojo y el verde del semáforo, te observo mojada en la acera, sin paraguas, vendida a una lluvia que golpea fuerte y no deja de resbalar por tu cara. Vas cargada de bolsas y a juzgar por tu poco abrigo, creo que estás pasando frío. Tratas de correr entre la gente pero todo queda en intento. Tienes poco que hacer frente al impulso de la naturaleza y todavía te queda un buen trecho hasta casa. Por cierto, qué guapa vas.

En ese momento mi cabeza comienza a atiborrarse de dudas. ¿Parar y recogerte o continuar mi camino como si nada? Al fin y al cabo últimamente no te estás portando demasiado bien conmigo. ¿Acercarme hasta ti y ofrecerme a llevarte o acercarme igualmente con el único propósito de que me veas resguardado del frío y la lluvia, para arrancar de golpe justo cuando te acerques y a ser posible levantando agua del charco cercano? ¿Compadecerme de ti o hacerlo tan poco como tú de mi? Vamos, que uno no está hecho para esto de ser duro. Decido dar la vuelta a la manzana y volver a por ti.

Mientras llego, trato de arreglar un poco el interior del coche, subo la temperatura de la calefacción y acomodo el que será -y fue- tu asiento para que todo esté a tu gusto. Vuelvo a verte a lo lejos y me preparo para acercarme hasta ti por el carril más cercano. Ya llego.

Por fin me sitúo a tu lado, bajo la ventanilla y toco el claxón para llamar tu atención.

- ¿Quieres que te acerque? Sube anda -te digo.
- Vaya, qué sorpresa (y que bien me vienes) -piensas. ¿De verdad puedo?
- Venga, pasaba por aquí y te he visto de casualidad, además, tu casa me viene de paso. (Lo siento, en situaciones así no se me da bien mentir).
- Pues qué suerte he tenido, la lluvia comenzaba a calar en mi ropa.
- Ya veo, estás empapada.

Después de poco más de diez minutos de camino llegamos a tu casa. Paro el coche en doble fila y me giro hacia ti sin apagar el motor. Todavía no te he mirado a los ojos desde que has subido.

- Bueno, pues ya estás aquí.
- Muchas gracias, de verdad, te debo una.
- (¿Sólo?) -pienso.
- ¿Por qué no subes y tomamos un café? Estoy sola en casa.
- Déjalo, da igual. Yo me marcho ya.
- Que no, de verdad. Vamos, deja el coche aquí mismo.

Ya he anunciado antes que uno no sirve para eso de ser duro. Salimos del coche y subimos. El trayecto en el ascensor se hace algo más incómodo de lo habitual. Ha pasado tiempo y lo que sus paredes estaban acostumbradas a ver, ahora no podemos repetirlo; al menos no debemos. Por fin llegamos. Estoy algo incómodo -(¿ya lo he dicho?)-.

Una vez dentro, esperando en el recibidor, tengo la sensación de encontrarme en un espacio ajeno del que sin embargo conozco cada rincón. Un lugar que me ha visto durante mucho tiempo y que ahora me resulta extraño. Qué malo es el tiempo. Qué larga la espera. Por fin estamos sentados los dos, uno al lado del otro en el sofá del salón, al fondo del pasillo. Un diálogo absurdo con la taza de café caliente entre las manos y de golpe, me besas. ¿Qué? -me pregunto a mí mismo. Después no sé qué excusa sobre la ropa empapada hasta que cuidadosamente me quitas una a una todas las prendas. Tú te vales sola.

La historia acaba donde comienza otra nueva. Una de revisiones del pasado y miradas hacia el futuro. Una de tiempo perdido que comienza a ser recuperado. Una de largas tardes de lluvia en el coche, ahora nunca más en soledad.

...Sin embargo creo que debo arrancar, una larga fila de coches me espera. Por cierto, el asiento de mi lado continua vacío...

Y es que Sucede Que Hoy di mil vueltas a la manzana pero sólo pude imaginarte...

0 comentarios :