Delito entre Vagones y Traviesas

Caía el sol rojizo de final de jornada en una calurosa tarde de septiembre, tiempo atrás. Las gafas de sol y la música del reproductor mp3 me aislaban de cualquier conversación, ruido o mirada desviada. El traqueteo del metro y el constante ir y venir de gente completaban la escena en la que se cometió el delito. No hubo heridos ni daños materiales. Fue un delito menor, incluso nadie más que yo fue consciente de él. Quizá porque nadie más que yo era el afectado...
Me robaste el corazón.

Con aires alegres y desenfadados pero con la carga de todo un día de estudio, destacabas sobre el resto en la fila de asientos de mi derecha. De frente, con las piernas cruzadas y una cinta apartándote el flequillo y dejando ver unos ojos despiertos y luminosos. En ese momento hubiese querido que en lugar de ser el metro fuese un tren sin estación de destino para compartir el resto del tiempo contigo. Que la gente hubiese desaparecido por ciencia infusa y nos hubiésemos quedado tú, yo y el vagón dirigido por la magia del encuentro. Colocarme frente a ti, sacarle jugo a tu presencia, enloquecer con tu sonrisa, poder decirte un simple "hola".

Pero desgraciadamente sólo unas paradas nos separaban del fin de trayecto y sólo podría disfrutar de ti durante algunos minutos. Agradecí a las gafas de sol que protegieran mis ojos de cualquier posibilidad de ser descubierto mientras me perdía recorriéndote milímetro a milímetro. El delito fue tan irremediable como instantáneo.
Quité el volumen de la música para escuchar tu voz y otro escalofrío recorrió mi cuerpo. Ese timbre me resultaba familiar, seguramente te había soñado antes y ya nos conocíamos, porque eras todo lo que siempre imaginé que sería mi otra mitad. Elegancia, ternura, alegría, inteligencia...

Aproveché el poco tiempo que nos quedaba exprimiendo cada instante a tu lado, por si nunca más fuéramos a coincidir, pero el destinó fue clemente y me regaló tu presencia en días posteriores.
Ya por aquel entonces ni el escenario ni la situación eran los mismos, sin embargo tu continuabas acometiendo el delito. Ahora mismo no sé si lo que hacías era delictir o deleitar, no importa, sólo sé que desde entonces siento un ¡ay! en el pecho cada vez que nos cruzamos.

¿Terminará el tiempo por otorgar valor a aquella tarde en la que caía el sol rojizo de final de jornada en una calurosa tarde de septiembre, tiempo atrás?

Y es que Sucede Que Hoy te recordé desde el principio...

2 comentarios :

Anónimo | 00:04

que forma mas bonita de contar una situación tan sencilla y que todos alguna vez hemos vivido, puede que no con esa intensidad. pero bajar el volumen de la música, las gafas de sol... creo que no eres el único, yo al menos lo he vivido, nunca ha sido más que eso, el momento "vagón" pero, gusta sentir que hay como una especie de conexión oculta e indefinida entre dos personas que no saben nada absolutamente la una de la otra. Me he sentido identificada. Has logrado lo que todos los cantautores pretenden con sus canciones... o de eso presumen no? el rollo que se identifiquen conmigo y tal...
precioso. mua!

Pablo Martín Lozano | 00:13

Bueno en este caso te conozco anónimo, y he de decirte que gracias por decidirte a comentar. Me gusta que lo que escribo sirva para que la gente se identifique, es una de las esencias de la literatura y los blogs. Pero es que cuando escribes sobre situaciones reales es difícil mentir y es lo que pasa con esta historia.
Un beso! y prometo que cuando aprenda a tocar la guitarra pondré música a estas historias para ser un cantautor de los que te gustan! Jaja!