De Los Que Ya No Quedan
Escondido entre montañas peladas y abrigado por un viento frío en estas fechas duerme olvidado un pueblo de los que ya prácticamente no quedan. Por sus calles de tierra y poco asfalto trazadas sobre un plano sencillo de perpendiculares y paralelas se respira un aire puro recién venido de las gélidas cimas de Sierra Morrena. El agua discurre fría como un beso con la boca sucia de otros labios dibujando meandros imposibles. Una aldea en la que todavía se escuchan nombres como Leoncio, Cesareo, Magdalena o Ambrosio. Un lugar en el que cada cual es conocido por su nombre y por una lista interminable de motes ya sea con simples diminutivos o, los que corren peor suerte, con auténticos juegos de palabras ingeniosos caricaturizando discapacidades o rasgos físicos notorios. Un lugar en el que los huevos todavía se recogen a diario y se sirven frescos. Donde si la panadería está cerrada y tienes una necesidad imprevista y de última hora para tu caldo, su cándido dueño acude a tu casa a avisarte de que puede abrirte especialmente el negocio para saciar tu falta. Un poblacho de los tradicionales, de esos con ancianos sentados al sol esperando a la muerte y niños montados en bicicletas sin cubiertas en las ruedas. Un burgo del de buenos días a pimera hora, buenas tardes a su tiempo y buenas noches siempre a las mismas personas, en el mismo lugar, con el mismo gesto y sabiendo que al día siguiente será de la misma forma. Un destino cíclico. Una burla al tiempo. Porque allí pasa despacio la vida, pero pasa, como pasa en cualquier lugar, porque si algo hay inevitable en este mundo es que la noche acabe con el día, la primavera con el invierno, o el mes de junio con el de mayo. Pero hay lugares en los que sólo te das cuenta de que el universo sigue en su expansión y el mundo dando vueltas sin sentido, cuando observas que los viejos acaban la tarde varios metros más allá de donde la empezaron, movidos por la gracia de los rayos de sol avanzando sin demora.
Y es que Sucede Que Hoy pasé tres días en Aldeaquemada...
2 comentarios :
La verdad que de vez en cuando no viene nada mal pasar un tiempo en pueblecitos todavía "inocentes".
Me has hecho recordar mi niñez, cuando veraneaba en Genalguacil un pueblo perdido entre la montaña, con no más de 2000 habitantes. Gracias :)
Hola Noelia! Resulta interesante el ejercicio de "desconexión" de lo que ya tomamos por real y cotidiano y realizar un viaje de alrededor de 400kms que sin embargo te llevan a lugares que parecen de otro mundo y otro siglo.
Me alegro de haberte evocado eso siempre que tu recuerdo fuera grato.
Un beso y gracias a ti!
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