El Mejor Regalo De Aquella Navidad

Diciembre pasaba lento y frío sobre un Londres repleto de luces, bufandas, abrigos y sonrisas de los más pequeños. La ciudad se encendía cada noche en calles y comercios atiborrados de bombillas de colores y, en las esquinas y en las estaciones, los villancicos amenizaban las horas. Las bolsas chocaban unas con otras por las aceras repletas de gente ultimando sus compras navideñas, mientras el vaho salía por sus bocas y ascendía verticalmente hasta perderse en la oscuridad de un cielo anochecido desde muy pronto. La mano de una mujer enfundada en un guante de cuero negro llamaba a un taxi que pasaba por Oxford Street, mientras en la otra sostenía su bolso de muchas libras y un pequeño yorkshire embutido en un ridículo traje de lana fucsia. Aquel debía ser uno de los pocos perros que tenían el privilegio de pasear por el centro de la ciudad. Debajo de mi gabardina beige y cubierto hasta la barbilla por una bufanda marrón, mi cuerpo se aclimataba a las bajas temperaturas, mientras paseaba a solas respirando el aire de una ciudad que me había acogido sólo dos meses atrás. Era sábado, y en apenas una semana volvería a casa para celebrar la Navidad con la familia. Entretanto, las ganas de recorrer los rincones de Londres en aquellas fechas, me empujaban a salir a la calle a todas horas, exprimiendo los minutos y arrancando los entresijos que escondía, a bocados de curiosidad. No tenía prisa, ni meta, y por no tener, no tenía ni cena. Así que, después de caminar cerca de una hora y con el estómago en tregua desde el sándwich de mediodía, entré en un restaurante italiano y pedí mesa para uno. Terminada la cena, mientras esperaba la cuenta, me pareció ver un rostro conocido a través de la ventana que enfrentaba a mi mesa. Extrañado por la similitud, aunque consciente de la aparente imposibilidad de que aquello fuera cierto, me quedé paralizado en la silla procesando toda la información que me había suscitado aquel ínfimo instante de visión. Impaciente, con la duda acechando, aboné casi sin mirar el importe de la cena al camarero, que extrañado por mi actitud, apenas alcanzó a decir un "Thanks sir", mientras yo salía a paso acelerado con la gabardina en la mano. Caminé siguiendo la dirección de los pasos de quien había creído ver, hasta que, apenas a cincuenta metros del restaurante, apoyada en la parada del autobús, vi a una persona de la que años atrás había perdido el rastro y no había vuelto a saber. Encontrarme con ella en aquella ciudad, a tantos kilómetros de distancia de la nuestra, a tantos kilómetros de distancia de aquellos años pasados, a tantos kilómetros de distancia de aquel primer amor, me dejó en un estado de shock. Llegué hasta donde estaba, puse mi mano en su hombro y, al girarse y encontrarse de frente conmigo, sus ojos se encendieron con la fuerza de la primera vez. Ya no había escapatoria; la sinceridad de su mirada eliminaba cualquier duda. Sin saberlo fue el mejor regalo de aquella Navidad.

Y es que Sucede Que Hoy imaginé un encuentro lejos contigo...

6 comentarios :

Encarni | 10:05

Volviste a ponermelo difícil...

Pero bueno, eso significa que tus palabras transmiten mucho, tanto como para hacerme volar hasta allí y situarme en esa calle, Oxford Street.

Hoy no puedo decirte mucho más, lo siento. Hay recuerdos que prefiero dejar donde están.

Un beso.

P.D: La historia me ha gustado mucho.

Pablo Martín Lozano | 14:04

Siento que al hablar de Londres tu mente vuele hasta rincones no deseados. Yo de ti volvería sola o con alguna amigo/a para borrar ese mal recuerdo y que una ciudad como aquella nunca más sea síntoma de algo negativo.

Besos y gracias.

Anónimo | 21:43

Hola! Hace unos meses me topé por casualidad con tu blog y desde entonces me paso mucho por aquí.

He pensado que estaría bien dejarte un comentario, ya que cada día me robas 5 minutitos de mi tiempo.

Por si no había quedado claro: me encantan tus textos :)

Mar.

Pablo Martín Lozano | 22:00

Hola Mar, muchas gracias por decidirte a dejar un comentario; se agradecen. Divina casualidad, en tal caso, si por azar te topaste con mi rincón. Divina para mí, claro, no soy tan pretencioso, jeje. Pero me conformo con lo de que "te encantan mis textos". Un placer.

Besos.

Cris Lago | 09:03

Al final va a ser cierto eso que me dijeron una vez, de que si quieres algo de verdad las distancias unen...He tenido la oportunidad de algún modo de vivir esa historia que narras.Fue muy lejos de aqui, en Noruega y fue algo así como dices, la sinceridad de nuestras miradas lo dijo todo, y si quererlo fue un regalo genial.Quizá la distancia, hace que los sentimientos sean más fuertes o más sinceros, y en ocasiones esto te llena más que tener 24h a esa persona a tu lado.Todo tiene tus pros y contras...La pasión funciona de lejos, pero actua de cerquita.

Besitos guapito

Pablo Martín Lozano | 13:23

Hola cris. Qué suerte la tuya y que envidia la mía al leer tu comentario. Debe ser una sensación increíble encontrarte con ese alguien a tantos kilómetros de casa y compartir una mirada así. Me ha encantado lo de "La pasión funciona de lejos, pero actua de cerquita". Cuánta razón.

Besos, gracias y enhorabuena por la experiencia.