El Caprichoso Viaje De La Enfermedad
En su cara se reflejaba el indomable y caprichoso viaje de la enfermedad. La tristeza de su rostro, gris y apagado como una flor mustia en otoño, mostraba el desencanto ante una vida que había decidido perder la batalla de la salud. En su mirada se intuía el pesar por las horas lentas y anodinas apoltronada en su contra en una cama empapada en lágrimas silenciosas derramadas en la soledad de las noches. Y en sus palabras reverberaba un eco profundo de esperanza ante el infortunio que le había tocado vivir porque así estaba escrito en su destino. Pero esa esperanza caía en saco roto ante las caras de los doctores y sus frases a medio terminar, ocultando una información que ninguno de ellos se sentía capaz de dar. Entretanto, sus movimientos torpes y lentos chocaban con la sensatez de unas palabras que salían tímidas de unos labios ensuciados por la inquebrantable seña del sufrimiento y la enfermedad. Su piel, fría y del color de las sábanas, dejaba entrever el sinuoso curso de unas venas por las que corría una sangre gélida y turbia impregnada en cortisona. Pero la incertidumbre de su diagnóstico le provocaba más dolor que todas las agujas que colgaban de su brazo repleto de goteros. La ciencia estaba tardando más de lo normal en esclarecer la causa de su estado, mientras ella poco a poco se consumía acurrucada entre recuerdos de tiempos mejores. Y allí, acostada junto a la ventana observaba cómo pasaba el invierno sin esperarla, mientras su cuerpo endeble y afligido se removía sobre el colchón para no entregarse a las llagas de la inactividad. Sin embargo saldría de aquella y lo vi en sus ojos mientras disfrutaba del pequeño placer de un paquete de pipas peladas al tiempo que su mente anhelaba caminar como la gente que se veía en las aceras de la avenida donde, por desgracia, se hospedaba temporalmente.
Y es que Sucede Que Hoy la observé en su cama del Hospital...
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