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Un Día En Un Futuro

Llegaba tarde a casa después de un día intenso de trabajo. La última reunión se había alargado más de la cuenta y, pese a la presión que ejercían mis tripas, el trabajo no me permitía marcharme. Con la corbata arrugada y sin nudo y la camisa por fuera del pantalón entré en al ascensor. Estaba deseando llegar y darme una ducha relajante. Después cenaría algo y me tiraría en el sofá a ver alguna película y a contarle a mis amigos y compañeros de piso mi jornada; era un momento especialmente agradable, ya que siempre había uno que tenía algo fresco que contar. Al llegar a mi piso, saqué las llaves de la cartera y entré en casa con la alegría del que lleva horas corriendo y al fin siente cortar la cinta de la meta con su abdomen. Saludé en voz alta con un "hola" general que no obtuvo respuesta. Tal vez alguno se había quedado ya dormido, o estaba en la ducha, o no estaba. Sin embargo no podía esperar que iba a estar solo. La primera pista fue un post-it pegado en el espejo del recibidor en el que una de mis compañeras avisaba de una "cena de última hora" con unas amigas. Después de dejar la cartera a la entrada, apoyada en la pared, fui directo a la cocina a beber un vaso de agua y fue allí donde encontré la segunda nota. Esta vez era un folio pegado a la puerta de la nevera con un imán en el que salían nuestras cuatro caras, en una fotografía del principio de todo, cuando nos acabábamos de conocer. Era de mi compañero que avisaba de una "noche de cine" con una amiga. Llegaría tarde, decía, pero había dejado algo de cena preparada en la nevera. Ya sólo quedaba la otra compañera, sin embargo, el silencio de la casa y el hecho de encontrarme todas las luces apagadas me hacía pensar que tampoco iba a encontrarla allí. Y efectivamente. Sobre el televisor, con una letra preciosa de colores y perfectamente ordenada y cuadrada en el papel, anunciaba su ausencia; la pobre tenía que pasar la noche en el trabajo para completar una estrategia que el cliente debía recibir a primera hora de la mañana siguiente. Siempre tan cumplidora. Así que me quité los zapatos, la ropa y el estrés que había acumulado. Disfruté de la ducha relajante que había llevado esperando toda la tarde y con una bandeja sobre las piernas y frente al televisor, piqué un poco del suculento plato que mi compañero había tenido el detalle de preparar. Me vino a la cabeza el curso de cocina que los dos habíamos realizado cuando tomamos la decisión de irnos a vivir los cuatro a otra ciudad, a probar suerte. Y después de terminar de cenar y una vez fregado y ordenado todo, me tumbé en el sofá para estirar las piernas mientras comenzaba una película de las que siempre había querido ver y todavía no había tenido la oportunidad. Llevaría sólo quince o veinte minutos cuando la casa se volvió a llenar. Ya no importaba la película, podría verla otro día. Ahora me apetecía más cumplir con la ración diaria de conversación y disfrutar de la compañía de unas personas con las que había compartido tanto durante años, y que ahora me acompañaban en la nueva aventura de mi vida. Juntos.

Y es que Sucede Que Hoy me imaginé cómo sería todo...

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Tu Aroma De Flores Frescas

Sobre la ventana de mi habitación descansa una maceta en la que un día planté semillas de tu amor. Simiente infértil. Amor complicado. Cada mañana, su tierra absorbe los primeros rayos de sol que penetran por la rendija que deja abierta la persiana. De ellos se nutren y alimentan unas raíces que se aferran cada día con más fuerza a lo más profundo del interior. Raíces que envuelven con sus filamentos la tierra opaca que genera vida; la de un sentimiento que crece con la fuerza de la primavera. Y debe ser que la flor es de hoja perenne, pues venga otoño o pase invierno, mantiene el verde intenso y no deja de lucir hermosa cada mañana. Entre sus hojas se apoya una foto de los dos, un beso eterno inmortalizado sobre un trozo de papel arrugado de tanto usarlo. Y a veces, cuando me siento a contemplar la fotografía de cerca para recordar aquel sabor, una lágrima desciende por mi rostro y se convierte en riego de la flor. Agua salada y amarga que se filtra entre las grietas abiertas en la tierra y llega hasta salir por la parte inferior de la maceta. Su materia es tan ácida que la tierra se niega a absorberla y resbala hasta el final, convirtiéndose en presa de la evaporación. Sin embargo hay días en los que la lágrima no rueda por dolor, sino que lo hace por la satisfacción que me produce volver atrás en el tiempo por momentos. Regresar y recordar instantes infinitos. Regresar y poder llegar a sentir tu tacto y tu voz susurrándome al oído. De la esencia de tu piel son sus pétalos y con ellos me embriago hasta perder la noción del tiempo. Y entonces creo tenerte delante, sonriendo, acariciando con tus manos finas el tallo de la flor, cantándole con gracia para ver crecer su cuerpo de savia y sol. Y cuando hay días en los que amanece triste y cabizbaja, tal vez porque soñó contigo o porque la luna sobre el cristal le reflejó la imagen de la foto directamente a su corazón, necesito horas para animarla con susurros y canciones, con promesas de nuevas ilusiones. La acaricio, la mimo, la tomo entre mis manos y mientras me la llevo al pecho le convenzo de que la vida son etapas que debemos superar y en cada una hay gente que viene, nos enseña y se va. Que si esto no se cumple, nos estancamos mirando siempre atrás. Que si duele al principio, sólo el tiempo lo podrá curar. Y le digo que le quiero, que jamás le voy a abandonar. Luego ella se sonroja, vergonzosa me da la cara y sin poderlo contener, suelta un efluvio de su aroma de azahar. Sobre la ventana de mi habitación descansa una maceta en la que un día planté semillas de tu amor; semillas que robé de tu pecho mientras dormías sobre el mío; semillas que aún guardo y cosecho con fervor.

Y es que Sucede Que Hoy recordé tu aroma de flores frescas...

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Compañera De Calle

Las hojas secas cubrían el suelo de las calles en aquella época. Los ocres y marrones bañaban la escena de la ciudad silenciosa en otoño. Los pájaros se resguardaban del frío en sus nidos ocultos. Las nubes cubrían de gris el cielo encapotado. El viento silbaba a su paso removiendo el manto inerte de savia reseca. El sol había pasado a ser un desconocido en aquellos días; un actor escondido detrás del telón. La ciudad sentía el frío del invierno azotando con fuerza. La escarcha se apoderaba de los charcos y las fuentes. Estalactitas puntiagudas caían del techo de la estación a primera hora de la mañana. Las bufandas y los guantes se mostraban sin pudor en paseos breves y veloces de los aventureros de asfalto que se resistían a permanecer encerrados en sus casas. El humo de los coches salía más blanco y espeso por los escapes y los cristales, empañados, sudaban el rocío matutino. Enfundado en un abrigo oscuro y largo, gorro, guantes y bufanda, caminaba hacia el trabajo con un vaso de cartón entre las manos. El expresso ardiendo devolvía la temperatura al cuerpo mientras recorría la distancia hasta el centro de la ciudad, amenizado por las noticias del día que resonaban con fuerza en los auriculares. Aquella era una mañana más de tantas iguales. La misma gente en el camino, el mismo padre esperando a los mismos hijos en el mismo coche, el mismo beso de despedida de la misma pareja de la misma casa de la esquina, el mismo perro siguiendo la misma ruta cogido del mismo amo, la misma rutina de cada día, pero diferente trayecto en el recorrido. De vez en cuando me gustaba variar y transitar por nuevas calles aunque aquella decisión retrasara mi llegada. Aquel día tenía tiempo. Al torcer la esquina encontré una calle desierta que dormía a la sombra de los grandes edificios de la paralela. Una de esas calles de casitas antiguas de dos alturas, pequeñas, que sólo Londres conservaba en el centro de su mapa. Las aceras desiertas se abrían como raíles de una vía por la que los trenes habían dejado de pasar hacía tiempo. Las persianas de los comercios y los hogares permanecían cerradas mientras el alba comenzaba a despuntar con fuerza. . Y a lo lejos, al fin, se dibujaba una figura caminando en el sentido contrario al que seguía yo. Poco a poco la distancia entre los dos se acortaba al ritmo que nuestros pasos devoraban los adoquines del suelo, acercando el momento en el que ambos cruzaríamos la delgada línea imaginaria que se dibujaría en paralelo entre los dos cuerpos. Cada vez veía con más claridad esa figura, femenina, por cierto. Cubierta con una gabardina beige con el cuello levantado, las botas marrones a juego con el bolso y la bufanda, el periódico bajo el brazo y un café en la mano que le quedaba libre, la compañera de calle caminaba con ritmo. Y lo hacía mirando hacia abajo cortando el frío viento que soplaba en su contra. Y cuando sólo nos separaban apenas cuatro o cinco metros para estar a la misma altura, cada uno en su acera, un autobús vacío pasó por mi lado sin hacer parada; nadie lo esperaba a aquellas horas en esa singular calle de la ciudad. Sin embargo fue suficiente para hacerme perder de vista a la única persona que había compartido calle conmigo. Tal vez trabajaba en una de esas casas. O puede que viviera allí y sólo hubiese salido a comprar el desayuno. Existía la posibilidad de que fuera uno de aquellos chaletitos de ladrillo rojo y columnas en la puerta. Mañana lo descubriría; repetiría ruta y, con suerte, compañera.

Y es que Sucede Que Hoy recordé una calle de Londres...

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Y De Serlo Dejarás

Porque tres días son suficientes para una historia. Incluso tres horas, tres minutos o tres segundos. Porque un mínimo suspiro puede provocar al alma. Un roce, una mirada; un perfume, una palabra. Sentir cómo amanece cuando entras por la puerta sea el alba, media tarde o madrugada. Volver cuando anochece y que tu blanca luz alumbre mi cama. Hablar entre suspiros dibujando con sonidos sentimientos aflorando en rama. Compartir instantes juntos adornados con sonrisas, pestañeos y palabras aterciopeladas. Que sólo con saberse a tu lado es mi pecho el que domina, mi mente la que acata y mi garganta la que tímida lucha entre una voz templada. Porque robas mi aire con tu sola apariencia y suscitas ilusiones abocadas al fracaso cuando es su nombre el que pronuncias y me relegas a la nada. Pero no tiene importancia porque por esa historia perdería hasta la identidad; perdería casi hasta la dignidad, si a cambio te tuviera aunque fueses de cristal. Porque tres días, tres horas, tres minutos o tres segundos son más que suficientes para darse cuenta de que eres cuanto menos digna de escuchar; de que envuelves con tus ojos una brisa azul glacial; de que sabes que levantas mis pasiones sin poderlo remediar. Y ni tu remedias ni yo me intento frenar. Me doy rienda suelta para tratar de disfrutar, de aprovechar cada milésima hasta que la vida nos prive del regalo de hablar, y después de cierto tiempo sea el destino el que no olvidando mis palabras, vuelva a ti y tu a mí, a venirme a rescatar. Y vivir esos tres segundos, tres minutos, tres horas y tres días. Y seguir a por semanas, a por meses, con mil años por llegar. Y sentir que fuiste un sueño de barro y ahora te tengo de verdad. Que me miras y no hablas porque tus labios y los míos no se pueden separar. Que uno aprende que con tiempo y con paciencia, los deseos vienen para hacerse realidad. Tú lo fuiste y lo has sido; tú lo eres y de serlo dejarás.

Y es que Sucede Que Hoy con tres segundos me conformo...

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Luces Nocturnas De La Ciudad

Cerré los ojos y traté de recordarlo todo, mientras el sonido de las turbinas creaba un ambiente monótono sólo interrumpido por las voces de la pareja del asiento de atrás. Minutos antes había estado observando el anochecer a través del cristal de la ventanilla del avión, jugando a dibujar formas en las nubes tintadas de violeta y naranja por los últimos rayos de sol. Ahora ya la noche se cerraba y la ciudad mostraba sus afluentes de luces. Nada más cerrarlos, me vino a la mente la imagen de aquella primera tarde en la que conocí la convocatoria y enseguida vi la oportunidad para el éxito. Después recordé el gesto de ilusión en las caras del resto de los que formarían el equipo y la alegría que nos sobrevino a todos al comprobar que teníamos la oportunidad de demostrar lo que valíamos. Europa nos esperaba. De pronto, una de esas bolsas de aire que provocan el descenso del avión me sacó del recuerdo y abrí los ojos. A mi lado, el resto del grupo dormía con las cabezas apoyadas unas con otras. El esfuerzo había sido grande, la alegría lo había sido más, pero el cansancio nada les tenía que envidiar. Un sacrificio que había valido la pena. Cuando el avión se estabilizó, volví a cerrar los ojos y recordé la primera reunión. Aquella tormenta de ideas vírgenes, inocentes, casi sin sentido, que sin embargo iban dando forma a lo que después habíamos logrado transmitir. El desayuno de aquella mañana productiva, el intercambio de opiniones, visiones, alternativas; la felicidad cuando creímos dar con el punto fuerte a destacar; la manera de hacer llegar nuestro mensaje... Y recordé también las prisas de última hora, los retrasos, los problemas que todos hemos sufrido alguna vez cuando piensas que todo no puede ir peor, pero te das cuenta de que poco hace falta para que efectivamente vaya peor. La noche en vela previa, la mañana siguiente con ojeras, la alegría y explosión de felicidad cuando nos comunicaron el resultado y la emoción de hace siete días, a punto de coger el avión. Ahora todo aquel esfuerzo cobraba sentido. Unos dormían, otros recordábamos, pero todos sosteníamos el diploma ganador entre las manos. Bruselas nos decía adiós; Europa y el mundo entero no paraban de felicitarnos. Las puertas se abrían, de la misma forma en que lo hizo la botella de champán con la que celebramos el triunfo.

Y es que Sucede Que Hoy me adelanté a un escenario posible futuro...
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Mañana Nos Vemos

Fue en un choque fortuito, desprevenido, casual, involuntario... Tú bajabas, yo pasaba, alguien hablaba y otros miraban. El sonido del tacón de tus botas golpeando contra el suelo fue lo que me hizo levantar la cabeza, provocando el consecuente cruce de miradas sostenidas en el aire desafiando al tiempo. Una fusión de colores azules y verdes recorrían la distancia que nos separaba; la luz que desprendían nuestras miradas. Tú cargada con apuntes y carpetas, yo con prisas por encontrar lo que quería y, aunque no hubo choque y papeles esparcidos por el suelo al más puro estilo Hollywood, la conversación surgió algo forzada. Con un tímido "hola" se inició el intercambio que culminó con un "mañana nos vemos", por no hacerlo más largo. Mañana nos vemos. Mañana nos vemos. Tal vez no había caído en el significado de aquellas palabras. Era la primera conversación y la manera en la que había terminado ya dejaba abierta la ocasión para una segunda vez. Y sólo veinticuatro horas después. Excitado por la idea, más ilusionado que nervioso, terminé lo que había ido a hacer con la mente pensando en ese día siguiente. Recogí mis cosas, cambié de escenario y, de pronto, sin esperarlo, volví a verte justo enfrente de donde estaba yo. Apenas tres metros, una barandilla y un hueco de escalera nos separaba. Un par de miradas esquivas, otras tantas menos disimuladas y de nuevo conversación. Ese "mañana nos vemos" que todavía resonaba en mi cabeza se había adelantado. Esta vez, acompañados en la conversación, irremediablemente mi cabeza echó a volar, mientras mis ojos miraban a la profundidad oceánica de los tuyos, y desconecté de la conversación. No importaban tus palabras, sólo el hecho de tenerte ahí tan cerca. Con unos labios articulando frases que mi mente se empeñaba en transformar en más "mañana nos vemos". Y de pronto, como si la caprichosa realidad terminara por hacerme caso, escuché de nuevo esa frase de tu boca. Y mañana ya es hoy. Apenas horas. Sonrío.

Y es que Sucede Que Hoy al fin se produjo...

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Tan Cerca Y Tan Lejos

Me desespera la idea de tener que resignarme a mirarte y no poder tocarte, mientras espero el momento en el que pueda tocarte sin que haga falta mirarte; a oscuras, a solas, a tientas, sin horas. Me desespera la idea de tener que resignarme a escucharte decir nombres que no son el mío, mientras espero el momento en el que tu boca pronuncie tequieros a mi oído; susurros, silencios, palabras, deseos. Me desespera la idea de tener que resignarme a sentirte en la distancia, mientras espero el momento en el que la distancia que nos separe se pueda medir sólo en milímetros; caricias, un roce, tu espalda, mis manos. Me desespera la idea de tener que resignarme a oler tu perfume de lejos, mientras espero el momento en el que pueda respirarlo directamente de tu cuello; tu piel, aromas, veneno, me embriago. Me desespera la idea de tener que resignarme a imaginar el sabor de tus besos, mientras espero el momento en el que no pueda imaginar un solo día sin el sabor de tus labios; temprano, en el día, en la tarde, en la noche. Vista, oído, tacto, olfato, gusto...sueños, sueños, sueños, sueños, sueños. Me desespera la idea de tener que resignarme a desesperarme en la idea de resignarme. Y mientras la desesperación se contagia por momentos alrededor de mi cuerpo, recuerdo el instante de haberte tenido a un paso y no atreverme a cogerte, girarte, mirarte, sonreírte y decirte: ¡Qué linda, niña!

Y es que Sucede Que Hoy de tan cerca me sentí más lejos...

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Perdido En Tus Piernas

Abrigo rojo con botones de charol,
zapatos negros con borlones
y de aguja un buen tacón.
Falda corta, pero falda, de tejana piel azul,
y unas medias negras gordas,
sobre piernas como el tallo de una flor.

Pelo liso, largo y suave,
del color que nos cubre esta estación,
baja por tu cuello de hojalata
y descansa en tus hombros con desaire seductor.

Por delante son tus ojos,
los que centran mi atención;
grandes, verdes y brillantes,
que penetran mas que miran,
y corrompen mi fervor.

Y no me olvido de tus labios,
celosa puerta al paraíso de tu sonrisa,
que con poca ayuda muestras
irradiando su blancura y alegría.
Quién pudiera ser su dueño,
aunque fuese en alquiler,
por probar un solo beso
y embriagarse con su miel.

Aprovecho que no miras
y me pierdo entre tu piel;
sigo el filo de tus piernas
y de ellas siento sed.
Ni de mármol cincelado,
ni de óleo ni pincel,
fueron nunca echas unas
como las que Dios te regaló al nacer.
Un obsequio de la vida,
un tesoro natural,
unas piernas infinitas
que da vértigo observar.

Y no sé tu nombre,
ni tu edad, ni tu ciudad,
pero hoy me emborrachó tu imagen
y te lo tuve que dedicar.

Y es que Sucede Que Hoy me perdí en unas piernas...
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Rebuscando En Un Cajón

Rebuscando en un cajón, esta noche fui a parar con tu fotografía. Boca abajo, castigado contra la oscuridad de la madera del fondo del cajón, tu rostro seguía sonriendo. Sólo andaba tras la pista de unos papeles viejos, pero el destino quiso que para hallarlos tuviera que levantar primero el marco que una vez alguien nos regaló y que apenas duró días sobre la estantería. Sólo días porque tú quisiste que aquel regalo, como otros tantos, perdieran el sentido de la noche a la mañana. Una a una las fotografías fueron desapareciendo de la habitación, dejando manchas en la pared, que conservaba el color con más viveza donde durante tantos años había estado nuestro retrato. Poco a poco fui desnudando sin piedad los muros de mi prisión que parecía tornarse gris. Fría y gris. Atrás quedaban los días en los que antes de acostarme me acercaba hasta el póster en el que aparecían nuestras caras sonrientes para darte el beso de buenas noches. Atrás, muy atrás, quedaban los días en los que miraba fijamente aquellas fotografías mientras hablábamos por teléfono y creía tenerte enfrente. Esta noche también te he observado, también te he besado, pero mis labios sólo han sentido el frío de un papel sobre el que había impreso un rostro que no le recibía y que sólo sonreía porque un día un loco inventó un aparato que robaba escenas a las personas inmortalizando momentos e improntas del alma. Sin embargo tu alma ya no estaba detrás de aquel cristal del marco. Ahora sólo quedaba un trazo que contorneaba la figura de una cara que formaba parte del recuerdo. Una cara que, en ocasiones, en demasiadas ocasiones, seguía paseándose por mis sueños provocando tanto noches de pasión efímera, como otras de dolor no tan efímero. Y puede que hoy mismo vuelva a verte entre mis sueños, puede que el haberte encontrado de pronto en aquella fotografía no sea más que el preludio de una cita a escondidas entre sueños, lejos del conocimiento de tu razón, que parece poco dispuesta a ese encuentro en la vigilia. Tu razón, y el destino que se empeña en llevarnos por caminos contrarios para no hacernos coincidir un día cualquiera, en una calle cualquiera, de una ciudad cualquiera, con un sentimiento cualquiera... Rebuscando en un cajón, esta noche fui a parar con tu fotografía. La he observado, la he memorizado, la he sentido y, sin darme cuenta, con una lágrima la he empapado.

Y es que Sucede Que Hoy me topé con tu fotografía...

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El Mejor Regalo De Aquella Navidad

Diciembre pasaba lento y frío sobre un Londres repleto de luces, bufandas, abrigos y sonrisas de los más pequeños. La ciudad se encendía cada noche en calles y comercios atiborrados de bombillas de colores y, en las esquinas y en las estaciones, los villancicos amenizaban las horas. Las bolsas chocaban unas con otras por las aceras repletas de gente ultimando sus compras navideñas, mientras el vaho salía por sus bocas y ascendía verticalmente hasta perderse en la oscuridad de un cielo anochecido desde muy pronto. La mano de una mujer enfundada en un guante de cuero negro llamaba a un taxi que pasaba por Oxford Street, mientras en la otra sostenía su bolso de muchas libras y un pequeño yorkshire embutido en un ridículo traje de lana fucsia. Aquel debía ser uno de los pocos perros que tenían el privilegio de pasear por el centro de la ciudad. Debajo de mi gabardina beige y cubierto hasta la barbilla por una bufanda marrón, mi cuerpo se aclimataba a las bajas temperaturas, mientras paseaba a solas respirando el aire de una ciudad que me había acogido sólo dos meses atrás. Era sábado, y en apenas una semana volvería a casa para celebrar la Navidad con la familia. Entretanto, las ganas de recorrer los rincones de Londres en aquellas fechas, me empujaban a salir a la calle a todas horas, exprimiendo los minutos y arrancando los entresijos que escondía, a bocados de curiosidad. No tenía prisa, ni meta, y por no tener, no tenía ni cena. Así que, después de caminar cerca de una hora y con el estómago en tregua desde el sándwich de mediodía, entré en un restaurante italiano y pedí mesa para uno. Terminada la cena, mientras esperaba la cuenta, me pareció ver un rostro conocido a través de la ventana que enfrentaba a mi mesa. Extrañado por la similitud, aunque consciente de la aparente imposibilidad de que aquello fuera cierto, me quedé paralizado en la silla procesando toda la información que me había suscitado aquel ínfimo instante de visión. Impaciente, con la duda acechando, aboné casi sin mirar el importe de la cena al camarero, que extrañado por mi actitud, apenas alcanzó a decir un "Thanks sir", mientras yo salía a paso acelerado con la gabardina en la mano. Caminé siguiendo la dirección de los pasos de quien había creído ver, hasta que, apenas a cincuenta metros del restaurante, apoyada en la parada del autobús, vi a una persona de la que años atrás había perdido el rastro y no había vuelto a saber. Encontrarme con ella en aquella ciudad, a tantos kilómetros de distancia de la nuestra, a tantos kilómetros de distancia de aquellos años pasados, a tantos kilómetros de distancia de aquel primer amor, me dejó en un estado de shock. Llegué hasta donde estaba, puse mi mano en su hombro y, al girarse y encontrarse de frente conmigo, sus ojos se encendieron con la fuerza de la primera vez. Ya no había escapatoria; la sinceridad de su mirada eliminaba cualquier duda. Sin saberlo fue el mejor regalo de aquella Navidad.

Y es que Sucede Que Hoy imaginé un encuentro lejos contigo...

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Farolas Con Vida Propia

- Túmbese ahí, cierre los ojos, respire profundamente y cuando se sienta preparado comience a contarme lo que le ocurre -dijo el doctor mientras se desabrochaba la bata blanca y tomaba asiento a mi lado en su sillón de orejeras.
Yo cumplí a rajatabla las indicaciones y cuando fui capaz de dominar mi respiración y tomar conciencia de mi cuerpo, le dije:
- Verá, doctor. Llevo días, meses incluso, en los que me ocurre prácticamente a diario un hecho que no sé bien cómo afrontar. Al principio puede que le suene a cuento infantil, a invención por falta de cariño o autoestima que me empuje a compartir al menos este momento de diván con alguien, pero le aseguro que comienza a preocuparme. Puede que usted me tome en serio, o tal vez me derive directamente al psiquiatra pero, en cualquier caso, lo que voy a contarle, puedo asegurarle que es tan cierto como que me encuentro aquí ahora mismo con los ojos cerrados. Verá doctor, he observado -y ya empiezo con mi problema- que cada vez que voy en un coche de noche y paso cerca de alguna farola, provoco en ella el estado contrario al que se encuentra. Es decir, si la farola estaba encendida, a mi paso automáticamente se apaga con sólo mirarla, y en ocasiones incluso sin eso. Pero si la farola está apagada, basta que me aproxime con el coche, conduzca yo o no, para que de pronto se encienda. Ahora prefiero permanecer con los ojos cerrados para no ver si en su cara ya se ha dibujado una sonrisa o todavía me sigue tomando en serio. En cualquier caso, quiero que al menos entienda mi preocupación. -El silencio pesó en el ambiente y, después de una espiración prolongada, se escuchó un "continúe" de voz grave y pausada. Pues como le decía, llevo varias semanas así, incluso meses y, aunque al principio no le daba importancia porque solía ocurrirme siempre en los mismos lugares, ahora parece que el fenómeno se extiende. Los primeros días lo atribuía al posible mal estado de la instalación eléctrica de la zona en la que sucedía, pero me he visto obligado a descartar esa idea al observar atónito cómo sigue ocurriéndome en lugares a varios kilómetros de distancia del anterior. No son todas las farolas, no son todos los días y, aunque trato de delimitar una pequeña investigación que me lleve a saber cuándo me ocurre, el único nexo de unión entre las diferentes ocasiones es que siempre que ocurre, mi cabeza andaba dándole vueltas a algún problema, a alguna situación difícil, a algo que debía afrontar a corto plazo y pedía respuestas a alguien. ¿Qué piensa usted, doctor? ¿Cree que tengo alucinaciones? ¿Piensa que estoy loco? Dígame algo, por favor.
- ¿Ha escuchado hablar de las señales?
- Bueno, no sé si en el sentido al que usted tal vez se refiera. Pero quiero escucharle.
- Bien, todo lo que usted me ha relatado se enmarca perfectamente en la teoría que diversos psicólogos y neurólogos han acordado en llamar como "Señales". Y no vienen a decir más que, cuando alguien, a nivel interno, cavila y busca explicaciones o respuestas ante enigmas que se le plantean, el Universo trata de darle una respuesta codificada a través de los medios que tenga a su alcance para llamar la atención en cada momento. A veces una canción que suena de pronto, un pájaro que cruza de parte a parte rozando su cabeza y que le hace seguir su vuelo mostrando algo, un nombre que viene a la mente, una llamada inesperada... Lo suyo casa perfectamente con todo esto. Y se lo voy a interpretar. Como usted mismo ha dicho, el nexo de unión que encuentra entre las diferentes ocasiones en que le ocurre es que siempre se encontraba dándole vueltas a algún tema a nivel interno. Pues bien, las farolas que se apagan y se encienden no son más que una metáfora que le intenta decir que, las respuestas ante esos enigmas que se está planteando, sólo las tiene usted, como portador de una luz interior que no necesita de la eléctrica. Usted mismo alumbra el camino correcto que debe seguir para lograr la respuesta que en su más sincera y profunda intimidad desea. Así que mi consejo es que cada vez que le ocurra, trate de escuchar las respuestas que usted mismo posee en su interior. Disfrute del silencio externo para ahondar en la voz interna. Y ahora márchese tranquilo a casa. Los locos son los que viven a gusto entre el mundanal ruido y no respetan ni su propio espacio de silencio. Buenas tardes.

Y es que Sucede Que Hoy encontré la explicación...

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La Luna, Venecia y Tú

Fue una de aquellas noches de agosto en las que la luna se empeñaba en mostrarse espléndida en lo alto de un cielo pardo cubierto de estrellas. Venecia abrazaba a sus aguas dispuesta a pasar una velada tranquila. Las góndolas bailaban al son de la marea amarradas a los mástiles, mientras el agua chocaba contra la madera y armonizaba la madrugada con melodías huecas. El brillo de las luces que asomaban por las ventanas reflejaban sobre el fino manto verdoso de los canales sin transitar a aquellas horas. Las palomas que durante el día abarrotaban la plaza de San Marcos dormían ahora ocultas en un rincón que nadie conocía. Sólo alguna pareja deambulaba de puntillas por los callejones en busca de un portal oscuro en el que poder entregarse a la locura de una noche de pasión, en una ciudad que se prestaba a ello. Los restaurantes echaban las persianas y, salvo entre las paredes de las habitaciones de algún hotel, toda la ciudad quedaba en silencio. En otros tiempos, en momentos como aquel, el famoso Giacomo Casanova se arreglaba su tocado y salía sigiloso en busca de una dama a la que fascinar. Ahora de aquello sólo quedaba la leyenda y el hermoso palacio en el que aseguran que vivió el truhán por excelencia. Quedaban apenas diez minutos para que el reloj marcara las tres de la madrugada cuando, sentado sobre el alféizar de la ventana de mi habitación, contemplando la noche, observé un rostro entre la oscuridad de las cortinas de la ventana de enfrente, al otro lado del estrecho canal. Era el de una joven tan desvelada como yo, a juzgar por la plenitud de sus ojos abiertos y brillantes, que me llevaba espiando a saber cuánto tiempo. Al ser descubierta, lejos de cerrar de golpe las cortinas y echarse atrás, sonrió y en un italiano armonioso me preguntó mi nombre. Balbuceando le contesté como pude y sin tiempo para preguntarle por el suyo, dijo: "Daniella, ¿espagnolo?". Sí -le contesté. Y comenzó a susurrarme en un castellano disfrazado de italiano los versos de un poema que parecían describir a la perfección la forma de la luna que reinaba aquella noche. Cuando acabó se quedó mirándola fijamente, casi absorta en su belleza y, después de unos segundos, volvió a mirarme y dijo:
- Cuando no puedo dormir, me asomo a la ventana y contemplo el reflejo de la luna en el agua. Pero no siempre está. Así que disfruta esta noche de su brillo en las ondas, porque puede que mañana sea tarde.
En aquel instante sentí el deseo de bajar corriendo la escalera y cruzar la calle hasta su portal. Pero entonces me acordé de que en Venecia, los amantes sufren a diario la frontera que en sus calles desdibuja el mar. Que aunque escasa era la distancia entre los dos, por debajo una barrera de agua impedía que nos pudiésemos besar.

Y es que Sucede Que Hoy recordé un canal de Venecia...

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Musa De Sueños Efímeros

Acurrucado en la cama, envuelto entre sábanas frías que se deslizaban por la piel descubierta y un pijama arrugado, deliraba entre retortijones de dolor y muecas de desesperación por los pinchazos que acechaban mi estómago. A ratos desvelado y otros rendido por el sueño pese al juego al que me tenía sometido, mis pensamientos volaban sin distinguir la realidad de lo imaginado. Por momentos perdía la noción de mí mismo y me veía flotando por la habitación, mientras observaba mi cuerpo tendido y encogido sobre el colchón. Una parte de mi cerebro me decía en susurros que aquello estaba siendo un viaje astral, mientras que la otra, a gritos, me alejaba de la idea diciéndome que sólo estaba vagando entre sueños y alucinaciones. Viajé a rincones hasta entonces desconocidos, caminé por bosques habitados por la niebla y la oscuridad, navegué por un océano de arena blanca y finalmente aterricé en una casa desconocida. Las paredes lisas de colores pastel albergaban la vida de dos personas que desconocía. Una criatura de apenas un par de meses jugando a ser mayor con reflexiones silenciosas que dejaban sin habla al resto de presentes. Lo curioso es que en ningún momento articulaba palabra y ni siquiera le era necesario abrir la boca para lanzar su mensaje claro. Sin embargo, no fue la presencia de ese extraño y diminuto ser el que me hizo recordar el sueño. A mi lado, sentada en el sofá, un ángel encarnado en cuerpo de mujer pasaba su mano por mi cara al tiempo que con su suave y fina voz femenina se dirigía a mí con tequieros y cariños. Su belleza desbordaba incluso al propio sueño. La estampa de su rostro quedó grabada en mi mente de tal forma, que todavía ahora, casi un día después, la imagino y se me ponen los pelos de punta. Siento rabia de no haber podido capturarla y sacarla de mi mano de aquel sueño hasta la vigilia del amanecer siguiente. Rabia de no haber elegido la opción de haberme quedado a vivir en aquel sueño, prisionero del amor de una musa que encendía mis sentidos. Y con ella a mi lado y la pequeña criatura entre mis brazos, he amanecido hoy envuelto en dolores del cuerpo y del alma. Los unos por un virus; los otros por el fin de un sueño del que jamás hubiese querido despertar.

Y es que Sucede Que Hoy soñé con quien desde hoy será mi musa...

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Otoño En Green Park

Las hojas secas que el otoño le había robado a las frondosas copas de los árboles del parque crujían a mi paso. Los tonos marrones y verde triste pintaban el paisaje que en otros tiempos el violeta y los amarillos vivos habían coloreado. Pero noviembre siempre fue una mala época para los árboles. Era como un ladrón de guante blanco que robaba lo más preciado, o como el amante que desviste a la amada dejándola en su más pura desnudez. Sin embargo el extenso manto de crujientes hojas, lejos de desprender aires de tristeza o melancolía, respiraban el perfume del comienzo de una nueva era. Una vida que se marcha para dejar su espacio a otra. Los efluvios de la pasada primavera decían su último adiós esperando a que la próxima llegase cuanto antes. Entretanto, las ardillas grisáceas correteaban de parte a parte del parque en busca de comida, mientras escondían sus escurridizos cuerpos bajo la gruesa capa de inerte vegetal. Y bajo los enormes guardianes con cuerpo de madera y manos de tela marchita, un banco de madera vieja y desgastada descansaba en medio de la nada. A sus espaldas se podían escuchar las voces de la gente paseando, el susurro del viento agitando las hojas, el sonido de los pasos de quienes iban y venían absortos en su mundo, y hasta el zumbido lejano de una abeja perdida en busca de un polen que el viento y la lluvia se habían llevado tiempo atrás. Y allí sentado, contemplando con los ojos entreabiertos el reflejo del sol en el lago, tu recuerdo me invadió por dentro y te imaginé sentada en aquel mismo banco con tu cabeza apoyada sobre mi hombro. El aroma que mi mente conservaba de tu piel volvió a penetrar hasta lo más profundo de mi ser, haciéndome creer que realmente estabas allí conmigo. Sentí el roce de tus manos, el peso de tu cabeza, el suave susurro de tu respiración pausada... Por momentos compartiste conmigo aquella escena y fuiste tan real como lo eras cuando en las noches de lluvia te soñaba. Cerré los ojos y entonces te pude ver más clara todavía, más tú, más mía, más auténtica que aquel día en el que te perdí. Y una lágrima resbaló por mi rostro hasta resonar con eco entre las hojas secas del suelo, como el impacto de un meteorito procedente de un país hasta entonces muy lejano llamado Pena. Como la que sentí al ser consciente de que otra ciudad soñada por los dos nos recibía a uno solo.

Y es que Sucede Que Hoy volví a Green Park y a ti...

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Una Ciudad, Un Premio

El sol del mediodía reflejaba en el capó del coche y penetraba directo a mis ojos a través del cristal. Barcelona me abría sus puertas y me recibía con sus calles repletas de gente que iba y venía, de avenidas colapsadas de coches, semáforos, peatones, palmeras... Colón me daba la bienvenida desde lo alto, mientras el Mediterráneo, que me había acompañado durante la mayor parte del trayecto, me regalaba ahora un vals de olas al compás del sonido de las gaviotas en el cielo. Por delante me esperaba una jornada intensa que podía culminar de dos maneras posibles: bien, o muy bien. Afortunadamente el destino quiso que la opción triunfadora fuese la segunda. Y después de un día en el que dio tiempo a disfrazarme de turista -incluso de turista perdido- y hasta de guía, llegó la noche y con ella los primeros nervios en el estómago. La situación, los minutos avanzando en el reloj, las llamadas preguntando resultados que se hacían de rogar, la calle que no aparece, la ciudad en obras, el coche que no tiene donde descansar... Sin embargo, una vez solventados todos los problemas y hechas las presentaciones pertinentes, todo pareció cambiar de color. Un aura de tranquilidad me rodeaba, mientras los pasos cortos y acelerados de minutos atrás, se tornaban pausados. El trato de la gente me sumergía en una balsa de aguas templadas llevándose los nervios junto a la ropa al entrar. Y así transcurrieron las siguientes dos horas; entre aplausos y agradecimientos, entre risas y sorpresas, entre flashes y emociones discurriendo por mis venas. Llega el momento cumbre. Un sobre. Un nombre. Un premio. Una voz. Una foto. Una ilusión cumplida. Mil recuerdos y agradecimientos.

Y es que Sucede Que Hoy gané mi primer concurso publicitario...

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