Como Sol Entre Cielo Gris

El viento azotaba con fuerza y el mar rugía bravo, mientras el sonido monótono del viejo motor del vaporetto me adormecía por momentos. Con la cabeza apoyada en el frío cristal de la ventana entreabierta, mis ojos se perdían contemplando la belleza a lo lejos del Palacio Ducal y la entrada a la Plaza de San Marco. Era media tarde y, después de soportar un auténtico aguacero pasajero mientras montaba en una bicicleta alquilada por las calles de Lido, ahora me encontraba de vuelta a Venecia a bordo de aquel curioso transporte de línea. Me sorprendía la dependencia obligada de los habitantes de aquel paraíso de cuento, al uso de embarcaciones de todo tipo para desplazarse por su entorno. Era una ciudad distinta, una forma de vida diferente, pero atractiva. Pronto retornó la lluvia y la gente se agolpó a empujones bajo el escueto techo de la vieja máquina, aplastando a los afortunados como yo que, en previsión, habíamos ocupado la parte cubierta de la embarcación. Ahora no cabía un alma, aquello estaba a rebosar y el aguacero golpeaba con fuerza. Y de pronto, entre empujón y empujón, apareciste a mi lado, aprisionada contra mi cuerpo, con un gesto de disculpa e impotencia dibujado en tu bella mirada. El color de tus ojos se asemejaba al del agua salada que se removía por debajo de nosotros con fuerza, y tus labios parecían los hermosos puentes que atravesaban de lado a lado el Canal Grande. Pese a la aglomeración y las continuas embestidas de quienes ajenos a tu presencia se empeñaban en hacerse hueco en aquella minúscula superficie cubierta, a tu alrededor parecía desenvolverse un aura de silencio y tranquilidad que, de alguna manera, me reafirmaba en la creencia de tu procedencia divina. Tu rostro era como un sol radiante que rompía con el gris oscuro del cielo. Entonces me imaginé torciendo la esquina de algún canal para ir a tu encuentro a bordo de mi góndola, mientras la luna tintaba de blanco la estela que dejaba al pasar. Y en un momento dado me sonreíste disimulada y con aquel gesto me rendí ante ti. No eras una más, ni siquiera eras terrenal. Tu mirada, tu sonrisa, tu cabello, el color y el olor de tu piel... Pero de pronto la brisa fría y húmeda se coló en lo más hondo de tus pulmones y tosiste delicadamente. Aquello bastó para ser consciente de que definitivamente eras humana. Tan humana como yo y el resto de personas que, afectadas por la lluvia, se habían perdido la belleza espléndida de la Venecia que se reflejaba en tus pupilas.

Y es que Sucede Que Hoy recordé tu sonrisa entre la gente...

4 comentarios :

Anónimo | 00:36

Cuando he entrado aquí ya sabía de antemano que me iba a gustar.Con el ochenta por cien de los blogs que por pura casualidad he leído así ha sido,pero en ningún momento esperaba encontrarme con esto.
Mientras leía he estado viviendo todo lo que estaba escrito,era como estar dentro de esa embarcación,aplastada por esa muchedumbre y siendo testigo de como tus ojos miran esa sonrisa.
Muchísimas gracias por hacerme partícipe de un momento tan agradable.Espero que sean muchos más y por eso vas directo a favoritos.
Un beso y nuevamente gracias.

P.D. A pesar de las inmensas toneladas de alcohol de anoche,me acordaba del blog :)

Lunettas | 00:38

Que belleza esa que plasmas dia tras dia entre tus letras.

Besos

Ishhh *_~

Pablo Martín Lozano | 00:47

Miss Callo Malayo! Vaya, vaya...justo cuando comenzaba a dudar de tu memoria, apareces con un bonito comentario. Gracias, por el comentario en sí y por lo que dices de mi Blog. Me alegra que te guste y, como le suelo decir a "los nuevos", ahí tienes más de 220 historias por las que bucear cuando te apetezca. Yo entretanto me sentiré agradecido al recibir comentarios. Espero que disfrutes.
Besos!

PD: Trataré de no comentar nada acerca de esas toneladas de las que hablas. ;) Gracias por acordarte.

Pablo Martín Lozano | 00:49

Lunettas: Gracias, gracias y, de nuevo, gracias. Como siempre es un placer recibir tus comentarios..

Besos.