El Hombre Del Bosque

Cuenta la leyenda, que en un lugar apartado del mundo y oculto incluso a los ojos de los más dados al arte de descubrir rincones en busca del paraíso en la tierra, un hombre habitaba en completa armonía con la naturaleza, los animales y el entorno del lugar que ocupaba y abarcaba su vista. Al parecer llegó allí muy de niño cuando, en un intento de huir de los horrores de la guerra, con apenas cinco años, una cálida mañana de verano se vio obligado a salir de casa y adentrarse en el bosque, mientras la aviación bombardeaba sin piedad calles y casas de gente inocente como él. Jamás supo volver y, pese que al principio le resultó duro sobrevivir en aquel medio tan hostil y desconocido -todo lo que sabía de aquellas montañas lo había escuchado en las historias de caza que siempre le contaba su abuelo-, no tardó demasiado en adaptarse y pronto se dio cuenta de que su felicidad se encontraba lejos de la civilización, entre juncos y cantos rodados, entre estrellas y frutos que la tierra le regalaba cada día sin pedir nada a cambio. Y se dice que fueron pasando los años y el habitante del bosque, llegó a comprender tanto a la naturaleza, que incluso era capaz de comunicarse con los animales y las plantas. Nunca se sentía sólo. Su casa era tan amplia como todo el territorio del vasto bosque, sin puertas, sin ventanas, sin techo. En lugar de grifos tenía ríos, como paredes los troncos de los árboles milenarios que le aportaban frescor y cobijo, y como despensa la más amplia variedad de frutas, verduras y simientes que se le podían antojar. Cada mañana, justo cuando la caricia suave de la brisa matutina acariciaba su piel, el ermitaño se ponía en pie y avanzaba lentamente hasta la poza en la que se aseaba después de un gélido y reconfortante baño. Las aguas transparentes renovaban su espíritu a diario y le recargaban de la energía necesaria para afrontar un nuevo día. Con eso era suficiente, era rico en felicidad y nunca le faltó de nada, pese a no ser dueño de ningún bien más que la entera naturaleza. Después paseaba durante horas y recolectaba lo suficiente para calmar su apetito durante las siguientes veinticuatro horas, sabiendo que no debía preocuparse por más, pues no es más rico ni feliz quien más tiene, sino quien menos necesita. Cuando el hambre le acechaba, se sentaba en cualquier piedra cercana al río -dicen que disfrutaba de la compañía de los peces que acudían puntuales a su cita, en busca de la comida que les lanzaba- y preparaba su manjar. Entretanto conversaba con los árboles, con las piedras, con los animales que se le acercaban para darle cariño y calor, mientras sonreía y daba gracias por todo lo que la madre tierra le ofrecía. Y de noche, según cuentan, pasaba horas y horas tumbado en el claro del bosque, observando las estrellas y enamorando a la luna con su mirada sabia y apacible. En momentos como aquel se sentía dueño de todo cuanto le rodeaba, sin que sus ojos se cegaran con la avaricia del poder y la codicia, pues si algo entendió desde recién llegado al bosque, fue que el paso por este planeta era un regalo y su disfrute estaba directamente relacionado con el respeto, el cariño y el cuidado que se le devolviese. Y aunque allí fue verdaderamente feliz, en su corazón siempre le quedó la espina de la guerra, como la barbarie de quienes un día, movidos por delirios de grandeza, arrasaron con la vida y las ilusiones de generaciones enteras de personas inocentes, cuyo único delito era el haber nacido en una tierra donde el amor se encontraba en peligro de extinción.

Y es que Sucede Que Hoy reconecté con la naturaleza...

8 comentarios :

Anónimo | 04:38

hola Pablo !! que bonito escribes, ya te habá dicho verdad?? Leer un poco de ti me hecho olvidar un poco mis nervios por mañana me dien di me aceptaron en la uni.. Gracias y besos

Marlene

Pablo Martín Lozano | 13:02

Hola Marlene, muchas gracias. Espero que tengas mucha suerte y entres en la universidad; sólo por las ganas que tienes ya deberían dejarte, jeje.
De verdad, espero que tu próximo comentario diga que ya eres universitaria.

Un beso.

Anónimo | 18:37

Hola...
Me atrevi denuevo..

y que delicioso estar en estos momentos en ese mismo lugar compartiendo un tiempo solo conmigo lejos de las cosas que aveces nos hacen olvidar lo que realmente vale la pena ...disfrutar d mi compañía, escucharme.

como siempre que delicioso es leer tus sentimientos...

un beso

Pablo Martín Lozano | 18:48

Hola Carolina, gracias por tu atrevimiento, jeje. Siempre viene bien un tiempo de reconexión con uno mismo, para establecer prioridades, encontrar la armonía y volver a los principios básicos. En demasiadas ocasiones nos desviamos y perdemos el rumbo que debemos seguir. Disfruta de estos días y vuelve recargada.

Un beso.

Anónimo | 22:55

'No es más rico ni feliz quien más tiene, sino quien menos necesita.' Muy cierto y te lo dice una ermitaña a quien el lujo no la intimida y vive comiendo lechuga.

Hace un tiempo que te tengo en mi feeder y debo decirte que me encanta como escribes. Felicidades.

Y otra cosa más. Sucede que hoy... voy a agregarte a mi listado de blogs sin tu permiso... jejeje :)

Síocháin! :)

Pablo Martín Lozano | 23:41

Hola Michele, bienvenida y gracias por todo: tus palabras, tu ejemplo y tu nuevo blog amigo, jeje. Tienes mi permiso de todas maneras para hacerlo. Espero seguir escribiendo historias que te gusten.

Saludos.

MiKhAiL | 03:43

ME ENCANTÓ LO QUE ESCRIBISTE, DESEARÍA TENER ESA CAPACIDAD DE ESPRESION Y DE IDEAS.

GRACIAS POR METERME EN ESE MUNDO UNOS MINUTOS

SUERTE!

Pablo Martín Lozano | 09:23

Hola Mikhail! Muchas gracias por tu comentario. Todos podemos hacer algo así, sólo es cuestión de escuchar las letras que quieren salir de tu interior.

Un saludo.