Aquel Verano En París

Después de tomar el café de la tarde en una terraza al sol de Montmartre, me llevé la guitarra enfundada al hombro y comencé a caminar en dirección a la parada de metro de Lamarck Coulaincourt. Durante aproximadamente hora y media había disfrutado de mi expresso, mientras doraba mi piel, recargaba energías y me ponía al día de las noticias más importantes que no me había dado tiempo a leer aquella misma mañana.

Corría el mes de julio y, después de la fascinación que provocó en mí París, en un viaje alrededor de Europa que había realizado apenas días atrás, había decidido terminar aquí las vacaciones, acompañado únicamente de mi vieja guitarra. Una guitarra que durante años había sido parte fundamental de mi equipaje en todos los viajes que había tenido la suerte de disfrutar. Todo empezó a la semana de volver cuando, embrujado todavía por la magia de la cité de l'amour y alterado como estaba por una extraña afección teñida de nostalgia y desasosiego, tomé la decisión de perderme por sus calles hasta el nuevo inicio de las clases. Al principio las cosas no fueron sencillas; convencer a la familia, hacerme a la idea, la soledad... Fueron días difíciles. Sin embargo todo cambió en el momento en que subí al avión. Ya no había vuelta atrás, la suerte estaba echada. Lo primero que hice al llegar fue conseguir un lugar donde vivir y, encaprichado como estaba con disfrutar de Montmartre cada mañana desde mi ventana, me dirigí directamente allí en busca de alguna pensión. No importaban los años de vida del edificio, el estado de conservación, los servicios... Me conformaba con una cama limpia y una gran ventana con vistas al barrio más bonito que jamás había conocido. Y lo conseguí. Una pequeña habitación en una antigua pensión situada en la Rue Tardieu, con vistas al mismísimo Sacré Coeur y su abarrotada escalinata. De cristales para dentro, nada más allá de lo necesario; de cristales para fuera, todo un regalo para los sentidos. Y a diario. Era a la hora de ganarme la vida cuando mi guitarra entraba en juego. Cada mañana, después del café y el croissant del desayuno, iba con la guitarra a cuestas hasta el rincón de la ciudad que más me apeteciera. Unas veces los Jardines de las Tullerías, otras las puertas de Notre Dame, las calles cercanas a la Place du Tertre o los interminables túneles del complejo entramado de la red de metro de París. Siempre que podía me escapaba hasta la parada de Palais Royal Museé du Louvre y tocaba rodeado de todas las esculturas y restos artísticos que decoran las galerías de aquella estación. La recaudación diaria no era excesiva, pero era suficiente para pagarme la pensión y las comidas, en mi aventura veraniega. Yo era feliz, me sobraba alegría y sólo me faltaba saber detener el tiempo, para no ver llegar el día de mi regreso.

El sonido del metro llegando a la estación de Lamarck Coulaincourt me devolvió a la realidad, disipando los recuerdos de aquellos primeros días en París y, con el regusto del café todavía en los labios, me subí al vagón en dirección a Champ de Mars-Tour Eiffel, donde había quedado con una joven estudiante de arte dramático, que conocí una tarde mientras tocaba solo la guitarra, sentado en la Île de la Cité, con los pies colgando y la mirada perdida sobre el Sena.

Y es que Sucede Que Hoy me perdería por las calles de París...

2 comentarios :

Anónimo | 21:11

Sucede que hoy yo también me perdería por la calles de París, Roma, Praga... por cualquier calle. Solo necesito que esas calles estén lejos, donde nadie me conozca, donde nada me traiga viejos recuerdos. Me gustaría despertarme en una ciudad nueva y que por la ventana pudiera ver algo precioso, que me recordara que siguen quedando cosas maravillosas ahí fuera.

Yo no tengo guitarra pero... hoy me iría con mi música a otra parte...

P.D: Tu post, en este día gris, me ha ayudado a ver que cada uno es dueño de su destino y que puedes cambiarlo en el momento que te apetezca, solo tienes que coger las maletas, levantarte de esa estación de trenes y viajar nuevamente.

Besos.

Pablo Martín Lozano | 02:57

Pues simplemente te digo que las maletas las tendrás seguramente por algún rincón de casa, levantarte puedes hacerlo en este mismo instante mientras lees esto y que la estación no debe estar lo demasiado lejos de ti como para no poder llegar. Pero te recomiendo que el viaje que reclamas sea hacia tu interior, para recobrar la armonía después de un vaivén así de fuerte. Entra, penetra hasta tu interior y sánalo. Entretanto toma mi apoyo y energía.

Un beso.