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San Sebastián

Viajo al norte dispuesto a encontrarlo no tanto sobre los mapas, como sí en mi interior. Recuperarlo, volver a ser lo que la velocidad del tiempo me ha impedido en los últimos meses. San Sebastián me espera llena de publicidad y lluvia -parece que el único sol que veré será el del logotipo del Festival-, pero con los brazos abiertos dispuesta a convertirse en el retiro perfecto para pasar los próximos cuatro días. Desconexión, nuevas relaciones sociales, paraíso de silencio y soledad pretendida. Un respiro de aire puro a la orilla de La Concha. Una ciudad desconocida, en un ambiente que cada día empieza a serlo menos, rodeado de buenos trabajos y con el hada de la inspiración volando alrededor de mi cabeza. Apertura de mente y sentidos a través de un viaje físico de 600km y otro interno de muchos más. A la caza de la paz, del crecimiento. Recorrer lugares por los que mis pies todavía no han dejado huella e ir completando mi particular empeño por pisar todas las aceras posibles del planeta, en un viaje sin fronteras que me lleve de norte a sur, de este a oeste, de continente a continente. Continuo en mi empeño. Mañana será otro punto más a marcar con una chincheta en el mapa y eso es motivo suficiente para sentir satisfacción. Los caminos existen para ser recorridos. Dame mundo que yo lo devoro.

Y es que Sucede Que Hoy me marcho a San Sebastián...

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Ángel De Compañía

Y de pronto apareciste a mi lado, como un regalo anónimo que habría de llegar para calmar la sensación de soledad en aquella última fila del anfiteatro. Con el recital comenzado, las luces apagadas y casi todas las localidades ocupadas por gente que desconocía, mi idea de que iba a pasar las dos siguientes horas ocupando aquella solitaria silla de plástico en la parte más alta y olvidada del auditorio se confirmaba. No podía quejarme, al fin y al cabo había conseguido colarme y finalmente iba a tener la oportunidad de estar allí, después de todo el esfuerzo. No importaba estar alejado de quien me acompañaba, ni siquiera ocupar una silla endeble y coja aunque el resto de personas a mi alrededor estuviera cómodamente sentada en butacas de cuero acolchadas. La ocasión bien merecía aquel pequeño suplicio. Sin embargo lo que peor llevaba era lo de verme apartado del mundo, preso en una fila olvidada y desangelada. Sin posibilidad de contacto, sin compañía, sin aplausos cercanos. Sólo los míos resonaban con eco mientras escuchaba de lejos el sonido acompasado de tantas y tantas manos chocando al unísono. Pero de pronto apareciste. Fue como una visión, como si alguien hubiera estado escuchando mis quejas internas y te hubiese traído aquí, justo a mi lado, como la aparición de un ángel. Me sonreíste al acercarte a preguntarme si estaba ocupada la silla de mi lado y yo no pude sino devolverte aquella sonrisa diciéndote que no, que estaba libre, mientras en mi cabeza eran muchas más las palabras que se amontonaban. [...¿Ocupada? Es toda tuya. Estaba esperándote. Si supieras que te llevo imaginando un buen rato ocupando ese lugar...] Todavía sin desdibujar la dulce sonrisa de tu rostro volviste a hablarme: ¿Lleva mucho? ¿Llego muy tarde? Y de nuevo una respuesta real breve, pero otra prolongada que sólo tuvo lugar en mi mente. No, tranquila. Sólo lleva una canción. [...¿Tarde? ¿Tarde? Has llegado a salvarme de la soledad, no importa cuándo. Lo importante es que aquí estás a mi lado, regalándome el olor del perfume que desprende tu cuello. Quisiera atreverme a hablarte. Quisiera atreverme a besarte. Quisiera, pero no puedo...] Has llegado a tiempo -dije. Y entre canción y canción te miré disimulado y agradecí tu presencia y hasta el hecho de haber ocupado aquella última fila, más feliz incluso que de haber estado en la primera del patio de butacas.

Y es que Sucede Que Hoy recordé una aparición mágica...

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Shakespeare & Co.

El sonido del agua penetraba sigiloso por la ventana aquella noche de verano en la que Whitman despertó desasosegado de un sueño intermitente que no le dejaba descansar. Acompañado por la luz blanca de la luna que brillaba por encima de la majestuosa Notre Dame, fiel compañera nocturna en los incontables desvelos de quienes habitaban en aquel lugar mágico, Whitman abandonó su viejo colchón y avanzó algunos pasos, lento caminar de anciano, hacia la habitación en la que cada domingo por la tarde reunía a gente de todo el mundo y les invitaba a una taza de té, mientras conversaban en un ambiente bohemio y literario rodeado de volúmenes polvorientos y fotografías en blanco y negro colgando de unas paredes descascarilladas. Atravesó la cocina y la sala ahora sólo ocupada por uno de los inquilinos anónimos que dormía plácidamente enfundado en su saco de dormir rojo, sobre un sofá que horas más tarde serviría de estantería para nuevos libros. Cruzó la puerta que daba al rellano y se asomó a la ventana a contemplar la noche parisina. Una joven pareja paseaba a orillas del Sena cogidos de la manos hacia lo que seguramente sería el broche de oro a una velada de amor. Whitman recordó su juventud y reconoció sus pasos en los de aquel joven ardiente de deseos que sentía como se acercaba el momento de la desnudez. Y mientras contemplaba el reflejo de la luna sobre las aguas calmadas del río escuchó un sonido a su espalda. Pensó en su gato negro, pero se equivocaba. Al girarse comprobó que, sentado en las escaleras, con su Moleskine sobre las rodillas, un joven de apariencia latina le sonreía mientras sostenía su estilográfica en la mano derecha. "Esta vista me inspira"- dijo. George Whitman sonrió, se acercó hasta el joven y le dijo: "Pequeño ángel, que nadie se atreva nunca a tratar de apagar la luz que emerge pura de tu alma". Después de pronunciar estas palabras, pasó su arrugada mano entre los rizos oscuros de aquel joven plagado de sueños, y se retiró de nuevo a su alcoba, en un rincón de aquella pequeña biblioteca de Alejandría parisina.

Y es que Sucede Que Hoy regresé al universo Shakespeare&Co...

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Te Regalaré El Cielo

-Te regalaré el cielo el día en el que un arco iris intenso atraviese con sus colores vivos los tejados de la ciudad -le había dicho una noche lejana, la primera vez que visitaron París, mientras cenaban deslizándose suavemente por el río Sena. Y lo había dicho confiado en que tal día llegaría, como tantas veces lo había dibujado en sueños. -Te rodearé por detrás con mis brazos, apoyaré mi barbilla en tu hombro y juntos miraremos al horizonte teñido de colores pastel, mientras te susurre al oído la canción que siempre nos unió. ¿Te acuerdas? You are the reason why, my love, my life, my everything. You are the reason why I believe in God, I believe in love, I believe in peace. Y lo pondré a tu nombre porque sólo tú serás dueña digna para un paraíso como aquel. Un reino a la medida de tu perfección. Y habitarás en él en los días de verano cuando la distancia nos separe y encontremos entre nubes el rincón para sentir de nuevo nuestros besos. Será como ser los dueños de todo lo que nos rodea, enfrascados en una realidad eterna en la que podremos encender de nuevo las cenizas de un amor que nunca llegó a apagarse. Como una escalera directa al olimpo cósmico subiremos por el arco iris hasta atravesar la cortina de vapor y observaremos desde las alturas el mundo que dejamos atrás aquella noche en la que te juré mi amor, mientras las velas iluminaban el mantel rojo de la mesa abordo del bateau silencioso una noche primaveral en París. "Te regalaré el cielo el día en el que un arco iris intenso atraviese con sus colores vivos los tejados de la ciudad", te dije. Mira el cielo hoy. ¿Lo ves? Es tuyo.

Y es que Sucede Que Hoy recordé el arco iris de París...

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A Doce Mil Metros De Altitud

Nunca había escrito estando a doce mil metros de altitud. Pero es una sensación excitante. La tinta del bolígrafo resbala sobre el papel con un trazo más agudo del habitual. Los nervios nunca llegan a dominarse del todo. El sonido de los motores se convierte en rutina y termino por tomarlo como silencio, como ausencia de ruido. Pero entonces llega el carrito por el pasillo empujado por una vendedora del teletienda disfrazada de azafata de vuelo. Es lo que tiene volar con compañías de bajo coste, que te venden hasta el aire. Compañías aéreas, digo, que no quien me acompaña. El último sol de la tarde penetra por la ventanilla de mi lado e ilumina estas páginas. París se queda atrás, pero los recuerdos me acompañan. Y lo hace también la sensación de que será esta una ciudad a la que volveré en diversas ocasiones. Tal vez por trabajo, puede que por viaje familiar, o en pareja, o solo en una escapada exprés. Sin embargo siento que ninguno de los motivos anteriores es el definitivo. ¿Y si volviera a París dispuesto a habitar una pequeña buhardilla de Montmartre, en la que día tras día despertara dispuesto a continuar con mi novela? No existe en el mundo lugar más inspirador que aquellas calles adoquinadas, sus casas desiguales con flores en los balcones, el verde de los árboles centenarios, el legado de tantos y tantos artistas que encontraron en aquella colina su particular musa inspiradora de letras, trazos o partituras. Volveré algún día, y lo haré para quedarme por un tiempo; el que me lleve impregnarme del arte bohemio que se respira en las calles de París, hilvanando páginas y páginas de una novela con sabor a amor. Y mientras espero el día en que ocurra, me conformo con soñarlo, aunque sea entre nubes esponjosas a doce mil metros de altitud. Vuelvo a casa.

Y es que Sucede Que Hoy escribí en el avión...

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Tormenta en Montmartre

Si ha de matarme un rayo
que sea en esta bohemia colina,
pues es más digna la muerte,
que una vida sin las calles
de Montmartre recorridas.


Y es que Sucede Que Hoy llovió pero no importaba...

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And The Winner Is...


And the winner is...
SI!!! HEMOS GANADO!!


Y es que Sucede Que Hoy viajo a París a la gran final...
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La Piel De Mis Huesos

Acércate hasta rozar con tu melena la piel de mis huesos. Que sienta en mi interior el fuego de tu sangre fusionarse con la mía y bombear juntos un mismo corazón. Quiero saber qué escondes detrás de esa sonrisa de pose estudiada. Conocer a qué saben los ecos de tus besos cuando ya te hayas marchado. Sentir que te llevo adentro porque tu mirada traspasó mis ojos. Y querer que tus manos acaricien mis esperanzas con la suavidad con la que ahora juegan con tu pelo. Que los ojos claros ocultos detrás de la sombra que los rodea se reflejen en el espejo donde nos miramos el alma. Un alma que aclama con alaridos sordos un silencio cara a cara entre los dos. Deseo pasar mis manos por tu espalda desnuda sin llegar a tocarte y desprender pasión por ellas hasta tatuarte en brasas la razón de mis desvelos. Hacerte saber que inspiras, agitas y ensalzas un corazón devoto de tu aura. Mirarte, tocarte y callarte con un beso sedante hasta caer rendida en mis brazos por el veneno. Y entretanto robarte el sueño. Jugar a ser el duende que escarba entre tus recuerdos. Pintar de blanco el mapa del tesoro de tu cuerpo. Matarte. Matarte a deseos. Matarte a deseos de fervor y ardiente celo, mientras susurras travesuras y retas al tiempo en su transcurso pasajero. Acércate hasta rozar con tu melena la piel de mis huesos. Acércate y escucha los latidos de mi pecho. Te llaman. Te buscan. Te esperan. Ahora decide, ¿empiezo a besarte o empiezas?

Y es que Sucede Que Hoy ¿Qué Sucede Hoy? Deseos...

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Tras El Telón

Ya se escuchan las voces de la gente que va terminando de tomar asiento. Asomo la cabeza desde detrás del escenario y observo que la sala está a rebosar mientras respiro profundamente para calmar los nervios previos a la salida. Por momentos me siento como el actor de teatro que espera a que el telón se levante para salir a escena. O como el cantante que va a dar un recital delante de miles de caras que no conoce y sin embargo van a estar pendientes de su actuación. Doy pequeños saltos y trato de soltar los músculos al tiempo que una voz anuncia que en dos minutos dará comienzo la conferencia. Me abrocho la chaqueta, realizo movimientos circulares con el cuello y cierro los ojos esperando encontrar la tranquilidad en la oscuridad. Vamos, vamos, vamos. Vete acostumbrando -pienso. Pero siempre es difícil al principio. Detrás de mí, mis compañeros esperan igual de excitados a que definitivamente nos presenten y salgamos a exponer nuestro proyecto. Unos rezan, otros chillan. Ya se escuchan los aplausos. Todo va a comenzar. Vamos, ahora sí, demuestra quién eres. Un par de respiraciones profundas más y escucho el nombre de nuestro equipo. Es el momento de salir. Al otro lado, un público desconocido y un jurado expectante aguardan el momento de nuestra aparición. Alea jacta est -pienso. Adelante, ya es tuyo.

Y es que Sucede Que Hoy me adelanté al viernes...

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Primavera Descosida

Pido otro whisky mientras el pianista sigue amenizando la noche con canciones de jazz acompañadas por un saxo. Y ya van tres. Tres whiskys digo, que no tres canciones. La luz de las velas de las mesas se funde con el rojo que desprenden las bombillas del techo creando una atmósfera similar a la de un burdel de carretera. El humo de los cigarrillos sube por las paredes del local y se acumula en el techo formando una nube gris opaca que se impregna en la ropa y el sonido de los hielos dando vueltas en los vasos se turna con el de sonrisas extrañas y ajenas que se clavan como un dardo en mi frente. No estoy para risas. Nadie debería estarlo. ¿Acaso no se dan cuenta de lo que nos espera a todos? La gente es tan ignorante a veces... Ya ha caído el tercero casi de un trago, pero mi cuerpo y sobre todo el pesar de mi alma reclaman más alcohol. Beber para no ver. Para no afrontar la realidad que se avecina. Primavera descosida. Tócala Sam -pienso mientras observo las manos del pianista deslizándose con suavidad sobre el teclado. ¿Sabrá él lo que está ocurriendo ahí afuera y a pesar de ser consciente cumple con su trabajo? Tócala Sam y hazme olvidar las penas, incluso las que están por llegar. Hace calor. Los ventiladores del techo están parados. Tan parados como los que tuvieron la oportunidad de detener esto pero no hicieron nada para evitarlo. Me desabrocho el cuello de la camisa y apoyo el vaso frío contra mi garganta. Total, ya no la necesitaré para gritar contra nadie. Mi voz no volverá a ser escuchada después de esta trágica noche. Ni la mía ni la de ninguno de los que estamos aquí, encerrados como ratas de laboratorio. Tres parejas bailan despreocupadas en el centro de la pista con sonrisas dibujadas en sus rostros. Definitivamente aquí nadie es consciente de la realidad. ¿Cómo si no esas risas? ¿Cómo tanta falta de escrúpulos? Apuro las dos últimas caladas de mi cigarrillo y el último sorbo de whisky. No bebo ni fumo, pero cuantas menos cosas deje sin probar antes de morir, mejor. El suelo empieza a temblar. Los tanques están llegando.

Y es que Sucede Que Hoy una canción me trasladó...

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Testigo De Guerra

El sonido de una explosión hizo que despertara sobresaltado. En un acto reflejo, estiró las sábanas cubriéndose hasta la cabeza como si aquel trozo de tela hubiera de salvarle de la metralla. Pasado el primer segundo y analizado el absurdo que siempre necesita de una milésima de más para ser digerido, miró la hora en su reloj. Lo llevaba puesto siempre, incluso mientras dormía, al igual que los zapatos. -Uno nunca sabe cuando va a tener que salir corriendo -le dijo una vez su compañero en el primer conflicto que le tocó cubrir cámara en mano. Desde aquel día Ricardo siempre recordaba la frase justo antes de irse a descansar las horas que la situación le permitieran. Hoy todavía no llevaba ni tres seguidas cuando la explosión le hizo abrir los ojos espantado. Había sonado cerca, muy cerca del hotel de mala muerte en el que llevaba ya más de tres semanas viviendo. O malviviendo; vivir es un verbo demasiado noble para tiempos de guerra. Así que, una vez consciente de la realidad y de que aquellas sábanas no le protegerían de las balas o los escombros por más que se cubriera el cuerpo entero, se incorporó rápidamente, se colgó la cámara al cuello y se asomó a la ventana de la habitación que le había conseguido el medio de comunicación que difundía sus crónicas y publicaba sus fotografías. Mientras buscaba con la vista el lugar exacto de la explosión, un nuevo estruendo le hizo encogerse de hombros y entornar los ojos. Un pitido agudo comenzó a resonar en el interior de su cabeza. Aquella segunda bomba había estallado delante de su propio hotel. Se echó hacia atrás y cogió lo imprescindible antes de echar a correr escaleras abajo dispuesto a salir a la calle a ser testigo con su Nikon de aquella masacre civil sin pretexto. Nada más bajar captó la mirada aséptica de un niño acostumbrado al dolor que se alejaba sin prisa del lugar, como indiferente ante aquel tipo de situaciones, tal vez demasiado cotiadianas en su corta vida como para causarle impresión. El alba despuntaba y el bando sublevado había decidido despertar a la población con aquel alarde de cobardía. El día de hoy sería largo o, al menos, eso es lo que esperaba, pues el hecho de no serlo sería mala noticia para él en el momento y para su familia unas horas más tarde. La guerra se recrudecía mientras su vocación y entrega en la denuncia del conflicto aumentaba, aportando la visión crítica que sólo una pequeña parte de la sociedad le agradecía desde sus cómodos sillones.

Y es que Sucede Que Hoy quise brindar homenaje a los corresponsales de guerra...

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Buon Giorno Signorina!

Sentado en uno de los tantos puentes que atravesaban de lado a lado los canales de la ciudad, Gio observaba el amanecer mientras sus pies, que colgaban entre los barrotes de piedra, se movían con alegría al compás de sus silbidos. A lo lejos, sobre los cristales de las ventanas, comenzaba a reflejar tímido el sol anaranjado de la aurora. Las primeras góndolas se deslizaban silenciosas por las tranquilas aguas cargadas de fruta, pescado y hortalizas que poco después serían vendidas a los más madrugadores. Como Leonor, la joven que cada mañana salía con su perro a pasear y aprovechaba para realizar las primeras compras; o Francesca y sus alegres andares de camino a la panadería; o Marcela siempre tan contenta a pesar de las horas. Una a una, Gio les saludaba deteniendo su melodía para decir efusivo un Buon Giorno Signorina! que la mayoría de las veces recibía una cálida sonrisa como respuesta. No había mejor manera de comenzar la jornada para Gio que aquellos amaneceres silenciosos en los que sólo alguna gaviota rompía el sigilo con su particular forma de agradecer un día más la luz. Y a pesar de que Gio disfrutaba cada día con algo tan sencillo como sentarse a contemplar el amanecer y saludar cada día a las mismas personas en su rutina desde el puente que terminó por ser conocido en la barriada como "il Gioponte", era sólo el sábado, cuando apenas el sol rayaba el horizonte, cuando Gio era realmente feliz. Después de una semana entera acercándose cada mañana a buscarla por si en aquella ocasión llegaba con antelación, Gio contemplaba pasar por debajo de sus piernas la elegante góndola con terciopelo granate y flores que transportaba a Sofía, la hija del más célebre mercader de toda Venecia que, como cada fin de semana, era llevada a casa desde la escuela interna en la que adquiría destreza musical, a pesar de que no había música más bella que la que suscitaba su mirada de ángel.

Y es que Sucede Que Hoy mi mente volvió a Venecia...

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Renacer

Como preso recién absuelto se siente al fin la libertad del espíritu. Los amarres que anclaban un sentimiento se desprenden dejando navegar a un corazón que durante un tiempo estuvo siendo reparado en puerto. Y cuando las grietas ya han desaparecido es lanzado de nuevo al mar para continuar su travesía. Se siente ahora liviano el que hace poco creía haber echado raíces en su propia penuria. Sonríe ahora el que suspiraba desarraigado de sí mismo. Camina de nuevo el que había estado durante tanto tiempo estancado. Y como en el renacer del día siente que un nuevo ciclo comienza en su vida. Retoma posiciones, define estrategias y prevé posibles desvíos tan inevitables como necesarios, para tomar las decisiones correctas en el momento en que lleguen. Se marca viejas metas quien las creía borradas por la confusión de la tormenta. Y mientras toma conciencia de su situación descubre que la felicidad se encuentra siempre y cuando se busque. Que no viene por sí sola y, cuando lo hace así, es porque será pasajera. El destino da las cartas que luego jugamos con libertad, pero hay quien cree que esperando correrá la misma suerte que el que busque cada día la verdad. No es más sabio el que más conoce, sino el que nunca se cansa de preguntar. Pues el aprendizaje es el camino que nos ha de llevar a la comprensión de la realidad. Y la meta no es saber como quien más, sino ser conscientes de que cuanto más sabemos, más nos queda por conquistar.

Y es que Sucede Que Hoy reorienté la brújula...

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Mirada Curiosa

En sus ojos grandes y rasgados del color de la tierra húmeda de las profundidades de la selva se intuía la curiosidad de un niño que descubre un mundo nuevo del que sólo tenía conocimiento a través del hilo telefónico cuando su madre, a miles de kilómetros y un vasto océano de distancia, le llamaba para decirle que estaba bien, que pronto volverían a verse. Después de largas y aburridas horas en un aparato que entendía más como una atracción de feria -como la que una vez al año llegaba en caravana a su pueblo- que como un medio de transporte, el pequeño aterrizó en una ciudad tan lejana de la suya que, a pesar de los intentos de la madre por situar el lugar, para él sólo había sido como un viaje en el tren de la bruja, pero sin globos de colores ni personas con máscaras. La emoción que sentía de estar viajando en un avión como los que a veces veía sobrevolando a lo lejos su poblado, unido a las ganas por conocer y ver al fin cómo sería aquel sitio del que mamá siempre decía que algún día le llevaría, habían conseguido que las casi doce horas de vuelo se sobrellevaran. Aunque no era consciente, en apenas media jornada su vida había dado un vuelco del que se daría cuenta conforme su ahora pequeño cuerpecito fuera ganando tamaño. A miles de kilómetros dejaba todo lo que había tenido hasta entonces para empezar de nuevo en un país al que la madre había llegado dos años atrás para ganarse una vida digna y plena. Una casi huida hacia el viejo mundo, el de las oportunidades, en busca de un sueldo que, pese a ser infinitamente más bajo del merecido, seguía siendo más de lo que tal vez habría ganado durante varios meses allá. Ahora, el pequeño viajaba por primera vez en tren, el que habría de llevarles hasta su nuevo hogar en un bloque de viviendas habitadas en su mayoría por gente como Julia y su hijo; personas a las que la vida comenzó tratando de manera injusta pero después de mucho esfuerzo y empeño consiguieron su oportunidad.

Y es que Sucede Que Hoy vi la curiosidad en sus ojos...

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Aquel Vestido Blanco

Por debajo de la tela blanca de aquel vestido habitaban suspiros y deseos que tejió la primera tarde en que la vio...
Era un martes de abril, con la primavera entregada al delirio de los días soleados. El lugar estaba repleto de gente que llegaba y ocupaba su sitio, se levantaba y volvía a sentarse, entraba y salía. En tercera fila, esperando a que una voz anunciara el comienzo, Diego Lombera preparaba el material para tomar algunas notas interesantes de entre lo mucho absurdo que diría quien ya ocupaba su sitio frente al micrófono. Por delante, las dos primeras filas permanecían vacías como solía pasar cuando en aquella sala se celebraba algún acto. La vergüenza. O el miedo a que cayera alguna pregunta a los que ocuparan las primeras butacas. Sin embargo, de pronto, ya con las primeras palabras del ponente y en mitad del silencio de cortesía que se le otorga a todo el que va a hablar -después ya depende de su discurso y su capacidad para retener la atención- entró una joven sola y ocupó el sitio de delante de Diego. Era Lucía Damaso, pero tardaría tiempo en conocer aquel nombre. A pesar de que Diego siempre alardeaba de no olvidar jamás un rostro, aquel del que ahora sólo llegaba a ver la nuca desnuda con la coleta caída hacia un hombro, no era capaz de situarlo. Lo cierto es que el primer vistazo le impactó. Aunque entonces no era consciente, en aquel preciso instante comenzó la historia de su locura de amor. Había caído en sus redes. Olvidó por completo la conferencia y las notas y utilizó el papel que apoyaba sobre la carpeta en sus rodillas para dibujar aquel cuello estilizado de piel morena sobre el que caía un cabello brillante y castaño. De vez en cuando comprobaba que la persona que ocupaba la butaca situada dos más allá de la suya no se percataba de su deseo en forma de dibujo. Terminó el ciclo de charlas que duró hasta el jueves de aquella semana y, aunque cada día Diego Lombera había vuelto a encontrar a Lucía Damaso perdida entre la multitud, no volvió a tenerla delante. Sin embargo, pasadas varias semanas desde aquel primer encuentro, la vio pasar con su vestido blanco, dejando entrever unas piernas bronceadas que le acompañaron durante el resto del día en su mente.

Y es que Sucede Que Hoy recordé aquel vestido blanco...

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La Vida Es Una Montaña Rusa

Salí a correr, o a buscarte, o a intentar encontrarme contigo por casualidad, o a ver si me perdía y aparecía de pronto en tu calle, ahora no lo recuerdo. En cualquier caso me equipé, salí y comencé a correr sin dirección. El ritmo cardíaco comenzó pronto a subir y palpitaciones como las que tantas veces tú me has provocado subieron por mi cuerpo hasta sentir como el cuello se hinchaba y se comprimía a cada respiración. El último sol de la tarde arañaba ya las cimas de las montañas próximas que dibujaban el paisaje por donde discurría y la luz anaranjada y tenue pintaba la escena de un intenso color. Por momentos creía que mis pasos eran los primeros en pisar aquel camino pues ni coches ni personas se cruzaron en todo el tiempo en que permanecí. Y mientras marchaba al trote sobre unas piernas cada vez más cansadas debido a los desniveles del terreno comencé a pensar. A pensar en ti, claro. En lo perfecto que aquel lugar me parecía para llevarte una noche fría a entregarnos calor, o una calurosa a desnudarnos con fervor. En la cantidad de rincones solitarios y apartados en los que parar el motor del coche y después del intercambio de besos, caricias y pasión tumbarnos a ver las estrellas y jugar a escribir con ellas la palabra amor. En los incontables bancos de piedra vírgenes de inscripciones en los que tallar a mano nuestros nombres dentro de un corazón. En lo bonita que era la cima del montículo desde el cual de noche se apreciaba toda la ciudad iluminada a lo lejos, como en un cuadro de Van Gogh. Y conforme mis piernas se enfrentaban a una nueva y pronunciada subida, comprendí que la vida era como el camino que estaba recorriendo; una montaña rusa de subidas y bajadas en la que por momentos cuesta ascender, pero después siempre viene un tramo en el que sólo te tienes que dejar caer.

Y es que Sucede Que Hoy salí a correr y te recordé...

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