
Por debajo de la tela blanca de aquel vestido habitaban suspiros y deseos que tejió la primera tarde en que la vio...
Era un martes de abril, con la primavera entregada al delirio de los días soleados. El lugar estaba repleto de gente que llegaba y ocupaba su sitio, se levantaba y volvía a sentarse, entraba y salía. En tercera fila, esperando a que una voz anunciara el comienzo, Diego Lombera preparaba el material para tomar algunas notas interesantes de entre lo mucho absurdo que diría quien ya ocupaba su sitio frente al micrófono. Por delante, las dos primeras filas permanecían vacías como solía pasar cuando en aquella sala se celebraba algún acto. La vergüenza. O el miedo a que cayera alguna pregunta a los que ocuparan las primeras butacas. Sin embargo, de pronto, ya con las primeras palabras del ponente y en mitad del silencio de cortesía que se le otorga a todo el que va a hablar -después ya depende de su discurso y su capacidad para retener la atención- entró una joven sola y ocupó el sitio de delante de Diego. Era Lucía Damaso, pero tardaría tiempo en conocer aquel nombre. A pesar de que Diego siempre alardeaba de no olvidar jamás un rostro, aquel del que ahora sólo llegaba a ver la nuca desnuda con la coleta caída hacia un hombro, no era capaz de situarlo. Lo cierto es que el primer vistazo le impactó. Aunque entonces no era consciente, en aquel preciso instante comenzó la historia de su locura de amor. Había caído en sus redes. Olvidó por completo la conferencia y las notas y utilizó el papel que apoyaba sobre la carpeta en sus rodillas para dibujar aquel cuello estilizado de piel morena sobre el que caía un cabello brillante y castaño. De vez en cuando comprobaba que la persona que ocupaba la butaca situada dos más allá de la suya no se percataba de su deseo en forma de dibujo. Terminó el ciclo de charlas que duró hasta el jueves de aquella semana y, aunque cada día Diego Lombera había vuelto a encontrar a Lucía Damaso perdida entre la multitud, no volvió a tenerla delante. Sin embargo, pasadas varias semanas desde aquel primer encuentro, la vio pasar con su vestido blanco, dejando entrever unas piernas bronceadas que le acompañaron durante el resto del día en su mente.
Y es que Sucede Que Hoy recordé aquel vestido blanco...
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