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Allí donde los tulipanes alegran la vista


Ven a buscarme bajo el viejo molino. Allí donde los tulipanes alegran la vista con sus intensos colores repletos de vida. Coge el primer avión y surca los cielos que ahora nos separan, mientras yo preparo la cama que jamás debió estar sólo por mi ocupada. Prometo llevarte a lugares en los que mil veces soñé que te besaba. Recorreremos jardines y playas, entre infinidad de cuestas empinadas, sabiendo que en la vida sólo cuentan las memorias que forjamos con el alma. Y nos mirarán curiosos, creyendo que de este tipo de amor ya no quedaba. Pero demostraremos a unos y otros que en la historia siempre hubo un lugar privilegiado para aquellos que se entregan sin medida ni coartada. Así que ven a buscarme bajo el viejo molino, entre tulipanes amarillos y naranjas, que estoy deseando verte llegar y sentir tus labios pintando sueños en las puertas de mi alma.

Y es que Sucede Que Hoy soñé que vendrías de la nada...

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Un futuro que hoy tenemos


Date la vuelta. ¿Puedes verlo? Allá, a lo lejos. Casi perdido, oculto en la neblina del pasado. Prácticamente enterrado por el polvo y por el paso del tiempo lento y rezagado. ¿Lo aprecias? Es el recuerdo de las tardes que pasamos juntos soñando un futuro que hoy tenemos. Es la prueba de que un día fuimos deseo, ambición y entrega hasta que logramos obtenerlo. Paso a paso, uno a uno, conseguimos dar forma a cada uno de nuestros anhelos; convertimos en vivencias lo que un día sólo eran imposibles y dolorosos quebraderos. Pero nunca nos faltó la confianza en que juntos, podríamos con ello. Y el porvenir soñado de los dos, terminó llegando a tiempo. Como quien se sabe sin escapatoria, incapaz de huir de un destino escrito desde algún rincón del universo. Y ahora date la vuelta de nuevo y mira al frente. ¿Puedes verlo? Allá, a lo lejos. Casi invisible, oculto en la neblina del futuro que todavía no es nuestro. ¿Lo aprecias? Sí, somos tú y yo, juntos, dando forma a nuevos sueños. Incansables buscadores de destinos que siempre acaban siendo. 

Y es que Sucede que Hoy, aprecié un futuro que hoy tenemos...

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Sólo soy cuando estás a mi lado


He recorrido calles y avenidas con las que muchos sólo han alcanzado a soñar. Pero no estabas tú. He visitado edificios y museos, restaurantes y teatros, parques teñidos de invierno y rincones que han visto a millones de personas pasar emocionados. Pero no estaba tú. Ni las luces de neón, ni el entramado cuadriculado de asfalto. Ni las torres interminables, ni los taxis amarillos o los escaparates perfectamente decorados. Nada ha podido sobreponerse al peso de tu ausencia a cada rato. Mi sueño americano no existe sin ti a mi lado. He buscado tu abrazo en cada noche en ese colchón de tamaño sobrehumano. He imaginado tus pasos acompasados, tu risa ante lo extraño, tu acento narrando el devenir de los días de aire congelado. Pero no estabas tú. Ni tu abrazo entregado. Sin embargo, ahora miro a través de la ventanilla del avión, sabiendo que me esperas del otro lado, cargada de sueños, inquietudes y unas ganas locas de caer fundidos en un instante largo, labio con labio, piel con piel, mano con mano. Y con el firmamento como aliado, mirando desafiante como quien sabe que todo está predestinado, dejo correr el torrente de letras, sentimientos y recuerdos fotografiados, con el único fin de hacerte saber que hace tiempo descubrí que sólo soy cuando estás a mi lado.

Y es que sucede que hoy, ayer y siempre, sólo soy cuando estás a mi lado...

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Presente de cuerpo ausente


Anoche, a pesar de que los kilómetros que nos separaban se podían contar en miles, llegué a pensarte con tanta intensidad, que logré engañar a mi soledad haciéndole creer que tus piernas se entrelazaban con las mías. Conseguí hacerle creer a mi piel que el calor que sentía era gracias al roce de la tuya, a pesar de que el otro lado de la cama permanecía frío y con las sábanas lisas. Estabas allí al lado. Invisible. Silenciosa. Presente de cuerpo ausente. Y mientras la madrugada avanzaba y el silencio de las calles adivinaba lo intempestivo de las horas, abracé a tu ausencia y acerqué mi cara al recuerdo de tu cuello hasta quedarme dormido, sabiendo que con la llegada del alba y los primeros rayos de luz entrando por la ventana, podríamos empezar a contar las horas que faltaban para volver a estar juntos. Y ahora sí. Visibles. Ruidosos. Presentes y de cuerpo entregado.

Y es que Sucede que Hoy tuve que inventarte para no sufrir tu ausencia...

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Tristeza es que no llegues


Al otro lado de aquellos grandes ventanales, el día transcurría como cualquier otro. La partitura monótona de despegues y aterrizajes con intervalos precisos hacía las veces de pantalla de cine para los pasajeros que, ansiosos por emprender su viaje, esperaban impacientes la llamada para embarcar.
Justo al lado de uno de esos comercios absurdos que pueblan los aeropuertos y en los que puedes encontrar desde un perfume para agradar a tu compañero improvisado de vuelo, como una botella de vodka por si tienes pánico a las alturas, Claudia -como supe que se llamaba tras leer el nombre en el vaso de cartón humeante que desprendía olor a café recién hecho- reflejaba de todo menos esa mezcla de alegría y nerviosismo que se dibuja en el rostro de todo aquel que deambula por una sala de espera de un aeropuerto, consciente de que está a punto de emprender una aventura hacia lo desconocido. Pero no, su gesto no era de esos. Su mirada, apagada, presagiaba más bien la melancolía de una despedida repentina, una bienvenida interrumpida, o la victoria de un destino del que siempre pensó que podría escapar y finalmente había terminado por comprender que no sería así por esta vez.
No tendría más de veintisiete o veintiocho años, pelo largo y oscuro, cuidado y suelto, cayendo libre por hombros y espalda. Por su aspecto, habría dicho que era abogada, o que se dedicaba al mundo de las finanzas en alguna gran empresa, tal vez asesorando sobre dónde invertir mejor el dinero a otros para lograr un futuro próspero y repleto de dicha, aún a sabiendas de que el suyo cada vez más parecía alejarse de algo siquiera similar a ello. A su lado, un bolso de piel de color negro descansaba sobre un abrigo beige y se tambaleaba cada vez que alguien pasaba por su lado y lo rozaba, como si el interior estuviese tan inestable como la mente de su dueña, que por momentos parecía hundirse más y más en un estado de profunda desazón mientras atisbaba de lejos el cartel de "suspendido" en la pantalla que anunciaba el estado de los vuelos que aquella mañana habrían de llegar a la terminal.
A un lado de la mesa, el café, olvidado, se enfriaba a toda velocidad a juzgar por el fino hilo de humo, apenas perceptible ahora, que dejaba escapar. Y por más que Claudia mirara una y otra vez la pantalla de su teléfono móvil, parecía que los peores presagios empezaban a cumplirse, como una profecía maléfica que se cebaba con ella. No pasaban más de veinte o treinta segundos entre un intento de llamada y otro, pero del otro lado no debía sonar nada más que esa voz automática y fingida que inmediatamente produce que nuestros cuerpos se pongan en estado de alerta, ante lo extraño que se ha vuelto que del otro lado de la línea nadie responda cuando hacemos una llamada. Como si uno empezara a estar en problemas cuando su teléfono móvil devuelve un "apagado o fuera de cobertura", por más que tal vez, el propietario, simplemente se encuentre disfrutando de una relajada y placentera jornada de relax en un spa subterráneo, o dejándose seducir por el paisaje de cuento que se muestra ante sí, en una cabaña en lo alto de la montaña. Sin embargo, el ser humano ha terminado por convertirse más bien en un fabuloso creador de finales agónicos y espeluznantes, cuando esa persona a la que llamas no contesta. Y en uno de esos finales trágicos debía estar pensando la mente de Claudia, a juzgar por la profunda preocupación que irradiaban sus ojos. Tal vez llevaba esperando mucho tiempo a que llegara esa mañana para empezar una nueva vida, o quién sabe si el supuesto pasajero o pasajera de aquel vuelo, ahora suspendido, sería la pieza clave para retomar un camino abandonado tiempo atrás por algún capricho del destino. Aunque lo único cierto ahora, parecía ser que ni el inicio de algo nuevo, ni el reinicio de algo pasado, podrían suceder mientras ese "suspendido" continuase parpadeando en rojo en la pantalla.
Llena de esa mezcla de rabia y pena que se siente cuando los planes terminan por no ser los que uno llevaba tanto tiempo anticipando, Claudia dio un último sorbo al café ya frío, y cogió de un tirón el bolso y el abrigo, mientras se alejaba de la mesa sobre la que descansaba, recién olvidado, el teléfono móvil al lado del vaso de cartón y la servilleta llena del carmín rojo que debía haber marcado unos labios ausentes. En ese momento, y mientras cruzaba la puerta automática de cristal de aquella cafetería, una joven de aspecto nórdico que había estado pendiente de todo cuánto acontecía en aquella mesa -incluido el olvido final- corrió hacia Claudia para advertirle de su despiste y hacerle entrega del teléfono. Agradecida -aunque incapaz de hacerlo reflejar en su rostro hundido en la tristeza-, Claudia volvió sobre sus pasos y agarró con una mezcla de alivio y rabia el teléfono cuando, de pronto, y tratando de darse la vuelta para volver a salir del local, chocó de frente con un joven alto y sonriente que acaba de entrar por la puerta como quien sabe que acaba de encontrar lo que tanto tiempo llevaba buscando. Sin ganas de levantar la vista del suelo y volver a tener que fingir una sonrisa de disculpa, Claudia trató de susurrar un "lo siento", cuando el joven recién llegado llevó a toda velocidad su mano hasta la barbilla de Claudia y la levantó lleno de pasión, haciendo que sus miradas se cruzaran en un segundo eterno que devolvió la vida a los ojos de aquella joven abogada o asesora de finanzas, de pelo largo y cuidado, que llevaba un bolso de piel y un abrigo beige que ahora descansaba en el suelo, ante el arrebato de alegría que acababa de sentir, al escuchar que el causante de su pena, había decidido cambiar su vuelo por uno anterior, fruto de un presagio durante la noche anterior, mientras trataba de conciliar el sueño, desvelado ante la proximidad de un encuentro que llevaba años esperando.

Y es que Sucede Que Hoy imaginé historias de aeropuerto...

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Otros cielos


El humo que sale de la taza de té que tengo delante hace que mi mirada se pierda siguiendo su rastro mientras asciende pegado al cristal por el que se atisba la ciudad amaneciendo del otro lado a las puertas de agosto. La gente viene y va con las prisas matutinas y las caras todavía hinchadas por esa costumbre tan nuestra de trasnochar más de lo debido. El aire extrañamente fresco para la fecha y para mi piel que se cuela cada vez que la puerta automática se abre con la llegada de un nuevo cliente, me hace recordar que estoy lejos, en otra ciudad que no es la cálida y húmeda que suele contemplar mis amaneceres a diario. En el ambiente se respira el inconfundible olor a café recién hecho y tostadas, e inevitablemente me transporta a esa tan anhelada escena en la que sólo el verde de las colinas, el malva del cielo y el canto de los pájaros más madrugadores tiñen de color y vida el desayuno pausado con la mirada perdida en el horizonte. Ese horizonte inalcanzable y bajo por el que un sol cada vez más intenso va asomando, reflejando sobre el rocío de las extensas praderas y despertando a girasoles, gallos y lejanas sirenas. Me imagino allí, oliendo a pan recién hecho, atisbando cómo el devenir de un nuevo día comienza a despuntar, con la mente en modo "silencio" y los sentidos despiertos para seguir experimentando el regalo de ser en tierras lejanas y llenas de pura vida. A pocos pasos, el relinche del frisón más tempranero nos da los buenos días. Y tus manos, todavía calientes del calor de las sábanas, se aferran a las mías mientras un suspiro de paz y armonía sale de tu boca recién besada. Amanece la vida y florecen los deseos. Y hoy, igual que ayer y mañana, sólo tenemos que preocuparnos de quitarnos los relojes y disfrutar a paso lento de un nuevo día del futuro que acabó siendo.

Y es que Sucede Que Hoy el humo del té me transportó a otros cielos...

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La ciudad sin ti


Caminar sin ti por la ciudad se convierte en el monótono devenir de unos pasos sin rumbo y una mente perdida en tu recuerdo, incapaz de centrar la atención en otra cosa que no sea la desazón por tu ausencia. Las calles no son más que una sucesión de nombres sin significado, ni vida. La gente, sumida en sus pensamientos, divaga ajena a mi deseo de llevarte al lado, de la mano, navegando entre baldosas que parecen encenderse a cada paso que doy indicando el camino de regreso a ti. El tráfico, ruidoso y molesto, añade banda sonora a la escena y me invita a imaginarme cruzando contigo la puerta de una cafetería para aislarnos de la jungla de asfalto y motores, pero todavía nos separan algunas horas y demasiados kilómetros. Te busco entre la gente, en sus miradas, en sus pasos, como tratando de atisbar un reflejo de ti, un caminar parecido, una melena corta moviéndose al ritmo del paso alegre. Pero no te encuentro. Ni a ti, ni a nada ni a nadie que pueda borrar de mi mente lo que estarías diciendo justo al pasar delante de ese escaparate, o al lado de aquel carrito con dos recién nacidos, o simplemente comentando el look desmesurado y atrevido de la juventud de hoy en día, recordándonos que, sin quererlo, nos hacemos cada vez más viejos. Juntos, pero viejos. Y sin apenas ser consciente, sumido en tu recuerdo y en el eco de las voces interiores con acento sureño, por fin atisbo de lejos la estación que marca el punto de partida del viaje que ha de llevarme de vuelta a casa. De regreso a ti. Y como si de pronto todo cobrase significado, mis pasos se aceleran de sentirse cada vez más cerca y en silencio te grito que ya llego, a sabiendas de que en algún punto del universo, mi quejido eufórico reverbera hasta llenar tu subconsciente de esperanza y alegría ante mi inminente llegada. Porque cuando tú no estás a mi lado, incluso la ciudad más vibrante se apaga, hasta que un tren acorta poco a poco la distancia y nos reúne de nuevo entre las sábanas. Juntos. Unidos. Inseparables. Inmensamente tuyo. Infinitamente mía.

Y es que Sucede Que Hoy, caminé sin ti por una ciudad lejana...

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