Disparo palabras que rebotan contra las paredes inmunes de unos tímpanos negados. Siento la desesperación de quien pretende explicar a un ciego los colores del arco iris. Los ojos salen de sus órbitas atónitos ante lo que están leyendo, incapaces de creer que algo así pueda estar sucediendo. ¿Cómo decirte que...?¿Qué hacer para lograr que salgas de ahí y vuelvas a la realidad sin el velo de la duda? Las palabras se amontonan a las puertas de los labios que permanecen abiertos en un gesto de incredulidad. Sudores fríos recorren mi cuerpo y un ligero temblor en las manos denota mi nerviosismo; la situación empieza a superarme. Por momentos creo estar en la típica escena de ¿cable rojo o cable azul? El problema es que cuando me decido a cortar uno, de pronto desaparece porque la situación si no es demasiado fácil. Ya no sé si estoy soñando; todo parece tan insultantemente real y al mismo tiempo poco creíble. Es como querer negociar un sentimiento. Estar dándolo todo para que, de pronto, un soplo de elucubración se atreva a llevarse por delante la confianza preestablecida. Suerte que existen las miradas, espejos insobornables de las verdades del alma. Esperaré a tenerte enfrente para convencerte de mi inocencia con sólo mirarte...
No fue hasta que terminó de leer el manuscrito que se dio cuenta de que la angustia que gritaban aquellas palabras había traspasado sus pupilas y en su interior la fatiga era ahora asfixiante. Miró a su alrededor y cayó en la cuenta de que llevaba varios minutos absorto en aquella carta desesperada, escrita en una libreta que un desconocido había extraviado o tal vez se habría desprendido de ella en aquel lugar y él, ahora, había encontrado. ¿Pero quién? Su curiosidad, unida a su espíritu de narrador y creador de historias, le hizo caer en la cuenta; acababa de encontrar argumento para su nueva novela.
Y es que Sucede Que Hoy volví a los giros...
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