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Contigo al fin del mundo


Si llegara el fin del mundo, querría que me sorprendiese en un abrazo contigo. Que las trompetas del desastre sonaran mientras tus brazos rodean mi cuerpo. Que el viento levantado vaticinando la hora del juicio final hiciese bailar a tu pelo sobre mi rostro, acariciándome la piel y deslizando por mi frente hasta cubrir mis ojos para no ver lo que está ocurriendo afuera. Si llegase el fin del mundo, querría que me sorprendiese con tus labios regalándome el último beso posados sobre los míos; cálidos, húmedos, llenos de amor y vida, como queriendo aferrarse a un último recuerdo dulce y eterno. Y solos, con el estruendo del cielo abriéndose ante nosotros, decirte que te amo y que toda mi vida valió la pena gracias a ti. Que partir es doloroso, pero menos que si jamás hubiese tenido la oportunidad de compartir mis días contigo y ser feliz. Y aunque llegue mi hora me iré sabiendo que hay vida antes de la muerte cuando se tiene cerca a alguien que cada día te hace sonreír. Alguien que te mira, te acaricia y te hace sentir que nada importa más que estar en ese instante allí. Alguien que con sólo una palabra es capaz de encoger tu pecho y hacerte estremecer al no poder reprimir tanta felicidad por el propio porvenir. Si llegara el fin del mundo, querría que me sorprendiese estando bien pegado a ti, abrazados, entregados a la pasión del último beso y justo después de haberte dicho que jamás imaginé un momento mejor para partir.

Y es que Sucede Que Hoy temí la llegada del fin del mundo por no verte...


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Amanece Madrid y es enero


Las calles de Madrid todavía huelen a mojado después de otra madrugada más lloviendo como si no hubiese mañana. Las farolas, todavía encendidas ante la ausencia de un sol que estira las horas de descanso por estas latitudes, iluminan mis pasos por unas calles cada vez menos ajenas. Empiezo a conocer los árboles, a reconocer semáforos, el ruido del tráfico tempranero y hasta el revuelo de las primeras palomas que salen de su cobijo tras el aguacero. Y mientras camino enfundado en mi abrigo, atravesando el frío de un enero cualquiera en Madrid, añoro el calor de tu cuerpo bajo las sábanas. Qué duro se me antoja a diario abandonar el sueño y salir a que un viento gélido golpee mis mejillas, sabiendo que apenas instantes atrás tu cuerpo me brindaba el bienestar absoluto en forma de calor y abrazo matutino. Pero más dura aún es la idea de saber que durante las próximas horas notaré a cada segundo tu ausencia, imaginando tu mañana, extrañando tus besos, recordando tu sonrisa y deseando el reencuentro. Y mientras pienso a diario en este ritual de amor, ausencia y frío hasta en los huesos, se me acorta el tiempo de trayecto de camino a un nuevo día luchando por un sueño, ahora que el de despertar a tu lado cada mañana ya no tengo que soñarlo.

Y es que Sucede Que Hoy dejé volar las ganas...

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