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Cuando Madrugar Significa Despertar a tu Lado

El sol apenas comienza a asomar por entre las calles de casas con persianas bajadas y rocío en los coches, mientras divago enfundado en mi abrigo luchando contra el frío y el sueño. Camino lento, pensativo, admirando los reflejos de la luz en los tejados mientras sostengo en una mano la correa del perro y en la otra el teléfono móvil en cuya pantalla se alternan los titulares del día. El asfalto todavía rezuma madrugada. Mi piel, todavía tu olor. La mañana despunta por el horizonte algo encapotado y entretanto yo husmeo el olor a café y tostadas recién hechas que sale de la ventana de alguna casa cercana. Me gustan los sábados en los que madrugar significa despertar a tu lado. Y conforme mis pasos consumen acera y mi westie continúa saludando a sus amigos del barrio, imagino esa misma mañana paseando por otras calles lejanas. El mismo sol reflejando ahora en las cristaleras de edificios interminables. El mismo olor a café colándose por mi nariz pero subiendo esta vez del vaso de cartón que sostengo en la misma mano en la que ahora llevo el teléfono. Y en la otra, la tuya enfundada en guantes de cuero y entrelazada a la mía con fuerza. A lo lejos, el vapor saliendo a contraluz por las alcantarillas y los primeros sonidos de persianas inaugurando una nueva jornada. Una pareja con la noche todavía pegada a sus abrigos bajando de un taxi amarillo. Y un horizonte de frondosos árboles de un verde intenso esperando a darnos sombra en el paseo matutino del fin de semana por Central Park. Amanece New York en mi mente, pero mi perro me tira de la correa con sus ojos clavados en los míos esperando a que le siga. No sé cuánto llevo parado.

Y es que Sucede Que Hoy imaginé amanecer en la ciudad que nunca duerme...

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