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La Escalera Desde Donde Siempre Te Hablé

Desde la escalera donde siempre te hablé podía tocar las estrellas. Sentado, noche tras noche, miraba al cielo mientras las palabras se perdían en el viento caluroso de la noche. Te buscaba en las ramas de los árboles y en las piedras del jardín que guardará para siempre el eco de mis llamadas. Te buscaba, y lo único que encontraba era tu voz del otro lado del teléfono y las líneas de tu rostro dibujado en la tierra por mis manos. Y mientras hablábamos, sonidos nocturnos llenaban el espacio. Desde la escalera donde siempre te hablé podía imaginar el futuro. Sentado, noche tras noche, tejía los sueños del mañana mientras escuchaba tu voz diciendo vuelve ya que necesito morder tus labios. Y entonces el viento chocaba en mi cara robándome el beso que en cuestión de minutos mecía en tus manos. Después yo agudizaba el olfato creyendo captar tu perfume escondido entre las flores dormidas de mi lado. Desde la escalera donde siempre te hablé podía fingir mi estado. Hacerte ver que estaba bien a pesar de querer cerrar los ojos y despertar acostado con mi cuerpo envuelto en tus brazos. Con tu pelo enredado en mis dedos. Con la suave luz de la mañana desvelando el revuelo de sábanas, amor y desenfreno.

Y es que Sucede Que Hoy quisiera no volver a ver esa escalera...
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Fundidos en Amor

El viento de poniente ardía haciendo sonar su quejido acalorado en la tarde aparentemente tranquila en aquel rincón de la ciudad. Los coches iban y venían deslizándose por un asfalto que rezumaba caucho y vapor. Los termómetros, que marcaban máximas como no se recordaban, aplastaban el ánimo de los peatones incapaces de agitar a más velocidad los periódicos, carpetas o papeles que hacían las de abanicos. Y en el cielo, mientras tanto, un sol de justicia dejaba claro quién mandaba en esa galaxia. Los relojes no marcarían mucho más de las cinco de la tarde cuando, al salir de la oficina y con la cara recién golpeada por el calor, descubrí a una pareja oculta detrás de un árbol entregada a la dulzura de un beso vespertino a dos pasos del portal. Tal vez se despedían después de una tarde de aventuras, o puede que aquel no fuese sino el primero de los muchos otros besos que todavía estaban por llegar. Allí abrazados, como creyendo ser invisibles tras el tronco herido y reseco, aquellos amantes se fundían, más de amor que de calor, levantando envidias en los de su alrededor; hombres trajeados y mujeres de falda larga y alto tacón, que ahora caminaban con prisa de vuelta a casa, empujados por las ganas irreprimibles de enloquecer a besos en los brazos del dueño o dueña de su amor.

Y es que Sucede Que Hoy fui testigo de un beso inspirador...
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Tormenta de Verano

Madrid amaneció con las calles mojadas y un olor a lluvia y otoño que se levantaba en cada esquina. El cielo, encapotado, teñía de gris las calles iluminadas por las luces de los coches pisando charcos a su paso. La mañana despuntaba al final de la avenida, en el horizonte, mientras la piel erizada de mis brazos extrañaba tu calor, tus manos calmando el inusual frío de aquel día. Y con la madrugada todavía pegada en los lagrimales comencé a caminar con la extraña sensación de tenerte al lado, enfundada en tu abrigo marrón, con la capucha protegiéndote de la insistente lluvia y tu sonrisa tratando de hacer salir el arco iris. Aquel otoño improvisado te trajo allí, conmigo, dejándome la sensación de querer que volviera el frío para estar contigo. Sentía tu mano aferrada a la mía moviéndose adelante y hacia atrás poniéndole buena cara al mal tiempo, corriendo por los charcos como dos niños con botas de agua. Y recordé la vez en que nos sorprendió la tormenta sentados en aquel banco bajo el árbol milenario, abrazados, probando el sabor de la lluvia en tus besos. La tarde que comprendí que hasta el cielo envidiaba un amor tan puro y descargaba con furia su llanto, mientras nosotros, ajenos a todo, continuamos regalándonos sensaciones prohibidas.

Y es que Sucede Que Hoy la lluvia me hizo recordarte...
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Tuviste Que Llegar

Entre todas las ciudades del mapa tuviste que decidirte por esta. Todas las carreteras que podían alejarte de aquí y terminas por llegar justamente a esta calle, a este número, a esta habitación. Como si no existiera más mundo que este; como si el infortunio de saberme lejos no fuera ya suficiente. Pero no, aquí te tengo, justo frente a mí con esa sonrisa a medias que te hace todavía más indeseada. Pareciera que el destino se riera de mí o acaso que un halo de mala suerte rodeara mi figura en estas fechas de un calendario que no pasa los días a la velocidad habitual. Qué lentas las horas. Llegaste de pronto, sin aviso, sin ser invitada, sin ser deseada. Tu figura etérea suscita el peor de mis humores y provoca un dolor abrasante en la boca del estómago generándome náuseas. Detesto la sensación que logras encender en mi cuerpo. Si pudiera chasquearía los dedos y te haría desaparecer como por arte de la magia que ahora me niegas. ¿Qué hice mal? ¿Qué ha ocurrido, así, de pronto? Maldita melancolía, ¿por qué tuviste que llegar?

Y es que Sucede Que Hoy me invadió la nostalgia...
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Un Minuto de Retraso

Aquella mañana el tren, a punto de reemprender su viaje hacia la capital, se retrasó apenas un minuto que para alguien significaría toda una vida. Con el rocío todavía dibujando trayectos imposibles en las ventanas del vagón, a Adela se le pasaron millones de imágenes por la mente mientras el pulso se le aceleraba y una lágrima rodaba triste y fría por su mejilla. Desde afuera, Ernesto, su novio, le decía el último adiós con una mano afligida por el peso de la pena que le suponía saber que no conocía cuándo volvería a sentir entre sus brazos a la mujer que ahora se le escapaba a bordo de un tren que anunciaba su inminente salida. Ya con muchas lágrimas derramándose sin piedad por el rostro, Adela lentamente buscaba su asiento comprobando el número emborronado del billete que sostenía temblorosa recogiendo el llanto que sus ojos desprendían incapaces de soportar tanta carga emocional. Sin saberlo, en ese instante, estaba siendo el centro de atención de todos aquellos que todavía no se habían rendido ante el sueño en aquel vagón. Cuando al fin localizó su asiento, se paró frente a él, y el hecho de ver que el contiguo se encontraba vacío le provocó un sollozo que no pudo contener. Sin fuerza en los brazos trató de subir sin éxito la pesada maleta que cargaba equipaje suficiente como para no saber la fecha de su regreso. Si algo había incierto en la mente frágil y turbia de Adela era precisamente la idea de un regreso que ahora se antojaba lejano. Y mientras Ernesto ya se aproximaba cabizbajo de vuelta al coche, y arrancando con premura la maleta de las manos al hombre que se había ofrecido a ayudarle, Adela salió a toda velocidad de aquel vagón en el que ya nunca viajaría. Y gritando el nombre de Ernesto fue hacia él dejando atrás un tren que emprendía el viaje con un minuto de retraso; el que hizo que la aturdida cabeza de Adela tomara la decisión correcta a tiempo.

Y es que Sucede Que Hoy te vi entrar llorando al tren...
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¿Diseño Final?

Gracias a todos los comentarios que he ido recibiendo y a las modificaciones que he realizado conforme iba aprendiendo de tanto trastear, aquí está el resultado -casi- final. En pocos días, cuando reciba vuestro feedback y sepa qué os parece, comenzaré de nuevo a publicar relatos.

De verdad, muchas gracias a todos. La encuesta sigue abierta para que ahora, una vez modificado, expreséis vuestra opinión.

Y es que Sucede Que Hoy creo que al fin lo logré...
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¿Qué Diseño Te Gusta Más?

Como habrás visto, he cambiado el aspecto del blog. Un poco de renovación y aires más modernos. Y me interesa tu opinión. A la derecha tienes la encuesta, pero también puedes dejar tu comentario aquí y así conozco tu valoración.

Gracias y que siga sucediendo...
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En La Esquina De Los Mapas

El olor a tostadas recién hechas me sorprendió nada más salir de la ducha entre vapores que dibujaban el perfil de tus labios en el espejo empañado. Siempre me encantó aquella original forma que tenías de darme los buenos días. Todavía hoy, después de tanto tiempo, me pregunto en qué momento de la noche te despiertas para dejarlo todo preparado, sabiendo que a la mañana siguiente seré yo el primero en desprenderme de los restos de madrugada a fuerza de agua. Con la piel húmeda y la toalla enrollada al cuerpo, salí del baño y te vi sonriendo sin saberlo entre las sábanas de aquel hotel, como el que se siente descubierto in fraganti haciendo algo que no debía. Y con el mismo sigilo con el que cada noche te levantabas para regalarme el primer beso en forma de espejo empañado, abriste poco a poco un ojo mientras te apartabas el pelo de la cara marcada por las arrugas de la almohada. El amanecer de aquella ciudad se mostraba espléndido sobre tu piel dorada ocupando toda la cama. Un nuevo día comenzaba a despertar entre sonidos de gaviotas y olor a tostadas recién hechas. Por delante todo el tiempo para recorrer plazas y calles; por detrás los ecos de una noche envuelta en luna y olas, bañados por la magia de una cala solitaria en la esquina de los mapas.

Y es que Sucede Que Hoy desperté entre arena y ganas de ti...
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