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Viaje A Londres


En apenas cuatro horas estaré volando rumbo a Londres. De nuevo una gran ciudad por descubir, unas calles por donde perderme, unos lugares que visitar, mucha ilusión que derrochar y otro tanto de experiencias que vivir y acumular. Por delante cinco días para no parar de ir y venir, de ver y admirar, de reír y disfrutar. Un sueño que al fin se cumple en un buen día para que llegue. Volveré y lo haré, como siempre, cargado de nuevas historias y lugares donde ambientarlas; personajes, reminiscencias, aires, aromas, pasiones...El viaje real comienza ya, el irreal ya lleva días en mi mente.

Buen puente y buena suerte.
Y es que Sucede Que Hoy me voy a Londres...
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La Cabina Telefónica

El frío intenso que azotaba la ciudad en aquellos días había hecho estragos en una población que no se atrevía a abandonar sus hogares, cerca de las estufas o debajo de las gruesas mantas que les aislaba del helor. Sólo algún coche perdido en la noche devolvía la vida a las calles, levantando el agua de los charcos a su paso. La ventana del hotel en el que me alojaba enfocaba directamente a la cabina telefónica que ocupaba la acera solitaria en aquella lluviosa noche de invierno. El agua azotaba con intensidad los cristales y las aceras orquestando un rumor hueco de golpeos incesantes, que por momentos se asemejaba al sonido de las antiguas máquinas de escribir marcando con tinta los folios enroscados. La bombilla que debía alumbrar el interior de la cabina parpadeaba alternando destellos intermitentes con momentos de oscuridad absoluta, ya que la luz del barrio entero se había ido hacía rato y, aunque ya había vuelto, las farolas, todavía sin enfriar, no emitían más luz que la de una diminuta luciérnaga moribunda. En el interior, una mujer abrigada con una larga gabardina marrón chocolate, lloraba desconsolada mientras el agua resbalaba por su frente desde la melena totalmente empapada por la lluvia. Por el calado de sus prendas daba la sensación de que había pasado horas corriendo bajo el aguacero. Era sobrecogedor observar el derrumbamiento de aquella joven a la que nada ni nadie podía consolarle de aquel mal trago que estaba pasando. Con cada momento de luz entre la negrura podía verse un nuevo gesto de desolación; una mano que frotaba los ojos, la cabeza apoyada sobre el puño cerrado, la mano resbalando por la máquina como pidiendo clemencia a quien desde el otro lado le estaba provocando el llanto, o incluso su temblor de piernas debido al frío que debía estar pasando allá abajo, sola, empapada, con la humedad calándose en los huesos y el pesar en el alma. Así que decidí bajar para tratar de calmarla y, cuando abrí las puertas de la cabina y entré para preguntarle qué le ocurría, escuché que del otro lado del teléfono, una voz masculina se limitaba a decir:
-¿Diga? ¿Oiga?...¿Quién es?...¿Quién llama? ¿Hola? ¿Oiga!!?
Sin contestar a mi pregunta, colgó el auricular, me miró a los ojos entre lágrimas y dijo:
- Soy una cobarde.
Salió de la cabina y echó a correr bajo la lluvia.

Y es que Sucede Que Hoy no me preguntes porqué escribí esto...

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Jugando A La Luz De Las Velas

Mis dedos recorrían lentamente la infinita superficie de tu brazo erizando a su paso el vello que quedaba inmediatamente detrás del contacto. El suave cosquilleo de las yemas al rozar la piel de tu cuerpo provocaba el susurro de un hilo de voz hueca estremeciéndose. La respiración se volvía más intensa a cada centímetro que mis dedos ascendían por tu brazo y el ritmo de tus pulsaciones se aceleraba hasta desequilibrarse del compás de la música lenta que nos acompañaba, haciendo bailar a las llamas de las velas repartidas por toda la habitación. Entretanto, el humo del incienso que ascendía lento y espeso, dibujaba formas inimaginables en el aire, que invitaban a la imaginación. Corazones, flechas, labios, nubes, lunas... Aunque para lunas la que se presentaba en lo alto del cielo pardo de una de las últimas noches de octubre. El silencio de palabra no lo era tal de sonidos inventados sobre la marcha. Vibraciones que salían de las entrañas, melodías de pianos internos que expulsaban una nota al pulsar según qué tecla. Y las sábanas blancas cubrían sutilmente los cuerpos casi desnudos de ropa y vestidos de besos. El ascenso continuaba y, al pasar justo por encima de la frontera que delimitaba tu antebrazo, tus labios se juntaron con fuerza y curvaste lentamente el cuello hasta apoyarlo sobre mi pecho. Podía sentir tu melena deslizándose agradablemente por mi costado, devolviéndome las sensaciones que estaba experimentando tu cuerpo. La venda negra que cubría tus ojos te transportaba hasta la más remota oscuridad y duda, abriendo los sentidos al máximo y regalándote el enigma de no conocer mi siguiente movimiento. El maravilloso juego de recorrer tu desnudez milímetro a milímetro se volvía mágico entonces. Y busqué tu mano de entre las sábanas y la encontré recogida en un puño cerrado que apretaba con fuerza el borde de la almohada. La cogí. La entrelacé. La apreté. La besé.

Y es que Sucede Que Hoy me apeteció sentir mientras escribía...

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La Última Fotografía

Cliff acababa de tomar su última fotografía y ni siquiera era consciente de ello. Atrás quedaba el día en el que sus padres le regalaron su primera cámara de fotos auténtica. Hasta entonces siempre se había conformado con aquellas en las que al mirar por el pequeño agujerito, se podía ver una serie de imágenes que cambiaban al pulsar el botón. Pero ahora ya se había hecho mayor y llevaba tiempo deseando tener una buena máquina. Le encantaba la idea de poder salir a la calle y perder la tarde fotografiando el vuelo de un gorrión, las hojas empujadas por el viento del otoño, el paso de Juliette en bicicleta a las seis en punto de la tarde, o la caída del sol por detrás de las montañas que se veían a lo lejos. Aquella máquina se convirtió en poco tiempo en su mejor amigo. Iba a todas partes con ella, la llevaba consigo allá donde fuera y la utilizaba en el instante más inesperado, cuando creía estar viendo una escena irrepetible. Y fue así como pronto adquirió la destreza que años después le otorgaría fama mundial, a través de sus exposiciones a lo largo y ancho del planeta. Su firma era equivalente de calidad, de éxito, de lleno absoluto en las mejores galerías de arte del mundo. Su teléfono no dejaba de sonar para hacerle llegar encargos de grandes multinacionales de la publicidad, revistas de moda, naturaleza o viajes, cabeceras de los periódicos más prestigiosos... Sin embargo lo que más le gustaba a Cliff era viajar alrededor del mundo acompañado sólo por su cámara y perderse en los rincones más fascinantes de cada país que visitaba. Sus playas, sus gentes, sus calles, sus edificios. Cada centímetro de mundo fotografiado por Cliff se convertía en lugar de culto. Hasta llegó a decirse de él, que primero disparaba su flash y después ocurría la escena. Tenía el don de estar en el lugar indicado en el momento preciso. Pero de todas las fotografías que Cliff había hecho a lo largo de su vida, ninguna otra como aquella que acababa de hacer, le habría de suponer el amargo trago del que sería víctima tan solo unas horas después, en el laboratorio de revelado. Había viajado hasta Polonia sólo dos días atrás, movido por el encargo de un diario alemán que preparaba un suplemento dedicado a la barbarie nazi cuando, tras la puerta de uno de los barracones del lúgubre Auschwitz, Cliff encontró a un niño de apenas seis o siete años que lloraba desconsolado de ver a su madre hacer lo mismo, mientras trataba de inmortalizar con una de aquellas cámaras de juguete como con la que tanto había jugado Cliff en su infancia, el lugar donde su abuelo había pasado los últimos años de vida. Captó su dolor en una instantánea y, ya en el laboratorio, una vez revelado el carrete, descubrió que en una de aquellas literas, el fantasma del abuelo del pequeño sonreía sosegado mientras con su mano acariciaba la mejilla de su nieto. Desde entonces, aquella sería la última fotografía de Cliff.

Y es que Sucede Que Hoy volví por instantes a la barbarie nazi...

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Me Persigue La Duda

Corría desesperado entre callejones de mala muerte y parques con niebla espesa a altas horas de la madrugada. El vaho caliente que salía de mi boca chocaba de frente contra el viento gélido de la noche lluviosa y, fruto de la colisión, una nube vaporosa ascendía a sólo un centímetro de mi rostro. Huía despavorido de mis propios fantasmas, empeñados en darme caza aquella noche perdido en una ciudad que no conocía. Tras de mí dejaba los restos de una tarde repleta de dudas y quebraderos de cabeza que me habían mantenido ocupado horas y horas encerrado en la habitación del hotel, mientras veía caer la nieve a través de la ventana. Ahora ya hacía casi veinte minutos que corría desesperado sin volver la vista atrás, sin valor para detenerme siquiera en los semáforos, sin la valentía de parar a comprobar si el espectro de la duda ya no me seguía. Corría y corría como quien huye de una muerte segura, como el verdugo incapaz de bajar la cuchilla al comprobar que quien posa la cabeza es su amigo de la infancia, o como el amante que sale deprisa ante la inminente llegada del marido. Me faltaba calle para dar rienda suelta a unas piernas que se movían a la velocidad de la luz. Tenía miedo de torcer una esquina y encontrármela allí, justo enfrente, apoyada en la persiana de un comercio fumando un cigarrillo. O de que se hubiese disfrazado de mujer para tratar de llamar mi atención pese a la huida. La duda era demasiado astuta. Y cuando, agotado, creí que la distancia recorrida por el laberinto de calles, parques y plazas había sido lo suficientemente grande y engañoso para que no fuese capaz de encontrarme, me vi rodeado en un callejón sin salida. Moví de lado a lado la cabeza en busca de una escapatoria, pero ni Houdini hubiese sido capaz de hacerlo. A mi izquierda, la espalda de un edificio enorme bloqueaba el paso, mientras que a mi derecha, justo en la boca del pequeño pasaje, se encontraba la duda amenazante y con sonrisa burlona.
No huyas -me dijo. No te haré daño. Llevas horas tratando de evitarme y ni siquiera me has dado la oportunidad de decirte el motivo de mi visita. ¿Qué pasa? ¿Tanto miedo me tienes? -Yo temblaba de miedo. Que sepas que por esta vez, y pese a que me hayas estado esquivando hasta que tú solo te has metido en este callejón, sólo venía a revelarte una verdad que parece que no tienes en cuenta últimamente y te vendría bien. -Las piernas dejaron de temblarme. Quería decirte, amigo, que la felicidad es una actitud ante la vida, no un privilegio. Y ahora que ya lo sabes, me marcho, veo que mi visita te incomoda. Y lo hará hasta que tú quieras, porque sólo de ti depende que yo desaparezca. Sólo de ti, recuerda. Sólo de ti.

Y es que Sucede Que Hoy me persiguió la duda...

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Tras Un Año De Vida

Y llega el día en el que uno echa la vista atrás y se da cuenta del camino recorrido paso a paso y casi sin ser consciente. Te das cuenta de que el tiempo pasa, los días y las noches se suceden, las anécdotas surgen a diario, tu libro de experiencias aumenta en cada minuto que dejas todo de lado y te dedicas sólo a vivir. Y te das cuenta que viviendo es como se aprende en la vida, como se aprende incluso a vivir. Y de pedacitos de vida está repleto este rincón humilde que hoy cumple su primer año de existencia. Un espacio que nació gracias a muchos en general y a alguien en particular, ese empujoncito que a todos nos viene bien de vez en cuando para terminar de lanzarnos al vacío y hacer lo que más nos gusta. Y nunca me cansaré de agradecer a esa persona su empuje, ni a todos los que me ayudaron a dar mis primeros pasos, todo el apoyo que me ofrecieron. "Hoy echo a andar" fue el título del primer post. Y después de aquellos primeros pasos y de más de una caída, aprendí a sobreponerme y volverme a levantar para continuar poco a poco y sin prisa, la senda que había decidido tomar. Y desde entonces hasta hoy, todo parece seguir el mismo curso. De aquello me separan casi trescientos relatos escritos noche tras noche y lo que de ellos y con ellos he podido aprender en este tiempo. A veces, por el simple hecho de escribirlos y reflexionar sobre lo que decía, pero otras veces, las más, gracias a los comentarios que artículo tras artículo he ido recibiendo de un montón de gente que con su huella ha ido haciendo este espacio más grande sin ni siquiera buscarlo. Gente de todos los rincones del planeta, desde quien comparte los días a mi lado en clase, hasta personas que tal vez jamás vaya a conocer y habitan rincones separados por miles de kilómetros de tierra y mar. Y si hay algo que me emociona es que hasta hoy, sin ir más lejos, todavía he recibido un comentario de una persona que, coincidiendo con muchas que han pasado por aquí, reconocen ese "no sé cómo llegué hasta aquí, pero me quedo", que me insufla un ánimo increíblemente grande para seguir escribiendo con la pasión del primer día. Porque aunque las letras me surgen de una necesidad imperiosa de mi ser, es cierto que recibir comentarios como algunos de los que he recibido a lo largo de este año de vida, te empujan a hacerlo con más pasión y dedicación si cabe. Con ellos se engrandece este pequeño universo. Así que jamás me cansaré de agradecerlos porque, sin ellos, todo sería diferente.
Y como historias ocurren a diario y ganas de escribir y contarlas me quedan para rato, con este post de cumpleaños no quiero más que repetir hasta la saciedad mi agradecimiento a todos los que hacen posible o simplemente se pasean por este rincón, así como anunciar que, después del de hoy, habrá más y nuevos relatos con los que poder irse a dormir, o amanecer, o hacer más amena la tarde o el mediodía, porque de poner el color me seguiré encargando yo. Ya se sabe: Caminante no hay camino...

Y es que Sucede Que Hoy cumplió un año...

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Páginas De Dudas Entre Escombros

Caminando despistado por el centro de una ciudad perdida, lejos de las coordenadas de los mapas, inexistente incluso para los satélites, encontré un pequeño diario tirado en el suelo junto a un montón de libros viejos y muy estropeados. El dorado de las letras que rezaban la palabra "Diario", aunque apagadas, todavía dejaban entrever un brillo que sin duda un día debió ser luminoso y radiante. Ahora brillaba de otro modo. Brillaba de soledad y memoria de un pasado de tiempos mejores. Lo recogí de aquella muerte segura a manos del tiempo y del olvido, junto a otros tres ejemplares que llamaron mi atención, aunque poco importan los títulos. Al llegar a una pequeña plaza rodeada por edificios en ruinas de lo que un día fue lo más parecido a una civilización rica y potente, vi un banco de madera paradójicamente bien conservado y me dirigí hacia él. Las fachadas derruidas permitían contemplar el interior de las elegantes casas de la aristocracia de la época, reducidas ahora a escombros y espejos rotos colgando todavía de las paredes. Nadie había vuelto a pisar aquella ciudad desde el gran éxodo. Ni siquiera los saqueadores se habían atrevido a expoliar los tesoros todavía escondidos bajo el polvo y los bloques de hormigón. Y allí sentado, observando con atención el paisaje tétrico y desolador de la masacre humana, sentí curiosidad por leer el diario que había encontrado minutos atrás. Le quité el polvo de las tapas de un soplido y un extraño olor a tiempo penetró por mis sentidos. Un olor a tiempo que a su vez se descomponía en el efímero olor del dolor, el intenso perfume del amor y la tenue fragancia de la soledad. "Año 1827" era todo lo que se podía leer en la primera página amarillenta y rugosa, trazada con una caligrafía cuidada. En las siguientes páginas, en primera persona y con un tono sincero y directo, el protagonista de los relatos y antiguo dueño del cuaderno que sostenía yo ahora entre las manos, narraba sus coqueteos juveniles e inexpertos con el juego del amor. Y en una de las páginas centrales, el joven autor, ajeno a la posibilidad de que su diario pudiera llegar a caer en el futuro en manos de un desconocido, reflexionaba acerca del amor y las dudas que le generaba. A veces se refería a él como "el gran océano de la duda", "el misterioso juego de la apuesta constante", "la dulce melodía que en ocasiones amarga" o "la llama que arde y quema dudas cuando es el tiempo quien decide". No sabría concretar muy bien la edad del autor y a lo largo del texto no daba ni una sola pista que diese pie aunque fuera a la especulación, pero lo cierto es que sus palabras parecían portar la viveza y la virginidad de un corazón todavía puro. Y mientras pasaba páginas y más páginas respirando el aroma a papel viejo, me empapé del tono de duda y misterio que desprendía cada línea de texto manuscrito. Una duda y un misterio que no eran capaces de esclarecer los sentimientos de quien suscribía, pues al parecer su corazón dictaba órdenes que su mente no comprendía o ni siquiera quería escuchar. Y con aquel enigma en forma de signo de interrogación, como el que había dibujado en la última página, llegué hasta el final del diario sin ser capaz de leer cómo acababa la historia. Tal vez es que nunca tuvo final o quizá, lo más probable, es que con el paso del tiempo las últimas hojas se habrían desprendido dejando inconclusa la historia y sin respuesta el enigma.

Y es que Sucede Que Hoy navegué entre páginas de dudas...

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Bajo El Reflejo De La Luna Oculta

Sólo un barco a lo lejos navegando lentamente sobre la oscura línea azul del horizonte se había convertido en el testigo del delito. Desde la orilla, asomado al balcón del apartamento por detrás de las cortinas, me preguntaba si desde aquella distancia serían capaces de vernos. El plan debía ser perfecto para no dejar rastro de nuestro paso. Nada de luces, ni de abrir ventanas, ni pasos sonoros, ni prisas. Sólo nos podíamos permitir algún grito incontenible amortiguado por la almohada. La brisa del mar que se colaba por los pequeños orificios de la persiana se encargaba de remover el espeso aire del interior de la habitación, tantas veces respirado a bocanadas aceleradas. Ni siquiera el descuido del olor podía quedar descontrolado. Cuando las sábanas se impregnan de un perfume derrochado con pasión por quien de normal no duerme entre ellas, eliminar su vestigio se torna tarea imposible. El sol vespertino nos acompañaba en su transcurso hacia un crepúsculo difícil de prolongar; la tarde pasaba rápida pese al soborno. Y con ella se iban las horas en las que se debían desvalijar dos cuerpos demasiado arropados con prendas inútiles, que sólo servían para ocultar el fino vello escarpado de dos torsos entregados al arte de la caricia y la seducción. Las olas rugían a lo lejos y las últimas gaviotas alardeaban con sus cánticos agudos de vuelo raso sobre el espigón. Y para cuando la luna se había instalado, oculta en su rincón secreto, y su estela se reflejaba ya sobre el mar en calma, de nuevo los trapos sobre la piel y las sábanas estiradas como si jamás hubiesen estado revueltas aquella tarde. Sólo el aroma marchitaría en la soledad de las sábanas en invierno. El delito había concluido sin opción de vuelta atrás. Los besos nunca volverían a los labios de su antiguo dueño. Las caricias ya no se separarían de la piel de quien las había recibido. El eco de los gritos sobre la almohada jamás retornaría a lo más profundo de la garganta. Y la playa, junto a la luna invisible, se convertiría en el único testigo de la fuga.

Y es que Sucede Que Hoy imaginé un delito deseado...

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Historia De Alquiler

La idea de no volver a verla nunca más se apoderaba de su mente cada noche, desde el día en que supo que Clara se marchaba de la ciudad. El aviso le había llegado a través del teléfono, una gris tarde de otoño en la que perdió la esperanza y la ilusión por la vida. El contrato de alquiler de la casa expiraba y la chica a la que había deseado fervientemente durante los dos último años, ahora se marcharía por la puerta de atrás sin que él pudiera hacer nada para evitarlo. Con ella se marchaban los sueños, los planes de futuro, la vida que habían trazado palmo a palmo en las noches en vela de verano bajo el cielo estrellado de agosto, las ilusiones compartidas y hasta los besos medicinales que, en más de una ocasión, le habían aliviado sus dolores. Sin calor, sin compañía, sin tacto ni contacto, sin otro corazón, con heridas, con dolor, con el llanto triste del más triste adiós. Clara se marchaba obligada por la familia rumbo a otra ciudad en la que comenzar una vida probando mejor suerte. Qué iba a hacer ahora cada noche al acostarse, si la luz que veía a través de su ventana en el edificio de enfrente jamás volvería a encenderla la persona que un día le había robado el sueño. A dónde miraría ahora en las madrugadas de vigilia. A quién le dejaría notas escritas en su ventana para que al mirar por ella pudiera leer los mensajes de amor más bonitos nunca escritos. Con quién hablaría y a quién besaría en las noches de escapada a la escalera del portal. La vida perdía sentido sin Clara. Había pensado pasar la última noche a su lado tratando de convencerla de que se quedara con él continuando con la vida que ella deseaba. Tenía planeado regalarle sonrisas y versos en esa última luna juntos, para que el recuerdo que se llevara de él fuese al menos tan fuerte como para suscitar sus visitas próximas. Guardaría las lágrimas para el momento en el que el coche familiar torciese la esquina de su calle, seguido del camión de la mudanza. Entonces habría llegado el momento de llorar desconsolado por el adiós indefinido que le partía el alma. Aunque no fuese consciente, una lágrima silenciosa y lenta resbalaría por la mejilla de Clara desde el mismo momento en que no quisiera girarse para despedirse, por evitar la imagen del dolor y llevarse el mejor recuerdo. La misma lágrima que después emborronaría la letra de la carta de adiós que sostendría fuertemente en sus manos sin atreverse a leerla. Y mientras se alejara el coche que se estaba llevando un pedazo de su vida, sentado en el bordillo de la acera, pensaría en los nuevos inquilinos. Tal vez llegara alguien interesante y casi sin hacer ruido se colara en su vida, como dos años atrás lo había hecho Clara en secreto. Sin embargo sólo la idea de imaginar aquella casa ocupada por otros pasos que no fueran los de Clara, le hacía hundirse más y más en el sollozo frenético y desolador, de un corazón que pedía clemencia a gritos de dolor. Pero nadie le escuchó y de Clara, como de la propia ilusión, no quedó ni rastro.

Y es que Sucede Que Hoy quise crear una historia de alquiler...

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Ya No Lo Recuerdo

Rodeado con un círculo rojo, el día de hoy lucía apagado en el calendario. Tan solo un año atrás -o tal vez hace ya un año- aquella fecha no significaba más que un día menos para la celebración de un aniversario que nunca llegó. El mismo día, del mismo octubre, de la misma estación, de otro año: el anterior. El frío del amanecer me ha erizado la piel de la misma forma en que sus palabras lo hicieron aquella tarde que hoy resuena lejana y curada, aunque no olvidada. Las paredes ahuecaron el sonido de su voz que, en tono tajante y sombrío, anunció el final de los días dorados. Una cortina se descolgó, la bombilla de la lámpara estalló, una grieta descascarilló la pintura de la pared, la corriente provocó un portazo, en el suelo se abrió un socavón... O puede que no, ya no lo recuerdo. Las lágrimas resbalaban rostro abajo en un descenso suicida cuyo trágico final no podía ser otro que el de la triste muerte. Sin embargo, esas mismas lágrimas ya nacían muertas en los lagrimales heridos por las diminutos fragmentos acristalados de pupila, que se habían desprendido al retener por última vez su imagen. O puede que no, ya no lo recuerdo. Creí sentir el afilado hierro de un puñal atravesar con ira mi pecho derramando sangre que brotaba fría e inerte de un corazón dormido por la espera. Sin ganas, gota a gota, lentamente y en silencio, manchando de rojo mate y apagado la camiseta que antes había sido blanca. O puede que no, ya no lo recuerdo. Mis puños se apretaban con fuerza, como si en su interior guardaran con recelo el eco de la última palabra para no dejarla escapar, pero la decisión ya estaba tomada desde mucho tiempo atrás. Justo desde el día en que se dejó llevar la prisa y no se permitió el lujo de madurar. Las venas se marcaban hinchadas en el dorso de mi mano cargada de rabia. O puede que no, ya no lo recuerdo. No olvido el sonido estridente del recorrido de la puerta justo antes de que la cerrara por última vez, quien durante años la había abierto llenando de alegría la casa. Nunca antes había chirriado como aquella tarde. Sin duda se estaba despidiendo de ella con un grito desgarrador. Hasta el sonido seco y grave del momento final del cierre pareció decir adiós, adiós, adiós. O puede que no, ya no lo recuerdo. Y sin darme cuenta, el día ha ido pasando y pasando en sus minutos eternos plagados de recuerdos. O no, espera. No, no, no. ¡Eso tampoco lo recuerdo! Vaya, parece que se me ha escapado el día y ni siquiera me he dado cuenta de que hoy hacía un año que perdí su amor. Será que con la pérdida gané todo lo que me ha hecho casi olvidar la cita. Ayer ya no es hoy. Hoy es mañana.

Y es que Sucede Que Hoy sólo fue un día más, afortunadamente...

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Tu Cuerpo Sobre Mi Pecho

Acostado sobre las sábanas frías en la noche de un otoño lluvioso y gris, las horas pasaban lentas agotando uno a uno los minutos que me separaban de un amanecer no deseado. El sonido del segundero del despertador me impacientaba con su incesante e inagotable avance hacia la hora en que la campana sonaría. La madrugada se desvanecía entre recuerdos y respiraciones profundas en busca de un sueño perdido demasiadas horas atrás. Y entre recuerdo y recuerdo, hilvanaba pensamientos ilógicos y superficiales, tejiendo comienzos de sueños que se descosían antes de tomar cuerpo y me devolvían a la vigilia más desesperante. Ni el susurro de la radio con la voz pausada de la locutora hablando a lo lejos, ni el tosco argumento de la novela que ocupa mi mesita de noche, ni el cansancio de los párpados, ni los grillos al otro lado del cristal. Nada lograba calmar la impaciencia que comenzaba a resultar insoportable. Pero en uno de esos instantes en los que sólo una fina capa de luz atraviesa la estrecha ranura que se separa entre los párpados agotados, sentí que el edredón se apretaba contra mi pecho como si otro cuerpo se hubiese tumbado encima. Parecía que todo el peso de una persona descansara sobre mi cuerpo aprisionando y empujándome contra el colchón. Sin embargo, una vez pasado el susto del primer momento, me di cuenta de que aquel peso no era tan insoportable y hasta resultaba cómodo. Sentirlo encima era como abrazar a una persona invisible que aparecía en las noches en vela. O tal vez era tu cuerpo el que creía sostener sobre mi torso ahora que entre el sinsentido de imágenes que pasaban por mi mente, tu figura se repetía incansablemente. Podría estar pasando la noche contigo sin terminar de ser consciente de ello. Como si me hubiese vendido a los efectos de una droga que me permitía seguir sintiendo sin que tuviera el juicio suficiente para ser testigo activo de la situación. Tal vez el dulce veneno de tus besos inyectado con cautela y alevosía producía unos efectos similares a los que yo estaba padeciendo con un pie en la consciencia y otro más allá de la línea de la percepción real y controlada. Lo único que ahora recuerdo es que aquella fue la última sensación que mi memoria es capaz de retomar de aquellos instantes. Después me venció el sueño. Tal vez no. Tal vez no era tu veneno el que me quitaba el sueño. Tal vez viniste a propósito para regalarme otro beso con la quintaesencia del sueño entre tus licores sagrados. Y descansé.

Y es que Sucede Que Hoy sentí tu cuerpo en la noche...

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Camino Del Alba

Oscura y profunda como la noche sobre la ciudad cuando apaga sus luces de madrugada. Negra y opaca como el fondo del mar cuando el sol duerme y deja paso a los luceros. Incesante y esquiva como las olas cuando llegan sin rumbo hasta la orilla y van a chocar contra la arena lisa y pálida. Penetrante y viva como la luz del primer rayo de sol matutino que atraviesa la ciudad hasta colarse por el hueco que deja libre la cortina. Perdida y sin destino como los barcos cuando el faro ya no alumbra desde la costa. Distante y sin embargo directa como flechas lanzadas con pasión justo al centro del universo. Expresiva y manifiesta como las muecas del mimo que mendiga cada noche en la estación. Irónica y burlona como la expresión de quien juega con las palabras en busca de la sonrisa fugaz del otro. Fina y disimulada como los pasos lentos y por la espalda de quien está a punto de dar una sorpresa. Alegre y divertida como la risa del borracho sentado en aquella esquina. Tímida y temblorosa como la voz del niño que se enfrenta por primera vez al sentimiento del amor. Cercana y sincera como el consejo del amigo que te avisa del peligro desde fuera. Tierna y seductora como el susurro estremecedor de la luna en tus oídos. Así y de muchos otros colores, formas y sensaciones era la mirada que se clavaba en la mía, mientras la magia de la noche y el sordo transcurrir del segundero avanzaban directos hacia el alba llena de aire fresco.

Y es que Sucede Que Hoy me perdí en la oscuridad de sus ojos...

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Noche De Tormenta Y Cristales Empañados

Una cortina opaca de agua cubría la inmensidad de la ciudad asustada a mi alrededor. Las nubes descargaban con rabia manantiales de lluvia que golpeaba con fuerza sobre el asfalto y las aceras, anegando calles enteras, plazas y comercios. Por momentos parecía que la furia de los dioses se hubiese concentrado en aquel torrente de gotas destiladas que arrasaban la ciudad de norte a sur. Una fuerza arrolladora que impedía cualquier posibilidad de movimiento. Las luces y sirenas de la policía se sucedían en un vaivén constante iluminando de destellos azules las fachadas de los edificios dormidos. Sin embargo, protegido en el interior del coche, todo se veía de distinto color. Llegaba a ser bonita la experiencia de la incesante lluvia resbalando por el cristal, los regueros de agua que caían por los laterales de las ventanas, el sonido de los truenos cercanos amenazando con más tormenta... Por delante, la soledad de una plaza sin vida a causa del temporal, permitía observar la fuerza con la que las balas de agua caían desde el cielo, mientras el rumor de esa misma lluvia golpeando sobre la chapa metálica del techo provocaba un ronroneo incesante y calmado que se convirtió en la banda sonora de la noche. La oscuridad reinaba a sus anchas pese al intento en balde de las farolas. Sin embargo, por momentos, todo a mi alrededor se iluminaba con una luz amoratada que apenas duraba un segundo. Un destello malva que alumbraba la escena y la teñía de magia. Desde siempre había adorado las tormentas, esos breves lances de rabia celestial y cósmica que cobran vida propia en forma líquida y sonora. Pero más todavía me habían apasionado siempre esas tormentas acompañadas por la luna oculta tras las nubes negras. La noche acrecentaba el poder intimidatorio de la lluvia, batiendo en duelo a los que, ajenos a la furia, salían a su encuentro. Y en uno de aquellos instantes de mayor intensidad, en el interior de mi coche aparcado frente a la plaza, sentí el bienestar de cuando se tiene todo cuanto se desea en el momento. Ya la lluvia se encargó del resto, creando la atmósfera perfecta en la intimidad de la noche y los cristales empañados. Y el viento, que en ocasiones parecía tener la fuerza del mar montado en cólera, se empeñó en agitar con bravura el coche, justo en los momentos en que llevaba demasiado tiempo sin acercarme a ella.

Y es que Sucede Que Hoy contemplé la tormenta de forma diferente...

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Ascensor Al Paraíso

Esperaba en el pasillo de la penúltima planta del edificio a que llegara el ascensor, después de una reunión que no había sido del todo productiva. En ocasiones los matices se convierten en barreras insalvables que pueden llegar a hacerte salir con una promesa de trabajo bajo el brazo o un "no es lo que buscamos" retumbando en tus oídos. Había elegido mi mejor traje para causar buena impresión, aún sabiendo que la percepción que quería lograr en quien iba a conversar conmigo debía ser el resultado de mi profundidad de conocimientos, mi labia, mi poder de convicción y hasta la forma en la que me sentaba. Pero cuidar la imagen era un aspecto sencillo de lograr y con una probabilidad elevada de jugar a mi favor. Y aunque el encuentro no fue tan malo como en un principio me dio la sensación, salí de él con cierto sabor amargo y una dosis de negatividad que no me beneficiaba en absoluto. Pero todo cambió en apenas segundos. Después de esperar a que el ascensor llegara, mientras observaba el juego de luces y números que se encendían en el panel de arriba de la puerta, escuché a mis espaldas la voz de una mujer despidiéndose de otra. Antes de que pudiera siquiera ver de quién se trataba, el ascensor llegó hasta mi piso y se abrieron las puertas. Un hombre y una mujer salieron sin hablarse y, una vez vacío, entré yo. Justo cuando las puertas comenzaron a cerrarse, escuché unos pasos de mujer con zapatos de tacón que corrían en dirección al ascensor y una voz gritando que esperara. Puse el brazo para mantener las puertas abiertas y, sofocada por la carrera, entró apurada. La primera impresión ya fue positiva, pero su perfume inundó la cabina y fue decisivo. Su rostro, apenas maquillado, reflejaba una belleza natural, lejos de artificios, que cautivó mis sentidos. Su pelo suelto, sus piernas, sus manos, su espalda...Hubiese deseado que el trayecto en ascensor hubiese durado horas; que estuviera en la planta más alta del rascacielos más alto del mundo para disfrutar de ella por más tiempo. El juego de espejos hacía que su silueta se repitiera una y mil veces como en realidades paralelas, desde todos los ángulos y hacia todas direcciones. Lo hubiese dado todo por ser el dueño eterno de una de aquellas reproducciones casi reales. En aquel momento no me hubiese importado que al llegar abajo el suelo se hubiese abierto y haber descendido hasta los mismos infiernos con tal de no salir de aquel ascensor. Pero los números iluminados en descenso cambiaban a toda velocidad acercándose cada vez más al "0". Y desgraciadamente llegó acompañado de un sonido avisando del fin de aquel trayecto. Y con aquel pitido me he despertado hoy del sueño y me ha hecho confundirme; ahora ya no sé si ocurrió algún día de verdad, o todo fue un regalo de mi subconsciente en la noche pasada.

Y es que Sucede Que Hoy viajé en ascensor con un ángel...

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Nada Importa Si Estoy Muerto

-Olvídese señor agente, esta multa no tiene mucho sentido. No pretendo entrometerme en su trabajo, ya sé que sólo cumple órdenes, pero créame que es una pérdida de tiempo. Puede sancionarme si le place, pero creo que es justo que sepa que esa multa jamás será abonada. No me gustaría que pensara que trato de evitarla y mucho menos todavía que mis palabras le supongan un desafío. No quiero provocar su enojo ni tentar su ira, mas entienda que en las situaciones límite uno pierde el control de su voluntad. Mire que intenté en multitud de ocasiones prevenirme de aquel riesgo que cada día se hacía más inminente y, sin embargo, cuando todo parecía estar más o menos bajo control, sucedió algo terrible. Las consecuencias de aquello ya las puede ver. He barajado distintas opciones desde que les he visto a usted y a sus compañeros bajar de la furgoneta. La primera reacción, tal vez la más instintiva, ha sido la de salir corriendo, al igual que todo el mundo a mi alrededor. ¿No ve? Parecen hormigas dispersas tras haber cortado la fila. Corren, huyen despavoridos de ustedes. Por momentos dejan de lado su aspecto humano y se convierten en presas de caza. Por supuesto ustedes son los cazadores, y lo serían aunque no llevaran ese odioso aparato cargado de miseria y pólvora. Una vez he desechado la opción de escapar corriendo, he pensado en esconderme en el interior de mi coche que está justo ahí, al otro lado de la calle. Hubiese sido tan sencillo como cruzar nada más verles llegar, introducirme en el asiento de atrás, tumbado, y esperar a que terminaran su ronda de cacería. Sin embargo también he declinado esa opción; me parecía absurdo tener que esconderme de un desenlace que antes o después terminaría por alcanzarme. Así que finalmente he optado por lo que ve: quedarme quieto a esperar su llegada. Y le diré porqué. Es cierto que estoy cometiendo un delito en este preciso instante. Es cierto que está en pleno derecho de rellenar ese impreso que me sancione por mi conducta, pero ¿de qué le sirve hacerlo aún sabiendo que esa multa jamás será pagada? Verá, señor agente, sé que no se puede beber en la calle, sé que es delito embriagarse en un lugar público aunque sea por despecho. Yo sólo trato de ahogar mis penas en alcohol. Y créame que las tengo y ya no me importa ni el dolor. Múlteme agente, múlteme si lo cree conveniente, pero que sepa que jamás rodará una moneda por esta sanción, porque yo fallecí esta tarde en aquel café, justo en el instante en que ella dijo "se acabó".

Y es que Sucede Que Hoy aprendí lo absurdo de la ley...

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Amor En Otra Primavera

Las cajas aún por desembalar ocupaban el pasillo del pequeño apartamento de alquiler que me cobijaría el tiempo que durara mi estancia en París. Noviembre había entrado con ímpetu en la ciudad y sus calles habían tardado apenas un par de días en cubrirse de nieve, pintando un paisaje blanco que revestía de nuevos matices los rincones más famosos. Había llegado a París con la intención de empaparme de su rutina diaria y trasladara a mi próxima novela que transcurriría en aquella misma ciudad. Una historia de amor en la época de la revolución estudiantil de primavera, en la que dos jóvenes parisinos iniciaban una relación pasional después de que el protagonista se refugiara en casa de la joven durante una persecución policial contra los protestantes, una cerrada y convulsa noche de mayo. "Amor en otra primavera" iba a ser el título. Y como acostumbraba a hacer antes de comenzar cualquier novela, me desplacé hasta la ciudad en la que iba a tener lugar la trama, para conocer a fondo sus calles, sus gentes, sus costumbres... Así que alquilé una pequeña buhardilla en una calle tranquila de Montmartre, hasta que tuviese los datos suficientes para el libro y volviese a casa dispuesto a comenzar a escribir. Tal vez un mes, quizá dos, tres, tampoco mucho más. Jugaba con la ventaja de no ser la primera vez que visitaba París, por lo que los plazos de mi trabajo allí se acortaban. Tenía todo más o menos planeado en una rutina que me mantendría ocupado cuatro horas por la mañana y otras dos por la tarde. El resto del tiempo lo dedicaría a leer libros de historia sobre aquel mayo del 68 para nutrirme de diferentes versiones y curiosidades de la época. Y así pasaron dos meses al final, en los que escribí en mi cuaderno miles de anotaciones sobre la ciudad y su gente, para después recrearlo en la historia a la que comenzaría a dar forma nada más llegara a casa de nuevo. O eso creía hasta el día en que, de nuevo con las cajas, esta vez recién embaladas, ocupando el pasillo, comprendí que una historia de amor que ocurría en París, sólo podía escribirse respirando el aire parisino de Montmartre cada mañana. Hablé con la casera, desembalé de nuevo las cajas y las vacié, compré un paquete de folios y varios bolígrafos y comencé a dejar correr la tinta sobre el papel mientras por la ventana, no demasiado lejos, la escalera hacia el Sacre Coeur se elevaba repleta de parejas fotografiando su amor en uno de los lugares más bonitos del planeta.

Y es que Sucede Que Hoy imaginé París nevado...

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Una Noche Así Contigo

Se puede ver toda la ciudad desde aquí -dijiste mientras sostenías la cortina y mirabas impresionada a través del enorme ventanal de aquella habitación de hotel en lo más alto del edificio. Y así era. Las avenidas repletas de farolas como diminutos puntos de luz a lo lejos, los edificios con algunas ventanas iluminadas, los grandes carteles publicitarios con luces de colores, los coches en todas direcciones, el avión del vuelo nocturno hacia un nuevo amanecer en otras fronteras luciendo destellos en sus alas e incluso la luz del viejo faro perdido entre los enormes edificios que ocupaban el primer plano. Escondida, todavía se podía apreciar a lo lejos la inmensidad del desierto. Había elegido aquella habitación especialmente para ti, porque siempre supe que si había algo con lo que disfrutabas, era con unas bonitas vistas que te entretuvieran descubriendo las curiosidades de la noche entre luces y sombras de cualquier rincón. Tan sólo unos minutos antes habíamos descorchado la segunda botella de champán francés que había subido expresamente el servicio de habitaciones. La primera había quedado en nada más que un elegante envase de vidrio, vacío, cuyo contenido había saciado nuestro paladar exquisito de aquella noche. Adoraba el sonido del tapón de corcho en el instante justo de salir disparado, porque la mayoría de las ocasiones significaba que existía algún motivo para celebrar. Mientras tú seguías mirando anonadada por la ventana, me dirigí al baño para preparar el jacuzzi con sales minerales y las mejores fragancias exóticas y dejé que se llenara con agua templada. Rellené las dos copas con el champán que acababa de descorchar y las dejé junto a la botella en la repisa de mármol blanco que nacía de un lateral del jacuzzi y llegaba hasta la pared. La siguiente copa la disfrutaríamos mientras nuestros cuerpos se sumergían en un baile subacuático de pasión y roce delicado. Salí del baño y cerré la puerta para que no escucharas el sonido de los chorros de agua y me acerqué hasta la ventana para rodearte con mis brazos y contemplar contigo la preciosa panorámica de la ciudad iluminada. Te besé en silencio en la nuca y fui deslizando mis labios por tu cuello al tiempo que mis manos subían lentamente por tu espalda hasta los hombros y te quitaban suavemente los tirantes del vestido. Eterna y desnuda de espaldas a mí, me recordaste a una rosa tierna con los pétalos recién abiertos por la primavera y, dándote la vuelta por la cintura, rocé tus labios con los míos y nos enraizamos con un apasionado beso que nos llevó sin separarnos hasta el baño. Allí brindamos por nuestro amor con los brazos entrelazados y nos entregamos a la noche entre espumas aromáticas, brindis y dos pieles encendidas con la viva llama de la pasión.

Y es que Sucede Que Hoy una noche así contigo...

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Serás Artista

Llegará un día, hijo, en el que aprenderás a apreciar la belleza en el arte. No sabrás cómo ni porqué, pero sentirás en el pecho la necesidad fogosa de tomar un libro entre las manos, de pararte a contemplar un cuadro y perderte entre sus formas y colores, o me pedirás que te preste uno de mis viejos vinilos de música clásica. Escribirás poemas de amor con el trazo suave y delicado de la pluma deslizándose sola por el papel, bocetarás las imágenes del sueño de la última noche y aprenderás a tocar de oído algún instrumento. Nada artístico te será ajeno. Convivirás con la armonía de las horas lentas, pero provechosas, derrocharás talento en cada paso que des y hasta creerás en el poder de las palabras. Comprenderás que es más rico aquel con veinte mil libros en sus anaqueles, que el de veinte mil monedas en sus bolsillos. Disfrutarás con el juego de sílabas y sonidos retorcidos, te regocijarás entre las pinceladas sueltas de un Van Gogh y observarás cómo se abre tu alma al entrar en sintonía con la representación de una partitura. Creerás estar tocando el cielo con tus dedos. Apreciarás los viejos volúmenes firmados por su autor que guardamos en la biblioteca. Me rogarás con ansia que te ceda alguna de mis viejas joyas. Te dejarás seducir por la dulce poesía. Y quiero que sepas ya que todo lo mío es tuyo, pequeño. Que el arte es de todos y de nadie. Al igual que no seré yo quien elija por ti entre la pluma, el piano o violín, el pincel o el cincel en tu próximo primer cumpleaños. Pero veo en tus ojos la llama del arte comenzar a arder. Aprecio en tu aura el color de la genialidad. Intuyo en tu llanto la pasión por la belleza. Serás artista, hijo mío, serás un gran artista.

Y es que Sucede Que Hoy la firma de un grande fue suficiente...

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Soneto Con Sabor A Ti

Caía la tarde y pasaba lenta sobre las copas de los olmos del parque, mientras la poesía de Neruda se desvanecía entre mis manos, copando mi mente de melodía y arte. Las palabras se sucedían como notas musicales y viajaban desde los ojos hasta lo más profundo del alma dejando huella allá por donde pasaban. De vez en cuando el sonido de los pájaros me hacía levantar la vista mientras los últimos versos todavía resonaban. La fuente cantaba a lo lejos y los pasos perdidos de algún desconocido arrastraban la arena con su crepitar calmado y áspero. Agotaba las palabras dándole forma en el poco cielo que se abría sobre mi cabeza rodeada de un verde frondoso y fresco entregado al sensual baile del viento. Entonces cerraba los ojos, inspiraba profundamente y me dejaba empapar por la musicalidad de las rimas asonantes. Y mientras leía versos y palabras de amor, olvidé las de desamor y dolor, impregnando mis sentidos con el dulce aroma de un papel que supuraba ternura, romanticismo y calor por sus poros. Cada estrofa, cada rima, cada verso me acercaba más a ti. La poesía se apoderaba de mi alma en la misma medida en que tu recuerdo lo hacía de mi mente con imágenes y gestos tuyos. Sonrisas, palabras, flashes de tu voz retumbando en el fondo de mi pecho. Leer a Neruda me hacía creer de nuevo en el amor y desde hacía días esa palabra iba unida a tu nombre.Por momentos quise abandonarlo todo y dedicarme sólo a la apasionante y ardua tarea de hacerte feliz. Dejar mis estudios, mis pasiones, mi casa y mi vida, para dedicar todo mi tiempo a doctorarme en tus placeres. Y busqué la manera de decir te quiero a través de la mirada, evitando las palabras. Porque hasta entonces todo lo más que compartíamos eran eso; fugaces y esquivas miradas de parte a parte cargadas de sentido y sentimiento, de palabras mudas y silencios de pasiones contenidas. Y como el rayo que cae de pronto e ilumina la escena de una ciudad dormida, un soneto me trajo la manera de expresar que en los días eres dueña de mis ojos y en las noches haces tuyo el reino de mis sueños. "Ya eres mía", comenzaba el poema, para concluir diciendo "y ya no soy sin ti sino sólo tu sueño".

Y es que Sucede Que Hoy poesía fuiste tú en mi memoria...

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Mirada Al Pasado Desde El Futuro

Un regalo en forma de canción me transporta hacia el futuro incierto de los días en mi porvenir. Entonces miro a mi alrededor y muchas cosas han cambiado en relación al ayer. Gente que hubo y ya no está; otros que aparecieron un día sin llamar; otros que siguen sin necesidad de preguntar y hasta algunos que se fueron y volvieron por la puerta de atrás. Otra ciudad amanece rayando el cielo que se deja ver a través del cristal de mi habitación y a mi lado, todavía perdida en los mundos más íntimos de su subconsciente, duerme tranquila quien comparte cama y vida conmigo desde hace años. El periódico de la mañana también ha cambiado respecto a como solía ser tiempo atrás; nada de noticias trágicas, nada de guerras, de delitos, de sucesos negativos. En su lugar páginas y más páginas dedicadas a la cultura, a las bondades del nuevo tiempo, a la felicidad de la sociedad o al crecimiento integral de las personas en su dimensión más espiritual. Lo leo mientras una especie de electrodoméstico moderno me prepara un suculento desayuno a la carta. Por los altavoces ocultos de la casa me acompaña el hilo musical con las canciones que tal día como aquel escuché a lo largo de mi vida y entre todas ellas destaca una. Una melodía que me lleva en volandas hasta el año dos mil siete, cuando todavía el mundo no era lo que hoy, cuando quienes luchaban por conseguir todo lo que hoy se presume como natural eran tildados de locos, o cuando hablar de nuevo orden constituía tema tabú. Y realmente no hace tanto de aquello, han pasado algunos años, pero es cierto que el salto cualitativo se produjo de repente. Bien podría haber sido ayer mismo un día cualquiera de aquella época y haber amanecido hoy así, totalmente renovados. Como si en el transcurso de la noche, silencioso, el mundo hubiese decidido cambiar para bien mientras la ciudad dormía. Truman, mi perro, se despereza ante mí y viene a darme los buenos días pasando entre mis piernas como de costumbre. Hay cosas que nunca cambian. Un nuevo día de trabajo me espera. Serán sólo cinco horas las que me separarán de ti que ahora duermes ajena a mi partida. Un beso suave y cuidadoso en la mejilla me aporta la energía necesaria para separarme de ti ese tiempo y esperar con ganas el regreso a la hora de comer para recibir entonces tu respuesta. Ahora ni te inmutas, ni una sola mueca, aunque sé que al mismo tiempo que te lo estoy dando, en tus sueños nos estamos besando. Ni siquiera el ruido de la ducha ha perturbado tu descanso. Nunca lo hace, nunca lo ha hecho. Cojo el maletín con el ordenador y salgo caminando en dirección al centro de la ciudad, flanqueado por enormes rascacielos. Apenas diez minutos me separan de la oficina. Pero diez minutos pueden ser demasiados si la canción que te persigue parece repetirte siempre la misma estrofa. Tarareo la letra de la canción que me había acompañado en el desayuno y de entre todas las cosas que dice, una resuena con más fuerza en mi interior: "Todavía no lo entiendo... Cómo fue tanto tiempo sin poderte tocar..." Ahora hace sólo minutos que no te toco, pero ya te echo de menos. Y pensar que hubo un día que moría sólo por poder rozarte...

Y es que Sucede Que Hoy me pregunto como pude...

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A Un Centímetro De Tu Aura

Hasta hoy siempre había existido una barrera invisible que me mantenía alejado de ti a una distancia aproximada de diez o quince metros. Pero hoy todo ha sido diferente. Tal vez la alineación extraña y particular de los astros, la posición del sol, el peso del aire o la gracia divina, ha querido que hoy todo se conjugara en un mismo tono para que al fin esa distancia desapareciera entre los dos. Recorría desganado el pasillo que me separaba del lugar al que quería llegar, tratando de poner de nuevo en orden mi cabeza después de que al mirarte sólo minutos antes desde lejos, mis pensamientos se hubiesen esparcido y perdieran todo el aparente sentido. Después de aquel primer y fugaz encuentro al otro lado de la mencionada barrera invisible, yo ya había quedado satisfecho un día más por el contacto visual privilegiado al que me exponía cada día a la salida de las clases, dispuesto a encontrarte de nuevo. Y el vaivén de las horas muertas quiso que en aquel preciso instante en el que yo pasaba por allí, tú aparecieses de pronto como si hubieses estado esperando al momento justo espiando asomando un ojo por la esquina. Desgraciadamente no hubo choque, pero en mi cabeza se reprodujo una escena paralela en la que sí que se provocaba ese encontronazo, tiraba todos tus apuntes al suelo y me agachaba a recogerlos contigo. A veces en mi mente se recrean las escenas como en películas aún sabiendo que lo nuestro sería más bonito que en la ficción. Así que, sin esperarlo, torciste aquella esquina y apareciste de la nada mirando directamente a mis ojos. Unos ojos que reaccionaron entornándose no sé si por la sorpresa o por la luz que irradia tu presencia cuando entra en contacto con mi aura. Poco a poco se recortaba la distancia que nos separaba y la barrera se licuaba convirtiéndose en una inofensiva gota de sudor frío que resbaló por mi frente y cayó en picado hasta el suelo. Tus pasos y los míos avanzaban en dirección opuesta acercando el momento en el que nuestros hombros pasarían casi rozándose por aquel estrecho pasillo y nuestra mirada se congelara en las pupilas del otro. Y así fue. Después de poco más de cuatro o cinco segundos eternos que nos tomó recorrer el espacio que nos separaba, por fin se produjo el intercambio de suspiros ahogados en tus labios mordidos por la tentación. Ahora, oculto en la oscuridad de la noche, sentado en mi habitación, recuerdo el encuentro y no soy capaz de saber cómo ocurrió todo en aquel efímero lapso que duró. Sólo sé que el tiempo pareció suspenderse como en una dimensión paralela y de nuevo mi visión cinematográfica me regaló un travelling circular alrededor de nosotros a cámara lenta, mostrándome los detalles de la escena, como si de una película se tratase. Así admiré cada centímetro de tu belleza rebosante en cuerpo y rostro, atravesé tu mirada con la mía hasta apreciar tu alma a través de tu iris, respiré el soplo que escapó de tu boca y de tu pecho y resucité de mi particular muerte de sentimientos marchitos y sueños rotos. Pero cuando más a gusto me sentía en aquel fotograma detenido, la realidad recuperó su ritmo y disimulada me seguiste con tus ojos sin llegar a girar el cuello. Y así, sin ser consciente de la contemplación exhaustiva a la que te había sometido en aquel fugaz segundo, renovaste mi espíritu con aromas de ojalás.

Y es que Sucede Que Hoy te tuvo a sólo un centímetro y suspiré...

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