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A Una Pasión Creciente

Quiero cantar al amor con la ceguera del enamorado.
Quiero cantar a la justicia con la voz de quienes gritan desde abajo.
Quiero cantar a la vida con la lírica del poeta.
Quiero cantar al olvido con la venganza del que ha vivido y no recuerda.
Quiero cantar a la tierra con la visión del viajero.
Quiero cantar al mar con la pasión del marinero.
Quiero cantar a las formas con el tacto del escultor.
Quiero cantar a la belleza con la sutileza del pintor.
Quiero cantar a la libertad con la entrega del reo absuelto.
Quiero cantar a la paz con la garra de quien va a ser devuelto.
Quiero cantar a la cordura con la genialidad del más ido.
Quiero cantar a la verdad con la tristeza de quien mintiendo ha sufrido.

Pero por hoy me conformo con cantar a tu recuerdo,
con el desgarro de quien enjuga unas lágrimas
con sabor a sal, desamor y corazón enfermo.


Y es que Sucede Que Hoy mi letra inmadura quiere dar el paso...

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Días de Estrés Sublime

Corren tiempos difíciles, repletos de adversidades, de tareas inconclusas, de proyectos faraónicos, de agobios y prisas por recorrer antes y mejor que nadie el camino. Tiempos de velocidad vertiginosa y nervios a flor de piel, de susceptibilidad elevada y sublime nivel de estrés. Los párpados pesan más de lo normal, la piel quema, el alma gravita dispersa, el corazón late demasiado deprisa y las horas pasan sin avisar de su fugacidad. El mundo gira con excesiva celeridad.
Los días se estiran y sin embargo, por más que haces, siempre tienes algo pendiente esperando encima de la mesa. No hay fin, nada es consumible. En medio de tanta agitación, llego a casa, suelto los pesos que me llevan acompañando todo el día, trato de soltar también las responsabilidades y las tareas pendientes, pero éstas permanecen pegadas a conciencia en mi piel. Me agito insistentemente y sigo sin encontrar la manera de quitarme esos diez o doce kilos de obligaciones que comienzan a asfixiarme. Me tumbó en la cama, inspiro profundamente, expulso con suavidad el aire tratando de que se marchen con él la angustia y los nervios, pero resulta igual de ineficaz. Así que, harto de no encontrar la manera de liberar tensiones, me dirijo al baño, lleno la pila y me dispongo a ahogar mi enojo en gárgaras y gritos silenciados bajo el agua fría. Burbujas rellenas de negatividad ascienden hasta la superficie y se pierden en la nada al chocar con el aire exterior. Ojalá toda esa carga pesimista que ahora parece indefensa al desvanecerse hiciera lo propio en el interior del cuerpo, pero parece que allí domina el terreno y se desvive en el afán de no ceder y hurgar en la llaga. Levanto el rostro chorreante de agua y rabia y me miro fijamente en el espejo hasta olvidar la propia identidad y perder la noción del individuo que se conoce y se observa cada día. El ente que aparece al otro lado del cristal no es el mismo que solía hacerlo. Sus ojos parecen apagados, tristes, perdidos. Su mirada se ha vuelto tenue y gris, ha perdido el color y la vivacidad de antaño, ahora sólo reclama descanso.
Suerte que pronto esas mismas retinas que ahora muestran su lado más melancólico y trasnochado, podrán gozar de mil y una maravillas repartidas por Europa, mientras se convierten en intermediarias entre la belleza del paisaje y mi percepción. Sólo entonces recuperarán todas las cualidades que hasta hace poco le caracterizaban y que ahora yacen olvidadas en un rincón frío y olvidado de la cama.

Y es que Sucede Que Hoy el estrés acaba mermando la salud...

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Estabas Sin Estar

Desperté sobresaltado de un sueño que me trajo tu presencia tan real como los días de primavera a tu lado en el parque. Una imagen cercana y verosímil de tu rostro a escasos centímetros del mío. Parecías asustada y la mueca que se dibujó en tu cara resultó ser más temerosa que la mía propia. Supongo que te asustaste más que yo debido a mi sobresalto. Entiéndeme, no te esperaba, incluso hacía meses que ya no soñaba contigo. El caso es que entre la arritmia que me provocaste y el espanto inevitable de verte tan próxima, me desperté de golpe y también de golpe me incorporé. Pero cuál fue mi sorpresa cuando, una vez despierto y con los ojos de par en par en par -juraría que ya en la más real de las realidades-, continué observándote en el mismo lugar, inmóvil, sentada a los pies de mi cama con una mirada complaciente y una sonrisa cariñosa como de quien lleva horas en silencio analizando cada milímetro de piel del que duerme. En esa segunda ocasión, el asombro venció al miedo y, casi esperando que poco a poco te evaporaras, traté de convencerme de que no eras más que una burla de mi mente o mi retina, cuando de pronto me guiñaste un ojo. En aquel instante, debido a la estupefacción, mi estado mudó a otro más inanimado que el tuyo e incapaz siquiera de pestañear traté de tocarte en vano. Como si mi cuerpo fuese de mármol y a mi creador se le hubiese olvidado esculpir los músculos en mi interior, me resultó imposible llegar a moverme. No sé que clase de embrujo o malas artes empleaste para aquello, pero lo que descubrí al momento fue que tus ojos brillaban más de lo normal en la oscuridad de la noche y tu respiración, ausente, quedó olvidada en un rincón. Desechada la idea de tu irrealidad, pensé entonces en el hecho de que eras el espectro de tu espíritu, bajo la forma del último día de vida, bella y sonriente como siempre te recordé, pero fue suficiente que apoyaras tu mano en mi pierna estirada para excluir también aquella idea. Las alternativas para dar explicación a la escena comenzaban a escasear y mis dudas en contra eran cada vez mayores. Y justo en el momento en que una nueva posibilidad tomaba forma en mi mente, sin darme tiempo a reaccionar, te acercaste poco a poco, me miraste fijamente a los ojos y soplaste suavemente en mi cuello para desaparecer después en la nada. No di crédito. Te marchaste de la misma manera en que llegaste; sigilosa, sospechosa, mágica, etérea, gaseosa. El resto de noche la pasé en vela hasta dar la bienvenida a los primeros rayos de sol de la mañana y adelantar mi grito de dolor al del gallo.

Y es que Sucede Que Hoy estabas sin estar en mi cama...

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El Paraíso En Tu Boca

...Y después de años y años buscando un instante perfecto, una belleza perdida, un paisaje soñado, un momento de gloria, un relámpago dorado, una escena divina, un segundo eterno, un soplo exquisito, una imagen ideal, un delirio celestial, un susurro cándido, una estampa preciosa, un rincón solitario, una tierra prometida, un regalo sensorial, un descuido supraterrenal...
Entonces y sólo entonces, abatido por la búsqueda sin premio de un lugar donde perderme, encontré la respuesta y con ella la calma que habría de permitir el descanso de mis dudas. Cuando ya había desistido en la búsqueda, cuando el desánimo había asediado por completo la fortaleza de barro de mi corazón, encontré el paraíso en un beso lento, en un atardecer, a la orilla de una playa virgen en mitad de una isla de sensaciones prohibidas. Cálido, intenso, dulce y apasionado, bajo rayos de sol matizando una extensa gama de dorados reflejados en sus pieles. Un contacto entre dos cuerpos enlazados por unos labios entregados al retozo venido a realidad, en un juego pasional de no sólo intercambio salival; de ardores compartidos e ilusiones frente al mar; de ternura regalada y devoción contractual; de la entrega de dos locos que, por locos, de amor loco desatado enloquecerán.

Y es que Sucede Que Hoy recordé tus besos en la arena...

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Camino De Vuelta A Ti

Anoche te escribí una carta con jirones de mi piel como soporte y recuerdos anegados de nostalgia como tinta que manchaba dando forma a cada letra. Fueron pocas las palabras, pero miles las memorias que trazaron en mi mente los bosquejos de un amor roto en pena y llanto, como las hojas descosidas de las ramas en aquellos tiempos de felicidad caduca. Era gris otoño, gris sonrisa, gris mirada, negro día. Un descuido como burda excusa encubridora de un corazón caído en desidia. Continué escribiendo.
Cada frase era el resultado de una multiplicación de evocaciones, maquilladas por la labor de una memoria selectiva, de las que extraía más sonrisas que muecas tintadas de pena. Tracé con esmero descripciones ostentosas con vivencias retomadas por instantes en mi mente. Deslicé la pluma con sigilo en un baile de recuerdos transformados en un trazo fino y cuidado, en el que sólo tu nombre gozaba del privilegio de coronarse mayúsculo entre los demás. -Qué bonito es tu nombre sea escrito o pronunciado; qué sutil en sus formas; qué divino en su esencia.
Y mientras completaba aquella esquela -tan esquela por breve, como por reveladora de una muerte (se ahogó el amor)- recordé que hacía mucho tiempo, cuando los días se pintaban del carmín de tus labios, cuando la inocencia del primer amor invadía nuestros pechos, escondí en uno de tus cajones -el que más tarde sería el cajón de las ilusiones aciagas- un papel doblado con prisas ante el sonido cercano de tus pasos. En la cara vista de aquel pliego rezaba una breve indicación de uso, una suerte de norma básica a modo de manual:
Desdóblalo sólo cuando sientas tu alma reclamando mi presencia de nuevo.
Dentro, oculto por las arrugas, había dibujado un mapa sin leyenda, en el que se explicaba dónde encontrarme, hubiese llovido una o un millón de veces desde el preciso instante en que decidí esconder aquello en el fondo del cajón de tu mesita de noche. Justo en el momento en que sellé aquel mensaje en el tiempo, encerrado en tu cajón, apareciste sonriendo por la puerta de la habitación y despacio, sin apartar tu mirada de la mía, me besaste recostándome en la cama, mientras tus brazos rodeaban mi cuerpo.
Jamás volví a recordar la existencia de aquel mísero papel escondido, hasta que anoche lo rescaté del olvido mientras lo plasmaba en la carta. Entonces fui consciente de que el misterio quedaba desvelado en ella y que, de abrir el sobre, pasarías a ser conocedora del secreto. Y alentado por la idea de que tal vez estuvieses buscando la manera de encontrarme de nuevo, pensé que aquella carta podría convertirse en el mejor modo de hallar la respuesta. Firmé sin despedirme -como jamás hice contigo-, cerré el sobre y salí sin tiempo que perder encaminado a tu buzón.

Y es que Sucede Que Hoy quiero que sepas que...

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Un Reencuentro Inesperado

Una brisa a lo lejos limpia el polvo que te envuelve en mi memoria y desnuda con soberbia tu presencia entre el gentío. El sonido de tus pasos deslizando por un suelo que no olvida nuestras huellas me recuerda tu manera de caminar, mientras observo desde la barrera escondido, oculto detrás del temor de mis dudas, la destreza con la que mueves tu figura en una línea recta perfectamente trazada que, o bien se desvía, o acabará por traspasarme, pues me encuentro en plena trayectoria. Pero no cambias tu curso, no viras el rumbo y terminas por atravesar mi pecho de la misma forma dolorosa con la que tus lanzas lo hicieron tiempo atrás. No me atrevo ni a mirarte. Disimulo cabizbajo y me pierdo conversando con quien, ajeno a mi desatención, se dilata en su discurso sobre billetes de tren y no sé qué países de Europa. Lo siento, no escucho. Sólo alcanzo a controlar mis impulsos que, cada vez más, se tornan indomables cuanta menor distancia existe de su cuerpo al mío -de tu corazón al mío. Ya son sólo cinco pasos los que se abren entre los dos. Ahora cuatro. Ahora tres. Ya son dos. Sólo uno. "Hola". Mis oídos buscan en el archivo de la memoria el registro de tu voz, hasta hallarlo justo al lado de la imagen de un diccionario abierto por la letra "D" de dolor. Entonces me vienen cientos de recuerdos, de palabras y susurros melodiosos suscitados por esa misma voz, de promesas infundadas que en su momento sonaban a verdad, de tequieros y afectos naufragados en el mar de la soledad. Diálogo absurdo y sin embargo pleno, eterno, perenne, asfixiado. Tres segundos de intercambio de palabras y otros mil de intercambio de silencios y miradas. Miradas fugaces, esquivas, taciturnas, insaciables. Miradas todas que se pierden en la nada a excepción de una, la que torpemente se entrecruza con mis ojos despistados trazando un atisbo sigiloso. Sólo una entre infinito. Sólo una que me sabe a ese infinito. Y a lo lejos, sin perderte, te percibo deslumbrante en tu mudez. Luego, entre la gente, desespero en el intento de buscarte a cada paso, de seguir tus movimientos y observar todo tu encanto, de no atinar con las saetas que te lanzo con descaro. Y en un momento inesperado, con la sensación de que todo a mi alrededor discurre a cámara lenta, me conquistas con un giro, media vuelta -sonriente, melena al viento, ojos risueños-, mientras robo con astucia un beso de tus labios desde la distancia.

Y es que Sucede Que Hoy la vida quiso devolverme tu presencia...

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Tiempo al Tiempo

"No, no, tranquilo. No tienes que preocuparte de nada. Simplemente fluye. Déjate llevar. Que el tiempo haga su trabajo y mientras tú dedícate sólo a ser. No busques, no ansíes, no corras. Todo llega. Las respuestas se abalanzarán un día sin más, cuando no lo esperes, cuando estés pensando en todo menos en eso. Los porqué se disiparán y la luz aclarará tus dudas. Una luz blanca y potente, brillante, deslumbrante, penetrante... Tú simplemente continúa con tu vida como hasta ahora; diviértete, disfruta, goza de todos los placeres, pero al mismo tiempo sé consciente de todo. No olvides quién eres, no obvies tu historia. Pronto comenzarás a ver que cada día más gente te rodea y se va creando un círculo. Cada día más sentirás que se acerca el momento, pero sigue caminando paso a paso, sin correr, sin tratar de adelantarte al tiempo. Todo tiene su momento y no sufras, que sabrás perfectamente cuándo es el tuyo. Si te come la curiosidad siéntate a escucharte, reflexiona, respira, vive, siente, pero no busques las respuestas en el aire desesperadamente. También éstas pasarán poco a poco por tus oídos. Sólo cuando logres dominar tus prisas, el silbido del viento revelará tus verdades. Sólo cuando seas verdadero dueño de tu cuerpo conocerás las respuestas a las dudas que hace tanto te corroen. Tiempo, hijo, tiempo, tiempo, tiempo, tiempo..."
En aquel instante la voz del anciano se fue apagando hasta permanecer en absoluto silencio; absoluto y eterno silencio. Recostado en mis brazos, ojos cerrados, cuello girado, sonrisa en los labios.

Y es que Sucede Que Hoy volví a escuchar la voz llamándome...

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Se Fue Con La Lluvia

Se fue con la lluvia ya olvidada entre resbalones y tropiezos provocados por los charcos en su corazón y en las hojas que ocupaban su escritorio, debajo justo de sus ojos. Se fue y no se despidió, como tampoco lo hizo el sol en su última jornada laboral, sin avisar de su descanso, sin advertir de su retiro, de su tregua indefinida.

Se fue con el viento agitador de hojas y recuerdos, de sentimientos y de dudas que quedan despeinadas a su paso. Se fue y ni siquiera sabía adónde iba a llegar, empujada por la fuerza invisible de un aire removido con la furia de los infortunios, a merced de los cuales había quedado abocada por los bandazos incontrolables que azotaban sus noches de desvelo.

Se fue con los truenos y relámpagos deslumbrantes, como las palabras que leyó dañando sus ojos, rasgando sus pupilas con vocablos afilados. Se fue y no dijo por cuánto tiempo, de la misma manera en que el sentimiento del amor voló libre sin dejar escrita la fecha de regreso a un corazón deshabitado.

Y se volvió a marchar con la lluvia, madre renovadora e inhibidora de impurezas, con el paso uniforme de las gotas por mis manos y mi cara; unas manos que resbalan y no pueden apretar y una cara que fuerza el gesto incapaz de mantener la figura natural, ante el continuo patinar de migajas de cristal líquido. Una lluvia que relame la tristeza a su paso y se lleva tras de sí las partículas de un sentimiento roto que se desliza desde el pecho hasta los pies, para continuar su viaje hacia la nada movido por la corriente. Un aguacero de paz y sosiego, que si bien mojando y calando hondo, armoniza un alma turbada por el desasosiego de la atadura asfixiante y el silencio enmascarador.
Se fue, como se va el invierno: silencioso, amargo, solitario, olvidado...
Y es que Sucede Que Hoy la lluvia enjuagó lo embrutecido...

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Un Torrente De Dudas

Cansado del ruido sórdido y alborotado de la ciudad en hora punta, en ese instante en que el bullicio de las calles se torna insoportable, decidí sacar la vieja y olvidada bicicleta para acercarme a las afueras y perderme durante apenas un par de horas en el bosque que quedaba a sólo diez kilómetros del último bloque de casas. Cada vez que me acercaba hasta allí, me preguntaba cómo era posible que a tan poca distancia la atmósfera que se respiraba fuese tan diferente a la de unos pasos más allá. Y siempre también me venía la misma respuesta: porque aquí todavía reina la naturaleza sobre el asfalto y no al contrario. Dejé la bicicleta apoyada en uno de los árboles cercanos al arroyo, me descalcé para sentir la tierra húmeda en mi piel y me acerqué a la orilla donde me agaché hasta ver mi rostro reflejado en el agua que fluía río abajo arrastrando piedras, hojas y dudas hasta el mar. Toqué con mis dedos el agua fresca y clara que llenaba de vida aquel paisaje y debido al contacto de mis yemas con la corriente interceptando su curso natural, el reflejo de mi faz se desdibujó sinuosamente como un cuadro impresionista. La luz del sol doraba la tierra y nutría a las flores espléndidas en su función clorofílica, que se traducía en aquellos tallos de un verde intenso y en la sonrisa de las hojas que mostraban sus mejores galas ante su adorado superior. Allí, tan alejado del mundo como próximo a él, me perdí en divagaciones mientras contemplaba la realidad a través del espejo en constante devenir que se abría ante mí. Y pensé entonces dónde viajaban los besos que nunca se atrevieron a salir de mi boca; dónde quedaban los sueños que olvidaba al despertar; dónde volaban las palabras que jamás llegué a pronunciar; dónde se resguardaban las vivencias que perdí por no elegir luchar; dónde brillaban entonces los ojos que un día decidí dejar de mirar; dónde escucharían las suaves melodías que hace tanto que dejaron de sonar; dónde se guardaban los recuerdos que en silencio opté por olvidar; dónde irían las caricias que marcharon al pasar; o dónde quedó la magia de la noche esfumada con el alba al despertar.

Y es que Sucede Que Hoy quise saber hasta el color del viento...

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A Través De La Cortina

Asomado en la ventana, con la nariz casi pegada al cristal, observaba cómo una pareja discutía acaloradamente en la acera de la calle sin nombre a la que daba mi habitación de hotel. Era tarde para mí, pronto para un grupo de jóvenes alegres que volvían después de una noche de juerga, pero el hecho de no tener mi almohada y mi colchón, acrecentaba el insomnio ya dado por la diferencia horaria y la excitación de encontrarme al fin en aquella ciudad.

El uno, apoyado en una diminuta pared entre dos persianas de comercios ahora cerrados, encajaba cabizbajo los reveses que desde sólo a un paso de distancia la otra le lanzaba gesticulando desmesuradamente. Desconocía los motivos, pero a falta de sueño y en un momento como aquel, me parecía el espectáculo más digno de ser presenciado. Deslicé cuidadosamente la hoja de la ventana por las guías tratando de no llamar su atención y, agazapado detrás de la cortina, acomodé mi posición para escuchar atento la conversación. Fue entonces cuando, entornando los ojos y ladeando la cara para no interferir en el trayecto de las ondas en su camino directo a mi oído, pude escuchar la voz de aquella chica que decía sin piedad que no había marcha atrás. Que lo había intentado de veras, pero no encontraba otra salida más que la del tiempo y la distancia, aun sabiendo que no actuaba de la mejor manera y que tal vez terminara por arrepentirse de haber pronunciado aquellas palabras. Entretanto, el chico se limitaba a mirar a los ojos de la hasta entonces pareja suya tratando de descifrar la verdad en unas pupilas que jamás antes habían conseguido mentirle, aun cuando los labios y la voz se desvivían por hacerlo. Parecía enmudecido por la situación, como si aquel momento le hubiese superado ya desde que lo pensó minutos antes de salir al encuentro oliéndose lo peor, como si la daga del desamor se le hubiese clavado en el mismo instante del saludo.
Ella no cesaba en su intento de convencer al joven de que no podía hacer nada, de que todo el agua del mar no cabía en una copa, mientras la única copa en la que él pensaba era en la que necesitaría para olvidar tanto dolor. En que el sol se podía apagar de un soplido, mientras él pensaba en qué soplido habría apagado la llama del amor que en su pecho ardió durante tanto tiempo y que, sin saber cómo ni porqué, ahora sólo dejaba cenizas ardientes.

Por un momento, mientras observaba la escena, volví tiempo atrás hasta reencarnarme en aquel que un día fui y que pasó por algo parecido. Reviví cada instante de aquel mal trago, con la sensatez del tiempo transcurrido desde entonces. Reinterpreté el papel que aquel día me tocó interpretar y me metí tanto en él, que hasta llegué a revivir todo lo que, en aquel preciso instante en que su voz sonaba con palabras puntiagudas, viví. Y fue entonces cuando me vi a mí mismo de pie, en la noche, apoyado en una pared entre dos persianas, cabizbajo, tratando de encajar los reveses que desde sólo a un paso de distancia ella me lanzaba gesticulando desmesuradamente. Y recordé que en una de aquellas, incapaz de asimilar el duro golpe, levanté la mirada al cielo reclamando piedad y clemencia y en el camino descendente de vuelta al encuentro con sus pupilas, mis ojos se cruzaron con los de un hombre que, asomado a la ventana de un hotel justo enfrente, observaba atento la escena a través de la cortina.

Y es que Sucede Que Hoy sentí que ya había estado allí...

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Conversando Con...

Volvía a casa después de una breve pero intensa noche de sonrisas y amistad conduciendo solo por una carretera desierta que facilitaba su trazo a mi paso como agradecimiento por pisar su asfalto tras horas de soledad. No recuerdo qué canción de qué cantante sonaba de fondo porque mi atención no estaba puesta en las notas que emanaban de los altavoces, sino más bien en una suerte de repaso de la noche y sus momentos, uno a uno, sellándolos en la memoria. Pero de pronto la música paró y, pese a que no estaba siendo objeto de mi interés, el silencio brusco alteró mi percepción y me alertó de la diferencia. Apreté una y mil veces todos los botones posibles en busca de una solución. Golpeé inútilmente la zona de alrededor en el salpicadero en uno de esos arrebatos de inocencia e ingenuidad que azotan de vez en cuando al ser humano y se piensa que unos golpecitos solucionan el problema. Pero no, al menos esta vez no ocurrió. El silencio llenó el habitáculo y ni siquiera el ruido del motor era perceptible. Tal vez fuera que yo mismo había perdido la audición, pero sin embargo algo me alejó de ese pensamiento. De pronto comencé a escuchar una voz suave, pausada y grave, que parecía provenir del mismísimo cielo negro que divisaba por la ventana. Una voz apenas audible que cada vez resonaba más clara. Me asusté, lo reconozco, pero por otro lado me sentí aliviado al saber que no eran mis oídos los que no funcionaban, sino una especie de fenómeno paranormal que paralizó cualquier entrada de sonido al interior del vehículo. Un poquito más cerca, un poquito más cerca. Comenzaba a desentrañar el significado de algunas palabras. Y otro poco más, hasta que la voz sonó clara y cercana. Miré a mi lado por comprobar si realmente viajaba solo y miré por el retrovisor en busca de algo o alguien dueño de aquella voz. Nada. Nada más que soledad y restos de presencias dejadas atrás minutos antes. Por un momento traté de justificar aquello con el hecho de que al haber estado ocupado hacía apenas instantes, el eco de las últimas palabras del último ocupante resonaban como recién encontrada la salida después de varios minutos perdidas en el silencio. No fue suficiente con eso; ni siquiera fue creíble. Así que revisé milímetro a milímetro el interior del coche sin observar ninguna anomalía hasta que, por fin, la voz dijo alto y claro: "Justo delante de tí, sobre el salpicadero y bajo la luna estoy". Justo delante de mí...bien. Sobre el salpicadero y bajo de la luna...¡ah! La luna de cristal. Pues entonces está claro; aquella voz provenía de una miniatura de chimpancé de caucho que me regalaron una vez -ahora mismo no recuerdo si incluso fue autorregalo- y que parecía haber cobrado vida. Una vez pasado el miedo y en un intento de normalizar una situación tan anómala, conversé con la figura hasta el momento en el que me dejó petrificado: cuando aquella figurita de goma se dirigió a mí mirándome a los ojos diciéndome que prefería viajar acompañado con una persona en el asiento de al lado -a poder ser fémina y de buen ver, según sus palabras- porque así él disfrutaba del viaje mucho más que cuando lo hacía solo. Fue sorprendente conducir mientras conversaba con un chimpancé diminuto que hasta aquel momento intuía sin vida propia. No supe qué contestar y, de pronto, aprovechando un despiste mío mientras observaba atento el cruce de un gato por la carretera, noté la presencia de alguien a mi derecha como por arte de magia. Giré la cabeza bruscamente ante la extraña sensación y, como si se tratase de un cuento de fantasía o ciencia ficción, el asiento de copiloto estaba ocupado y por más que lo intentara variar, al parecer el lugar de destino de la noche ya estaba establecido. Solté el volante, me relajé mientras trataba de asimilar lo vivido en los últimos instantes y la fuerza del deseo se encargó de conducir el coche hasta el lugar indicado. Con un guiño en el ojo y una sonrisa de lo más pícara, el pequeño chimpancé de goma recobró su forma original y volvió a su estado de quietud y hieratismo que hasta entonces le había caracterizado.

Y es que Sucede Que Hoy mantuve una conversación extraña...

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Llamada De Socorro

Desvanecía el sol en su intento de alargar el día, en aquella tarde en que la vida de una persona desconocida pudo cambiar si el curso de una llamada inesperada hubiese sido otro diferente al que acaeció.

Andaba yo faenado en mi labor de meticuloso control -y autocontrol-, acompañando con sonrisas forzadas la bienvenida de los invitados, en medio de una multitud acalorada y perdida en el fervor de otra jornada sin trabajo, gozosos de su jubilación. Sólo las bandadas de palomas que alzaban el vuelo unidas ante cualquier sonido repentino y los voceríos varios de los presentes -la pérdida de capacidad auditiva es inevitable conforme uno le va restando años al futuro- alteraban la apaciguada calma vespertina. Y entre toda esa maraña de elementos y situaciones, ajena a otras realidades, mi mente desconocía por completo lo que podría estar ocurriéndole a una persona en cualquier parte del mundo, en un lugar sin nombre, en un rincón perdido, incluso a escasos metros tras mi espalda. Sin embargo uno nunca piensa que al otro lado de la pared puede haber alguien que sufre, que apenas dos manzana más allá puede acontecer un hecho fatal en cualquier momento, o que en un piso por debajo del tuyo vive alguien con una doble vida. El paso del tiempo -y el no paso del sufrimiento- ha creado en el ser humano una especie de mecanismo de defensa que le mantiene sumergido en una burbuja idílica, en la que el sufrimiento se cura con billetes de color y una dosis diaria de imágenes sin sentido en movimiento, detrás de una pantalla de cristal.

Escondido en su pequeño hogar de alquiler por unas horas y escasos veinte centímetros cuadrados de tela, el teléfono móvil aguardaba atento el momento en que unas ondas con su nombre rastrearan la zona para cazarlas de improviso y advertirme de que alguien preguntaba por mí. Y en una de esas batidas al parecer halló una llamada errante, sin destinatario ni receptor particular y, pese a que le tengo dicho que no trate con extraños, su carácter hospitalario le empujó a aceptarla. Su prefijo olía a norte, a mar, a una tierra donde tiempo atrás se pensaba que aguardaba el fin del mundo.
Una vibración constante sorprendió mi monotonía y extrañó a mi calma por la duración e insistencia que acompañaba a su tembloroso baile. Más molesto que intrigado descolgué sin contestar, tras comprobar que el número me resultaba desconocido. Y como si en aquel preciso instante el pánico y el sufrimiento se hubiesen disfrazado de voz femenina, fatigosa, al otro lado, escuché cómo sólo una pregunta llenó el espacio:
- ¿Quién eres?
A partir de ahí todo fue frío silencio interrumpido únicamente por la acelerada respiración de aquella joven. Jadeos asfixiantes y asfixiados que dibujaban una escena nada optimista porque uno, con el tiempo y la experiencia, aprende a diferenciar los resoplos del placer de los del miedo. Una voz rota que parecía pedir auxilio a más de mil kilómetros de distancia. Una llamada de socorro que no dejaba lugar ni para averiguar las causas. Unas ondas que se cruzaron en mi camino y a las que no hubiese querido captar, por no sentir tal grado de impotencia provocada por la inadvertencia y desinformación. Una respiración alterada que todavía me visita en los momentos previos al sueño, no sé si como agradecimiento por escuchar aquella simple pregunta o reclamando la ayuda que en su momento no le pude prestar.

Y es que Sucede Que Hoy recordé aquella llamada...

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Fuiste Tú, Que No Fui Yo.

¿Quién le robó la sonrisa a la luna y la dejó sin voz?
¿Quién vistió de alegría los días y de tinieblas mi corazón?
¿Quién pintó miradas en la arena y reflejos bajo el sol?
¿Quién soñó con la penumbra, con el fuego y el dolor?
¿Quién enmudeció la música de la canción que tu alma nunca escuchó?
¿Quién recitó versos a tu oído que de aquella voz se enamoró?
¿Quién jugó a hacerte daño y a acabar con tu pudor?
¿Quién silencia tus verdades y te roba la pasión?
¿Quién mandó callar mi boca cuando el viento susurró?
¿Quién cerró aquel día mis ojos mientras tu paseabas de la mano del traidor?
¿Quién tapó con sus manos mis oídos cuando tu dijiste se acabó?

¿Y quién robó mi sueño, que entre vueltas y lamentos, entre gritos y arrepentimientos, pasa el tiempo y yo sigo muriendo a cada instante que despierto?

Y es que Sucede Que Hoy no encuentro respuestas...

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Culpable: La Masa

¿Por qué el ser humano se olvida tan a menudo precisamente de eso, del hecho de ser humano? Hay ocasiones en las que se pierde el sentido común, se pierde el norte y la gente acaba cegándose de tanto mirar de cerca su ombligo. Por momentos, el egoísmo acapara la totalidad de la mente y, como de vuelta a un estado de barbarie, las personas dejan de ser merecedoras de tal mérito. Se tornan fieras, animales desbocados, rabiosos, enfurecidos, obcecados con la idea de aumentar su ego al precio que sea. Tirones, empujones, malos gestos, palabras necias, gritos desmesurados, peticiones imposibles, reclamación de derechos propios por encima de todo, a la par que olvido de obligaciones propias por debajo del mismo todo. Llevar algo entre manos por más que aire sea revoluciona el ambiente y la masa se lanza a tus brazos a pedirte uno de esos que llevas ahí. ¡Qué digo! Discúlpenme, creo que acabo de emplear -y muy mal empleado- el verbo pedir. En realidad quería decir exigir o directamente robar a tirones sin dignarse siquiera a emplear la conocida técnica del despiste. Alguien dijo una vez que la masa es la culpable del cambio radical en la mente colectiva y en los comportamientos generales que se vuelven desconocidos. La masa es la responsable del sentimiento de estupidez con el que se visten las personas que por ella se ven acogidas, así como la principal causante de las formas rudas que se empeñan en mostrar dejando constancia a su paso. En el caso del ser humano, multitud es a barbarie lo que individualismo es a paz. Y es incluso doloroso reconocerlo y después comprobar que todos los momentos de tu vida son más bárbaros que pacíficos si atiendes a que en la mayoría de horas te encuentras rodeado de más gente. Sin embargo, nadie quiere la soledad como acompañante de viaje. Pero qué bien hubiese venido hoy una dosis, por pequeña que fuera, de individualismo, humildad y civismo en medio de tanta hormona alterada.

Y es que Sucede Que Hoy quise desaparecer por un momento...

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Hablar en Silencio

Para aquellos momentos en los que buscas la palabra exacta y no la encuentras. Cuando tratas de expresarte con claridad y los pensamientos se agolpan sin orden. Para esos instantes en los que dices A y mientras en tu pensamiento se dibuja B. Cuando el verbo no transcurre y no hay lugar para el adjetivo. Para esos días en los que por más que lo intentas no sacas nada en claro. Cuando en pro del entendimiento te pierdes en explicaciones absurdas. Para esas situaciones en las que la oratoria falla y el lenguaje se torna burdo. Cuando abres la boca, expulsas aire pero los sonidos no hacen nada por salir. Para esas ocasiones en las que el corazón es un nudo y la mente aprieta sin piedad. Cuando no sabes lo que ocurrirá y te empeñas en adelantarte a la verdad. Para esos lapsos en los que no sabes qué camino escoger ni qué dirección tomar. Cuando lo que se presenta ante ti es una decisión difícil de adoptar. Para esas oportunidades de sentarse a hablar en busca de poderse aclarar. Cuando por más que lo intentas no hay razones para argumentar. Para esos tiempos en los que dialogar se convierte en el arte de no dañar. Cuando buscas la manera de no herir y es difícil de encontrar. Para esas veces en las que quisieras que el tiempo pusiese todo en su lugar. Cuando sin embargo observas que hay cosas que mejor no alargar.

Una palabra furtiva,
un diálogo errante,
una frase esquiva,
un silencio parlante.

Una expresión huidiza,
un vocablo en vano,
una oración resbaladiza,
un final mundano.

Y es que Sucede Que Hoy por todo esto quisiera saber hablar en silencio...

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Polen Temprano, Primavera Muerta

Y sin saber la manera en que ocurrió ni el motivo por el que se produjo aquella transformación, una mañana como cualquier otra, con el mismo sol asomando en el horizonte, la misma brisa recién despierta y el mismo silencio matutino de cuando las calles y los coches aun duermen, Franz despertó convertido en mariposa. Grandes y delicadas alas de color blanco, diminuto cuerpo negro rematado en dos antenas y unos sentimientos y una profundidad psicológica que sin embargo poco tenían de insecto y demasiado de humano.

Tardó unos minutos en hacerse a la nueva situación, pero en ningún momento llegó a cuestionarse qué habría ocurrido la noche anterior para que, en apenas cinco horas de inconsciencia, su cuerpo hubiese experimentado tal metamorfosis. Y no lo hizo porque Franz era de los que pensaba que los cambios en la vida se producen sin previo aviso -como la visita de la guadaña las más de las veces- y el único remedio que queda para el hombre es el de aceptar su destino y adaptarse al entorno por muy hostil que éste se vuelva. Jamás se preocupaba por los problemas, porque decía que si eran menores no había porqué inquietarse, pero si eran mayores tampoco valía la pena, pues la solución quedaba entonces lejos del alcance de su mano. El optimismo brillaba por su ausencia en los días de la vida de Franz.
Después de varios intentos fallidos y de haber probado la sensibilidad y delicadeza de sus alas, finalmente logró alzar el vuelo y escapó por la ventana directo al inmenso jardín de amapolas que durante tantas mañanas había contemplado a través de unos ojos verdes de los que ahora carecía. Siempre gustó de imaginarse volando por aquella vasta extensión de matices rojos y atmósfera dorada, pero nunca imaginó que terminaría por cumplir su sueño convertido en mariposa. Y pronto se doctoró en las artes del vuelo, porque si algo bueno tenía Franz, entre la gris ceniza de su reino interior, era que nunca necesitó más de dos tropiezos en la vida para aprender y cerrar heridas. Y así pues voló. Danzó con el viento entre los tallos frescos de las frescas amapolas; se cruzó insinuante con otras mariposas de alas sonrosadas a las que sorprendió con su pericia recién adquirida; jugó con los esquivos rayos de sol entre el manto rojo y hasta probó el sabor del polen, plenamente metido en su papel de insecto.
Entonces cayó en la cuenta de que algo en su diminuto pero profundo interior le decía que lo que él debía hacer era dejar de ir por libre admirando la belleza de las cosas más insignificantes y dedicarse como el resto de mariposas a volar de flor en flor. Que en su Libro estaba escrito que su vida todavía tenía que dar mil vueltas, que su alma era libre y su corazón demasiado blando, pero que no por el bienestar aparente ni por hacer uso consciente de su libertad, la plenitud que para él había sido asignada se vería palpable tan temprano.

Y fue en este momento cuando Franz plegó sus alas mientras se posaba en lo alto de una flor y divisó otras a su alrededor en las que todavía el polen que él había de recoger tintaba de amarillo la aterciopelada textura de los pétalos rojos. Cerró los ojos, se dejó envolver por el manto del tiempo y trató de escuchar la voz interior que habría de darle las respuestas.

Y es que Sucede Que Hoy amanecí diferente sin motivos...

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Juego de Palabras y Sentidos

Se dice de mí que soy el rey -y más por recurrente que por bueno- de los dobles sentidos -¿o acaso era de los sinsentidos?-. Que el blanco nunca es blanco y el negro nunca es negro. Que viajo entre dos aguas a bordo de la duda y el dato oculto. Que me gano el mote a pulso a veces por implícito, otras muchas por supuestos mal supuestos, e incluso, en ocasiones, por dejar un hueco libre a la espera de una interpretación diferente. Que disfruto con la incertidumbre y me pierdo en descripciones y palabras, dando vueltas sin parar a un círculo cerrado que no hay por donde juzgar. No me hagan mucho caso pero creo que hasta dicen que me río de la gente, al no poder diferenciar la mentira y la verdad. Pero no es cierto que yo mienta ni que aparte la verdad, pues simplemente me dedico a forjar sueños y plasmar mi realidad. A perderme cada noche en mil historias, con absoluta libertad. Al fin y al cabo son palabras nada más y lo bonito en todo esto siempre está en interpretar; en palpar letra a letra el texto y tratar de descifrar, pues ni uno es el mensaje, ni uno sólo el sentido que desentrañar. Y es ahí adonde hoy quería llegar, a tratar de afirmar que es tan válida tu versión, como la versión original. Que para gustos los colores, aunque estén sin matizar. Yo pongo la paleta y la pintura principal, mientras tú y tú y tú os dedicáis a rellenar el lienzo con palabras terminadas de colorear. Que un texto abierto siempre es más interesante por aquello de dilucidar; de pensar que todo acaba o tú eres dueño del final.

Y es por ésto que hoy te invito a jugar, a que trates de creerme o pensar que estoy muy mal, pero si algo nunca debes olvidar, es que en este juego de palabras sólo vale la verdad.

Y es que Sucede Que Hoy quise jugar a enseñar a jugar...

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Pero Entonces Era Pronto

Podría haber gritado que ni la pena ni el llanto acabarían por vencer mi espanto. Que la vida se me iba en cada lágrima que derramaba mirando tus fotografías. O que tu voz resonaba en mi cabeza repitiendo aquellas frases que me dijiste a solas un día.

Podría haber gritado que ya era capaz de echar la vista atrás y no ver más tu rostro entre todos mis recuerdos. Que te ibas de mi lado y te soltabas de mi mano sin apenas ser consciente de que aquello haría daño. O que ni uno sólo de nuestros sueños terminaría luego por ser cierto.

Podría haber gritado que ni el eco de tu nombre paseaba por mi mente por más que sin quererlo me lo repitiese tanta gente. Que una vida dijo adiós a la otra y se borraron nuestras huellas en el camino recorrido a medias. O que todas las palabras se esfumaban con el aire que entraba al irte y dejar la puerta abierta.

...Y es ahora cuando entiendo que por entonces era pronto para hacerlo, que en la vida todo llega y es ahora cuando debo...

Podría haber podido pero no pude y sin embargo hoy sí que puedo, gritar al viento y clamar al cielo, que intenté gritar cuando mi voz todavía se ahogaba entre suspiros y silencios. Pero es ahora cuando por fin me atrevo, a decir que fue sincero hasta el mismísimo momento de sacar mi voz del pecho y exclamar ¡qué bien me siento!.

De seguir hacia adelante y saber que hoy no miento.
De creer que en esta vida todo es cuestión de tiempo.

Y es que Sucede Que Hoy probé a gritar y encontré la voz...

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En La Ciudad Dormida

Cae la noche y duerme la ciudad a la luz de las farolas y el silencio de la gente ausente en su retiro. Las calles lucen vacías y los semáforos continúan con su baile de colores ahora sin sentido. Las avenidas solitarias me recuerdan a las acequias en tiempos de sequía, por donde no discurre nada más que el viento y la nada. Parece que el tiempo se ha parado, que la Tierra ha dejado de girar. Desde lo alto de una ventana -una de las pocas con luz a estas horas- alguien me observa y se divierte jugando al despiste con su forma. Seguramente una víctima más del contagioso sueño perdido que tanto se propaga en las noches primaverales alterando el reloj vital y causando estragos en el descanso de los afectados como yo. Muy por encima de la ventana, muy por encima incluso que la propia noche, la luna campa a sus anchas en un cielo raso carente de estrellas. Hoy brilla sola mientras tararea melodías tintadas de un sabor amargo por la falta de compañía. Sin embargo sus cantos no llegan nítidos hasta mis oídos y no me dejo embaucar por su lírica triste y desdichada. Sigilosa, sin previo aviso, su luz se detiene justo sobre mi cuerpo -nuestros cuerpos- proyectando dos sombras sobre el frío asfalto que yace yermo bajo mis pies. Dos figuras oscuras y alargadas próximas entre sí, que se pierden a lo lejos hasta chocar contra un muro que pretenden escalar. Dos sombras provenientes de dos cuerpos desnudos de recuerdos, recién liberados de la condena de ver durante demasiado tiempo su sombra proyectada en solitario. Ahora parece que a la luna le cambia la cara y me regala una sonrisa contagiosa. Y poco a poco, como si alguien se encargara de encender una a una miles de velas en el firmamento, las estrellas comienzan a lucir hermosas inyectándole alegría y luz a la bóveda celeste. Ahora sí. Ya puedo marcharme, que no me perderé. Millones de guías luminosos me harán encontrar el camino de vuelta a casa y aunque mi cuerpo dice no, mi mente y mi estómago le ganan el pulso.

Y es que Sucede Que Hoy disfruté de un rato de noche agradable...

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Que Tus Ojos Te Delatan

Mírame a los ojos en silencio y deja que ellos hablen sin palabras. Permanece inmóvil cara a cara y susúrrame miradas encendidas con la llama del deseo. Que el relato de tu vida venga a mis oídos a través de las palabras de tus ojos que no cesan de mirar. Y cuéntame quién eres, dónde vives, con qué sueñas. Y dime porqué ríes, porqué lloras, porqué hablas cuando callas. Y píntame tus días, tus inquietudes, tus intereses y aficiones. Y recítame versos que hablen de tu savia, de tu vida, de lo que haces por la noche y lo que haces por el día. Que si escuchas o si hablas, que si hieres o si amas, que si luchas o si tiras la toalla. Y busca la manera de decirme con qué perfume embriagas, qué color tiñen tus sábanas y qué lunar escondes en el cuello o en la espalda.

Y no olvides que me hablas a través de la mirada.
Y no trates de mentirme que tus ojos te delatan.

Y es que Sucede Que Hoy quisiera hablarle a tu mirada...

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Locuras De Un Loco Demasiado Cuerdo

Que me llamen loco, si es que quieren,
los que ven en mí la locura hecha carne.
Que me llamen loco, si es que pueden,
los que creen que mi cordura sé quedo al marcharme.
Que me llamen loco, si es que se atreven,
los que no ven que de sensatez ellos carecen.
Que me llamen loco, si es que deben,
los que creen que por amor no compensa hasta perderse.
Que me llamen loco, si es que así lo sienten,
los que me gritan sin pensar que es su juicio el que les miente.

Que les llamo locos, yo que quiero,
por creer que en la vida todo es mente, todo es hielo.
Que les llamo locos, yo que puedo
por decir que no se puede darlo todo estando cuerdo.
Que les llamo locos, yo que me atrevo
por no atreverse ellos a lanzarse hacia otros besos.
Que les llamo locos, yo que debo
por advertirles que en los sueños ni todo es jauja ni todo es juego.
Que les llamo locos, yo que así lo siento,
y que vengan a buscarme, cuando yo por loco ya haya muerto.

Y es que Sucede Que Hoy me río de aquellos que...
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Siempre Me Gustó Ser Dueño De Mi Destino

¿Os acordáis ahora cuando todo esto empezó? ¿Cuando un grupo de gente se conoció sin saber que además de compartir horas de universidad, llegarían a formar un verdadero círculo de amistad y cariño? ¿Y os acordáis cómo surgió nuestro primer trabajo juntos, fruto de un azar caprichoso que nos unió en aquel estudio? Nadie pensaba entonces que aquello acabaría siendo el núcleo de lo que hoy somos.

Ha pasado el tiempo, hemos crecido, hemos madurado, hemos ganado experiencia profesional y aquí permanecemos unidos en este proyecto que nació de entre las clases y las horas de pasillo y cafetería, entre descansos de concursos y lecciones. Parece que nos vino bien tomar la iniciativa y crear todo lo que ahora nos rodea. Empezar de cero cargados de ilusión y ganas de hacer bien las cosas. Siempre funcionamos a la perfección desde aquel primer trabajo y aquí estamos, orgullosos de los éxitos recientes, espléndidos en la última fotografía en prensa como la organización líder más joven del país. Parece mentira que lo que empezó como un sueño hoy nos haga cumplir otros tantos gracias a todo lo que nos reporta. ¿Y si añadimos ésto y lo otro? ¿Y si en lugar de aquéllo, nos basamos más en ésto? ¿Y por qué no complementamos nuestra oferta con...? Un constante crecimiento forjado en la idea de derrumbar muros a nuestro paso y demostrar que la frescura, el ingenio, la voluntad y la ilusión pueden llevarte a ser uno de los grandes.

Hoy miro atrás y recuerdo los primeros pasos, antes incluso de la puesta en marcha del proyecto. Cuando todavía dejábamos volar la mente imaginando el futuro que hoy nos da los buenos días cada mañana. Cuando pasábamos horas eligiendo un nombre que se ajustara a nuestra actividad y fuese fiel reflejo de nuestra filosofía. Cuando un buen día decidimos que el mundo es una gran tarta a la que mucha gente pretende hincar el diente y si no te mueves, tú no serás parte de los agraciados que manchan sus labios con el dulce bocado. Cuando dijimos un simple aunque rotundo "¿y por qué no?". Siempre me gustó ser dueño de mi destino.

¿Y os acordáis ahora de cuando escribíamos imaginando que ya éramos dueños de un futuro que todavía no nos pertenecía y sin embargo lo haría poco después? ¿Y os acordáis ahora de que aquel escrito acababa con una frase exactamente igual a la que ahora estáis leyendo?

Y es que Sucede Que Hoy siento que ese día llegará...

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Siesta Bendita y Distante

Un momento de lucidez absoluta en el que todo se ordena y cobra sentido.
Una larga y profunda inconsciencia que aclara la mente.
Un rotundo y prolongado suspiro que apacigua el ajetreo.
Una escurridiza y complicada tregua que se alarga demasiado poco.
Un descosido en el tejido del tiempo que deja abierto un abismo.
Una esperada oscuridad que desacelera el ritmo de mi respiración.
Una sucesión de imágenes sin sentido que lo recobran justo al finalizar.
Un agujero en la nada que acaba por serlo todo.
Una melodía que transcurre suave acompañándome en el viaje.
Una pintura surrealista que lanza mil mensajes a interpretar.

Una vida que se para aunque el tiempo parezca correr más.
Una mente que despega mientras el cuerpo reposa ajeno a la realidad.

Y es que Sucede Que Hoy brindo por la siesta retomada...
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Una Respuesta Enterrada

No es que fuese la mejor de las horas, pero sí la hora en la que mejor podía disfrutar de aquel entorno. Llevaba tiempo sintiendo la necesidad de escuchar el sonido de las olas de cerca, de sentir la humedad rozando mi piel, de disfrutar con el perfume salado y primitivo de un mar iluminado por la tenue y mágica luz de la luna. Perderme en la inmensidad del feroz manto azul disfrazado de negro en aquellas horas y darle forma a mis pensamientos uniendo líneas de estrellas infinitas dispuestas ante mí como imanes pegados a una gran pizarra oscura. Allí modelaba ideas, dibujaba sentimientos, transformaba la nada en figuras imposibles y representaba las dudas de mi corazón en busca de respuestas astrales y ancestrales. Y se me fue la noche en ello, embrujado por la belleza del momento y la soledad perenne de la playa desierta.
Pronto el sol despertó de su descanso latitudinal y sus primeros rayos comenzaron a trazarse sobre el lejano lomo del horizonte, despidiendo una noche más a la luna entre nubes de algodón dorado. Pocos momentos de la vida son tan dignos portadores del significado de la palabra belleza; tal vez sólo lo acompañe justo el instante previo a que el amor brote irremediablemente, directo a herir de muerte a un corazón desprevenido aunque esperanzado.
Y de pronto algo brilló entre la arena haciendo reflejar directamente en mi cara una de las flechas áureas que me lanzaban desde arriba. Un tesoro enterrado que venía a traerme las respuestas que la noche no se atrevió a dar. Una reliquia que al igual que el día, despertaba entre silencios y el cobijo tostado de una arena virgen peinada por la suave brisa matutina. Aquello fue una señal, un signo, una revelación, una respuesta. Un regalo que llegaba con demora o que lo hacía en el momento preciso, ya no me atrevo a juzgarlo.
Me acerqué lentamente y tiré de una suerte de cadena plateada que asomaba, hasta desenterrar por completo aquel objeto. Era un precioso reloj de bolsillo de tiempos pasados, sobre la tapa del cual una inscripción latina aludía a la velocidad del tiempo. Presioné el botón que aseguraba el cierre y como si los años no hubiesen pasado por él, se abrió lentamente. No me pregunten cómo pero las agujas de aquella maquinaria todavía se placían en marcar las horas, los minutos y los segundos con una precisión exacta. Sin embargo aquel efecto solamente duró un minuto, el que tardé en admirar una vuelta completa de aquella reliquia. Transcurrido ese lapso, dando respuesta a mis dudas, las manecillas ralentizaron su curso estirando el tiempo y dejando que cada milésima se cumpliese como si fuese la última.

Y es que Sucede Que Hoy en un reloj encontré la respuesta...

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